Rubens y Monteverdi en Mantua
Hans Ost

La historia, en general, y la historia del arte, en particular, tienen una deuda impagable con la península itálica. En todas las épocas, pero singularmente a partir del Quattrocento, Italia ha sido el gran centro impulsor de la cultura europea, el laboratorio desde el que se han proyectado las nuevas tendencias, las nuevas ideas y las nuevas representaciones artísticas.

Conocer las manifestaciones artísticas italianas era, desde el Renacimiento, una asignatura obligada de todo aspirante a la pintura o a la arquitectura. Y ese viaje iniciático (que, bajo la denominación de Grand Tour, después formaría parte de la educación de los jóvenes ingleses acaudalados) pasaba no solo por Roma, Florencia, Venecia o Nápoles, sino también por otras pequeñas ciudades que contenían tesoros artísticos inigualables.

Unas de esas ciudades era Mantua. Si ya había conocido el esplendor del Renacimiento, a finales del siglo XVI y comienzos del XVII vivió un nuevo momento de apogeo, auspiciado por la familia ducal de los Gonzaga. Allí coincidieron los dos personajes que dan título a la obra objeto de esta reseña.

En mayo de 1600, Peter Paul Rubens sale de Amberes para realizar su gran viaje a Italia. En junio está en Venecia, donde se encuentra con Vicente I Gonzaga, el duque de Mantua. Este lo contrata bajo el título de pintore fiammingo y, probablemente ya en junio, Rubens ocupa su puesto en Mantua”.

Con estas palabras se inicia el libro de Hans Ost Rubens y Monteverdi en Mantua. Sobre “El consejo de los dioses” del Castillo de Praga,* presentándonos la llegada del aún joven artista flamenco (Rubens había nacido en 1577) a Italia, país en el que permanecería desde 1600 a 1608. La obra de Ost se centra en el Rubens de la Corte de los Gonzaga, a cuyo servicio estaba también el compositor italiano Claudio Monteverdi. Previamente, durante su estancia en Venecia, el pintor flamenco se había empapado ya de la estética y del colorido de Tiziano. Este, a su vez, había recibido el influjo de Giulio Romano, cuyos frescos en Mantua, “expresivos de una plenitud desbordante y la presencia sensual de cuerpos en movimiento” causarían una honda impresión sobre Rubens.

El otro gran protagonista del libro es Claudio Monteverdi, quien dio un giro radical a la música de su tiempo, rompiendo los cánones de la polifonía hasta entones imperante. También en su caso la representación de las pasiones mediante la música alcanza unos niveles hasta entonces desconocidos. La polémica (reflejada en el libro) sobre ese nuevo modo de componer se saldaría con la victoria de Monteverdi, precursor de todo el desarrollo operístico que vendría después.

El trabajo de Osts (casi se podría denominar miniatura, dada su extensión) es, en realidad, una pequeña monografía sobre el cuadro “El consejo de los dioses”, que Rubens pintó en Mantua y que, tras muchas vicisitudes, se encuentra hoy en el Castillo de Praga, como parte de la antigua colección imperial de los Habsburgo. El lienzo describe la sempiterna disputa entre Juno, la diosa protectora del matrimonio y preservadora del orden moral, y Afrodita, la diosa del amor sin cadenas. Osts lo analiza desde varios ángulos: su contenido, su función, su historia y su significación en la trayectoria pictórica de Rubens.

Lo que hace extraordinariamente atractivo el trabajo de Ost es el modo en que combina el examen de todos esos enfoques. Su investigación le lleva a proponer una tesis hasta ahora inédita: frente al resto de historiadores especializados en el pintor flamenco, nuestro autor se decanta por atribuir al lienzo el carácter de un telón teatral, al modo de los que eran comunes en el siglo XVII con representaciones de escenas mitológicas. Se trata, a su juicio, del único telón teatral que nos ha llegado, pues, precisamente por su uso, al cabo de los años se deterioraban y devenían inservibles. Para Ost, “únicamente la circunstancia de que el telón procedía del gran Rubens, y de que satisfacía la exigencia de calidad y la dignidad del cuadro de galería, llevó a ese cambo de función en virtud del cual la pintura pudo sobrevivir siglos en la galería del castillo de Praga”.

