GALAXIA GUTENBERG - TIERRA NEGRA

Tierra negra. El Holocausto como historia y advertencia
Timothy Snyder

Nuestra historia está marcada por la barbarie, por la muerte y por la violencia. El hombre, desde que es hombre, ha utilizado medios violentos para eliminar a su adversario; las matanzas y asesinatos masivos son prácticas antiquísimas que han envilecido a la condición humana. Sin embargo, todas estas acciones podían explicarse a través de una base lógica o racional que tenía en la guerra su principal expresión y fundamento. Por supuesto, no existe justificación alguna para la aniquilación de poblaciones enteras, pero hasta el siglo XX este proceder se circunscribía a una dinámica militar orientada, entre otras razones, a la conquista de un territorio, al aumento de poder, a la difusión de una creencia o religión o a cualquier otro interés político o económico de los contendientes. Por resumirlo de una forma simplista, no se mataba a menos que hubiese un buen motivo para hacerlo. La llegada del siglo XX y la difusión de ideologías totalitarias, así como un exacerbado nacionalismo y la propagación de teorías raciales, alteraron por completo esa concepción: ya no se asesinaba por un objetivo “racional”, simplemente se suprimían pueblos enteros por el mero hecho de ser diferentes.

El ser humano habrá de vivir con el estigma del Holocausto hasta el fin de los tiempos. La eliminación sistemática y metódica de una raza entera es una de las mayores atrocidades cometidas por el hombre. Aunque no existe fundamento racional para justificar esta práctica, un pueblo tan cabal como el alemán sucumbió a las teorías ecológicas y raciales de sus dirigentes nazis y permitió el exterminio masivo de judíos. Ciertamente hubo un gran número de personas que ayudaron a escapar a judíos, pero la mayoría de la sociedad alemana y del este de Europa colaboró directamente con los nazis o no hizo nada para impedir esta barbarie. Se han publicado una ingente cantidad de trabajos que buscan explicar las causas que condujeron a la sociedad europea a esta situación y ninguno da respuestas satisfactorias. Podemos estudiar los métodos y las técnicas utilizadas, pero rara vez encontraremos explicación a los motivos que había detrás de quienes día tras día ejecutaban a miles de personas, hombres, mujeres y niños, para después sepultarlos en zanjas.

CAMPO DE CONCENTRACION ALEMANGeneralmente se ha atribuido a la eficacia de la burocracia germana la muerte de millones de judíos. La hábil gestión de los recursos y de los medios por parte de las autoridades alemanas permitió que los campos de concentración fuesen engrasadas máquinas de exterminio. Tenemos la impresión de que fueron los judíos alemanes quienes más sufrieron la represión nazi, cuando lo cierto es que fueron los judíos de Europa del Este quienes más padecieron el fervor antisemita.

El historiador estadounidense Timothy D. Snyder ha querido dar un nuevo enfoque al estudio del Holocausto con su trabajo Tierra negra. El Holocausto como historia y advertencia*, cuya premisa principal se construye en torno a la idea de que la destrucción de las instituciones estatales facilitó las tareas de eliminación de los judíos. Así lo expresa el propio autor: “En toda Europa, pero en diferentes grados según el lugar, la ocupación alemana destruyó las instituciones que permitían que las ideas de reciprocidad parecieran verosímiles. En los lugares donde los alemanes borraron los Estados convencionales, o aniquilaron las instituciones soviéticas que a su vez acababan de destruir los Estados convencionales, crearon un abismo donde el racismo y la política aunaban sus esfuerzos hacia la nada; en este agüero negro, fueron asesinados los judíos. Cuando alguno se salvaba, solía ser gracias a personas que podían actuar en nombre de un Estado o de instituciones que funcionasen como un Estado. En ausencia de la iluminación moral de las instituciones, la bondad era todo lo que quedaba, y la tenue luz de los salvadores individuales salía a relucir”.

La obra de Timothy Snyder no es apta para estómagos sensibles, pues relata de forma descarnada y objetiva la absurda muerte de millones de personas. El rigor que el historiador estadounidense aplica en sus análisis hace más dolorosa, si cabe, su lectura. La narración histórica del Holocausto, con sus datos y cifras, es terrible; Snyder, además, intercala experiencias personales de algunos supervivientes o ejecutados. De este modo, mezcla una “macrohistoria”, que investiga cómo se acometió el exterminio de los judíos en el centro y este de Europa, con una “microhistoria”, centrada en vivencias de personajes anónimos que ilustran, más allá del frío examen de los números, el calvario que sufrieron bajo el yugo de la persecución y de la represión.

