SIGLO XXI - PODER HONOR Y ELITES EN EL SIGLO XVII

Poder, honor y élites en el siglo XVII
José Antonio Maravall

La Edad Moderna, ese período difuso que va desde la caída de Constantinopla hasta la Revolución Francesa, se caracteriza por la aparición de la monarquía absoluta, la reorganización política de los Estados y la instauración de un nuevo orden social regulado y muy jerarquizado. Si la Edad Media se definió por la multiplicidad de los focos de poder, que generaban inestabilidad y complejos juegos de alianzas y traiciones, el Estado Moderno anulará las tensiones y disputas para concentrar toda la autoridad en una sola persona, el monarca, cúspide de una pirámide social en la que cada individuo tenía un papel asignado del que resultaba difícil escapar. La nobleza, en apariencia la más perjudicada por esta nueva realidad (pues hasta entonces había dirigido con plena autonomía el rumbo de los respectivos territorios) hubo de adaptarse rápidamente a los cambios e idear nuevos mecanismos de legitimación para conservar su presencia e influencia sobre el soberano.

La construcción del Estado Moderno no supuso la desaparición de los conflictos internos. A lo largo de los siglos XVI y XVII, los disturbios y revueltas son una constante, a la vez que la legitimación del monarca era puesta en duda en reiteradas ocasiones —incluso los ingleses llegaron a decapitar a su soberano—. Una nueva realidad social implicaba nuevos actores, nuevos discursos y nuevas reglas, de ahí que la nobleza tuviese que reinventarse y luchar por no perder su autoridad frente a la incipiente burguesía o al poder absoluto del monarca. Una de las principales bazas que utilizaron los nobles para mantener su posición fueron los códigos morales y sociales. Toda sociedad se articula a través de unos principios, más o menos rígidos, que condicionan la vida de sus miembros. Aunque algunos se rebelen contras las normas establecidas, la gran mayoría se amolda a ellas. Por tanto, quien las fiscalice gozará de un inmenso poder que sólo podrá ser derruido con una insurrección generalizada (y así sucedió en la Revolución Francesa).

La función de la nobleza en la Edad Moderna ha sido pormenorizadamente estudiada por los especialistas. Sin embargo, siguen existiendo trabajos cuya calidad, importancia e influencia son incuestionables. Entre estas obras se halla el estudio, ya clásico, de José Antonio Maravall, Poder, honor y élites en el siglo XVII*. Editado hará casi cuarenta años, en 1979, y recuperado ahora por la editorial Siglo XXI, su vigencia es sorprendente. Sus conclusiones, aunque hayan podido ser completadas y ampliadas, sentaron la base de muchos estudios posteriores. Maravall buscaba con esta obra presentar “los factores de innovación que se introducen en sociedades políticas con estructuras de larga duración, al empezar la Edad Moderna” y analizaba la construcción de un régimen político que definió con el término “absolutismo monárquico-señorial”.

Charles_Le_Brun_-_Pierre_Séguier,_chancelier_de_France_(1655-1661)Como explica José Antonio Maravall, el advenimiento del Estado Moderno está marcado por una doble paradoja. Por un lado, la monarquía absoluta nace para contrarrestar la violencia y los disturbios provocados por la nobleza, así como para poner fin a las tensiones económicas y sociales de la Baja Edad Media; con este objetivo se refuerza el poder central y estatal, trasladando sus resortes de los señoríos a la capital. Por otro lado, la nobleza, en una hábil maniobra, deja de ser el enemigo del rey para convertirse en su fiel aliado. Busca, de este modo, conservar sus privilegios y evitar que la incipiente movilidad social y las revueltas contra la jerarquía tradicional que empiezan a producirse acaben por arrollarla y privarle de sus prerrogativas.

Esta nueva realidad obliga, a su vez, a un replanteamiento del concepto de nobleza y conforma nuevas conductas y reglas de admisión. Si hasta entonces era entendida en sentido laxo, abarcando a un gran número de individuos, los peligros a los que hubo de hacer frente a lo largo de los siglos XVI y XVII, le obligaron a reducir su marco y a dejar fuera a un considerable número de hidalgos, en aras de preservar su prestigio e identidad. Con esta misma finalidad, los requisitos de admisión y las barreras de entrada se multiplicaron y endurecieron. El resultado fue, en palabras de Maravall, “alcanzar como grupo el dominio del país, y, de esa manera, lograr con otros medios […] situarse en un nivel de preeminencia económica y político”. Asistimos a lo que el catedrático de Historia del Pensamiento político y social define como el paso del “estamento” a la “élite de poder”.

