PALABRA - NAPOLEON

Napoleón. Una vida
Andrew Roberts

Napoleón Bonaparte es un personaje sin parangón en la historia. Pocos hombres partieron desde tan bajo para alcanzar la fama que logró el pequeño general corso. Ni la suerte ni su linaje ni los contactos políticos fueron la clave de su ascenso. Solo su personalidad y sus extraordinarias cualidades hicieron que el segundo de ocho hijos de una desconocida familia de Córcega se hiciese con la púrpura imperial y conquistase la práctica totalidad del continente europeo. Aunque se suele apreciar más su genio militar (de las sesenta batallas en las que participó salió derrotado solo en siete ocasiones), su habilidad política y su inteligencia le permitieron controlar una nación como la francesa que se hallaba en plena ebullición, sometida a los complejos vaivenes de la Revolución. Su legado, más allá de las victorias en el campo de batalla, fue crear un orden legal que la mayoría de los ordenamientos jurídicos actuales han perpetuado.

Sobre Napoleón se ha escrito hasta la extenuación. Como suele suceder cuando la calidad de los trabajos varía enormemente, en muchos predominan la mediocridad y los lugares comunes. De ahí que la obra del historiador británico Andrew Roberts Napoleón. Una vida* se acerque al rango de biografía canónica. Estamos ante un trabajo excepcional que recoge todas las vicisitudes, personales y públicas, del emperador. Desde su infancia hasta su muerte, Roberts nos detalla los sucesos que marcaron su vida y, gracias al estudio de las más de 33.000 cartas que se conservan del general corso, reconstruye también su personalidad y las contradicciones de un carácter complejo y poliédrico.

Así describe Roberts a nuestro protagonista: “Napoleón Bonaparte fue el fundador de la Francia moderna, y dio nombre a toda una época. Alcanzó el poder gracias a un golpe militar, tan solo seis años después de entrar en el país como un refugiado político prácticamente sin blanca, y durante el resto de su vida se definiría, por encima de todo, como oficial del ejército […] En cuanto a la mera capacidad intelectual, y su aplicación persistente al gobierno, puede que no haya otro soberano en la historia que se le asemeje […] Por lo tanto, Napoleón no fue una especie de monstruo derrotado por su némesis, ni un ejemplo moderno de un clásico drama griego, ni ninguna de las decenas de construcciones históricas que se han elaborado sobre él. Por el contrario, su vida y su carrera contradicen los análisis deterministas de la historia, que explican los acontecimientos basándose en imparables fuerzas impersonales, minimizando el papel de los individuos”.

Una de las premisas que rige el trabajo del historiador británico es que Napoleón se sintió siempre un soldado más. Donde se hallaba cómodo era junto a sus ejércitos, en el campo de batalla o de marcha. Sabía disfrutar de la buena vida de palacio, pero sus recuerdos más felices eran los momentos en que había compartido con sus hombres las penalidades y las alegrías. Su pasión por la guerra era equiparable a su genio militar, que pocas veces ha sido igualado. El propio Wellington, quien le venció en la decisiva batalla de Waterloo, admitió su superioridad y reconoció sus extraordinarias cualidades. Napoleón fue capaz de derrotar a las grandes potencias de la época y sus hombres desfilaron triunfalmente por las calles de Berlín o de Moscú. Con una visión estratégica insuperable, reorganizó al ejército para adaptarlo a sus ideales bélicos. Roberts afirma, en este sentido, que “El cuerpo se convirtió en la unidad estándar de la guerra, adoptada por todos los ejércitos europeos en 1812, y que se mantuvo hasta 1945. Fue su contribución más original al arte de la guerra y su uso primigenio en 1805 puede ser considerado el heraldo del nacimiento de las contiendas modernas”. Su mayor debilidad estuvo, sin embargo, en el mar, en el que nunca consiguió vencer a los ingleses.

NAPOLEON CORONACION

También aborda Roberts su complicada vida familiar. La infancia en Córcega, el acceso a la carrera militar en el cuerpo de artilleros y los primeros pasos en la política ocupan los capítulos iniciales. Un personaje fundamental en ellos es Josefina, con la que tuvo un matrimonio turbulento, pero a la que amó sinceramente, a pesar de las infidelidades recíprocas. A medida que su fama y poder aumentó, el círculo de amigos y colaboradores se ensanchó. Su hermanos y hermanas tuvieron una presencia destacada en su vida (nombró reyes a varios de ellos), aunque no siempre se llevó del todo bien con ellos. Por otro lado, supo rodearse de subordinados competentes, sin importarle su extracción social. Los oficiales más cercanos al emperador (Ney, Murat, Marmont, Davout…) no pertenecían a la alta aristocracia francesa, sino que, como él mismo, habían progresado por sus propios méritos. Napoleón les recompensó generosamente, ennobleciéndoles y, en algunos casos, haciéndoles soberanos de nuevos estados.

Separar la vida militar de la política en una sociedad tan politizada como la francesa de principios del siglo XIX, en la que los nombramientos de los generales se hacían por afinidad más que por méritos, es prácticamente imposible. Napoleón nunca rehuyó las intrigas palaciegas y supo moverse astutamente por los pasillos del poder. Por supuesto, si no hubiese alcanzado la fama gracias a sus victorias militares, nunca habría podido optar a la jefatura de la nación. Otros generales también despuntaron en el campo de batalla y solo él tuvo la fuerza y la habilidad necesarias para alcanzar el directorio junto a Ducos y Sieyes. Así pudo, llegado el momento oportuno, dar un golpe de Estado, hacerse con el control del país y proclamarse emperador (de una República, por muy contradictorio que suene). Una vez en el poder, su labor legislativa fue extraordinaria. Su gran logro, sin duda, se materializó en el Código Civil, conocido precisamente como el Código Napoleónico, pero sus reformas fueron mucho más profundas: cuando los Borbones, recuperaron el trono, no pudieron derogar la mayoría de ellas.

Los últimos capítulos del libro narran el desesperado intento de Napoleón por recuperar el poder y su hegemonía en Europa. La batalla de Waterloo puso fin a sus aspiraciones y a su Imperio. Recluido en la isla de Santa Elena, vivió nueve años más, ajeno a los asuntos de Europa, languideciendo hasta morir. Había dejado de ser un hombre, para convertirse en una leyenda.

La lectura de la magnífica biografía de Roberts, que recomendamos, podría concluir con estas palabras del historiador inglés “Pero, incluso de no haber sido uno de los más grandes conquistadores, Napoleón habría seguido siendo un titán de la historia moderna, ya que sus logros civiles igualaron a los militares, y puede que los sobrepasen […] Napoleón edificó y protegió conscientemente los mejores aspectos de la Revolución Francesa —la igualdad ante la ley, el gobierno racional, la meritocracia—, mientras desdeñaba el insostenible calendario revolucionario de semanas de diez días, el absurdo culto al Ser Supremo, y la corrupción, el amiguismo y la hiperinflación que caracterizaron la época de decadencia de la república. Durante sus 16 años en el poder rescató del tumulto revolucionario muchas de las valiosas ideas que sustentaron e impulsaron las políticas democráticas modernas […] protegiéndolas, codificándolas y consolidándolas”.

Andrew Roberts (Londres, 1963) es autor de obras tan conocidas como La tormenta de la guerra, Napoleón y Wellington, Masters and commanders, Hitler y Churchill: los secretos del liderazgo y Waterloo. Miembro de la International Napoleonic Society y de la Royal Society of Literature, ha ganado numerosos premios, entre los que destacan el Wolfson History Prize y el British Army Military Book of the Year.

*Publicado por la editorial Palabra, mayo 2017.