Un juego de tronos castizo
Antonio Elorza

La historia moderna de España conoce períodos en los que el tiempo se acelera, como si el despertar de un letargo abocara a una frenética sucesión de acontecimientos. Estos, a su vez, pueden degenerar en conflictos o en contiendas armadas, que inevitablemente dejan profundas secuelas en la vida de la nación.

Así sucedió en el tránsito del siglo XVII al siglo XIX. Si los ecos de la revolución francesa difícilmente podían dejar de sentirse en un país vecino, como el nuestro, el ascenso al poder de Napoleón Bonaparte, cuyos propósitos expansionistas enseguida se desvelaron, alteró las reglas de juego en todas las Cortes europeas.

Las réplicas del terremoto francés se encontraron con unos monarcas en la Corte de Madrid, Carlos IV y María Luísa de Parma, cuyo destino ellos mismos habían confiado a un hasta entonces desconocido guardia de Corps, nacido en Badajoz en 1767, Manuel Godoy. Sobre él, sobre la “trinidad” del poder que configuraba con los reyes y sobre sus relaciones con Bonaparte versa la obra Un juego de tronos castizo. Godoy y Napoleón: una agónica lucha por del poder* del que es autor Antonio Elorza Domínguez.

El libro entremezcla, en sus seis capítulos, los enfoques temático y cronológico para brindarnos una visión de los dos personajes centrales (Godoy y Napoleón) a los que rodean, a modo de actores de reparto, el resto de quienes intervienen en la trama. De estos últimos destacan, lógicamente, las figuras de Carlos IV y su esposa, María Luisa de Parma, así como la del Príncipe de Asturias, el futuro Fernando VII.

Desde el punto de vista humano, la descripción de los dos actores principales no puede ser más negativa. Godoy se presenta como un advenedizo cuyo afán, además del enriquecimiento personal, es conseguir de Napoleón un status de “independencia” que le asegure o bien una regencia o bien un reino (en Portugal) para sí mismo y para su familia. Bonaparte juega con las ambiciones de quien aparece ante él como verdadero titular del poder en España y las pone al servicio de sus propios designios como emperador.

Un rasgo peculiar de Napoleón al que Elorza alude en varias ocasiones como explicación de su conducta son las raíces corsas. Para nuestro autor, en el ejercicio del poder por parte del emperador “no desaparece nunca la esencia del clan corso ni sus implicaciones éticas”. Entre estas últimas se halla la sed de venganza, que le induce a considerar la invasión del territorio español, disfrazada de tránsito pacífico hacia Portugal, como una “necesaria vendetta por el anuncio frustrado que haría Godoy sobre un posible cambio de alianza hacia Inglaterra en octubre de 1806”.

Las relaciones entre los dos protagonistas de la obra (que se llevaban a cabo al margen de los canales diplomáticos habituales, gracias al agente de Godoy en París) tiñen la suerte de los acontecimientos más relevantes del período final del siglo XVII y la primera década del XIX, hasta que, el 5 de mayo de 1808, Godoy firma, en nombre de Carlos IV, la entrega del trono de España a Napoleón.

De esos acontecimientos destacan en el relato las vicisitudes de la familia real, en particular, la conducta de la reina María Luisa de Parma en relación con Godoy, y la intervención de María Antonia, princesa de Asturias, que, hasta su muerte en 1806, predispone a su marido, el príncipe Fernando, contra el favorito de la reina. En otro nivel, ligado asimismo a los intereses familiares de la casa de Parma, figura la retrocesión de la Luisiana a Francia (y la venta ulterior a los Estados Unidos), que se compensaría con la ampliación del ducado de Parma para hacer reina de la Toscana, ahora denominada Etruria, a María Luisa, la hija de los reyes españoles.

Por encima de esas vicisitudes, lo que pone de relieve Elorza es cómo en el diseño general de la política exterior lo que predominaba era la voluntad del emperador, que empleaba a su antojo a Godoy con el señuelo de acoger sus pretensiones. En estos términos lo resume Elorza: “La intensa atención consagrada por Napoleón Bonaparte a España, vinculada al objetivo de anular la alianza de Portugal con Inglaterra, incidió de manera directa en las aspiraciones de Godoy. Pero, a la vez, las demandas y exigencias dirigidas, desde que Napoleón fuera primer cónsul, a la integración de la monarquía española como pieza dependiente de su engranaje imperial llevaban inevitablemente a la guerra con Inglaterra y a su conversión en Estado feudatario de Francia; esto es, a un conflicto armado incompatible con la supervivencia del imperio español ultramarino (como demostraría Trafalgar) y conducente a la ruina económica. El órdago que Napoleón planteó a España en 1803 colocó las piezas del tablero de tal forma que Godoy y Carlos IV no encontraron otra salida posible para asegurar su propia supervivencia que someterse a la dominación francesa”.

La lectura del libro (que incorpora un valioso apéndice documental y un epígrafe dedicado a exponer las discrepancias del autor con la biografía más conocida de Godoy, la publicada por Emilio La Parra en 2002) provoca un sentimiento de tristeza. Salvo la reacción del pueblo español en 1808, el curso de los acontecimientos que relata el libro está marcado por la falta de escrúpulos y el egoísmo de los principales actores, más atentos (pese a sus proclamas en sentido contrario) a proteger sus propios intereses que a mirar por los de la Nación. No hay ninguna grandeza de ánimo, sino todo lo contrario, en los caracteres que se muestran, ya sean de los reyes o de Godoy, y las escenas finales de Bayona resultan desoladoras.

Concluimos con estas palabras que Antonio Elorza escribe en la introducción de su obra para explicar el panorama que se presentaba al final del reinado de Carlos IV: De ahí que los fernandinos buscaran la tutela de Napoleón, como también buscarían su apoyo los reyes, ahora contra su hijo, aunque esto supusiera de modo consciente el fin de la dinastía. El encuentro de Bayona en abril de 1808 fue el célebre escenario de esa pugna, donde el supuesto mediador acabó eliminando a todas las partes en conflicto para hacerse con las ganancias en solitario. Desde hacía tiempo, el propósito de su juego consistía en integrar España al Imperio francés, algo que, si bien logró formalmente, no consiguió en la práctica. Su decisión de ignorar las ventajas que habría tenido un reinado títere de Fernando VII bajo su influencia cerró el juego en falso, haciendo inevitable la posterior tragedia. El epílogo fue la reacción absolutista del reinado de Fernando VII. Los españoles, concluye Napoleón desde Santa Elena, «merecían algo mejor».

Antonio Elorza Domínguez (Madrid, 1943), historiador y profesor emérito de Ciencia Política en la Universidad Complutense de Madrid, es autor de trabajos de investigación sobre la historia del pensamiento político como Ilustración y liberalismo en España (2021) y Luz de tinieblas. Nación, independencia y libertad en 1808 (2011). Ganó el Premio Anagrama de Ensayo por su libro La razón y la sombra. Una lectura política de Ortega y Gasset.

*Publicado por Alianza Editorial, marzo 2023.