Uno de los principales elementos identificativos de la nobleza fue el honor. Concepto un tanto abstracto al que José Antonio Maravall dedica la primera parte de su obra. Definir algo tan intangible es complicado, pero el historiador valenciano ofrece esta breve descripción: “se trata de una inquebrantable voluntad de cumplir con el modo de comportarse a que está obligado por hallarse personalmente con el privilegio de pertenecer a un alto estamento; consiguientemente, de ser partícipe en la distinción que ello comporta: honor es el premio de responder, puntualmente, a lo que está obligado por lo que socialmente se es, en la compleja ordenación estamental; será reconocido y necesariamente tendrá que ser reconocido entonces por sus iguales, en ese alto nivel de estimación”. La esencia del honor puede resumirse en una frase muy extendida durante el siglo XVII: “soy quien soy”.

El honor no sólo fue un ideal caballeresco, sino que tuvo importantes aplicaciones prácticas en la sociedad moderna y se convirtió en uno de los principales instrumentos de la nobleza para preservar su identidad. El honor, indica Maravall, deriva de unas formas de comportamiento que cada miembro del grupo está obligado a aceptar (y a sujetarse a ellas), generando, de este modo, una consistente presión sobre los integrantes del estamento y evitando que quienes no las respeten accedan a un escalón más elevado en la pirámide social. El honor, por tanto, fue un factor de integración en la sociedad y de mantenimiento del orden jerárquico. El historiador valenciano profundiza en sus ramificaciones sociales, en su relación con la limpieza de sangre o en los medios que utilizaron los nobles para, bajo la excusa del honor, cerrar el acceso a posibles candidatos.

CORRIDA DE TOROS SIGLO XVIA pesar de los obstáculos que la nobleza opuso, la monarquía absoluta trajo una nueva estructura social a la que tuvieron que adaptarse los estamentos superiores. Tras analizar el debate terminológico entre los conceptos de élite, clase dominante o minoría, así como los rasgos definitorios de las “élites” y su posible extrapolación a la sociedad europea del siglo XVII, José Antonio Maravall expone las características más relevantes de la nobleza y las transformaciones que sufrió durante este período.

Para el catedrático de Historia del Pensamiento Político, la nobleza “[…] que, más que como clase —en el sentido de Schumpeter— como multiplicidad de individuos de un grupo, venía mandando en la sociedad jerárquica sobre ‘dominios’ o ‘estados’ políticamente fragmentados, se encuentra impulsada al cambio: intenta transformarse en su función y correlativa estructura, adaptada a su posible nueva función”. En total son cuatro los pilares nobiliarios que se vieron seriamente afectados por el absolutismo monárquico: su relación con el poder real, a raíz de la crisis del Renacimiento; la pérdida de su función guerrera, que implicó la búsqueda de una nueva legitimación; la reducción de sus cuadros unida al fortalecimiento interno del grupo; y una renovación de las vías de acceso. Maravall desarrolla estos cuatro apartados en el segundo bloque de su obra.

Junto a los cambios en la élite nobiliaria, durante estos años emerge una nueva clase. La nefasta gestión de la antigua nobleza y el deterioro económico del Estado favorecieron la aparición de una corriente reformista que veía como única solución posible a los males del país la conformación de un grupo intermedio. Este grupo tendría la misión de gestionar la dirección del aparato estatal. Ahora bien, como matiza José Antonio Maravall, “No se trata de una transformación de la estructura social, que pretenda apoyar ésta en el grupo de los medianos, sino de una parcial modificación política en el régimen de distribución del poder, de manera que resulte encomendado éste en mayor medida a los medianos, a fin de evitar la insolencia o falta de interés de los grandes y la insubordinación o insaciabilidad de los de abajo”. El último apartado de la obra está dedicado a estudiar este grupo y su efectiva implantación en la sociedad del siglo XVII.

El trabajo de José Antonio Maravall mezcla la historia, la sociología y la ciencia política. Obviamente nos hemos limitado en esta reseña a arañar la superficie del libro, de modo que quien se haga con él (lo que recomendamos encarecidamente) descubrirá un estudio completísimo sobre el funcionamiento interno de la moderna sociedad española. Es tal su importancia que gran parte de la historiografía posterior sobre esta cuestión se ha construido en torno a las ideas postuladas por el catedrático valenciano. Quien tenga un poco de interés en la historia, conocerá la importancia de la obra de Maravall y este libro, en concreto, es una de las obras capitales de la historiografía española del siglo XX.

José Antonio Maravall (1911-1986) fue catedrático de Historia del Pensamiento político y social en España de la Universidad Complutense y miembro de la Real Academia de la Historia. Maestro de historiadores, publicó numerosas monografías, de referencia y prestigio internacional, entre las que destacan: Estado moderno y mentalidad social, Antiguos y modernos: la idea del progreso, Las Comunidades de Castilla: una primera revolución moderna, La oposición política bajo los Austrias o Utopía y reformismo en la España de los Austrias. Póstumamente, en 1987, recibió el Premio Nacional de Ensayo por su La literatura picaresca desde la historia social.

*Publicado por la editorial Siglo XXI, enero 2016.