GRANDE - MP - CRUZADOS RECONQUISTA

Cruzados en la Reconquista
Francisco García Fitz y Feliciano Novoa Portela

Sólo la ignorancia de nuestra historia puede haber llevado a algunos –demasiados, probablemente– a la creencia de que España se “incorporó a Europa” en el último tercio del siglo XX. Un mero repaso a nuestra Edad Media bastaría para comprender que en las relaciones europeas de aquellos siglos los reinos hispánicos jugaban un papel destacado, y no sólo por las políticas dinásticas sino en todos los órdenes de la vida, también en el político y en el militar.

La obra Cruzados en la Reconquista*, escrita por Francisco García Fitz y Feliciano Novoa Portela, analiza con rigor uno de los fenómenos quizás menos conocidos de la historia de la Reconquista. Ya es significativo que los autores se vean obligados en el capítulo primero (Reconquista vs. Cruzada) a reivindicar el uso del término –y del concepto que con él se significa– desprovisto de las “contaminaciones” deformantes que un debate historiográfico cansino le ha adjudicado. Con razón subrayan los autores, citando a Miguel Ángel Ladero, que “tanto el concepto como el término Reconquista fueron una creación propia de los siglos medievales que sirvió para justificar ideológicamente muchos aspectos de aquel proceso”.

En el prólogo del libro precisamente el profesor Ladero Quesada destaca –a la vez que elogia– cómo es la primera vez que, en nuestra historiografía reciente, el fenómeno de interacción entre cruzados europeos y reconquistadores hispánicos se “considera globalmente con apoyo en todo tipo de fuentes cronísticas y documentales y en estudios anteriores”. Y es que, efectivamente, sobre la base de trabajos precedentes –incluidos los últimamente aparecidos como las monografías de Joseph. F O’Callaghan– las autores pasan revista a multitud de testimonios escritos para desvelarnos la participación de “cruzados” procedentes de la Europa Continental, de las Islas Británicas o de la Península Escandinava que participaron en las luchas de los reinos hispánicos contra los musulmanes, antes y después de que en 1095 el Papa Urbano II lanzara el llamamiento, desde el Concilio de Clermont, a participar en la Primera Cruzada.

BATALLA NAVAS TOLOSA 1212A la diferenciación de los conceptos de cruzada, guerra santa y reconquista se dedica el capítulo primero del libro, quizás el más abierto a la polémica historiográfica. La tesis central de sus autores es que la reconquista hispana tuvo sus rasgos diferenciales (“orígenes, desarrollo e incluso objetivos distintos”) del fenómeno de las cruzadas, rasgos que se mantuvieron a pesar de que el Papado irrumpió desde la segunda mitad del siglo XI para legitimar –y, en cierta manera, para reivindicar su dominio– la actuación de los reyes hispánicos.

La actuación de guerreros europeos en la temprana reconquista hispánica es objeto del capítulo segundo del libro, vinculándola en sus inicios a la presencia de monjes y nobles gascones y normandos, algunos de peregrinación a Santiago de Compostela, hasta centrarse en la primavera de 1064 cuando un ejército de “aliados” ultrapirenaicos acude en ayuda de los reyes hispánicos para tomar Barbastro. El estudio de las vicisitudes de esta campaña, extraído de fuentes musulmanas, es seguido del relato de otros hechos similares previos a 1096, así como de sus protagonistas, en los diferentes reinos peninsulares.

Destaca en este segundo capítulo la figura de Alfonso VI de Castilla, autoproclamado Imperator totius Hispaniae (como reacción, según nuestros autores, a las pretensiones papales que reclamaban el poder sobre las tierras, en su día romanas, de Hispania) y su llamamiento a la nobleza cluniacense para contrarrestar el avance almorávide. Se pone de manifiesto en el análisis de estos hechos la paradójica omisión en las fuentes “españolas” de la participación ultrapirenaica, glosada sin embargo en las crónicas “extranjeras” contemporáneas, ya sean francas o anglosajonas.

Los capítulos tercero y quinto constituyen el verdadero núcleo del libro, pues en ellos se analizan, sucesivamente, la intervención de los cruzados europeos bien durante los primeros siglos de la reconquista (desde 1096 a 1217) bien cuando ya se habían consolidado política y militarmente los diferentes reinos hispánicos en su avance (esto es, desde 1218 hasta la toma de Granada en 1492). El cuarto capítulo, intercalado entre ambos, describe y estudia, de nuevo a partir de todo tipo de fuentes de la época, las intervenciones más o menos esporádicas que sobre los territorios ibéricos –por lo general, los situados en las costas– llevaron a cabo cruzados que iban de paso hacia Tierra Santa.

CONQUISTA JERUSALEN 1099La expedición para recuperar Jerusalén que respondía a la llamada de Urbano II de 1096 y que logró el éxito en 1099 tuvo su reflejo en la península, pues también en los territorios hispánicos se podía combatir al infiel. De hecho, los autores del libro observan la participación de combatientes ultramontanos en prácticamente todas las conquistas significativas de las primeras épocas: llamados por Alfonso I, intervienen en la conquista de Zaragoza y del valle del Ebro durante las primeras décadas del siglo XII, con su obvia relevancia para la consolidación del Reino de Aragón. En los condados catalanes también descubren la intervención de cruzados, favorecidos por el apoyo del Papado, de lo que es una buena muestra la conquista de Tortosa. Y en Castilla y León, aunque su participación es más tardía y escasa, observan la presencia de combatientes ultrapirenaicos, junto con castellanos y leoneses, en la toma de Almería (1147), no así en otras grandes batallas como en el desastre de Alarcos (1195). Y, por supuesto, es de destacar la notable intervención de los cruzados en la toma de Alcaçer do Sal (1217) calificada por los autores como “la última gran empresa cruzada en la Península Ibérica”.

