GRANDE - CEEH - ARCHIDUQUE ALBERTO

El archiduque Alberto. Piedad y política dinástica durante las guerras de religión
Luc Duerloo

A finales del año 1999 se inauguraba en el Palacio Real de Madrid, bajo el subtítulo “Un Reino Imaginado”, una gran exposición dedicada al Arte en la Corte de los Archiduques Alberto de Austria e Isabel Clara Eugenia. Coincidía cronológicamente –con la leve diferencia de un año- con el cuarto centenario de la muerte de Felipe II y del acceso de los Archiduques a los Países Bajos. Alberto e Isabel gobernaron conjuntamente aquellos territorios, pertenecientes a la herencia borgoñona de Carlos V, una vez que Felipe II los cedió a su hija, desde 1598 hasta la muerte de Alberto en 1621.

La muestra daba testimonio no sólo de la riqueza artística (cuadros, estampas, tapices, armaduras) sino también de los designios que guiaron a los Archiduques durante aquellos cruciales años de comienzos del siglo XVII. Por un lado, con el esplendor de las obras que patrocinaban –y en las que frecuentemente aparecían como protagonistas- intentaban conseguir el status de Corte con peso propio en el tablero de ajedrez de su época. Por otro lado, en sintonía con los intereses dinásticos de la Casa de Austria a la que pertenecían, debían reflejar –también mediante la creación artística- su preocupación por asegurar la fe católica en sus territorios, situados en la frontera con los dominados ya por la Reforma, y a la vez presentarse como adalides de la ansiada paz que pusiera fin al inacabable conflicto entre los Países Bajos meridionales y las Provincias Unidas septentrionales.

El libro que hoy reseñamos nace, según confiesa su autor, de la contemplación de esa misma muestra cuando fue expuesta, pocos meses antes de su exhibición en Madrid, en los Museos Reales de Arte e Historia en Bruselas. Con el título El archiduque Alberto. Piedad y política dinástica durante las guerras de religión* Luc Duerloo, su autor, hace a la vez una memorable biografía del archiduque y una radiografía de la situación en los Países Bajos –y, por derivación, en el resto de Europa- durante las primeras décadas del siglo XVII.

BODA CAMPESINA BRUEGHELEl título del libro en castellano omite algo de lo que figura en la versión inglesa de 2012 (Dinasty and Piety. Archduke Albert 1598-1621 and Habsburg Political Culture in an Age of Religious Wars). No deja de ser un detalle nimio pero significativo porque, en efecto, los intereses de la dinastía –de la Casa de Austria, en realidad- se convierten en el hilo conductor del relato, centrado en desvelar las claves de la “cultura política de los Habsburgo”.

Aunque el Archiduque constituye el eje central del libro (Isabel Clara Eugenia sólo aparece a su lado), en realidad el trasfondo cobra tanta importancia como el personaje. Y ya desde el prefacio de su obra Luc Duerloo confiesa que su monografía girará también sobre el “sistema habsbúrgico” en su conjunto, al que considera “una red de cortes diseminadas por toda Europa como una constelación de estrellas donde la española era la más brillante”. Red de cortes en la que ahora se incluiría la de Bruselas, todas ellas “bajo la constante vigilancia de los demás actores claves del momento, sobre todo –aunque no exclusivamente- el papado y las monarquías francesa e inglesa”.

Duerloo se propone con este libro –y ciertamente lo consigue- comprender las acciones del Archiduque Alberto dentro de “un relato coherente que esclarezca su papel en la escena internacional de los últimos años del siglo XVI y las décadas iniciales del siglo XVII”. Y para ello adopta un enfoque original, alejado de las tesis maximalistas que reducían la Corte de Bruselas a un mero apéndice de la de Madrid.