Antes de explicar el desarrollo del Holocausto, Timothy Snyder explora los “motivos” que llevaron a Hitler a promover su política de terror. El profesor de la Universidad de Yale afirma que “Hitler concebía una división de la especie en razas, pero negaba que los judíos fuesen una. Los judíos no eran una raza inferior ni superior, sino una no raza o una contrarraza. Las razas obedecían a la naturaleza y luchaban por la tierra y el alimento, mientras que los judíos obedecían a la extraña lógica de la ‘no naturaleza’”. Por tanto, su idea de lucha contra los judíos era “ecológica”, ya que no afectaba a un territorio o a un enemigo racial concreto, sino a la condiciones de la vida en la Tierra, donde el pueblo judío representaba una plaga que había provocado la decadencia de las naciones y de la civilización y, por tanto, debía ser eliminada. Citando nuevamente a Snyder: “El problema del mundo, tal y como lo veía Hitler, era que los judíos separaban mediante engaños la ciencia de la política y hacían falsas promesas de progreso a la humanidad. La solución que él proponía pasaba por exponerlos a la brutal realidad: que la naturaleza y la sociedad eran una sola y única cosa. Los judíos debían ser segregados y obligados a habitar un territorio inhóspito y despoblado”.

ASESINADOS EN CAMPO DE CONCENTRACIONA pesar de lo absurdo de los planteamientos de Hitler, su corpus doctrinal, dentro de su sinsentido, gozaba de una sólida coherencia, lo que le permitió construir un entramado ideológico que se extendió con diferente intensidad por la sociedad europea. A su visión sobre los judíos hay que añadir la concepción del “espacio vital” (Lebensraum), imprescindible para construir su idea de Alemania. Dado que el resto del mundo se hallaba repartido entre las potencias occidentales y Alemania carecía de colonias, Hitler quiso crear un imperio racial alemán en Europa del este. Bajo esta cosmovisión, la caída de la Unión Soviética (gobernada por una caterva judeobolchevique) era un requisito imprescindible para extender las posesiones germanas y dotar a sus ciudadanos de un hinterland en el que prosperar. La política seguida por Hitler desde su llegada al poder estuvo orientada a este fin, aunque los primeros años actuó con cautela (“A su modo de ver, los alemanes eran presuntamente superiores al resto del mundo, pero la jerarquía tenía que ponerse en práctica mediante una guerra racial. Iba a necesitar de medidas especiales para llevar a los alemanes hacia esa guerra, así como técnicas poco corrientes para encaminar a su Estado hacia la meta de la anarquía”).

Una vez explicadas las motivaciones que guiaban a los dirigentes nazis, Timothy Snyder explora la creación del marco propicio para que se desatara el Holocausto. El lector no especializado descubrirá con asombro cómo las primeras matanzas tuvieron lugar en Europa oriental, antes de que se comenzaran a construir los campos de concentración o se implementase la Solución Final. Snyder enfatiza la importancia que tuvo el reparto de territorios entre la Unión Soviética y Alemania. Aunque los soviéticos no llevaron a cabo políticas específicamente antisemitas, sí que destruyeron las instituciones y borraron el rastro del Estado, además de ejecutar a las élites de estos países. Las confiscaciones y las deportaciones crearon un clima de “alegalidad” donde la autoridad terminó por desvanecerse. Países como Polonia, Ucrania y las naciones bálticas fueron quienes más sufrieron este proceder.