La primitiva función instrumental del cuadro, al servicio de las frecuentes representaciones teatrales en la Corte de los Gonzaga, donde convivían el Teatro ducal y el Teatro nuevo, es uno de los puntos de conexión de Rubens con Monteverdi. Este (diez años mayor que Rubens) componía por entonces su Orfeo y había logrado implantar en Mantua “un espíritu teatral, operístico y musical de alcance e impulso inimaginables hasta entonces”. Las representaciones teatrales y musicales de corte (Ost se refiere, entre otras, a Il ballo delle ingrate, que Monteverdi presentó en 1608 con motivo de la boda del príncipe heredero Francisco IV Gonzaga con Margarita de Saboya) necesitaban un pintor teatral.

Para Monteverdi, la nueva música, que superaba la antigua polifonía, debía incluir descripciones de actos emocionalmente cargados, y este mismo criterio se aplicaba en Mantua no solo a la ópera, sino al resto de las artes, ya fueran literarias o pictóricas. Acostumbrado a la seriedad de Amberes, el descubrimiento de un mundo de los sentidos trasladable a los lienzos sería para Rubens el inicio de un modo diferente de concebir su pintura, que ya nunca abandonaría. En palabras de Ost, “formado en el círculo humanista de Amberes […] Rubens no rebasó la convencional frontera del decoro en la representación de las pasiones hasta su traslado a Italia”.

Los aficionados a conocer la historia de los cuadros más famosos tienen en este libro un buen ejemplo. La investigación de Osts le conduce, a modo de relato policíaco, a descartar que El consejo de los dioses se encontrase en Mantua después de 1627. Su hipótesis es que pasó a formar parte de la espléndida colección del archiduque Leopoldo Guillermo de Habsburgo, que la reunió en Bruselas en los años 1647 a 1656 como gobernador de los Países Bajos españoles al servicio de Felipe IV. Su llegada a Praga debió producirse alrededor de 1663, pues figura en un inventario de esa fecha, después reflejado en el de 1685 donde se lo designa como Incognito original. Consejo de los dioses. No se identificó como obra de Rubens, sin embargo, hasta muchos años después.

En el último capítulo del libro, Osts resume de este modo su tesis sobre la interacción entre Monteverdi y Rubens: “La disputa representada con pasión y gestos vehementes en El consejo de los dioses se corresponde con las exigencias de la nueva arte expresiva llevada a cabo y matizada por Monteverdi en L’Orfeo. Favola in Musica. Los medios del nuevo teatro musical para representar las pasiones y dinamizar la acción debían hallar su correspondencia en una pintura que iba a ser instituida justamente en ese teatro”.

El libro de Osts es de fácil lectura, tanto por su tamaño como por su contenido. Acompañado de las ilustraciones necesarias para entender mejor las afirmaciones del autor sobre la iconografía de Rubens, incorpora asimismo una relación bibliográfica que permitirá profundizar en sus conocimientos sobre el pintor flamenco a quienes estén especialmente interesados en su producción pictórica y en su trayectoria vital. El resto disfrutará de la lectura de una obra en la que se combinan con destreza el análisis de un cuadro singular de Rubens a la luz de la música de Monteverdi y la descripción de la vida artística europea, centrada en Italia, en los comienzos del siglo XVII.

Hans Ost (1937) estudió historia del arte, arqueología, filosofía y literatura en Múnich. Catedrático de historia del arte en las Universidades de Tubinga y Colonia, se especializó en la pintura italiana y flamenca de la Edad moderna. Entre sus obras se hallan varios estudios sobre Tiziano, Leonardo da Vinci y Rubens.

*Publicado por Acantilado, abril 2019. Traducción de Eduardo Gil Bera.