La Segunda Guerra Mundial fue, en todas sus facetas, una contienda brutalmente desproporcionada. Las muertes en combate, los recursos utilizados, la total destrucción de ciudades, las tropas movilizadas, el aniquilamiento de pueblos enteros, la magnitud de las operaciones… todo hizo que el planeta se convirtiera en un gigantesco campo de batalla y tanto los países combatientes, como los que permanecieron neutrales, destinaron la mayoría de sus recursos a abastecer a las potencias en liza. Basta echar un vistazo a las cifras para comprender la magnitud de la guerra. Nunca antes (y esperemos que nunca más) los seres humanos dedicaron tantas fuerzas y energías a destruirse mutuamente. La sabiduría acumulada durante centurias y el progreso tecnológico se pusieron al servicio de la muerte, con un resultado catastrófico: millones de personas perecieron, sin que aún lleguemos a comprender cómo el mundo pudo dejarse arrastrar a esa demencial espiral de caos.
En este marasmo de sangre y metal, la operación Barbarroja (nombre en clave que se dio a la invasión alemana de la Unión Soviética, iniciada el 22 de junio de 1941) ocupa, quizás, el lugar más destacado entre los grandes enfrentamientos del conflicto. Tiene el récord, entre otros dudosos honores, de ser la mayor operación militar de la historia. Enfrentó a los dos principales Estados totalitarios del continente que, paradójicamente y a pesar de profesar ideologías diametralmente opuestas, habían firmado el Pacto Ribbentrop-Mólotov nueve días antes de que comenzase la Segunda Guerra Mundial; el acuerdo contenía cláusulas de no agresión mutua y el reparto de países como Polonia o Finlandia. Sin embargo, en su loca carrera por la dominación mundial, Adolf Hitler no dudó en faltar a su palabra e idear un plan que barriese a su enemigo más odiado. La puesta en funcionamiento de la maquinaria bélica alemana fue portentosa y casi logra su objetivo, de no ser por la tenacidad del ejército y de la población soviética y la aparición, una vez más, del General Invierno.
El historiador sueco Christer Bergström analiza en su obra Operación Barbarroja. La invasión alemana de la Unión Soviética* los pormenores de la operación. Con estas palabras expresa la finalidad de su trabajo: “El presente libro pretende ayudar a poner en claro los testimonios de que disponemos acerca de los hechos que aún quedan por comprender de la guerra que se empeñó en el frente oriental a partir de 1941. El lector encontrará en él una exposición detallada de la operación Barbarroja, mostrada siempre desde ambos lados y construida en torno a un buen número de testimonios procedentes de sus protagonistas —cuyo objetivo no es otro que describir lo ocurrido desde el punto de vista de los que se hallaban presentes— y en torno al descubrimiento de varios hechos nuevos que, en muchos casos, arrojan una luz distinta sobre una historia conformada por conceptos generales”.
El texto de Bergström supone una completa inmersión en el campo de batalla. Se centra, principalmente, en relatar cómo se desarrolló la operación desde su inicio, en verano de 1941, hasta la perdida de fuelle de la ofensiva de la Wehrmacht, que tuvo que retirarse en diciembre de ese mismo año, incapaz de tomar Moscú y detener el contraataque soviético. Predomina, por tanto, la narración bélica, quedando en un discreto segundo plano el componente político. Dada la magnitud de la operación (se trataba de un frente que iba del mar Báltico al Mar Negro, con distintos focos y escenarios), el historiador sueco acomete un complejo juego de equilibrios para combinar la explicación de los movimientos de grandes masas de hombres, con el relato de escaramuzas y combates singulares en los que participaban pocos soldados, cuyos nombres se mencionan incluso. De este modo, nos ofrece una imagen muy completa de cómo era la vida en el frente y de cómo evolucionó la Operación en su conjunto.
