La historia de España del siglo XVI está ligada al Imperio y a las gestas de los Tercios y de los conquistadores en el Nuevo Mundo. El gran público asocia inmediatamente esta centuria con Carlos I, el Gran Capitán, el Duque de Alba, Hernán Cortés o Felipe II, por citar algunos de los nombres más destacados. La Monarquía Hispánica se halla en el cenit de su poder y se ha convertido, por derecho propio, en la gran potencia europea. Sin embargo, esta impresión general pierde de vista otros fenómenos que se están produciendo en la Península Ibérica y que tendrán una repercusión similar en la sociedad de la época. Nos referimos, por ejemplo, al extraordinario renacer cultural de ese momento. Pensadores, artistas y escritores confluyen en la Corte y en las universidades para elevar las letras españolas a un nivel sin precedentes, hasta desembocar en el conocido como Siglo de Oro, cuyo punto de partida ha de situarse en este período.
Nos hallamos en pleno Renacimiento. A pesar de las apariencias, Italia no tiene el monopolio artístico. España cuenta con una representación notabilísima en el desarrollo de este movimiento cultural, con personajes como Garcilaso de la Vega, Juan de Herrera, Antonio de Guevara o Diego Hurtado de Mendoza. Sus vidas oscilan entre los campos de batalla, la Corte, las cancillerías extranjeras y la pluma. En este contexto, la poesía sigue siendo el estilo más valorado y de más prestigio, aunque la prosa empieza a ganar terreno. El petrarquismo italiano se mezcla con la lírica tradicional castellana y ofrece algunas de las estrofas más bellas escritas en la literatura española. Al mismo tiempo, las universidades se convierten en focos de difusión intelectual y cultural. Alcalá de Henares y Salamanca atraen a las mentes más lúcidas de la Península y del continente europeo.
En este panorama sobresale fray Luis de León, un poeta de orígenes acomodados, pero no boyantes, que supo hacerse un hueco en las letras de la España renacentista. La Biblioteca Castro ha reunido su Poesía completa* en una cuidada y magnifica edición a cargo del profesor José Palomares.
El lector habitual de nuestras reseñas podrá sorprenderse de que nos centremos en una obra como esta, aparentemente alejada de los temas históricos que solemos tratar. Sin embargo, la historia no solo se construye con el relato de las batallas y de las decisiones de los soberanos. El arte juega un papel tan relevante como aquellas e, incluso, a veces mayor. Los cambios que condicionan la evolución de las sociedades tienen que ver tanto con los aspectos culturales y sociales como con otros tipos de avances bélicos o políticos. De ahí que una forma de conocer la España del siglo XVI sea a través la poesía de uno de los grandes escritores de la época.
Fray Luis de León es poco conocido por el gran público, aunque probablemente todo el mundo identificará sus versos más famosos: “¡Qué descansada vida / la del que huye del mundanal ruïdo”. La mayoría de los críticos, entre ellos José Palomero en el estudio preliminar, destacan la importancia que tuvo en la literatura renacentista. Probablemente fue quien mejor supo reelaborar y armonizar las herencias clásica y cristiana. De la primera, destaca la aportación de Horacio, de quien toma su moralización de la Naturaleza y su predilección por las odas, aunque su indudable admiración por el poeta latino no le impidió inspirarse también en otros clásicos, desde Tibulo a Séneca. Hay que añadir, además, la compleja herencia de la poesía neolatina y de la tradición bíblica, esta última muy presente en toda la producción lírica de nuestro autor. No se debe olvidar, desde otra perspectiva, la influencia italiana, que se revela en el uso del lenguaje poético y del repertorio de motivos y metáforas del petrarquismo, junto a versos tomados directamente de Garcilaso o de Petrarca.
En el estudio con el que se abre el libro, José Palomares ahonda en esta faceta y en otras de la vida y la obra de Fray Luis de León. A esos efectos, divide en cinco partes su análisis. En la primera, hace una breve descripción de la convulsa vida de nuestro personaje y su encaje en el ambiente cultural de la época. A continuación, analiza los tres tipos de escritos del catedrático salmantino (obras propias, traducciones bíblicas y profanas). El tercer bloque se adentra en la crítica literaria y descompone los temas, los géneros y la métrica que utiliza fray Luis de León en sus composiciones. El cuarto epígrafe se dedica a estudiar el original estilo lírico que emplea nuestro protagonista. Y, por último, el quinto se centra en relatar los avatares de la obra de Fray Luis de León, con especial atención a la edición que llevó a cabo Francisco de Quevedo en el siglo XVIII.
No entraremos a valorar los poemas recogidos en la obra, dejando al lector que descubra por su cuenta la belleza de la lírica de Fray Luis de León. Quien sea menos aficionado a la poesía, puede aproximarse a las composiciones desde un punto de vista más historiográfico y conocer así cuáles eran las inquietudes y los anhelos de los escritores del siglo XVI. Quizás se sorprenda al descubrir que no eran tan dispares a los nuestros.
Concluimos con estas palabras de José Palomares, que reflejan la relevancia de la obra de Fray Luis de León: “Fray Luis de León sintetiza el humanismo español. Admirado (pero no siempre cabalmente comprendido) de manera unánime e ininterrumpida desde su siglo hasta el nuestro, en la obra del catedrático de Salamanca se cifra y se decanta la cultura renacentista. Alma naturalmente poética, fray Luis armoniza teología, estética y filología, que, en sus versos, parafraseando a Saavedra Fajardo, “se dan las manos y hacen un círculo””.
Luis de León nació en la villa conquense de Belmonte, en una familia de origen judío, entre 1527 y 1528 según sus distintos biógrafos. Tras vivir unos años en Madrid y Valladolid, ingresa en el convento de San Agustín de Salamanca, en 1542, y se matricula en la Universidad de esta ciudad para estudiar Teología. Allí terminará por doctorarse y desarrollará gran parte de su vida académica, en las distintas cátedras que ocupó, además de otros trabajos. El ambiente de crispación universitario derivó en la denuncia de fray Luis por sus traducciones bíblicas, acusación que le llevará a las cárceles de la Inquisición entre 1572 y 1576. Afrontó aquel célebre proceso con entereza, sin dejar por ello de denunciar la envidia y la maldad de sus acusadores, así como la lentitud de la burocracia. De vuelta a Salamanca, se reintegrará en la Universidad donde acomete años de grandes trabajos, tanto docentes como de editor y crítico textual. En 1591 fue elegido provincial de los agustinos en Madrigal de las Altas Torres, villa en la que morirá unos días después de su nombramiento. Sus restos descansan hoy en la Real Capilla de San Jerónimo de la Universidad de Salamanca.
*Publicado por la Biblioteca Castro, febrero 2020.