En un mundo en el que la verdad se está licuando, sujeta a vaivenes digitales y tantas veces vacía de contenido, cualquier información u opinión pueden acabar por ser ciertas si un número determinado de lectores o de oyentes se las cree. La fuerza de unos pocos convencidos siempre es más peligrosa que la indiferencia de las masas. El peligro no radica en que algunos iluminados utilicen las redes sociales para lanzar sus proclamas radicales, sino en que representantes públicos y políticos tergiversen los hechos con asiduidad y conscientemente, sin importarles las consecuencias.
Ese fenómeno se ha producido con la Transición, período de nuestra historia que, en determinados ambientes, se ha puesto de moda describir como caduco y desfasado. Lo que hace unas décadas se consideró un proceso ejemplar y único en Europa, hoy se califica, por algunos, como un ejercicio incompleto y con importantes grietas. Muchos de quienes realizan estos juicios de valor o no habían nacido o estaban dando sus primeros pasos cuando Arias Navarro anunció por televisión la muerte de Franco. No les importa que sus afirmaciones no estén fundadas o que sean simplemente mentira: si sirven para sus intereses políticos, las repetirán hasta que hagan mella en la inteligencia de sus acólitos.
La Transición fue el gran logro de la sociedad española en el siglo XX. En apenas tres años, y sin derramamiento de sangre, pasamos de un régimen dictatorial a un sistema democrático similar al de nuestros vecinos europeos. Dos fueron las principales armas con las que contaron los políticos que guiaban entonces al país: consenso y sentido de Estado. Ambas caerían después en desuso, sustituidas por el grito y por el interés electoral. Por supuesto, numerosos problemas pudieron haberse tratado mejor. Otros se plantearon con una intencionada ambigüedad, de modo que pudieran ser dilucidados posteriormente. La perfección es imposible y menos en el mundo de la política, donde se enfrentan múltiples intereses contrapuestos. El mérito de quienes participaron en la Transición fue hacer algo sumamente complejo bajo una absoluta apariencia de normalidad y de legalidad. Sin recurrir a estridencias ni a golpes de efecto, se construyó un nuevo modelo de Estado y una democracia avanzada.
En su extraordinario trabajo Transición. Historia de una política española (1937-2017),* Santos Juliá recorre la historia de la Transición, entendida no como el período comprendido entre la muerte de Franco y la celebración de las primeras elecciones democráticas, sino como un proceso más largo y complejo, que arranca casi en la propia Guerra Civil y se prolonga durante décadas. Como el propio historiador señala, “He tratado de reconstruir la historia política de este largo proceso sin apartarme de los textos en los que fue elaborado en cada una de sus etapas. No es, ni lo pretende, un ensayo de interpretación, un relato, ni puede abarcar campos tan florecientes en los últimos años como los de la cultura, la literatura, las identidades, la memoria o la cultura política de la Transición. Trata de ser lo que dice ser: una historia política, o sea, una investigación en las huellas que el proceso político de transición a la democracia ha ido dejando a lo largo de ochenta años —antes, mientras y después de que sucediera— para intentar reconstruirlo con las mismas voces del pasado, interfiriendo en ellas lo menos posible. Se ha escrito tanto sobre la transición española a la democracia, sobre lo que prometía, lo que fue, lo que resultó, que tal vez era buena ocasión de parar un poco y volver a las voces originales, las que en cada momento se pronunciaron con el propósito de recorrer un camino que permitiera a los españoles salir de una dictadura construida sobre las ruinas de una guerra civil para encontrarse de nuevo en una democracia”.
No es fácil resumir el trabajo de Santos Juliá. Por el título de la obra podríamos pensar que se trata de una investigación cuyo eje es la Transición, entendida en el sentido antes expuesto. Sin embargo, esta solo ocupa un lugar destacado, pero no indiscutible, a lo largo de las más de seiscientas páginas que conforman el libro. Quizás sería más ajustado decir que nos hallamos ante un excepcional estudio sobre la búsqueda, normalmente infructuosa, de la (re)unión de una España deshilachada y rota tras por la Guerra Civil. Los sucesivos capítulos exploran los esfuerzos, las aspiraciones y los proyectos ideados durante medio siglo para dejar atrás las diferencias entre las “dos Españas” y volver a una precaria concordia que permitiese olvidar los estragos del conflicto fratricida y acabar con la dictadura franquista. Con este objetivo, el autor se apoya en sus vastos conocimientos sobre la época y en las voces que lideraron esas encomiables tentativas.
Santos Juliá presta gran atención a los vencidos. Fueron ellos quienes desde el exilio lanzaron las principales iniciativas para iniciar la Transición, normalmente fracasadas ante la férrea oposición del Gobierno español y la indiferencia de la comunidad internacional. Sorprende comprobar cómo cuando, finalmente, alcanzaron su meta, la participación de quienes con más ahínco las habían intentado devino secundaria, siendo personalidades del propio Régimen quienes cargaron con el peso de las decisiones. La obra, en esta línea, analiza las propuestas emanadas del Gobierno en el exilio, los planes del Partido Comunista o los esfuerzos de destacadas personalizadas (no siempre republicanas) para lograr la ansiada reconciliación.