Como es lógico, a la presencia de las tropas europeas (francos, portugueses especialmente) en la campaña de 1212 que culminaría con la batalla de las Navas de Tolosa dedican los autores especial atención, tal fue el número de combatientes ultrapirenaicos (¿cuarenta mil, cien mil?) que volvían a pisar suelo castellano por vez primera desde la toma de Almería. La retirada de buena parte de ellos antes de la batalla decisiva no ha quedado bien explicada, y sobre la significación de este acontecimiento capital en la historia española y europea (también para sus contemporáneos) hacen García Fitz y Novoa Portela sus propios comentarios. No deja de ser sorprendente que, a su juicio, la victoria de 1212 significara “el definitivo distanciamiento del papado respecto de la Cruzada hispánica, por lo menos en la forma que quería el proyecto centralizador del reformismo gregoriano”.

El quinto capítulo del libro comienza con la situación posterior a 1212, cuando se produce la revocación papal de los privilegios de cruzada concedidos a quienes participaran en la reconquista hispana y lusa (Inocencio III, Honorio III). Se abre un nuevo período en que Roma, quizá más preocupada por la situación de Tierra Santa, parece desvincularse en cierto modo de los asuntos hispanos durante las primeras décadas del siglo XIII, aun cuando subsisten determinadas concesiones de aquellos privilegios en algunos casos.

Las aportaciones de combatientes europeos en las “grandes conquistas” son estudiadas por García Fitz y Novoa Portela, con especial incidencia en los acontecimientos sucedidos a partir de finales del siglo XIII, tras la definitiva pérdida de Tierra Santa a manos de los musulmanes. La frontera de Granada y la “guerra del Estrecho”, especialmente la campaña de Algeciras (1342) después de la batalla de El Salado, ven la presencia de combatientes europeos, franceses e ingleses sobre todo. Tras la muerte de Alfonso XI, sin embargo, languidece la presencia de extrapeninsulares y el espíritu de cruzada se desvirtúa, hasta el punto de que -destacan los autores la paradoja- bulas fueran utilizadas para favorecer a alguna de las partes en los enfrentamientos de los propios reyes cristianos (de Castilla y Portugal, respaldados simultáneamente, uno contra el otro, bien por el Papa de Roma o bien por el de Aviñón en 1382). El capítulo quinto del libro culmina con la “última oportunidad de los cruzados europeos: la guerra de Granada”. Se refleja en él cómo el número de cruzados extranjeros fue escaso, no obstante el apoyo de Roma,

ENTREGA GRANADAA la imagen (negativa) de los cruzados en la Hispania medieval dedican los autores del libro sus últimas páginas, antes de plasmar por escrito las conclusiones finales de su trabajo. De nuevo sorprende la pésima fama que, para los peninsulares, tenían los cruzados franceses, ingleses, normandos, flamencos o alemanes. De su crueldad y de su codicia –como sucesores de las incursiones vikingas- se hacen eco los testimonios de la época, singularmente, pero no sólo, las crónicas portuguesa tras la reconquista de Lisboa o la toma de Alcaçer do Sal, o las crónicas españolas sobre la retirada del contingente ultrapirenaico antes de Las Navas, y su ulterior intento de entrada en Toledo (en este caso, y en otros, con los reproches adicionales de incompetencia militar y cobardía). Las suspicacias, la desconfianza y la imagen negativa se multiplican en lo que –así lo sugieren los autores del libro- quizás pueda explicarse como reivindicación de la propia identidad y del protagonismo “nacional” en unos momentos de conformación y consolidación de los reinos hispánicos.

El trabajo de Francisco García Fitz y Feliciano Novoa Portela bien merece el calificativo de “libro excelente” que le dedica el profesor Ladero Quesada en su prólogo. Sin perderse en los árboles de los testimonios contemporáneos, antes dando cuenta de todos ellos, se nos descubre un “bosque” de conocimientos históricos expuestos con una notable capacidad analítica. Y cuando es precioso encuadrar unos y otros en categorías más amplias (los designios de los respectivos monarcas en su afán de reconquista, la política medieval del Papado, las relaciones entre peninsulares y ultrapirenaicos, todo ello a lo largo de un espacio que abarca varios siglos) los autores lo hacen ofreciendo sus propias tesis, bien fundamentadas, y abiertas al debate. No se puede pedir más a una buena monografía.

Francisco García Fitz es doctor en Historia por la Universidad de Sevilla y profesor de Historia Medieval en la Universidad de Extremadura. Ha publicado media docena de libros y centenar de artículos y capítulos de libros sobre la guerra en la Edad Media, prestando especial atención a los conflictos entre cristianos y musulmanes en la Península Ibérica.

Feliciano Novoa Portela es doctor en Historia por la Universidad Autónoma de Madrid. Su investigación se ha dedicado preferentemente al mundo de las órdenes militares hispánicas en época medieval y al estudio de los viajes de aquella época. Sobre ambos temas ha publicado trabajos monográficos, numerosos artículos y participado en varios proyectos de investigación.

*Publicado por Marcial Pons Ediciones de Historia, octubre 2014.