GRANDE - SIRUELA - INVENCION CUERPO

La invención del cuerpo. Arte y erotismo en el mundo clásico
Carmen Sanchéz

El tratamiento del cuerpo y de la sexualidad humana a través del arte y de la cultura ha ido variando con el tiempo en las sociedades humanas. En el caso de las occidentales, esa manifestación cultural y artística no puede ser hoy más diferente de lo que lo era en aquellas sociedades que suponen la cuna de nuestra cultura: las dos grandes sociedades de la Edad Antigua de Occidente, Grecia y Roma, origen mismo de nuestra civilización. En el libro que reseñamos, La invención del cuerpo. Arte y erotismo en el mundo clásico*, Carmen Sánchez (profesora de Arte Antiguo en la Universidad Autónoma de Madrid) nos acerca al modo en que la reproducción artística nos ha legado la visión que los griegos y romanos tenían sobre el erotismo.

El libro no es tanto una historia y descripción de la vida sexual en Grecia y Roma como una expresión del modo en que el imaginario colectivo de aquellas civilizaciones, a través del arte, presentaba la corporeidad y sexualidad humana, así como los distintos temas (y sus similitudes y diferencias) tratados en Grecia y Roma. Estamos, por lo tanto, ante un libro que combina dos elementos diferentes pero interrelacionados. En primer lugar, una recopilación, descripción e interpretación de varias obras de arte y de representación (un total de 66 imágenes) con motivos corporales de naturaleza erótica (unos más explícitos y otros más disimulados), a través de los cuales podemos hacernos una idea del modo característico de tratar estos temas por parte de los clásicos. En segundo lugar, una reconstrucción (siempre muy pegada al arte mostrado, pero no necesariamente reducible a él) de la mentalidad cultural y social compartida por griegos y romanos (no sin ciertas diferencias entre ellos, así como en el modo de plasmarlas en su arte) sobre la corporeidad y la sexualidad humana.

El libro se estructura en tres capítulos o grandes secciones cuyos títulos ya nos dan algunas indicaciones sobre su contenido. El primero de ellos recibe el título de «La invención del cuerpo», al segundo se le titula «Erotismo sobrenatural y mágico» y el tercero responde al nombre de «Ars erotica». Cada uno de estos capítulos, además, se divide en secciones menores, centradas en el tratamiento de un elemento más concreto o específico. A través de los tres títulos podemos intuir un poco del contenido, aunque existen algunos elementos específicos especialmente llamativos y sorprendentes del libro.

ESTATUA ROMANA MUJERLa primera parte de la obra se dedica a una reconstrucción del modo en que el arte griego y romano tratan el cuerpo humano. Concretamente presta especial atención al modo en que el desnudo es presentado por los griegos en sus manifestaciones artísticas. Es llamativo, por ejemplo, cómo el desnudo en la escultura griega arcaica es, fundamentalmente, un desnudo masculino. Incluso en contextos donde podemos encontrar simultáneamente esculturas que representan a hombres y a mujeres en esa época, es el cuerpo del hombre el que permanece desnudo mientras el de la mujer conserva sus vestiduras. No será hasta varios siglos después cuando el arte griego empiece a contemplar los desnudos femeninos, y no sin llamar la atención que su diseño corporal inicial esté muy vinculado al del cuerpo masculino, antes de empezar a reflejar propiamente las formas del cuerpo de la mujer. Resulta también llamativo cómo, mientras el desnudo del hombre es generalmente presentado con naturalidad, el de la mujer es obra del accidente, del descuido, de la indiscreción y la intimidad.

La segunda parte del libro nos presenta el imaginario erótico de griegos y romanos respecto de las divinidades y los seres sobrenaturales. Destacan, por supuesto, deidades como Afrodita, Eros, Pan, Adonis, Perséfone o incluso el particularísimo dios Dioniso, así como, entre las criaturas sobrenaturales, los sátiros o las ménades. También se dedica una sección a hablar de las continuas representaciones fálicas, que no tendrían un carácter puramente, ni siquiera esencialmente, erótico sino de naturaleza religiosa o supersticiosa como remedio frente al «mal de ojo».

