Unos de los cuadros más famosos de Goya es el Duelo a garrotazos en el que dos hombres, enterrados hasta las rodillas, luchan con bastones en un paraje yermo. Ambos se hallan a punto de recibir el terrible golpe de su oponente, lo que transmite a toda la escena un sentimiento de desgarro y de desolación. Muchos han querido ver en este cuadro, perteneciente a la serie de Pinturas negras, dibujada para la Quinta del Sordo, un reflejo de la sempiterna lucha entre las dos Españas. Esa lacra, que atormenta a la sociedad española desde hace siglos, nos ha llevado a enfrentarnos, con mayor o menor virulencia, en diversas guerras civiles. La dicotomía entre formas contrapuestas de entender España permanece vigente, aunque, afortunadamente, se encuentra hoy soterrada y diluida por la llegada de la democracia. No obstante, su pervivencia ha de ser motivo de preocupación para todos, propensos como somos a repetir los errores del pasado.
El ejemplo paradigmático de la confrontación entre las dos Españas fue la Guerra Civil. El enfrentamiento fratricida que sumió al país durante tres años en las tinieblas (a las que siguió una cruenta represión) ha sido objeto de interminables estudios. Los hechos son por todos conocidos —otra cosa es cómo queramos interpretarlos— pero la controversia perdura sobre las causas que condujeron a la sublevación. Y no solo se trata de historia: hay muchas obras literarias con la guerra de fondo, directamente o de modo más difuso y menos uniforme.
Nada impide afirmar, por tanto, que las raíces de la contienda se incardinaban en problemas más profundos que los generados por la instauración de la Segunda República y por las medidas que sus líderes adoptaron. El joven régimen democrático hizo aflorar enconados sentimientos que venían arrastrándose desde décadas atrás. El resultado fue una sociedad fuertemente polarizada que no dudó en aniquilar, como en el cuadro de Goya, a su adversario, por muy cercano y familiar que este fuese.
Entre quienes han intentado descifrar las raíces de la Guerra Civil se halla Antonio Ramos Oliveira. Para la gran mayoría del público español, su nombre no les dirá gran cosa e incluso dentro de la misma historiografía española apenas es conocido. No obstante, su Historia de España en tres volúmenes, publicada hace más de sesenta años, recibió elogios de los especialistas que han podido estudiarla y leerla. La obra que ahora reseñamos, Un drama histórico incomparable. España 1808-1939*, forma parte de ese magno proyecto (el tercer y último volumen) y nace de otra obra que el historiador y periodista onubense escribió para el público inglés, en 1946, con el título Politics, Economics and Men of Modern Spain. Una vez más hemos de agradecer a la editorial Urgoiti que recupere del olvido uno de los trabajos más ambiciosos sobre la sociedad española.
Reiteramos la importancia de los estudios preliminares que incorporan las publicaciones de Urgoiti Editores, preciosos para contextualizar y comprender la relevancia del posterior texto. En esta ocasión, la tarea se ha asignado al prestigioso hispanista alemán Walther L. Bernecker, quien, a lo largo de más de un centenar de páginas, explora la biografía y el pensar de Antonio Ramos Oliveira. Aunque el trabajo del periodista onubense cumple los cánones técnicos de la historiografía actual, puede que al lector le choquen algunos pasajes y puntos de vista, hoy superados por los conocimientos adquiridos tras décadas de profusas investigaciones. No hay que olvidar que nuestro autor escribe desde el exilio, sin ser historiador “profesional” (fue autodidacta) y apenas transcurridos unos años desde la finalización del conflicto. Por estas razones, el análisis previo de Bernecker es tan útil e interesante.
Antonio Ramos Oliveira fue un historiador de tendencia marxista, cuyo enfoque del conflicto español se asienta sobre las ideas socialistas. Su trabajo, por tanto, está construido en torno a esta visión y quizás esa sea una de sus características más interesantes, pues sirvió de inspiración a grandes historiadores que después sostuvieron su mismo enfoque. Su planteamiento historiográfico gira alrededor de cuatro ejes: la injerencia extranjera; la presencia de la Iglesia Católica en la vida política española; la revolución burguesa y de las clases medias; y los nacionalismos periféricos. Todos ellos, en mayor o menor medida, habrían condicionado la historia de España, arrastrándola hacia el abismo de la Guerra Civil.
De la intervención foránea en los asuntos internos manifiesta nuestro autor: “Tal vez no encontremos en el mundo una nación que haya tenido menos oportunidades de decidir su propio destino que la española. En rigor, la Historia de España no la han hecho los españoles más que en mínima parte: la han hecho a menudo sucesos y accidentes en cuyo desencadenamiento no ha tenido mano el español y cuya trayectoria no ha podido gobernar”. Para Ramos Oliveira, ya desde la Antigüedad las potencias extranjeras habían conducido nuestro destino. Durante la Guerra Civil, Italia y Alemania se convirtieron, por tanto, en esos elementos exógenos que habían forzado la voluntad española y cuyos intereses se alejaban de la Península, pues buscaban debilitar a Inglaterra y a Francia.
