«Todos los conceptos centrales de la moderna teoría del Estado son conceptos teológicos secularizados. Lo cual es cierto no sólo por razón de su evolución, en cuanto fueron transferidos de la teología a la teoría del Estado, convirtiéndose, por ejemplo, el Dios omnipotente en el legislador todopoderoso, sino también por razón de su estructura sistemática, cuyo conocimiento es imprescindible para la consideración sociológica de estos conceptos. El estado de excepción tiene en la jurisprudencia análoga significación que el milagro en la teología. Sólo teniendo conciencia de esa analogía se llega a conocer la evolución de las ideas filosófico-políticas en los últimos siglos.»
– Carl Schmitt, «Teología política» –
«Haremos ver que el proceso de secularización también tiene un sentido inverso, que llamo “teologización” y aspiro a demostrar haciendo ver la conversión en teológicos de conceptos políticos centrales exactamente igual que, haciendo ver la conversión en políticos de conceptos teológicos centrales, quiso demostrar el proceso de secularización Carl Schmitt. El proyecto schmittiano de teología política podría parafrasearse también así: “Lo político -o, mejor dicho, el derecho público- nace del espíritu de la teología”. Yo voy a darle la vuelta a la tortilla y a considerar que “la religión nace del espíritu de lo político”.»
– Jan Assmann, «Poder y salvación» –
Las dos citas, correspondientes la primera a una de las obras fundamentales del filósofo del derecho Carl Schmitt y la segunda a la obra que reseñamos, nos acercan al fondo de un doble proceso conocido como el estudio de la «teología política». La teología política, explicada de un modo simple, viene a dar cuenta de la relación existente entre el fenómeno político y el hecho religioso, tanto en las sociedades antiguas como en el mundo contemporáneo. Esta relación puede ser analizada desde el ámbito de diversas disciplinas: la historia, la filosofía, la ciencia política o la propia teología, entre otras. También es posible acercarse a ella a través de diferentes enfoques: el meramente descriptivo o el que adopta una posición activista (ya sea promulgando la separación radical entre política y religión, ya la superposición absoluta, con una gran variedad de espacios intermedios entre ambos extremos).
Tras leer el libro que nos ocupa (Poder y salvación. Teología y política en el Antiguo Egipto, Israel y Europa*; del alemán Jan Assmann), son varias las observaciones que podemos hacer sobre este interesante trabajo.
La primera de ellas, que el autor utiliza un enfoque predominantemente descriptivo. Pretende dar cuenta de un fenómeno producido a lo largo de la historia (y de modo especial en el mundo antiguo) y no adoptar una visión apologética. De hecho, Assmann habla de un enfoque «acotador» y otro «practicante» para distinguir el proceso de reconstrucción histórica de los componentes ideológico y religioso perseguidos. En un interés por diferenciarse de autores como Schmitt, Eric Voegelin, Johann Baptist Metz o Jürgen Moltmann (a los que asigna posiciones «practicantes»), Assmann busca siempre permanecer en los límites del estudio de reconstrucción, «acotador», conceptual e histórico. Con esto no queremos decir que el libro esté basado en una pretendida «neutralidad valorativa» –por otro lado imposible de conseguir cuando se abordan ciertas cuestiones– sino, más bien, que el autor no plantea ninguna clase de apología concreta ni de tipo político ni religioso.
La segunda de las conclusiones que pueden entresacarse del libro es que el autor mezcla, por lo menos, dos inquietudes o ámbitos de especialidad diferentes pero que en él encuentran claramente su propia armonía. Por un lado, Assmann se manifiesta como un profundo conocedor de los debates relativos a la teología política, así como sobre su retorno o superación definitiva a partir de las discusiones del último siglo al respecto. En la introducción del libro trata de clarificar la naturaleza del concepto de «Teología política», sobre el que realiza aclaraciones complementarias a lo largo de todo el volumen. Por otro lado, Assmann se descubre también como un amplio conocedor de la historia, y en concreto como un egiptólogo notable, que acude tanto a la arqueología de los textos de la época como a multitud de fuentes secundarias. Es la combinación de ambas disciplinas, la filosófica y la historiográfica, uno de los factores que convierten su obra en un trabajo verdaderamente original.
El tercero de los elementos sobre el que debemos llamar la atención es que Poder y salvación se desarrolla en diálogo (u oposición, como quiera verse) con la concepción schmittiana de la «teología política», a la que Assmann asigna un papel «acotador» (del proceso de secularización y formación del Estado moderno) pero también una clara concepción «practicante». Pero no es solo el efecto «practicante» lo que separa las tesis de Schmitt y de Assmann. Más importante todavía es la diferencia sobre el objeto en ambos estudios. Mientras Schmitt pretende demostrar cómo el Estado moderno aparece gracias a la secularización de elementos y conceptos teológicos fundamentales (esencialmente de procedencia cristiana), Assmann está mucho más interesado en dar cuenta de una «teologización» previa de elementos políticos y comunitarios preexistentes en los cultos religiosos anteriores al surgimiento del cristianismo.
En la obra encontramos no tanto una influencia de Schmitt como de otros autores dedicados al conocimiento de la teología política. El primero de ellos es Jacob Taubes, escritor relevante para el estudio que nos ocupa a quien Assmann dedica expresamente su trabajo en estos términos: «Quisiera dedicar este libro a la memoria de Jacob Taubes, quien, ante todo, me introdujo en el concepto de teología política y las cuestiones que conlleva». Taubes resulta importante también por desarrollar su planteamiento en oposición directa a la concepción schmittiana. El segundo de los autores relevantes es Erik Peterson, autor de El monoteísmo como problema político, en el cual identifica los elementos que vinculan al monoteísmo con la preexistencia de la institución imperial romana, obra que fue muy criticada por el jurista alemán en la segunda parte de su Teología política.
