Pecados y pecadores de la Edad Media
Emilio Mitre

La forma que tenemos de entender el bien y el mal condiciona nuestro comportamiento y configura el orden moral de la sociedad. El dilema que se plantea a cada generación es si existe una ética objetiva, independiente del consenso social en un momento dado, o si este último define sin más sus condiciones. Es obvio que no todas las personas o las civilizaciones tienen los mismos principios y hay quienes son más laxos que otros en según qué actitudes. En la actualidad se impone la tesis de que la sociedad, como conjunto, es la principal fuente que modela nuestra forma de relacionarnos con el mundo. El individuo, en este contexto, poco puede hacer frente a la marea “totalizadora” de los patrones de conducta impuestos por la mayoría, muchos de ellos aprendidos de forma inconsciente desde que somos niños. No quiere esto decir que no se puedan producir cambios (la historia de la humanidad es, justamente, un reflejo de la evolución de las costumbres), pero suelen ser transformaciones lentas y que solo logran asentarse con el paso de los años, o de los siglos. Hoy, por ejemplo, nadie considera aceptable éticamente tener esclavos trabajando para él, lo que hace no tantos años era algo normal.

La ética y la religión han ido cruzando sistemáticamente sus caminos a lo largo de los siglos. No nos detendremos ahora en sus puntos de convergencia y de divergencia, pero queremos resaltar cómo durante la Edad Media está unión se hizo muy estrecha. La religión ocupaba un lugar destacadísimo en casi todas las facetas de la vida, hasta el punto de regir el orden social y determinar desde el calendario hasta el hacer de cada día. Las iglesias y los monasterios se convirtieron no solo en espacios de difusión de la cultura, sino también en verdaderos centros de poder, cuyas decisiones repercutían en todos los ámbitos sociales. A su papel de faros culturales y educativos de la época (las primeras universidades eran fundaciones eclesiásticas) se sumaba su cualidad de generadores de opinión. En Occidente, la Iglesia fue probablemente la institución más importante de la Edad Media, de modo que estudiar su influencia nos ayuda a comprender aspectos que la mera enunciación de hechos políticos o militares no son capaces de desvelar.

Entre las muchas formas posibles de aproximarse a la Edad Media, el profesor Emilio Mitre opta por dotar a su libro Pecados y pecadores de la Edad Media. Ortodoxos frente a disidentes* de un enfoque original. El análisis de las consideradas entonces conductas pecaminosas permite al autor elaborar un trabajo que describe la forma de pensar de la sociedad medieval, sus filias y sus fobias sobre ciertos comportamientos. Como el pensamiento religioso de aquel período no era monolítico y aparecieron corrientes que cuestionaban el dogma oficial, estas “desviaciones” también son abordadas en la obra, sirviendo de contrapunto al criterio impuesto por las “tesis oficialistas”. La pugna entre ambas visiones nos ayuda a entender las disputas teológicas, sociales y políticas que se estaban produciendo en aquel momento.

Así lo explica el propio autor: “Dado que, como comúnmente se admite, los comportamientos del hombre del Medievo se mueven con frecuencia entre la más acendrada virtud y el más abominable de los vicios, ¿qué decir, además, a propósito de la visión del pecado/pecador cuando entre medias se sitúa, por añadidura, una pugna, la del catolicismo romano (ortodoxia) frente a la herejía (heterodoxia)?; o disidencia, por usar la expresión considerada hoy en día más adecuada. ¿Hasta dónde en el Medievo —y desde qué instancias— se llegó a identificar la conducta inmoral con una forma de (o una vía hacia) la heterodoxia? Un interrogante al que trataremos de dar respuesta a lo largo de los capítulos que siguen”.

Lo primero que hemos de apuntar es que la obra del profesor Mitre no se ajusta exactamente a los estándares de la mayoría de trabajos que se publican hoy. No es un relato ameno y sencillo sobre qué se consideraba pecado y cómo se actuaba con los pecadores en la Edad Media. No hay imágenes dramatizadas y en ningún momento se da pábulo al morbo más simplón. No es ese el estilo del libro, que tampoco está pensado para un público amplio que guste de misterios, torturas y cruzadas. Por el contrario, se trata de una investigación académica que tiene su origen en la ponencia de un seminario y cuyo posterior desarrollo ha desembocado en esta obra. Los análisis que se llevan a cabo son, por tanto, meticulosos y de una profunda carga intelectual. Ahondan, por ejemplo, en debates religiosos de cierta entidad (aunque no hay que ser teólogo para apreciar todos sus matices) a la hora de abordar las herejías.

La obra se estructura en torno a cuatro grandes bloques que aglutinan sus diecisiete capítulos. Cada uno corresponde a una materia concreta (“El pecado y el mal”, “Los vicios capitales”, “Pecados contra los sacramentos” y “El pecado, el castigo y el perdón”), cuyo contenido sintetiza el correspondiente título. A su vez, estos bloques se subdividen en epígrafes que no se atienen a un orden cronológico o temático predefinido, sino que se organizan en función de la voluntad del autor y de lo que quiera examinar en cada momento. Aun así, la mayoría de los capítulos adopta un esquema similar: partiendo de una explicación general para presentar el tema objeto de estudio, se analiza el enfoque que ofrece la ortodoxia y luego las interpretaciones divergentes que se hicieron de ella. Por cierto, la obra no se limita al territorio peninsular, sino que abarca al continente europeo en su conjunto.

Concluimos con esta reflexión del autor, inserta en el epílogo del libro: “La acusación de incurrir en pecado, manejada tanto desde la Iglesia oficial como desde las corrientes críticas —heréticas o, por usar esa expresión más al uso, disidentes—, tiene mucho de bumerán dialéctico. En uno y otro lado se elaboran argumentos suficientes para su uso y abuso de expresiones simplistas. La categoría de teólogos, más allá de la de meros polemistas —ya sea en uno, ya en otro lado—, queda hoy en día fuera de cualquier duda. Sobre todo a la hora de etiquetar a muchos de los protagonistas de las querellas a las que nos hemos remitido en páginas anteriores”.

Emilio Mitre ha sido profesor desde 1965 en distintas universidades españolas: Valladolid, Alcalá de Henares y Complutense de Madrid, en la que se jubiló como catedrático de Historia Medieval en 2007. Sus publicaciones cubren especialmente dos campos: de un lado, la Castilla bajomedieval, con Evolución de la nobleza en Castilla bajo Enrique III (1968) o Los judíos de Castilla en tiempo de Enrique III. El pogrom de 1391 (1994); de otro lado, la Iglesia y la vida religiosa, con particular atención a las disidencias. De esta última categoría son muestras Las grandes herejías de la Europa cristiana, 380-1520 (en colaboración con C. Granda) (2ª edición en 1999) y Ortodoxia y herejía entre la Antigüedad y el Medievo (2003). Entre sus manuales universitarios destaca Historia de la Edad Media en Occidente.

*Publicado por Cátedra Ediciones, febrero 2023.