A medida que nos acercamos al final de la dictadura, Juliá vuelve la vista a la Península y a los movimientos que fueron apareciendo de la mano de una generación cuyo recuerdo de la guerra era ya vago. El encaje de la monarquía, el interrogante de qué hacer tras la muerte de Franco y las nuevas voces que reclamaban mayores libertades se convierten en el principal objeto de análisis de estos capítulos. El inicio de la Transición permite, además, abordar otras cuestiones que centraron el debate político en los años setenta, como la amnistía, los estatutos de autonomía y el modelo de Estado (“Es inútil separar unas voces de otras: transición fue libertad, amnistía y Estatutos de Autonomía reivindicadas desde la calle, y transición fue negociación y pactos en despachos e instituciones”). Por supuesto, el tránsito de la dictadura a la democracia también es estudiado: nuestro autor aborda los claroscuros del proceso, los riesgos que hubieron de superarse para alcanzar el deseado objetivo y el desencanto que, al poco de celebrarse las primeras elecciones, se adueñó de parte de la sociedad española, hasta que el golpe del 23-F permitió recuperar la senda optimista en el sistema político plasmado en la Constitución.
Los últimos capítulos abordan los años desde la llegada del Partido Popular al Gobierno hasta hoy (se recogen incluso los esperpénticos sucesos ocurridos en Cataluña en septiembre de este año 2017, sobre los que el historiador se muestra muy crítico). La Transición ha dejado de ser una realidad para convertirse en un instrumento político. Así lo explica Santos Juliá: “El recorrido por toda esa historia de una política llamada transición a la democracia, y luego simplemente Transición, culmina por ahora en la radical inversión de la mirada que ve la Transición como régimen, transición negada, pues, o transición como mera continuidad del régimen por antonomasia que fue la dictadura de Franco. El 15 de mayo de 2011, primero en la Puerta del Sol de Madrid y luego en la fachada del Congreso de los Diputados, aparecieron carteles o se estamparon pintadas con la leyenda «¡Abajo el régimen!», que parecía anunciar la llegada de un nuevo mundo o la liberación de uno antiguo aherrojado por el candado de la Transición. No faltaron en el concierto algunas voces de las que habían cantado las alabanzas de la Constitución de 1978 que propusieran ahora volarla con una carga de dinamita. Lo que vino después, hasta ayer mismo, cuando en el Congreso se celebraba el 40 aniversario de las primeras elecciones, será la disputa por un relato del que lo único que importa son los resultados que con su recitado se esperan obtener para la política de cada cual: la Transición, pues, para uso de las políticas del presente”.
Predomina, en efecto, un desconocimiento generalizado sobre qué significó la Transición y cuáles fueron los extraordinarios retos que hubo de afrontar la sociedad española, tras décadas de dictadura, para recuperar la normalidad y disfrutar de unos derechos y libertades que hoy damos por sentados. En un mundo en el que la demagogia y las expresiones huecas empiezan a convertirse en el principal recurso de comunicación política, achacar los males de nuestro presente a sucesos ocurridos hace cuarenta años es un recurso tan simplista como equivocado, cuyo único interés real consiste en polarizar a una sociedad un tanto confusa y perdida. De ahí que este fundamental trabajo sea tan necesario. Es preciso recuperar el rigor y la seriedad frente a la verborrea impostada de aquellos que creen que la historia es algo maleable. Comprender el largo camino que se hubo de recorrer para lograr lo que hoy tenemos puede ser un buen instrumento para darnos cuenta de que hay más cosas que nos unen que nos separan. El libro de Santos Juliá resulta hoy, en suma, de lectura imprescindible.
Santos Juliá es catedrático emérito de Historia Social y del Pensamiento Político y autor de numerosos trabajos sobre historia política, social e intelectual de España durante el siglo XX, así como sobre historiografía. Entre sus últimas obras se cuentan Historias de las dos España (2004), por la que recibió el Premio Nacional de Historia; Vida y tiempo de Manuel Azaña, 1880-1940 (2008); Elogio de Historia en tiempo de Memoria (2011); Camarada Javier Pradera (2012) y Nosotros, los abajo firmantes (2014), por la que obtuvo el Premio Internacional de Ensayo Caballero Bonald. Ha dirigido obras colectivas como Víctimas de la Guerra Civil (1999) y Violencia política en la España del siglo XX (2000) y editado en siete volúmenes las Obras Completas de Manuel Azaña (2007). Es colaborador habitual del diario El País.
*Publicado por Galaxia Gutenberg, octubre 2017.