Novelas escogidas
Wenceslao Fernández Flórez

Hay escritores que alcanzaron la fama en vida y otros que pasaron desapercibidos en su tiempo,  pero a quienes la posteridad les fue benévola tras su muerte. La gloria literaria es un don caprichoso, en cuya atribución la fortuna juega un papel tan importante como la genialidad de cada autor. Por ejemplo, a principios y mediados del siglo XX, el teatro de los hermanos Quintero, de Carlos Arniche o de Pedro Muñoz Seca llenaba los auditorios españoles y hoy apenas es conocido, más allá de un puñado de críticos literarios y de buenos lectores. A la inversa, piezas teatrales cuya repercusión fue en su momento más limitada, como las de Lorca, han pervivido en el tiempo. Es probable que algo similar ocurra dentro de unas décadas con otras manifestaciones artísticas: referencias que hoy identificamos rápidamente caerán en el olvido y otras, que han pasado ante nosotros sin pena ni gloria, emergerán como grandes obras. Las causas son un misterio, pero la realidad es tozuda.

Gran parte de lo que sabemos sobre los escritores españoles se lo debemos a lo que nos enseñan durante nuestra juventud, pues no son muchos los lectores que se animan después a retomar obras de hace más de cien años. De ahí que el abanico de autores se reduzca considerablemente y que, por el camino, se pierdan nombres de literatos interesantes. De nuevo por citar solo los del primer tercio del siglo XX, en los manuales se suele proponer a escritores que conformaban las Generaciones del 98 y del 27, hasta el punto de que, si un novelista o un poeta no se incluye en ellas, a ojos de los alumnos parece como si no hubiese existido. En otras ocasiones, por el contrario, hay autores que, gracias al empeño de una fundación o de una editorial, resurgen varias décadas después: así ha sucedido con figuras como las de Julio Camba, Josep Plá o Manuel Chaves Nogales, restaurados en el panteón de los consagrados.

Entre los autores que gozaron de fama y prestigio en vida, pero luego fueron diluyéndose hasta caer olvidados se halla Wenceslao Fernández Flórez. Periodista, novelista y guionista de cine, el escritor gallego es una de las grandes plumas de la primera mitad del siglo XX. Ingresó en la Real Academia Española y se le concedió el Premio Nacional de Literatura, entre otros galardones. Fue un autor prolífico (publicó mas de cuarenta obras) y uno de los pioneros del mundo del cine. A pesar de su importancia en las letras españolas, había desaparecido del escenario editorial más reciente hasta la recopilación que ha realizado la Biblioteca Castro de cuatro Novelas escogidas* (Volvoreta, El secreto de Barba Azul, Las siete columnas y El bosque animado, esta última su trabajo más conocido).

El estudio preliminar, indispensable para entender la obra y la personalidad de Wenceslao Fernández Flórez, corre a cargo de Miguel González Somovilla, quien recoge esta cita de Cunqueiro sobre nuestro protagonista: “La lectura de Fernández Flórez es extraordinariamente provechosa; Fernández Flores es humano, irónico, sencillo y camina con la nostalgia a la espalda; nos vacuna contra el puritanismo y el intelectualismo, y atiende especialmente a la creación y desarrollo de un espíritu libre, humano e ilusionado. […] Pero nada ni nadie le librará de su melancolía, su escepticismo y su fantasía”.

No nos corresponde ahora analizar desde un punto de vista literario las cuatro novelas recogidas en este volumen, sino esbozar algunos datos de su autor y de su encaje en las letras de su época, cuestiones que Miguel González Somovilla aborda con detalle en el prólogo de la obra.

Wenceslao Fernández Flórez (1885-1964) nació en Galicia, en el seno de una familia humilde. La muerte de su padre cuando tenía quince años le obligó a buscarse la vida en los periódicos regionales. Rápidamente se hizo un hueco entre sus colegas y su nombre empezó a ser conocido. Como era habitual en aquella época, no tardó en dar el salto a la capital. En Madrid, sustituyó a Azorín como cronista parlamentario. Tanto en sus crónicas como en sus primeras obras ya se observa uno de sus rasgos más recognoscibles: la ironía. No dudó en criticar a la milicia, la iglesia, el caciquismo o la patria, aunque siempre con inteligencia y humor. Su fama iba en aumento y en 1926 recibió el Premio Nacional de Literatura por Las siete columnas (una de las novelas recogidas en esta obra).

El inicio de la Guerra Civil le sobrevino en Madrid y hubo de refugiarse en las embajadas argentina y holandesa. Logró salir de España en 1937 y, una vez finalizada la contienda, regresó a la Península. Aunque fiel al régimen franquista (fue amigo de Franco, a quien conoció en su juventud), siempre fue visto con recelo, dada su libertad creativa y su crítica mordaz, que ocultaba bajo el humor. Accedió a la Real Academia Española en 1946 y por entonces se apasionó por el cine, hasta colaborar en diferentes producciones. Construyó una imagen de “dandi conservador” que mantuvo toda su vida.  En realidad, de esta última no se saben muchos detalles personales, solo conocidos a base de retazos sacados de aquí y allá. A su muerte ya era una figura renombrada, aunque sus novelas se recibían con opiniones dispares por la crítica.

Las cuatro novelas recogidas en este volumen reflejan los principales rasgos literarios de Wenceslao Fernández Flores. Escritas en distintos momentos de su vida, ilustran con acierto la personalidad artística del autor y los temas que abordó en su prolífica obra. El secreto de Barba Azul (1923) y Las siete columnas (1926) son dos lúcidas e inquietantes sátiras sobre el sentido de la vida y la lucha entre el bien y el mal. Volvoreta (1917) y El bosque animado (1943) ofrecen una visión, tierna y estremecedora a la vez, de la Galicia de hace cien años.

*Publicado por la Biblioteca Castro, enero 2022.