En relación con los problemas de los nacionalismos emergentes, señala Walther L. Bernecker: “En resumidas cuentas, Ramos Oliveira interpretó la progresiva pérdida de legitimidad de la Segunda República a la luz de la impaciencia de los nacionalismos vasco y catalán en su afán miope de lograr regímenes autonómicos antes de la consolidación efectiva de la República de 1931. El ejemplo vasco-catalán indujo a otras regiones a un mimetismo autonomista dirigido a lograr su propio ‘estadito’. Ante este proceso, solo podía expresar su más rotundo rechazo, ya que fue corresponsable de la destrucción del germen democrático sembrado con la proclamación de la Segunda República”.
Dos cuestiones fundamentales para Ramos Oliveira fueron el régimen de la propiedad (“El problema de la tierra es la magna cuestión española en nuestro tiempo”) y la (in)existencia de una clase media consolidada (que asocia a la burguesía). Ambos problemas se hallaban íntimamente unidos. A la economía española dedica el autor un bloque (de más de cien páginas) en el que explica cómo evolucionó a lo largo del siglo XIX. Se detiene en los principales sectores de la nación y presta especial atención a la propiedad y a la organización de los medios de producción. La debilidad económica provocó la ausencia de una clase burguesa poderosa, y las clases populares se echaron a la calle para reivindicar sus derechos. La rudeza con la que se manifestó el proletariado hizo que quienes deberían abanderar el cambio se unieran con las fuerzas más reaccionarias y frustrasen cualquier “revolución”.
Por último, la Iglesia aparece como un elemento clave en el trasfondo del conflicto fratricida. Antonio Ramos adopta un tono crítico con el estamento eclesiástico, al que acusa de acaparar un poder excesivo, al mismo tiempo que sostiene que su tradicional pedigrí intelectual había decaído considerablemente. Reconoce, al mismo tiempo, los errores que la República cometió al avivar el sentimiento anticlerical de parte de la sociedad. El choque entre Iglesia y Estado fue inevitable y dañó severamente la credibilidad del gobierno republicano; enfrentamiento baladí, pues nuestro autor considera que los esfuerzos a él dedicados deberían haberse canalizado hacia cuestiones más relevantes, como la reforma agraria o los cambios económicos estructurales, en vez de desperdiciarse en un problema de carácter menor.
Concluimos con una cita del hispanista alemán en la que resume la relevancia de la obra de Ramos Oliveira: “De todo lo expuesto hasta aquí, se desprende claramente que una reedición de la parte contemporánea de la Historia de España de Antonio Ramos Oliveira está plenamente justificada: por reflejar la visión de un socialista exiliado y desilusionado con la historia de su país y de su ideología política; por las originales explicaciones (de largo y corto alcance) de las causas últimas de la Guerra Civil; por el enfoque estructural y materialista sobre el pasado del país. Es una visión socialista —con todas las limitaciones que hemos expuesto— que presenta un panorama muy innovador para su época en el marco de la historiografía española del primer franquismo”.
Antonio Ramos Oliveira (1907-1973) es considerado uno de los principales historiadores españoles en el exilio. Analista de la actitud del PSOE durante la dictadura de Primo de Rivera, los inicios de la Segunda República y la revolución de octubre de 1934, su obra representa un eslabón entre la historiografía de partido, característica del siglo XIX, y la de autores como Manuel Núñez de Arenas o Manuel Tuñón de Lara. Periodista activo durante los años 30 (fue corresponsal de El Socialista en Berlín), la guerra de 1936 le sorprendió en Londres, donde trabajó como agregado de prensa en la embajada durante el conflicto. Allí multiplicó su actividad, publicando diversos alegatos en favor del gobierno de la República. En 1950 se exilió definitivamente en México, donde trabajó como traductor y publicó sus propias obras en Fondo de Cultura Económica. En 1952 ingresó como funcionario en las Naciones Unidas, viviendo a partir de entonces a caballo entre Santiago de Chile, México, Buenos Aires y Nueva York. Fue enviado, como alto representante de este organismo, a diferentes misiones diplomáticas (Chipre, Yugoslavia, entre otras). Entre sus principales obras cabe mencionar La revolución española de octubre (1935), El capitalismo español al desnudo (1935), Historia social y política de Alemania (1964) o La unidad nacional y los nacionalismos españoles (1970).
*Publicado por Urgoiti Editores, marzo 2017.