Para el autor, los Países bajos habsbúrgicos deben “considerarse, a todos los efectos, un Estado soberano durante el reinado de los Archiduques, si bien era un Estado que debía actuar dentro de las limitaciones típicas de una potencia intermedia”. Esta es la tesis de fondo, el óleo ya preparado sobre el que se dibuja toda la trama del relato. A través de un impresionante aparato documental y tras muchos años de bucear en los archivos europeos, Duerloo afianza su tesis una y otra vez, en el doble sentido de afirmar la “soberanía” de los Archiduques –de la que es particular reflejo su presencia en los foros internacionales de la época- y reconocer sus “limitaciones” innegables derivadas tanto de la pertenencia a la Casa de Austria como de sus relaciones con la Corte de Madrid (por no hablar de la presencia imprescindible del Ejército de Flandes).

La Corte de Bruselas (con un millón de súbditos fieles y Bruselas y Amberes como ciudades relevantes) no era sino una más de las situadas en “esa franja de países intermedios que se extendían desde los Países Bajos hasta el norte de Italia y que servían como principal zona de confrontación entre las monarquías de los Austrias y Francia”. Felipe II, que se encontraba al final de su vida con una guerra en tres frentes y con una más de las bancarrotas de su reinado, resucita la idea de ceder los Países Bajos –el avispero del siglo XVI para la Monarquía Hispana- a otro “soberano”, no sin resistencias en España. El Rey firma el 6 de mayo de 1598 el Acta de Cesión por la que transfiere la herencia borgoñona a Isabel, su hija, cuyo matrimonio con el Archiduque Alberto situará a éste al frente de los destinos de aquel territorio en guerra.

CUADRO ASEDIO AMBERES SIGLO XVILa biografía de Alberto bien podía calificarse de una concatenación de carambolas. La que le marcaría de por vida fue, obviamente, su matrimonio con Isabel, al que llegó prácticamente por azar. La hija mayor de Felipe II parecía destinada a casarse con el heredero de la rama austríaca de los Habsburgo, Rodolfo II (uno de los quince hijos de Maximiliano II), más tarde descartado por sus problemas psíquicos. Felipe II hizo valer, sin ningún éxito, los derechos de Isabel al trono de Francia a la muerte del último Valois (Enrique III) dada la condición de hugonote de Enrique de Navarra (el futuro Enrique IV), para volver de nuevo la mirada a la Casa de Austria.

No siendo posible el matrimonio de Isabel con el archiduque Matías, que había apoyado a los Estados Generales rebeldes en 1577, la siguiente baza era el archiduque Ernesto, cuyo proyectado matrimonio con Isabel incluía como dote de ésta los Países Bajos, y que fue nombrado gobernador general de ellos en 1594, año en el que murió. Dado que era impensable otro candidato que no fuera Habsburgo, Alberto aparece como aspirante ideal y, tras ser nombrado gobernador general en 1595, tres años después accederá al trono de Bruselas junto con Isabel. Previamente Virrey del recién incorporado reino de Portugal y Arzobispo de Toledo, hubo de ser reducido al estado laical en 1598, en la iglesia de la Virgen Negra cercana a Bruselas, ceremonia con cuya descripción se abre el primer capítulo del libro.

La biografía de Alberto que a partir de este momento nos relata Luc Daerloo se centra tanto en los Países Bajos como en el resto de la escena europea. El Archiduque se puso al frente de sus tropas (estuvo a punto de morir en la batalla de Nieuwpoort) y aunque cedió el mando táctico del Ejercito de Flandes, siguió supervisando las decisiones estratégicas. Adoptó una postura conciliadora en las negociaciones que condujeron a la paz de Vervins con Enrique IV de Francia, lo que aflojó la tensión militar en la frontera. Propició el Tratado de Londres con Jacobo I y, de manera muy especial, la Tregua de los Doce Años con las Provincias Unidas. Intervino más tarde en las crisis sucesorias de los ducados renanos de Jülich, Cleves y Berg y en los asuntos del sacro Imperio y de la casa de Habsburgo. A cada una de estas etapas se presta especial atención en el libro de Duerloo, al tiempo que vemos cómo la personalidad del Archiduque madura y se vuelve crecientemente conciliadora.

