Es probable que el lector esté familiarizado (más o menos) con los protones, neutrones y electrones. Más difícil será que las nociones de quarks, bosones, espines o la teoría cuántica le suenen a algo. En la física de partículas las certezas se difuminan y la inmensa mayoría nos perdemos ante conceptos tan complejos y abstractos. El mundo de la física hace tiempo que dejó de ser una materia accesible para profanos, aunque el número de obras divulgativas que intentan exponer los nuevos hallazgos se haya multiplicado. Ciertamente, la física tiene, entre otros objetivos, explicar la realidad, pero su complejidad actual es tal que las respuestas que nos ofrece generan más dudas e incertidumbre que aclaraciones. Incluso se ha llegado a cuestionar la concepción de lo que entendemos por realidad.
Si en el siglo XXI estas cuestiones todavía nos siguen causando perplejidad, podemos imaginar cómo debió sentirse un hombre de principios del siglo XX, cuyos conocimientos científicos eran mucho menores que los nuestros, al encontrarse por primera vez con la teoría de la relatividad de Einstein, la ecuación de Dirac o los “quantos” de Planck, descubrimientos llevados a cabo por aquellas fechas. No es que le estuviesen hablando en una lengua extraña, sino en un idioma que no correspondía a este mundo. Los avances que se produjeron entonces en la física se pueden clasificar como revolucionarios (adjetivo que a veces se usa demasiado a la ligera). Los postulados newtonianos sobre los que se había cimentado la teoría clásica durante siglos empezaron a tambalearse y hubo algún científico que creyó haberlos demolido. Los descubrimientos se sucedían a una gran velocidad y tesis válidas un lunes quedaban refutadas el martes.
Los protagonistas de estos avances sin parangón en nuestra historia fueron unos pocos hombres (y alguna que otra mujer), que se conocieron e intercambiaron cartas y conversaron largamente sobre los descubrimientos que iban realizando. Sus relaciones, a veces amistosas, a veces tormentosas, tuvieron un efecto fundamental en sus investigaciones. Casi todos fueron galardonados con un premio Nobel, aunque esto es algo anecdótico teniendo en cuenta la importancia de sus hallazgos.
Tobias Hürter describe en Tiempo de incertidumbre. Los brillantes y oscuros años de la física (1895-1945)* este fascinante período en el que todo lo que dábamos por seguro dejó de serlo y bastó medio siglo de continuos avances para sentar las bases del mundo que hoy vivimos. Con estas palabras nos explica el propósito de su obra: “Imagine que un día descubre que el mundo en el que vive funciona de forma muy diferente a como creía. Las casas, las calles, los árboles y las nubes no son más que un decorado animado por fuerzas que ni siquiera sospechaba que existieran. Eso es exactamente lo que les ocurrió a las físicas y a los físicos de hace un siglo. De pronto se dieron cuenta de que detrás de las teorías y los conceptos a través de los cuales veían el mundo había una realidad más profunda, una realidad que les resultaba tan extraña que desencadenó una disputa sobre si era siquiera posible seguir hablando de “realidad”. Este libro relata la historia de cómo físicas y físicos llegaron a esa situación y cómo lo abordaron. Al final de esa historia, el mundo habrá cambiado: los físicos no solo lo habrán redescubierto, sino que lo habrán cambiado profundamente”.
Estamos ante una obra coral en la que no hay un protagonista que destaque por encima del resto, sino varios personajes principales con un gran número de secundarios. Albert Einstein, Erwin Schrödinger, Paul Adrien Maurice Dirac, Niels Bohr, Werner Heisenberg o Wolfgang Pauli copan la mayoría de los epígrafes del libro, pero no son los únicos. Marie Curie, Hendrik Lorentz, James Clerk Maxwell, Arnold Sommerfeld o Max Born, entre otros muchos, transitan por las páginas de la obra: que su presencia sea menor no significa que su contribución sea poco relevante. Dado el nutrido elenco de investigadores, el texto, que intenta seguir un esquema cronológico, realiza continuos saltos temporales y espaciales para ajustarse a los hitos que narra. A la vez que se detallan las peripecias vitales de aquellos científicos, se revelan los avances que se iban produciendo en el mundo de la física. Este es, pues, el eje sobre el que giran el resto de los acontecimientos.
El lector no debe temer que el libro lo integren una secuencia de formulaciones matemáticas o que las reflexiones científicas absorban toda la narración y dificulten su lectura. Tobias Hürter es capaz de hacer ameno y accesible lo que en apariencia resulta complejo y enrevesado. Para el relato, tan importante son los hallazgos como el personaje que los acomete. El interés de la obra reside en la habilidad del autor para combinar ambos aspectos del mundo de la física de principios del siglo XX. Los hombres que pusieron en duda incluso la concepción de la realidad eran extremadamente inteligentes y, a la vez, tenían sus propias peculiaridades y alguno de ellos resultaba bastante extravagante. Como eran pocos los que entendían qué estaba en juego, crearon sus propias redes de comunicación y debate, surgiendo “facciones” que sostenían una u otra posición. En este pequeño universo humano germinaron algunas de las ideas que han sostenido la física y cuyas preguntas (alguna todavía sin respuesta) permitieron la aparición de la bomba atómica, el viaje a la Luna o el diseño de ordenadores.
También destaca el contexto político en el que se mueven los personajes, presente en distintos pasajes. Aunque la física sea el objeto principal del análisis, los científicos que aparecen fueron hombres de su tiempo y muchos sufrieron las consecuencias de los cambios que entonces se produjeron. El libro abarca cincuenta años, a lo largo de los cuales el mundo de la física sufrió cambios, pero lo mismo ocurrió en todos los ámbitos de la vida. Muy poco tienen en común la sociedad de 1894 con la de 1946. Dos guerras mundiales, el ascenso del nazismo y la persecución a los judíos están muy presentes en este trabajo. Buena parte de los científicos que en él aparecen vivieron de primera mano los efectos de esas transformaciones sociales y políticas.
Concluimos con esta reflexión que realiza el autor al final de la obra: “Las historias reales no tienen fin. Los libros, en cambio, tienen que terminar en algún lugar. Los físicos que aparecen en este libro siguieron trabajando después de 1945, pero ninguno de ellos logró ningún avance comparable al de la mecánica cuántica o la teoría de la relatividad. Einstein buscaba una fórmula universal. Y Heisenberg también. No la encontraron. Pero las teorías que formularon hace cien años siguen vigentes hoy en día, están presentes en nuestros chips informáticos y en nuestro instrumental médico. Y, hasta hoy, las disputas que libraron en su momento sobre la interpretación de sus teorías no se han resuelto. En la actualidad, los físicos escépticos siguen planteando las mismas objeciones contra la mecánica cuántica que Einstein planteó en su día. Esa historia aún no ha terminado”.
Tobias Hürter (Múnich, 1972) estudió matemáticas y filosofía en Múnich y Berkeley y es doctor en matemáticas. Trabajó como editor en la MIT Technology Review y fue cofundador y director adjunto de la revista de divulgación científica Hohe Luft. En la actualidad colabora en Die Zeit Magazin Wissen. Es autor de Die verrückte Welt der Paralleluniversen (2009), Du bist, was Du schläfst (2011) y Der Tod ist ein Philosoph (2013).
*Publicado por Tusquets Editores, noviembre 2022. Traducción de Carles Andreu.