El 22 de junio de 1941 se ponía en marcha la operación Barbarroja, cuya finalidad era la invasión de la Unión Soviética por los ejércitos alemanes. Más allá de su repercusión militar, el historiador estadounidense se centra en las consecuencias que dicha operación acarreó para los judíos. La doble ocupación que sufrieron muchos Estados de la Europa oriental facilitó las tareas de limpieza étnica. Como explica Snyder: “En 1941, los miembros de los Einsatzgruppen [grupos especiales de las SS cuya misión era exterminar a los judíos], los policías y los soldados, todos ellos alemanes, colaboraron con grandes sectores de la población local, de múltiples nacionalidades, que habían experimentado el dominio soviético. Durante los primeros seis meses tras la invasión alemán, estos grupos desarrollaron juntos técnicas para los asesinatos en masa, estrategias que no reflejaban ningún plan previo”. Con el fin de atraerse a la población local, los dirigentes nazis les inocularon, bajo su aquiescencia, la idea de que su participación era imprescindible para olvidar la colaboración con el régimen soviético (“La política del mal mayor implicaba proclamar la destrucción del comunismo judío al tiempo que se organizaba el asesinato de los judíos a manos de los comunistas”). El resultado fue espectacular y países como Estonia o Lituania aniquilaron prácticamente a la totalidad de los judíos (en un porcentaje muchísimo más elevado que en Alemania).

Auschwitz JUDIOS LLEGANDOTimothy Snyder analiza los diversos escenarios que se produjeron en los países invadidos por el régimen nazi o aliados suyos (Austria, Checoslovaquia, Polonia, países bálticos, Bielorrusia, Rumania, Bulgaria, Ucrania, países balcánicos, Grecia e incluso Italia y Francia). Concluye que: “Dondequiera que el Estado había sido destruido, ya fuese por los alemanes, por los soviéticos o por ambos, casi todos los judíos fueron asesinados. El Holocausto dio comienzo bajo la forma de campañas de ejecución masiva en tierras donde el Estado había sido destruido por partida doble”. En aquellos países que conservaron sus estructuras y su soberanía las matanzas se redujeron considerablemente. En uno de los capítulos se compara la tasa de judíos muertos en Dinamarca y en Estonia, y la diferencia es sobrecogedora: en Estonia, cerca del 99% de los judíos presentes cuando entraron las tropas alemanas fueron asesinados, mientras que en Dinamarca ese mismo porcentaje de judíos con ciudadanía danesa sobrevivieron.

La obra concluye con una reflexión que ha de hacernos pensar seriamente. Aunque creamos que el Holocausto y la ideología nazi es algo del pasado, las condiciones en que se encontraba Europa a principios del siglo XX no difieren tanto del mundo que hoy conocemos. La sobrepoblación, la escasez de recursos y, en especial, las imprevisibles consecuencias del cambio climático pueden desembocar en que ciertos actores (Snyder señala a China y Rusia) tomen decisiones que bien pueden conducir al planeta al borde de un nuevo precipicio. El historiador estadounidense termina su obra con un alegato en defensa del Estado como mediador de los problemas de la sociedad. Estas son últimas palabras: “Compartimos el planeta de Hitler y varias de sus preocupaciones; hemos cambiado menos de lo que creemos. Nos gusta nuestro espacio vital, fantaseamos con la destrucción de los gobiernos, denigramos la ciencia, soñamos con una catástrofe. Si pensamos que somos víctimas de alguna conspiración planetaria, nos acercamos poco a poco a Hitler. Si creemos que el Holocausto fue el resultado de las características inherentes de los judíos, los alemanes, los polacos, los lituanos, los ucranianos o cualquier otro grupo, nos movemos en el mundo de Hitler”.

Timothy Snyder es profesor en la Universidad de Yale. Se doctoró en Oxford y ha sido investigador en las universidades de París, Viena, Varsovia y Harvard. Sus cuatro libros anteriores han recibido destacados premios como el George Louis Beer por The Reconstruction of Nations y el Pro Historia Polonorum por Sketches from a Secret War. Su libro Tierras de sangre. Europa entre Hitler y Stalin, traducido a trece idiomas, recibió hasta doce reputados premios internacionales. Sus artículos académicos han aparecido en revistas como Past and Present y Journal of Cold War Studies; también ha escrito en The New York Review of Books, Foreign Affairs, The Times Literary Supplement, así como en The New York Times, The International Herald Tribune, The Wall Street Journal y en otros periódicos. Es miembro del Comité de Conciencia del Memorial del Holocausto de Estados Unidos y del Consejo Asesor del Instituto Yivo de Investigaciones Judías.

*Publicado por la editorial Galaxia Gutenberg, octubre 2015.