Es, sin embargo, en la tercera parte en la que encontramos propiamente las representaciones más explícitas del acto sexual, tanto de naturaleza heterosexual como homoerótica, destacando curiosamente (o quizás no tanto) esta última. En esta tercera parte podemos comprobar de manera mucho más clara cómo no solamente el arte y la representación sino también la cultura sexual del mundo clásico resultaba muy diferente a la de las sociedades occidentales.

Las líneas que preceden pueden servir, de forma muy esquemática y resumida, como introducción general al libro de la profesora Carmen Sánchez. No obstante existen algunos elementos que me han parecido especialmente curiosos, llamativos o desconocidos cuando he leído el libro y me gustaría destacar, con algo más de detalle, algunos de ellos.

ESTATUAS BRONCE GRIEGASEl primero y fundamental es la absoluta asimetría existente entre el papel del hombre y el de la mujer en el arte erótico, y muy especialmente en el caso de los griegos. La asimetría se ve incluso con relación al papel atribuido a las relaciones entre los humanos y los dioses. Mientras que no son infrecuentes las relaciones entre los dioses y las mujeres humanas, que incluso gozan de grandes ventajas al convertirse en amantes de un dios como Zeus o Apolo, por ejemplo, no guarda similar destino la relación entre los hombres y las diosas del Olimpo, completamente inaccesibles y que solamente con sus caprichos consiguen arrastrar al hombre a la locura o al destino trágico. Las mujeres, además, carecen en muchas ocasiones de auténtica individualidad, casi siempre son géneros o tipos de caracteres, mientras que la exclusividad de la personalidad individual queda reservada para ellos. Esto se refleja también muy bien en las dos vertientes de la sexualidad para los griegos: una de naturaleza reproductiva, doméstica, reservada al matrimonio; otra de naturaleza social y vinculada esencialmente al placer y del que forman parte sobre todo muchachos y prostitutas (hetairas). El griego concibe a la mujer como un sujeto extraño y hasta peligroso, una alteridad incómoda, y en las representaciones artísticas siempre tiene un papel completamente pasivo, sumiso y distante respecto del varón. Es importante, ciertamente, el contraste con la representación romana del papel sexual de la mujer, en la que aparecen escenas con figuras, poses y gestos que denotan una mayor reciprocidad entre los amantes, prueba de una mayor consideración del papel sexual y familiar de la mujer, por lo menos hasta cierto punto (aunque bastante ajeno a la concepción actual de los sexos en las sociedades occidentales).

Otro elemento que, sin duda, choca a los occidentales actuales es la proliferación de escenas en que se representan fenómenos de naturaleza homoerótica. También aquí es perceptible una clara asimetría: mientras que, con excepción de los poemas de Safo y poco más, apenas hay mención a la homosexualidad femenina (y, por supuesto, no existen representaciones gráficas de ella en toda la historia griega y romana), no son nada extrañas las representaciones de encuentros homosexuales entre varones. Dicha conducta es casi generalizada, hasta el punto de que en Grecia (y en mucha menor medida en Roma) podemos hablar de una práctica totalidad de conductas de naturaleza bisexual entre los hombres. La autora señala que esta asimetría entre la frecuente reproducción de encuentros entre hombres y su absoluta falta entre mujeres no se debe tanto a un tabú sobre el fenómeno como a un hecho que podríamos llamar «efecto público»: todas estas representaciones van orientadas hacia los hombres, y especialmente en Grecia éstos consideraban a las mujeres como algo tan ajeno a sí mismos que las escenas de naturaleza lésbica estarían completamente ausentes del arte simplemente porque deberían parecerles insulsas, aburridas y sin nada interesante que aportar. Desde luego, todo un contraste con la representación en la pornografía contemporánea.

