Plata y sangre. La conquista del Imperio inca y las guerras civiles del Perú
Antonio Espino López

La conquista de América fue un suceso extraordinario, único. Rara vez en la historia de la humanidad tan pocos hombres se hicieron, en un período tan corto, con el control de territorios tan extensos. Grandes imperios sucumbieron ante la osadía y el empuje de unos aventureros que desconocían la magnitud de la empresa que estaban acometiendo. Por mucho que una nueva corriente historiográfica (promovida principalmente por aficionados o por intereses que van más allá de la mera disciplina histórica) intente minusvalorar la gesta llevada a cabo por los españoles, el descubrimiento y la posterior conquista del Nuevo Mundo fue una hazaña insólita. Solo hay que observar un mapa del continente americano y del Pacífico para comprobar cómo, con los medios de la época, unos pocos miles de hombres sojuzgaron imperios centenarios con millones de habitantes. Esa odisea, no exenta de claroscuros y de excesos, ha marcado el destino de la civilización occidental.

De las expediciones que se emprendieron en aquellos años, probablemente la más conocida para el gran público sea la de Hernán Cortés. Utilizada como arquetipo de la conquista española, su fama ha eclipsado a otros personajes y empresas no menos espectaculares, que lograron hitos similares o incluso superiores a los obtenidos por los hombres del capitán de Medellín. Entre estas expediciones, algo olvidadas, se halla la de Francisco Pizarro y Diego Almagro, quienes con poco más de un centenar de hombres sometieron a la entidad más poderosa y mejor organizada de América, el Imperio inca. Su éxito fue rotundo. El Perú se convirtió en una fuente de riquezas para la Corona española y para los propios conquistadores, quienes pronto vieron cómo la avaricia y el ansia de riquezas los llevaban a enfrentarse entre ellos en unas cruentas guerras civiles. Las crónicas que han pervivido muestran la dureza de esas conquistas y las condiciones sobrehumanas que hubieron de sobrellevar aquellos hombres.

Antonio Espino López, catedrático de Historia Moderna en la Universidad Autónoma de Barcelona, explora en su interesantísima obra Plata y sangre. La conquista del Imperio inca y las guerras civiles del Perú* las campañas que llevaron a los hombres de Pizarro a hacerse con el control del Imperio inca, así como las luchas fratricidas desencadenadas en los años siguientes entre los propios españoles. El enfoque que utiliza el autor difiere del que estamos acostumbrados, pues presta casi toda su atención al componente militar. Las batallas, el armamento utilizado o la procedencia de los combatientes ocupan la mayoría de las páginas del libro, cuyo centro del relato son los conquistadores. Una narración vibrante sobre las penurias y las glorias de unos hombres que actuaron al límite, en circunstancias extremas.

Como explica el autor, “La metodología, de acuerdo con los preceptos antes expuestos de la «Nueva Historia de las Batallas» al estilo de John Keegan, se ha centrado en un análisis lo más detallado posible de toda una nómina de cronistas de Indias, de sensibilidades e intereses muy distintos, unos testigos presenciales de los hechos, otros no, así como de la documentación generada por algunos protagonistas. Como es lógico, la lejanía cronológica con los acontecimientos nos priva de muchos de los materiales de los que otros autores se han podido servir para batallas libradas en fechas más cercanas a nosotros, pero estoy convencido de que un nuevo acercamiento a la materia era útil y, sobre todo, reflexionar sobre las batallas de las guerras civiles era oportuno, más que nada por estar persuadido de que el estudio atento de un encuentro militar puede ofrecer, tanto cuantitativa como cualitativamente, una información muy rica. Porque un ejército desplegado en el campo de batalla no deja de ser, también, un compendio de las características, cualidades, defectos, virtudes y límites de la sociedad que lo organizó. Por tanto, se podría estudiar dicha sociedad, en este caso la primera sociedad colonial peruana, al igual que la chilena, a todos los niveles teniendo como punto de partida sus encuentros militares”.

