Bajo el pretexto de invadir Portugal se firmaba el 17 de octubre de 1807 el Tratado de Fontainebleau, en cuya virtud se permitía el paso y la ocupación parcial de parte de la península ibérica por las tropas francesas. Este fue el primer paso de la estrategia de Napoleón para convertir a España en un país satélite. El pueblo cada vez más alarmado y las luchas internas en el seno de la nobleza dieron como resultado el motín de Aranjuez en marzo de 1808. Carlos IV abdicaba en su hijo Fernando VII (aunque días más tarde se retractaría), momento a partir del cual los acontecimientos se sucedieron a un ritmo vertiginoso. El levantamiento del 2 de mayo en Madrid, la represión dirigida por Murat y las abdicaciones de Bayona, que concluirán con la proclamación de José Bonaparte como monarca español, marcan el punto de partida de la Guerra de Independencia.
La incapacidad de las instituciones tradicionales (la Junta Suprema de Gobierno o el Consejo de Castilla, entre otras) para canalizar el descontento y organizar la resistencia frente al invasor hizo que se multiplicaran las sublevaciones populares en distintas ciudades organizadas a través de Juntas Supremas Provinciales. Oviedo, Santander, La Coruña, Cádiz o Sevilla fueron las primeras en reaccionar, hasta alcanzar la cifra de trece, junto con dos Capitanes Generales. La sorprendente victoria de Bailén obligó al ejército francés a retirarse al norte del Ebro, primera derrota de envergadura que sufría la Grande Armée, lo que insufló los ánimos de los españoles. Dado el carácter local de las Juntas se impulsó la creación de un órgano nacional que pusiese orden. El 25 de septiembre de 1808 se creaba en Aranjuez la Junta Suprema Central Gubernativa del Reino presidida por el conde de Floridablanca y compuesta por treinta y cinco miembros.
La Junta Central sólo duró dos años. Desde los primeros días de su constitución estuvo sometida a una gran presión pues, por un lado, tenía que hacer frente, con un ejército semi-
El resultado fue desastroso y, tras su disolución, los miembros de la Junta Central fueron encausados y acusados de varios delitos. Manuel Moreno Alonso aborda en su obra Proceso en Cádiz a la Junta Central (1810-
El nuevo avance francés, reorganizado tras la derrota de Bailén, hizo que los componentes de la Junta abandonasen Madrid en noviembre de 1808 con dirección a Sevilla. Unos meses más tarde, la derrota de Ocaña abría las puertas de Andalucía a los ejércitos de Napoleón y obligaba a los «centrales» a trasladarse nuevamente, esta vez a Cádiz, en enero de 1810. Llegados a este punto, el desprestigio de la Junta, atacada por todos los frentes, era más que evidente y acabó por disolverse el 30 de enero. Cedía el poder a un Consejo de Regencia y, finalmente, se produjo la convocatoria de las Cortes. Todos estos acontecimientos son tratados en la obra en los capítulos el «Hundimiento de la Junta Central» y «La salvación de la Nación«.
Manuel Moreno, sin embargo, no centra su atención únicamente en los hechos y dirige su interés a las acusaciones e intrigas que rodearon las actuaciones de la Junta durante los meses que permaneció en Sevilla. Personalidades como Francisco Palafox, el conde de Montijo o el marqués de La Romana llevaron a cabo una incasable labor de propaganda desfavorable para la Junta Central y pusieron al pueblo en contra de ella. Las Juntas Provinciales, privadas de su poder original, y el Consejo de Castilla, temeroso de algunas de las propuestas que estaban discutiendo, también instigaron contra los centrales. Por último, los ingleses, quienes preferían tratar con una Regencia antes que con la Central, intentaron igualmente menoscabar su autoridad (con la retirada de sus ejércitos de Extremadura, por ejemplo).
La circulación de bulos y acusaciones caló en una población atemorizada ante el imparable avance francés. Manuel Moreno intenta demostrar cómo las medidas adoptadas por la Junta Central fueron razonables y coherentes en un período muy turbulento y poco pudieron hacer frente al inexorable devenir de los acontecimientos. Incluso la marcha de Sevilla a Cádiz, considerada como el golpe de gracia a su autoridad, fue una decisión tomada en aras de la defensa de la nación.
El tercer capítulo del libro, denominado «Enemigos de la patria«, analiza la llegada de los «centrales» a Cádiz y la reacción popular ante este hecho. Según nos cuenta Manuel Moreno, las difamaciones vertidas contra la Junta habían llegado a Cádiz antes que sus propios componentes, por lo que el recibimiento de los gaditanos fue muy hostil. Considerados sus miembros como traidores, el trato que se les dio fue acorde a tal condición. Muchos de ellos intentaron trasladarse a Canarias, a Ceuta o a sus ciudades de origen, pero la Junta Provincial de Cádiz dificultó sus desplazamientos y les prohibió, en especial, embarcarse para América.
Poco a poco se fueron concretando las acusaciones en contra de los integrantes de la Junta Central. Como recoge Manuel Moreno «la simple exposición de los delitos que se le achacaba bastaba para probar su falsedad, tanto si se tenía en cuenta su naturaleza como el número y carácter de las personas a quienes se imputaban. Se desprendía tal grado de inverosimilitud y de imposibilidad de todo ello, que la acusación rayaba lo absurdo«. A pesar de lo cual, y como sucede en tiempos de inestabilidad, varios de sus miembros, como el conde de Tilly o Lorenzo Calvo de Rozas, fueron arrestados o se llevaron a cabo investigaciones para determinar si las denuncias de malversación de caudales públicos eran ciertas. Manuel Moreno enuncia (y examina) las acusaciones que se lanzaron contra los «centrales»: usurpación de la autoridad soberana, usurpación de la autoridad de la Central sobre las Juntas Provinciales, la ya citada malversación de los fondos públicos o la infidelidad a la patria. Hace, además, una breve descripción biográfica de los miembros que constituyeron las Junta Central.
Los últimos tres capítulos («El proceso en las Cortes«, «La Defensa» y «Las palabras y los hechos») abordan el inicio del proceso contra los «centrales» y las actuaciones que éstos llevaron a cabo para defender su inocencia y justificar las medidas que habían adoptado. El autor, tras describir la incoación del procedimiento judicial, destaca la voluntad de los encausados de intervenir ante las Cortes para que fuesen oídos sus argumentos, lo que llevaron a cabo mediante un Manifiesto en el que expusieron ante los diputados sus alegatos y rebatieron las acusaciones vertidas contra ellos. Jovellanos, Antonio Valdés o Calvo de Rozas también publicaron o, al menos redactaron, escritos en su defensa. El capítulo «Las palabras y los hechos» está dedicado exclusivamente, punto por punto, a reafirmar la buena voluntad de la Junta Central durante su mandato.
La conclusión del libro es sin duda favorable al cometido de la Junta Central, en medio de las dificultades que encontró. Así lo refleja el primer párrafo del epílogo de la obra: «El tiempo de la Junta Central (1808-
Manuel Moreno Alonso es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Sevilla. Interesado por la Guerra de la Independencia y el mundo napoleónico, es autor de varios libros como La Generación española de 1808 (1989), Sevilla napoleónica (1995), La Junta Suprema de Sevilla (2001), La batalla de Bailén (2008) o El nacimiento de una nación (2010). Autor de la biografía de Napoleón. De ciudadano a emperador, y otra de su hermano José Bonaparte, un republicano en el trono de España (2008), también ha escrito una monografía sobre La verdadera historia del asedio napoleónico a Cádiz (2011).
*Publicado por Silex Ediciones, enero 2014.