Una de las nociones que se deben tener presentes al acercarse por primera vez a Poder y salvación es la diferencia entre «religión primaria» y «religión secundaria». Cuando Assmann habla del surgimiento de la religión y de la teologización de conceptos políticos fundamentales, hay que ser consciente de que está hablando primordialmente del paso de la religión primaria a la religión secundaria. El autor resume este fenómeno de la siguiente manera:
«Debemos, pues, distinguir entre religión como requisito esencial de la vida humana y religión que, como en Israel y otros contextos, nace de una reflexión crítica y se yergue sobre otras religiones como forma auténtica de venerar a Dios (las llamaremos religiones primarias y secundarias, respectivamente). El concepto de “surgimiento de la religión” no se refiere, entonces, al surgimiento de la religión en general sino al de la religión secundaria, fortalecida.
Surge religión secundaria cuando, descubierta la dicotomía verdadero-falso, se introduce en el ámbito de lo religioso: solo desde esta distinción pasa a ser posible distanciarse en vena crítica de las tradiciones religiosas precedentes y erigir el edificio de una religión secundaria sobre las ruinas de la religión primaria, que se abandona por “falsa”. El criterio decisivo, el rasgo clave que define una religión secundaria es, así, el antagonismo iconoclasta o “teoclasta” contra la religión primaria; antagonismo que, siempre que se presente bajo el signo de la religión secundaria, tendrá consecuencias políticas.»
Este paso no es exclusivo de las religiones secundarias (como el judaísmo o posteriormente el cristianismo o el islamismo) que desde una perspectiva monoteísta anulan el componente de verdad en otros credos religiosos (incluso en otros credos religiosos secundarios). Para Assmann, y así lo refleja en su libro, se produce ya en ciertas depuraciones de las religiones primarias (por ejemplo, en Egipto). Es, no obstante, a partir de la figura de Moisés, cuando ese cambio adquiere proporciones nunca antes conocidas.
En cuanto al contenido general de la obra, se encuentra dividida en cuatro partes: «Teología política entre el Antiguo Egipto e Israel», «Poder», «Comunidad» y «La figura de Moisés y la teología política». En total se compone de 12 capítulos además de la introducción general sobre el concepto de teología política.
Además de analizar varios conceptos de los que desgraciadamente no podemos ocuparnos en detalle (como el de justicia, cólera, vergüenza, pecado, norma, culpa o amor, entre otros), Assmann dedica su atención al diferente modo en que Egipto e Israel (entendiendo por tales los pueblos de la antigüedad y no los estados contemporáneos con dicho nombre) abordaron la relación existente entre religión y política. Ambas configuraciones, sin lugar a dudas, dan cuenta de dos posiciones diferentes ante el fenómeno de la teología política. Me gustaría dedicar las últimas líneas de esta reseña a dar cuenta de este curioso fenómeno.
En el Antiguo Egipto encontramos una suerte de fenómeno de representación entre religión y política. Por supuesto, este fenómeno debe ser matizado en función de las épocas (y Assmann da buena cuenta de las variaciones ha tenido en diferentes momentos) pero el orden religioso (o cósmico) y el orden político prácticamente se superponen, de tal modo que faraones y dioses cumplen un mismo papel cósmico, ambos subordinados al mantenimiento de la justicia.
En Israel, por el contrario, encontramos (muy especialmente tras el exilio de Egipto) una posición en la que religión y política se hallan en conflicto. La religión judía surge en un contexto claramente anti-estatal, de oposición al Estado egipcio, y por lo tanto la teología política judía se desarrolla en tres grandes fases: preestatal (o incluso, anti-estatal), de estado segmentario (en el que podemos ubicar por ejemplo los reinados de David y Salomón), y una fase subestatal que iría aproximadamente del siglo VIII a.C. al año 70 d.C. con la destrucción del segundo templo (es decir, desde el dominio babilonio hasta el Imperio Romano).
Estamos, en definitiva, ante un libro de gran nivel y profunda documentación tanto en su vertiente filosófica como histórica. Probablemente representa uno de los esfuerzos más ambiciosos en analizar las líneas de continuidad, así como de ruptura, que tienen lugar entre el fenómeno político y religioso en la cultura egipcia antigua y en el mundo hebraico. Un libro que si bien trata de asuntos muy complejos, está narrado con un buen estilo, claro y fácilmente entendible incluso para los que no estén muy iniciados en estas materias. No obstante, es preciso advertir que debe ser leído con suma atención y de forma relajada, porque su contenido es vasto y de una gran profundidad, tanto conceptual como de fuentes manejadas. Toda una «anti-teología política schmittiana», tanto por el objetivo perseguido como por el contenido abordado.
Jan Assmann nació en Langelsheim, Alemania, en 1938. Egiptólogo de referencia mundial, ha sido profesor en diversas universidades de Alemania, Francia, Israel y Estados Unidos, desarrollando desde su especialidad algunas tesis y enfoques que han llegado a trascender en su recepción, con mucho, el ámbito estricto de la egiptología. Premio Max Planck a la Investigación (1996) y Premio de los Historiadores Alemanes (1998), entre sus obras publicadas cabe destacar Ägyptische Hymnen und Gebete (1975), Ägypten -Theologie und Frömmigkeit einer frühen Hochkultur (1984), Ma’at – Gerechtigkeit und Unsterblichkeit im Alten Ägypten (1990), Stein und Zeit. Mensch und Gesellschaft im Alten Ägypten (1991), Tod und Jenseits im Alten Ägypten (2001) y Monotheismus und die Sprache der Gewalt (2006).
*Publicado por Abada Editores, marzo 2015.
Andrés Casas