«A veces abusamos de la historia, y creamos explicaciones unilaterales o falsas que justifican el mal trato a los demás, arrebatarles sus tierras, por ejemplo, o matarlos. La historia también nos puede ofrecer muchos ejemplos y consuelos, y es fácil elegir lo que uno quiere. El pasado se puede usar para casi cualquier cosa que se desee hacer en el presente. Abusamos de la historia cuando creamos mentiras sobre el pasado, o escribimos historias que muestran sólo una perspectiva. Podemos extraer nuestras conclusiones bien o mal. Eso no significa que no debamos examinar nuestra historia para buscar comprensión, apoyo y ayuda; significa que debemos hacerlo con mucho cuidado«. Con estas palabras concluye Margaret MacMillan la introducción de su obra Usos y abusos de la Historia*, en la que reflexiona sobre la utilización interesada que en las últimas décadas se está haciendo de la Historia.
La historiadora canadiense analiza desde distintas perspectivas cómo, en manos de ciertas personas o instituciones, el pasado ha acabado por convertirse en un instrumento para justificar intereses del presente. A lo largo de las páginas de su libro nos muestra, con numerosos ejemplos (algunos muy actuales), los perniciosos efectos de una mala interpretación de la Historia o de su uso equivocado cuando no su estudio no es abordado con rigor y profesionalidad. En una sociedad con acceso casi ilimitado a toda la información disponible resulta sorprendente lo inadecuado (o descaminado) de algunos planteamientos defendidos por quienes emplean la Historia como pretexto para justificar sus propias convicciones.
La historia como excusa de las reivindicaciones políticas corre el riesgo de hacernos perder la perspectiva de las verdaderas causas (y las futuras consecuencias) que hay detrás de aquéllas. Las reclamaciones basadas en pretextos históricos no suelen tener mucho sentido, a menos que escondan otros objetivos y busquen apelar a los sentimientos de la sociedad, mucho más maleable cuando defiende causas irracionales. Es prácticamente imposible extrapolar las circunstancias que concurrieron hace cientos de años para asimilarlas a las que se dan hoy, muy distintas y sin puntos válidos de comparación.
En el primer capítulo de la obra («La locura por la historia«) Margaret MacMillan incide en la espectacular difusión que tienen hoy las disciplinas históricas. Aunque nunca antes había despertado tanto interés en el hombre conocer su pasado (individual o colectivo), lo cierto es que la impresión que muchos tienen sobre aquellas disciplinas resulta frecuentemente distorsionada. Así lo refleja la propia autora: «Mis alumnos me decían que yo era muy afortunada por enseñar historia. Suponían que una vez se ha establecido correctamente los hechos de una guerra, ya no hay que volver a pensar en ellos nunca más. Debe ser muy bonito decían, no tener que revisar las notas nunca. El pasado, después de todo, pasado está. No se puede cambiar. Les parecía que la historia no es mucho más difícil que sacar una piedra del suelo«.
En el siguiente capítulo («La historia como consuelo«) Margaret MacMillan examina dos actitudes muy en boga que demuestran el uso de la Historia para justificar o ensalzar el presente (las conmemoraciones a los veteranos de guerra, por ejemplo) o para enmendar el pasado (las disculpas y compensaciones por las acciones pasadas). Destaca cómo en ocasiones los individuos o las organizaciones admiten que se equivocaron (ellos o sus antecesores) y ofrecen alguna forma de retribución. Son gestos que, bien dirigidos, pueden ser muy beneficiosos pero también caer en el absurdo. «¿Hasta dónde deberíamos llegar en este cuestionamiento a posteriori, intentando incluso invertir las decisiones del pasado?«, se pregunta con razón la historiadora norteamericana, que dedica también a este interrogante el capítulo «Presentar la factura de la historia«.
Es igualmente motivo de lamento para la autora la proliferación de historiadores aficionados que han copado el mercado y el simultáneo retraimiento de los profesionales, quienes se refugian, voluntariamente u obligados por las circunstancias, en obras «autorreferenciales» por lo general de difícil comprensión. Se acrecienta de este modo el riesgo de que la Historia acabe por contarse mal y de que se creen generalizaciones erróneas, con olvido de que nuestro pasado es muy complejo. Precisamente el capítulo «¿A quién pertenece el pasado?» versa sobre este riesgo, además de abordar las relaciones entre la historia y la «memoria» personal o colectiva, sobre las que la autora hace la siguiente reflexión: «Puede resultar peligroso cuestionar las historias que cuenta la gente sobre sí misma porque su identidad en gran medida se halla moldeada y ligada por su historia. Por eso el hecho de enfrentarnos al pasado y decidir qué versión queremos o qué es lo que queremos recordar y olvidar puede tener una carga política tan significativa«.
Muy reveladores, por su actualidad en España, son los capítulos «Historia e identidad» e «Historia y nacionalismos» en los que Margaret MacMillan carga contra quienes tergiversan la historia para adecuarla a sus intereses actuales. La autora parte como premisa de que el pasado, bien estudiado, puede ser una herramienta muy útil para saber quiénes somos y definir las señas de identidad de un grupo; sin embargo, mal enfocada «la historia es una forma de hacer valer la comunidad imaginada» y puede abocar a una interpretación errónea de los sucesos históricos, que son aprovechados para reivindicar un pasado en cierto modo «inventado«.
Margaret MacMillan describe con varios ejemplos la influencia ejercida por políticos y organizaciones para encauzar el discurso histórico hacia derroteros más afines a sus intereses, práctica muy extendida que suele tener a la educación como principal objetivo. De modo especial se refiere de nuevo a la clave nacionalista: «La historia nos proporciona gran parte del combustible para el nacionalismo. Crea la memoria colectiva que ayuda a llevar al ser a la nación. […] Cuanto más se remonta la historia, más sólida y duradera parece la nación… y más valiosas parecen sus reivindicaciones«.
El último capítulo («La historia como guía«) es una reflexión sobre la utilidad de la historia ¿Hasta qué punto influye el pasado en nuestro presente? ¿De qué manera hemos de comparar lo que sucede hoy con lo que ocurría hace un siglo? ¿Podemos aprender del pasado? ¿Son extrapolables a nuestra realidad actual las decisiones adoptadas por los líderes políticos hace décadas? Preguntas abordadas por Margaret MacMillan que concluye con estas palabras: «Podemos aprender de la historia, pero también engañarnos a nosotros mismos cuando buscamos selectivamente pruebas en el pasado para justificar lo que ya hemos decidido hacer«.
Margaret MacMillan, doctora en Historia, estudió en las universidades de Toronto y Oxford. Durante veinticinco años impartió clases en la Ryerson University y entre 1995 y 2003 trabajó como redactora del International Journal. En la actualidad es rectora del Trinity College y profesora de Historia en la Universidad de Toronto. París, 1919, una de las obras más premiadas en la historia de su género, obtuvo el Duff Cooper Prize, el Samuel Johnson Prize 2002 para obras de no ficción, el PEN Hessel-
*Publicado por la editorial Ariel, marzo 2014.