Existe un consenso más o menos generalizado a la hora de considerar los sucesos que tuvieron lugar entre septiembre de 1793 y el verano de 1794 como el período más sombrío de la Revolución Francesa. Es el período comúnmente conocido como el Terror. Durante ese corto espacio de tiempo el miedo se instaló en París, el debate político se enrareció y las ejecuciones sumarias se multiplicaron. Al frente del gobierno se hallaban los jacobinos que ocuparon los puestos clave del Comité de Salvación Pública, órgano que hacía las funciones de ejecutivo y cuya autoridad acabó por imponerse a la propia Convención. A la cabeza del Comité se encontraba Maximilien Robespierre a quien muchos consideran el principal responsable del estado de pánico que se adueñó de la Revolución y de la cruel represión desencadenada durante aquellos meses.
Ahora bien ¿hasta qué punto fue consciente Robespierre de las matanzas indiscriminadas cometidas mientras estaba en el gobierno? ¿Fue realmente un hombre cruel y tiránico o, tras su muerte, fue utilizado como chivo expiatorio de los excesos padecidos durante el Terror? ¿Se le puede considerar, como muchos han hecho, el primer dictador moderno? Junto a estas preguntas subsisten otros interrogantes, ya de orden personal, sobre uno de los personajes más controvertidos de la Revolución Francesa. Por ejemplo, ¿cómo pudo un simple abogado de provincias convertirse con apenas treinta y cinco años en el hombre más poderoso y temido de Francia? ¿Hasta qué punto su educación e infancia condicionaron sus planteamientos políticos? ¿Cuál era realmente la personalidad de un hombre al que unos consideraban un salvador y otros no dudaban en calificar como monstruo?
A estas preguntas y a otras muchas trata de dar respuesta el profesor australiano Peter McPhee en su obra Robespierre. Una vida revolucionaria*. A pesar de que la figura del político jacobino ha sido ampliamente estudiada por la historiografía contemporánea, el autor intenta alejarse de las ideas preconcebidas y busca comprender la personalidad y el comportamiento del biografiado sin prejuicios. Con este fin acude a los documentos privados que se han conservado de Robespierre (tarea no fácil pues disponemos tan solo de unas pocas cartas y de algún que otro poema); a los testimonios de quienes lo conocieron, generalmente distorsionados y muy polarizados en función de la relación que mantuvieron con el biografiado; y, por supuesto, a los documentos públicos (intervenciones, discursos, artículos de periódico) en los que Robespierre expuso su ideología. Con todo, McPhee no logra desentrañar (¿qué biografía lo hace?) algunos de los interrogantes que envuelven a la figura del temido líder jacobino, manteniéndose su aura de misterio, temor y reverencia.
Peter McPhee describe a un Robespierre determinado, ambicioso, un tanto maniático en sus costumbres, especialmente a la hora de vestir y de la higiene; trabajador hasta la extenuación; no muy agraciado pero no exento de atractivo (siempre tuvo numerosas seguidoras, aunque nunca contrajo matrimonio); sin ser un gran orador, pues a veces se ponía excesivamente nervioso, sabía cautivar a sus oyentes; fiel seguidor de Rousseau; poco interesado en las ganancias materiales (se le denominó el “Incorruptible”); gran aficionado a la cultura clásica, hasta el punto de que sus referencias a Roma eran una constante en sus escritos; y, por muy desconcertante que parezca, poco amigo de la violencia. Sin embargo, a medida que avanza la Revolución y la República se ve amenazada, aparece un Robespierre más paranoico que imagina conspiraciones por doquier (“nadie estaba a salvo ahora que Robespierre era manifiestamente incapaz de diferenciar entre discrepancia y traición”), agotado física y mentalmente, temeroso por su vida tras sufrir un atentado, infeliz, abandonado por sus amigos y alejado de la realidad.
Quizás el planteamiento o enfoque más novedoso de la obra de Peter McPhee es la importancia que concede a la infancia y juventud de Robespierre. Como el propio autor explica, “La vida de Robespierre no se puede reducir a los años de la Revolución francesa […]. Por consiguiente, esta es una biografía que pretender serlo tanto de los años de ‘formación’ de Maximilien Robespierre como de su trayectoria revolucionaria. ¿Quién era aquel hombre que llegó a Versalles tan solo unos cuantos días antes de su trigésimo cumpleaños?”. La mayoría de las obras que abordan la figura del líder jacobino se centran en los cinco últimos años de su vida, es decir, en su trayectoria pública, y omiten o recorren a vuelapluma los treinta años anteriores. El profesor australiano, por el contrario, se aparta de esta práctica e indaga en los años de formación de Robespierre. Citando nuevamente a McPhee, “Sus reacciones ante el desarrollo del drama, sus logros y el horror de los años 1789 a 1794 no fueron las de un ingenuo: incorporó a su participación a la Revolución los valores y creencias que había forjado durante tres décadas de vida familiar, escolarización y trabajo”.
