El pasado de España cuenta con ciertas peculiaridades que lo distinguen del de sus vecinos europeos (aun cuando tampoco se deba exagerar su carácter original). Ocupado durante siglos por los musulmanes y convertido, poco después, en Imperio mundial, pasó de la gloria al ocaso en apenas una centuria. La decadencia de una dinastía y de un pueblo exhausto permitieron que aquel imperio fuera troceado, al antojo del resto de potencias.
La construcción nacional fue difícil y fragmentada, sin la fuerza unificadora y la homogeneidad con las que contaron Francia o Inglaterra. Además, no obstante disponer de las riquezas del Nuevo Mundo, España siempre fue una nación pobre. Más propensa a encumbrar a soldados que a pensadores, sorprendentemente nunca ejecutó a un monarca, a pesar de haber depuesto a varios de ellos, algunos por la fuerza. Este último dato no es baladí, pues que un pueblo dé muerte al soberano, sobre quien recae la legitimidad del sistema político, es un acto de trascendental relevancia, que suele marcar un hiato en la historia de cada nación.
Sobre estas bases, podemos preguntarnos ¿se ha producido alguna vez, en la historia reciente de España, una revolución? De haberla, no tuvo, sin duda, la repercusión de la francesa o de la rusa, pero, aun así, cabe interrogarse si, a menor escala, ha podido ocurrir. José Miguel Ortí Bordás dedicó su obra Revoluciones imaginarias. Los cambios políticos en la España contemporánea* (publicada hará treinta años y ahora recuperada por Ediciones Encuentro) a indagar sobre esta cuestión.
Como él mismo señala en la introducción, el libro se apoya en las enseñanzas de Ortega y Gasset y adopta como método “el de exponer y analizar cinco cambios políticos concretos, de notoria importancia y acaecidos todos ellos en España durante la época contemporánea, incidiendo en el por qué y en el cómo de los mismos y poniendo de relieve las principales notas comunes que los acompañan”.
Estos cinco episodios, bien conocidos por un lector mínimamente interesado, son: el destronamiento de Isabel II en 1868, también conocido como la Revolución Gloriosa; la proclamación de la Primera República en 1873; el golpe que puso fin al experimento republicano y posibilitó la Restauración en 1874; la Segunda República; y, por último, la transición iniciada en 1976 que culminará con la actual Constitución. Son sucesos largamente estudiados por la historiografía española y Ortí Bordás no se detiene mucho en explicar su desarrollo histórico y cómo se produjeron. Su atención se centra en aquellas facetas singulares de cada hecho que den respuesta al objeto de estudio, es decir, en si pueden ser considerados como verdaderos movimientos revolucionarios. Ya adelantamos que les niega tal condición y lo hace con argumentos bastante consecuentes.
Con buen criterio, lo primero que hace José Miguel Ortí es definir qué se entiende por revolución. Utilizando sus palabras, “La revolución es el cambio político radical y, por radical, claramente distinto al cambio político de tipo progresivo. […] Los revolucionarios persiguen realizar grandes y profundas mutaciones ‘en las relaciones políticas, en el ordenamiento jurídico-constitucional y en la esfera socio-económica’. En otras palabras, tienen como meta la íntegra y sustancial alteración del orden vigente […] Los activistas de la revolución trabajan para sustituir el modelo de sociedad […] En fin, la revolución cambia la realidad política de modo violento y completo. En rigor, es un vuelco, un espasmo, una verdadera convulsión”. Aclarado este punto, el autor, siguiendo la estela de Ortega y Gasset, no solo rechaza que se hayan dado revoluciones en nuestro país, sino que niega al pueblo español una “capacidad revolucionaria” debido, principalmente, a su falta de inquietud.
La ausencia de movimientos revolucionarios es explicada como una consecuencia del carácter “tardígrado” de los españoles. Seríamos (o somos) un pueblo que no reacciona con prontitud, o no reacciona en absoluto, antes las incitaciones de que es objeto. En otras palabras, que carece de capacidad de movilización. Destaca Ortí Bordas que el conjunto de la sociedad ha ocupado un papel menor, y normalmente muy conformista, en los cambios producidos durante los dos últimos siglos en nuestro país. Por lo general, han sido algunos pocos colectivos (el ejército y la clase dirigente) los que han tutelado las transiciones políticas, mediante reformas acometidas desde arriba con poca participación del resto del pueblo. A lo que se ha de añadir la nula capacidad de previsión de unas élites que, en varias ocasiones (así, en 1868 o en el advenimiento de la Segunda República), no supieron cómo lidiar con situaciones menores, que les acabaron desbordando. Para el autor, “Cuando aquí se cambia es porque no hay más remedio, recurso, solución o salida posible”.
Se podrá estar de acuerdo o no con las tesis de José Miguel Ortí, pero es difícil negar la coherencia de su razonamiento. El análisis histórico y político de los cinco episodios antes citados (y algún otro más) le permite afirmar que somos un pueblo obediente al Poder, cuya actitud de rebeldía suele ser esporádica y poco consistente. Este rasgo ha derivado, a veces, en la abulia o en la pasividad política, hasta el punto de que la sociedad española se ha desentendido de la visión de Estado para centrarse en cuestiones menores. Desde esta perspectiva, la obra no se concibe como una crítica, sino como la descripción de una particularidad de nuestro carácter. Si las revoluciones son buenas o malas, es algo que se deja al criterio del lector.
El libro concluye con un “epílogo para postmodernos” que contiene reflexiones sobre los años de democracia en España, la modernización del país y la actual situación política y social. Concluye el autor afirmando que “tenemos un pasado envidiable y envidiado, estamos integrados en Europa, vivimos en una posdemocracia al uso, somos una notable potencia económica, formamos parte de una sociedad abierta y nuestro patrimonio cultural apabulla y conmueve ¿Qué es, entonces, lo que nos ocurre? La respuesta está en el futuro. No confiamos en él. Y no confiamos porque lo desconocemos. Y lo desconocemos porque somos incapaces de representárnoslo. Desde la Transición hemos venido siendo un proyecto de convivencia, pero desde prácticamente el principio del presente siglo hemos vuelto a ser una realidad polémica, cuestionada, problematizada y hasta conflictiva. Una realidad que, si bien se advierte, asemeja ser cada vez más un producto posmoderno de la antipolítica”.
José Miguel Ortí Bordás es abogado y ha tenido una dilatada vida política. Colaborador de Torcuato Fernández Miranda, durante la Transición ocupó la Subsecretaría del Ministerio de la Gobernación, desde la que presidió la comisión encargada de organizar el referéndum que aprobó la Ley para la Reforma Política. Desplegó también una intensa labor en la Comisión de Competencia Legislativa de las Cortes. En 1977 fue elegido Diputado al Congreso, lo que le permitió formar parte de la Legislatura Constituyente. Ha sido portavoz del Grupo Parlamentario Popular y Vicepresidente del Senado. Es autor de Con la misma esperanza, La Transición desde dentro, Oligarquía y sumisión (2013) y Desafección, posdemocracia, antipolítica (2015).
*Publicado por Ediciones Encuentro, diciembre 2017.