Las diferencias, en el momento de estallar las hostilidades, entre los ejércitos alemán y soviético eran apreciables a simple vista. La organización, calidad y experiencia de las fuerzas del Eje contrarrestaban con un ejército ruso mal abastecido, apenas preparado y sin un liderazgo firme. Christer Bergström crítica con ferocidad las purgas llevadas a cabo por Stalin en el seno del Ejército Rojo; temeroso de ver menoscabado su poder, el dictador soviético no dudó en depurar a la mayoría de los oficiales que pudiesen representar una mínima amenaza. Las consecuencias de este proceder fueron catastróficas y, salvo honrosas excepciones, las tropas soviéticas carecieron de un escalafón apto para guiarlas en los primeros meses de la guerra. Además, la excesiva preocupación por no romper el pacto y el miedo al ataque alemán hicieron que, cuando este se produjo, ninguno de los máximos responsables estuviera preparado para hacer frente a la impetuosa acometida nazi. Sin llegar a ser un paseo triunfal, las fuerzas germanas lograron arrasar a su adversario, infringiéndole duras pérdidas en las primeras semanas de combate.
A pesar de las deficiencias del ejército soviético, el historiador sueco reivindica la capacidad de superación, a veces por encima de lo humanamente comprensible, de sus integrantes. La ofensiva alemana avanzó a sangre y fuego y cada palmo era conquistado tras luchas encarnizadas, de las que la obra recoge episodios escalofriantes. El arma clave del Ejército Rojo era la moral y el número de hombres, de modo que, cuando aquella se derrumbaba, cientos de miles de soldados acababan muertos o hechos prisioneros de guerra. Millones de soviéticos perecieron en la operación Barbarroja, pero los daños sufridos no mermaron la resistencia roja, que seguía movilizando a más y más hombres (“Podría afirmarse sin miedo a exagerar que lo que salvó aquellos días a la Unión Soviética fue su impresionante capacidad para generar nuevas fuerzas”). Los recursos alemanes eran más limitados y el tesón de su adversario, unido al cansancio de meses de combate, acabó desgastando la moral y los recursos del ejército germano.
Christer Bergström analiza todos los aspectos de la contienda, pero otorga un lugar destacado a la aviación. La considera el arma más desequilibrante, hasta el punto de que muchas de las batallas libradas durante la Operación estuvieron condicionadas por el uso de la fuerza aérea. Para el historiador sueco, “Aunque la Luftwaffe seguía siendo muchísimo mejor que las VVS, la fuerza aérea resultó ser el activo material más eficaz para los soviéticos. Durante la ofensiva del Grupo de ejércitos del Sur contra los centros industriales soviéticos en Ucrania y contra la península de Crimea, las operaciones de la aviación soviética fueron determinantes para retardar a los alemanes, y las VVS tuvieron también, probablemente, una importancia decisiva en el éxito del contraataque de Zhúkov en diciembre de 1941. En el lado alemán, la Luftwaffe y las fuerzas blindadas (o, más bien, sus operaciones combinadas) fueron sin duda el activo material más importante”.
Tras analizar las distintas fases de la operación Barbarroja, a lo largo de quinientas páginas en las que se explica el avance alemán en sus tres grandes frentes (norte, centro y sur), así como las espectaculares batallas de envolvimiento (Minsk, Smolensk, Uman o Kiev) y la denodada resistencia rusa, el historiador sueco se hace varias preguntas: ¿Qué salvó a la Unión Soviética de la destrucción? ¿Qué factores contribuyeron a la “derrota” de la Wehrmacht? ¿Cuáles fueron los aciertos y errores de ambos contendientes? ¿Cuáles fueron las dramáticas consecuencias de la guerra en la población? ¿Qué cifras barajan los historiadores en torno a la operación Barbarroja? En los dos últimos capítulos trata de dar respuesta a estos interrogantes.
Sin necesidad de desvelar las tesis de Christer Bergström, diremos que, frente a la historiografía tradicional (y al mito asentado en el imaginario popular), el historiador sueco no otorga al mal tiempo un papel tan determinante. Por supuesto, tuvo su incidencia en el transcurso de la contienda y afectó al desplazamiento de los regimientos de blindados y a la llegada de suministros, pero las causas de la supervivencia rusa hemos de buscarlas en su capacidad de generar nuevas fuerzas, la reubicación de la industria en el este y la increíble resistencia de los efectivos del Ejército Rojo. Como diría Stalin, “Cualquier otro Estado que hubiera perdido tantos territorios como el nuestro no habría superado la prueba y se habría derrumbado”.
Christer Bergström (1958), es un historiador militar sueco, autor de veinticinco libros sobre la Segunda Guerra Mundial, entre los que destaca The Battle of Britain: An Epic Conflict Revisited; The Battle of the Tanks: Kursk, 1943 o Ardenas. La Batalla.
*Publicado por la editorial Pasado&Presente, junio 2016.