Luc Duerloo pone el acento en la influencia de Alberto dentro de la Casa de Austria y analiza las relaciones del Archiduque con el resto de sus integrantes, que han sido poco estudiadas hasta ahora: la ambición de suceder a Rodolfo II fue desencadenante del Bruderzwist entre aquél y su hermano –y finalmente sucesor- Matías. Su actitud frente a la rebelión bohemia ayudó, en fin, a que la corona de San Wenceslao se mantuviera en la dinastía. Su prestigió aumentó con los años, de modo que en la crisis de 1619 el vizconde de Doncaster podía escribir a Jacobo I que “nada que tuviese que ver con la Casa de Austria se resolvía o emprendía sin el conocimiento y consejo de su Alteza, que es ahora el oráculo de dicha familia por su sabiduría y experiencia”.

CONFERENCIA SOMMERSET TRATADO LONDRESLos archiduques transmitían la idea de la legitimidad y la continuidad, con las armas de Borgoña en sus tapices. El discurso de Richardot (uno de los grandes “actores secundarios” de este guión, junto con Baltasar de Zúñiga, Ambrosio de Spínola y Johan Oldenbarnevelt, entre otros) ante los Estados Generales reunidos en el Ayuntamiento de Bruselas en 1598 explicaba cómo la Monarquía Hispana (en aquel momento Felipe II) no abandonaba a sus súbditos al transferir las provincias “a su amada hija, a la que asegura su apoyo paterno y en el futuro el fraterno”.

Como es lógico, una muy buena parte del libro está destinada de modo específico a la situación de los Países Bajos. Tras mantener la tónica de la guerra, Alberto emprendió la de la negociación, en apariencia de modo unilateral (el Consejo de Estado no permitía que sufriera la reputación de España al negociar con los rebeldes) pero con la aquiescencia implícita de la Corte de Madrid. El Archiduque comprendió la práctica imposibilidad de dar una solución al conflicto en un escenario en el que, según Luc Duerloo, “la calculadora lógica dinástica, el renovado celo religioso y la cruda razón de Estado competían por el puesto de honor”.

La cultura de la política dinástica de los Austrias, afirma Luc Duerloo, “chocaba frontalmente con la cultura cívica de las provincias Unidas y aunque en la sala del consejo de Somerset House [Tratado de Londres de 1604] esa cultura dinástica había demostrado su capacidad para tender puentes entre las partes, no pudo hacer lo mismo en la Treveszaal”. A su juicio, “no se encontró ningún recurso contra el fervor religioso y la razón de Estado, así que sólo se pudo alcanzar una tregua. El equilibrio de poder existente quedó en suspenso, las diferencias fundamentales se obviaron en silencio y los escasos puntos en común que pudieron encontrarse se tuvieron que expresar con el lenguaje de la ambigüedad”.

En la reseña de un libro tan exhaustivo como este necesariamente se han de omitir muchas de las cuestiones que trata. Bastará decir, a modo de síntesis, que los once capítulos que lo componen nos dan cuenta, sucesivamente, de la formación del Archiduque; de su experiencia política previa a 1598; de sus años iniciales de “guerra y paz” en los Países Bajos; de la estrategia general de los Austrias; de las negociaciones con los “rebeldes” hasta alcanzar la tregua; de la sucesión de Rodolfo II; de la crisis sucesoria en la Casa de Hamburgo; de las perspectivas de sucesión en Bruselas ante la falta de descendencia de los Archiduques, con la “reversión” de los territorios a Felipe III y, por último del fin de la Tregua de los Doce Años, ya ligado al comienzo de la Guerra de los Treinta Años. Para el autor ésta y la contienda de ochenta años con las Provincias Unidas están íntimamente relacionadas.