Una de las primeras advertencias que hemos de hacer al lector es que, si pretende encontrar un trabajo que critique la epopeya llevada a cabo por lo españoles, se ha equivocado de libro. Lo mismo le sucederá a quien busque una alabanza desmesurada o un blanqueamiento de la historia de la conquista del Nuevo Mundo. Antonio Espino hace lo que todo buen historiador ha de acometer: estudiar con espíritu crítico las fuentes, interpretar de forma objetiva la información a su alcance, tener en cuenta el contexto en que se producen los hechos, abandonar toda pretensión aleccionadora e intentar aproximarse lo mejor posible a lo que realmente sucedió en el continente americano. La crueldad en el campo de batalla, por ejemplo, está presente en el relato porque fue una realidad incuestionable, como lo fueron los atropellos a los indios. Ahora bien, en la mayoría de las ocasiones la violencia no era gratuita, sino que se empleaba como táctica para evitar males mayores. Los incas, por su parte, tampoco se quedaban atrás a la hora de acometer atrocidades. El rigor histórico impera en cada epígrafe del libro, guste o no a unos u otros.

La estructura de la obra es relativamente sencilla. Tras un capítulo introductorio, su exposición se divide en cinco grandes bloques, dedicados a las campañas más importantes que se llevaron a cabo en la primera mitad del siglo XVI en el continente sudamericano. Los dos primeros se centran en la caída del Imperio inca, a manos de Pizarro y sus hombres, y en la conquista de Chile por Diego de Almagro y Pedro de Valdivia. Una vez sojuzgados los incas, quienes se enfrentaron ya no fueron españoles contra indios, sino los propios conquistadores entre sí. Paradójicamente, murieron más españoles en estos lances que en la conquista del Perú. Se abordan, así, la lucha entre almagristas y pizarristas (quizás la más conocida e importante) que concluirá con la ejecución de Diego de Almagro tras su derrota en la batalla de Salinas; las revueltas de los encomenderos ante la promulgación de las Leyes Nuevas; y, por último, el levantamiento de Francisco Hernández Girón en 1553.

Espino López realiza una detallada relación de la organización de los ejércitos en liza, así como de las armas empleadas. De hecho, una de sus principales tesis subraya la importancia de las armas de fuego (y de las ballestas, aunque en las crónicas estas armas apenas se mencionen) para el devenir de las batallas. El uso de arcabuces en manos experimentadas fue una herramienta decisiva, más aún cuando muchos de los que combatían en las selvas americanas habían participado previamente en las guerras europeas. A este punto también dedica atención el autor, quien hace constantes referencias al pasado militar de los conquistadores. Por último, la presencia de los indios en los ejércitos españoles (también soslayada por las crónicas) es analizada con detalle y puesta en contexto.

Concluimos con esta reflexión del autor, que sintetiza las líneas maestras de su trabajo: “Uno de los temas más fértiles acerca de la conquista de las Indias ha versado sobre la contraposición entre las armas europeas y sus homónimas aborígenes. Al buscar una causalidad a prueba de mayores disquisiciones, buena parte de la historiografía americanista se contentó con señalar cómo los europeos, en este caso representados por los castellanos, estaban mucho mejor preparados desde el punto de vista tecnológico que los mesoamericanos o los incaicos, y a una distancia abismal del resto de los amerindios, para hacer la guerra. De ahí que estos no tuviesen ninguna posibilidad de victoria y las guerras, en sí mismas, fuesen de corta duración y, por ello –continuaba la argumentación–, tuvieran pocas consecuencias desagradables; pero nada más lejos de la realidad, como veremos. Ahora bien, las guerras civiles peruanas fueron un conflicto entre europeos, un asunto propio que se libró siguiendo las reglas de un juego cruel al estilo de Europa, aunque se pelease en América. Sin duda, los cronistas cuidaron muy mucho en sus descripciones y análisis de las batallas peruanas no olvidar el papel que debían desempeñar las diversas armas, ni a los oficiales más famosos, ni sus crueldades y hazañas. También procuraron hallar testigos imparciales de los hechos, si ellos mismos no los habían vivido para narrarlos a sus lectores. Y no fue fácil”.

Antonio Espino López es docente en la Universidad Autónoma de Barcelona desde 1993 y catedrático de Historia Moderna desde 2007. Especialista en la historia de la guerra en la Edad Moderna, entre sus monografías destacan Guerra y cultura en la Época Moderna (Madrid, 2001); La conquista de América. Una revisión crítica (Barcelona, 2013) o Las guerras de Cataluña. El Teatro de Marte (1652-1714) (Madrid, 2014). Ha publicado artículos de investigación en revistas como Hispania (Madrid), Bulletin Hispanique (Bordeaux); Cheiron. Materiali e strumenti di aggiornamento storiografico (Milano); Historia (Santiago de Chile); Histórica (Lima) y Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas (Hamburg).

*Publicado por Desperta Ferro, enero 2019.