El resultado de esta investigación es revelador. Robespierre no tuvo una infancia especialmente dura, marcada por las penalidades o las privaciones, rasgos que podrían justificar los planteamientos radicales que adoptó durante la Revolución. Lo cierto es que sus primeros treinta años de vida se caracterizaron por la normalidad y en nada difieren de las experiencias de miles de abogados de provincias que había en Francia. Fue criado junto con sus hermanos por familiares tras la muerte de su madre (cuando tenía seis años) y el abandono de su padre. Ya desde pequeño mostró signos de una gran inteligencia y le fue concedida una beca para estudiar en el liceo Louis-le-Grand (una escuela secundaria de elite situada en el Barrio Latino de París). Tras acabar los estudios regresó a su ciudad natal, Arrás, y empezó su carrera como jurista. Los primeros años fueron complicados pues carecía de los contactos y medios para conseguir una clientela estable, pero poco a poco fue haciéndose un nombre y ganando prestigio –fue admitido en la Real Academia de Arrás y ganó varios premios por sus ensayos–.
Peter McPhee nos muestra cómo comienza a configurarse durante esta etapa inicial el pensamiento político de Robespierre. A través del estudio de artículos, discursos o intervenciones ante los tribunales, el profesor australiano dibuja los rasgos que marcarán al futuro líder jacobino: ataque a los privilegios y a la desigualdad social, defensa de los pobres y desfavorecidos, fe ciega en la virtud como piedra angular de la sociedad y crítica de los “códigos de honor” de la monarquía y de la aristocracia. Así lo describe McPhee: “La mezcla de la educación recibida, el éxito juvenil en París, su confianza en sus capacidades y la compañía de una hermana fiel e inteligente había insuflado en Maximilien Robespierre una resiliencia y una ambición aceradas”.
Este era el hombre que se encaminó a Versalles en la primavera de 1789 como diputado del Tercer Estado en representación de Artois. Una vez en París comenzó su verdadera carrera política. Peter McPhee relata con maestría el proceso que encumbró a un joven abogado del este de Francia, sin apenas experiencia, hasta convertirlo en uno de los personajes más controvertidos de la historia reciente. Durante los Estados Generales y, principalmente, una vez constituida la Asamblea Constituyente, Robespierre empezó a despuntar como uno de los diputados más extremistas. Al principio sus tesis, minoritarias y que apenas recibían atención, tan sólo tuvieron una buena acogida en el convento dominico de Saint Jacques (sede de los jacobinos) y entre los sans-culottes. Sin embargo, el desarrollo de los acontecimientos (tentativa de huida de Luis XVI, disolución de la Asamblea Constituyente, levantamiento de la Vendée y guerra contra las monarquías europeas) auparon a Robespierre al primer plano de la política. Su entrada en el Comité de Salvación Pública marcó el cenit de su poder, posición que sólo logrará conservar un año, hasta que la Reacción de Termidor logra detenerlo y guillotinarlo.
Advertimos a quienes, junto a la biografía de Robespierre, busquen a su vez una historia de la Revolución francesa, que acabarán un tanto desengañados. Al estudiar al líder jacobino, obviamente, se hace referencia a los sucesos que sacudieron a Francia durante este período –cómo no hacerlo si Robespierre fue protagonista principal de muchos de ellos– pero narrarlos no es el objetivo de Peter McPhee, quien prefiere centrarse en vida del biografiado y dejar en un discreto segundo plano a la Revolución.
El interés del historiador australiano se ciñe constantemente a descifrar las razones que llevaron a Robespierre a optar por una u otra decisión en los momentos más determinantes de su vida. No llega al punto de psicoanalizarle, como ha intentado algún que otro historiador, pero sí pone mucho énfasis en comprender la motivación política que hay detrás de sus acciones. Sobresale el estudio que McPhee realiza de la “ideología” del líder jacobino, muy presente en toda la obra, con la que nos ayuda a descubrir un personaje mucho más coherente en sus ideas y menos radical (aunque lo fuera) de lo que se le suele dibujar. El resultado no es tanto emitir un veredicto sobre la responsabilidad de Robespierre durante el Terror, o determinar si fue un villano o una persona recta, cuanto conocer al hombre que se esconde detrás de la leyenda.
Peter McPhee fue el primer rector de la Universidad de Melbourne (Australia), donde sigue ejerciendo de profesor. Ha publicado numerosos libros sobre la historia de Francia, entre ellos La Revolución francesa, 1789-1799 (2006).
*Publicado por la editorial Península, febrero 2015.