El libro de Duerloo será, sin duda, una de las obras de referencia para quien quiera adentrarse en el conocimiento de la Europa del primer tercio del siglo XVII. Desde luego, se convertirá en imprescindible objeto de estudio cuando se intente comprender esta fase de la “rebelión” de las Provincias Unidas, pero también para entender el resto de la historia europea durante aquella época. El autor, que escribe el prefacio de su obra en Amberes, no tiene inconveniente en hacerse eco de “la producción académica más reciente (Pollman, 2009) [que] ha venido a cuestionar muchos de estos supuestos y, así, se ha afirmado que la revuelta holandesa no fue tanto una guerra de liberación como un conflicto civil”.

BRUSELAS SIGLO XVIEn cuanto al otro gran tema del libro, es cierto que existen muchos y muy buenos trabajos sobre los Habsburgo. Sin embargo, la perspectiva que nos ofrece Luc Duerloo acerca de las relaciones dinásticas de las diferentes ramas familiares abre nuevos horizontes. Como acertadamente se destaca en otra de las recensiones publicadas sobre él, “[…] his precise analysis will form the basis of any further research into the theme and makes ‘Dynasty and Piety’ a standard work on the history of the Habsburg dynasty in the first quarter of the 17th century”.

Antes de acabar la reseña permítasenos una cita más, ésta dedicada a quienes, con afán más propio de entomólogos, quieran clasificar “de antemano” la obra de Luc Daerloo en los anaqueles de la historiografía. Él mismo se anticipa a criticar los enfoques a priori tan frecuentes en esta disciplina: “Para los holandeses la Guerra de los 80 años sigue constituyendo en gran medida la épica fundacional de su nación, la lucha de David contra Goliat, de modo que suelen pasar por alto la internacionalización del conflicto. Por su parte, los españoles interpretan tradicionalmente la guerra como la decadencia de su grandeza, pues… la monarquía dilapidó sus recursos en una lucha quijotesca contra los molinos de viento de la herejía. El hecho de que muchos historiadores belgas sigan interpretando aquella época en términos de una libertad y prosperidad destruidas por el fanatismo religioso demuestra el impacto de la propaganda holandesa. De manera similar, la historiografía alemana y checa se han apropiado de la Guerra de los Treinta Años para explicar el tardío despertar nacional []”

En contraste con estas interpretaciones más o menos “tradicionales”, Luc Duerloo intenta ofrecernos un trabajo riguroso, sólidamente documentado, que bien puede reputarse la biografía “definitiva” del Archiduque y uno de los libros ya imprescindibles para comprender los años que le tocó vivir y de los que fue en buena parte protagonista. Si a ello unimos una magnífica traducción al castellano, a cargo de Javier Rambaud, y la calidad de la edición que es ya el sello de las colecciones del Centro de Estudios Europa Hispánica, sólo nos queda agradecer que se sigan publicando en España libros como éste. También se extiende nuestro agradecimiento a Luc Duerloo, a quien escribir esta monografía le ha costado, según nos dice, más de una década de investigación paciente y de viajes por toda Europa a la búsqueda de las fuentes documentales. Ha valido la pena, sin duda.

Luc Duerloo, doctor por la Universidad de Lovaina, es profesor de Historia de la Universidad de Amberes. Entre sus publicaciones destacan Armorial de la noblesse belge (4 vols., 1992, con Paul Janssens) y Scherpenheuvel: Het Jeruzalem van de Lage Landen (2002, con Marc Wingens). Fue comisario de las exposiciones Albrecht & Isabella, 1598-1621 (Bruselas, 1998) y Hungaria regia (Bruselas, 1999). Actualmente trabaja sobre las relaciones entre arte y política en la Edad Moderna, en particular en la corte de los archiduques Isabel y Alberto. Ha sido investigador visitante en el Institute for Advanced Study de Princeton y en la Universidad de Columbia.

*Publicado por el Centro de Estudios Europa Hispánica, enero 2015.