Pero quizás más chocante y llamativa que esa total asimetría nos puede resultar a los occidentales de hoy la naturaleza concreta de esa homosexualidad representada. No se trata solamente de la homosexualidad en sí, sino del tipo de prácticas que en Grecia y Roma (sobre todo en Grecia) se desarrollan al respecto: la práctica de la pederastia. Hasta el punto de que la autora nos cuenta un detalle muy interesante: la práctica homoerótica está bien considerada entre los griegos siempre que se practique con un adolescente como sujeto pasivo de la relación, no con un hombre bien formado y adulto. Esto, sin duda, es lo que más contrasta con nuestra concepción actual del mundo, cada vez más preocupada por los riesgos que afectan al posible desarrollo físico y mental de los menores. Sin embargo, en Grecia, estaba bien visto que un adulto practicase el acto sexual con un pequeño chico de entre 12 y 18 años, no así con alguien mayor de esa edad. Para ser exactos, la mal vista y objeto de burlas era la parte pasiva de dicha relación entre adultos, pues se entendía que renunciaba a su naturaleza masculina para «feminizarse». La práctica de la pederastia (especialmente frecuente en representaciones iniciales de escenas de caza y, después, en los ejercicios de la «palestra») tendría su origen en un rito iniciático de tránsito a la edad adulta por el que deberían pasar todos los niños, y de ahí llegaría a formar parte de las costumbres aceptadas en la polis, según nos cuenta la autora.

DIOS BACO VELAZQUEZRespecto de la práctica de la homosexualidad masculina existe un curioso contraste entre la sociedad griega y la romana que me parece interesante señalar, para lo cual será lo mejor citar textualmente las propias palabras de la autora:

«Pero, a pesar de la misma preferencia pederástica, la homosexualidad masculina griega y romana tenía un carácter muy distinto, lo que indica orígenes diferentes e independientes para la misma práctica, por mucho que a algunos romanos biempensantes les pareciera que el sexo entre varones era una costumbre “nacida en los gimnasios griegos”.

La gran diferencia estriba en que para un romano no era lícita la relación con otro romano de cualquier edad. “La pasividad sexual para un hombre libre es un crimen, para un esclavo una necesidad, para un liberto un deber”. La relación homosexual ha de ser la de un hombre libre con un esclavo. […] El sexo, y no precisamente el intercrural, era un servicio que debía un esclavo a su amo. ¡Qué diferente de la experiencia pedagógica de los amantes griegos! Para un griego no tenía sentido amar a un esclavo, y para un romano era una ofensa someter a otro romano, aunque fuera un niño.»

En la representación de este tipo de escenas vemos cómo se invierte por completo su naturaleza con respecto a los encuentros heterosexuales: mientras en las escenas griegas existe cierta reciprocidad y hasta «igualdad» entre los amantes, en el caso romano tenemos al señor romano ejerciendo el abuso sobre el pasivo esclavo.

En definitiva, un libro interesante que nos acerca, con unos ojos diferentes, a una cultura de la que provenimos y de la que, sin embargo, permanecemos tan distantes en tantas cosas, incluida la vida erótica. Su lectura nos aproxima a todo un mundo de contrastes respecto a los planteamientos de nuestras sociedades actuales. Fueron otros tiempos y otras circunstancias y viene bien conocerlos. Qué mejor modo que a través de las formas con las que el arte de esas grandes civilizaciones optó por transmitirlos hacia las generaciones de cientos y miles de años en el futuro.

Carmen Sánchez (Madrid, 1958) es profesora de Arte Antiguo en la Universidad Autónoma de Madrid. Ha dirigido proyectos de investigación y publicado numerosos artículos sobre cerámica e iconografía griega. Entre sus obras destacan Una nueva mirada al arte de la Grecia antigua (2006) o Greek Pottery from the Iberian Peninsula. Archaic and Classical Periods (2001).

*Publicado por la editorial Siruela, enero 2015.

Andrés Casas