Los validos en la monarquía española del siglo XVII. Estudio Institucional
Francisco Tomás y Valiente

Pocas figuras en nuestra ha historia han sido tan vilipendiadas como los validos, a quienes corresponde el dudoso honor de que tanto el pueblo como la nobleza, los intelectuales y los historiadores (estos últimos al menos hasta la segunda mitad del siglo pasado) hayan unánimemente señalado como una de las principales causas de la decadencia del Imperio español en el siglo XVII. Normalmente se les atribuyen epítetos tan amables como los de ambiciosos, inútiles, avariciosos, rastreros, ineptos u holgazanes. Ninguno de ellos (se consideran como tales al duque de Lerma, el duque de Uceda, el conde-duque de Olivares, Luis de Haro, el padre Nithard y Valenzuela) han recibido un tratamiento afable por la historiografía tradicional y ya en su momento fueron vistos con gran desconfianza y resentimiento. Ahora bien ¿en qué consiste la figura del valido? ¿Cómo articulaban su poder? ¿Qué relación tenían con el monarca? ¿De dónde emanaba su legitimidad? ¿Cómo fueron tratados en la literatura de la época?

A estas preguntas y muchas otras intenta dar respuesta el desgraciadamente asesinado Francisco Tomás y Valiente, una de las grandes figuras de la Historia del Derecho de nuestro país, en su obra, ya clásica, Los validos en la monarquía española del siglo XVII. Estudio Institucional* (publicada por primera vez en 1963, revisada en 1981 y reeditada ahora por la editorial Siglo XXI). Desde la presentación de la obra Tomás y Valiente deja claro el objetivo de su trabajo: “Esta obra se ocupa del estudio de los validos, desde el punto de vista institucional. Pretendo explicar su presencia, su razón de ser y el proceso de esta figura político-administrativa en la monarquía española del siglo XVII. Los aspectos biográficos de cada valido, o los hechos políticos en que ellos intervinieron quedan, pues, al margen de mi estudio. Pese a lo cual con frecuencia habrá que aludir a los caracteres personales de aquellos hombres o a los sucesos políticos de aquellos tiempos, porque las instituciones no son meros andamios montados en el aire, sino que están servidas por hombres de sangre y hueso y situados en un tiempo y un lugar determinado”.

A pesar de que la carga del término “institucional” pueda asustar al lector no especializado, tentado de imaginar un libro pedante, técnico y excesivamente académico, lo cierto es que el trabajo de Tomás y Valiente se lee con facilidad. Es más, llega a ser ameno y divulgativo y en absoluto denso, pues se ciñe al desarrollo de la tesis principal sin entrar en circunloquios sobre detalles y cuestiones innecesarias (vicio de los que adolecen muchos de los actuales libros de historia). En apenas doscientas páginas, apéndices incluidos, el jurista e historiador valenciano nos brinda una visión rigurosa y veraz, alejada de estereotipos y lugares comunes, de la figura del valido. Su trabajo, pionero en su momento, revela además el funcionamiento del aparato administrativo español del siglo XVII, sus entresijos y sus mecanismos de decisión.

VELAZQUEZ CONDE DUQUE DE OLIVARESTras la muerte de Felipe II en 1598 el sistema polisinodial que regía el Imperio hispano estaba firmemente configurado y estructurado. La Administración se había convertido en un colosal cuerpo burocrático inabarcable para una sola persona. El Rey Prudente supo gestionar, con más o menos éxito, este monstruo de papeles y despachos apoyándose en sus secretarios y en los Consejos. Sin embargo, la llegada al trono de su hijo Felipe III cambió radicalmente el tratamiento de los asuntos de Estado. La figura del valido eclipsó a los secretarios, a quienes arrebató competencias, y pasó a controlar los resortes del poder. ¿Qué significaba ser un valido? Francisco Tomás y Valiente no da una definición precisa que podamos trascribir, entre otras razones porque las características del gobierno del duque Lerma difieren, por ejemplo, del gobierno de Valenzuela o porque todo su trabajo es una explicación en sí misma de la figura del valido.

La ausencia de una definición, digamos, académica no nos impide reproducir algunas reflexiones que el autor realiza acerca de las características de la figura del valido: “Y es que el valido no fue simplemente un secretario de sangre azul. El valido actúa, ordena y dirige la máquina del Estado como ningún secretario llegó a hacerlo nunca. El valido fue, según soplasen los vientos de las circunstancias, odiado, respetado, obedecido y adulado como ningún secretario, a quienes suplantan, pero también superan en todo. […] Hay ingredientes de la figura del valido que no se dan en la del secretario de Estado: ambición de mando, alta categoría nobiliaria y la inicial y profunda amistad con el rey, disfrutada antes de que el príncipe fuera rey”.

Observamos, a partir de estas consideraciones de Tomás y Valiente, cómo el valido tiene un carácter más político y menos técnico que el del secretario. Su vinculación con el rey es personal y de confianza (con los riesgos que eso conlleva) y su linaje generalmente de origen noble. Este último punto tuvo gran importancia: de hecho, cuando Mariana de Austria, madre de Carlos II y regente tras la muerte de su marido Felipe IV, decidió nombrar validos a su confesor el padre Nithard y más adelante a Valenzuela, la nobleza se opuso frontalmente y Don Juan de Austria acabó por dar un golpe de Estado (el primero en la historia de España) para devolver el poder a la nobleza. Citando nuevamente al catedrático de Historia del Derecho: “los grandes, esto es, la más alta nobleza cortesana, intentaron por medio de los validos asaltar de modo pacífico los escalones políticos-administrativos del poder, situándose por encima de todos ellos en la dirección del Estado”.

Aunque la figura del valido tenía unos rasgos básicos, no todos desempeñaron su función de igual modo ni se ajustaron exactamente a parámetros comunes. Tampoco todos recibieron el mismo tratamiento, ni accedieron al poder por análogos medios. Francisco Tomás y Valiente estudia la actuación de cada uno de los validos en el gobierno, a la vez que expone el proceso de institucionalización y de adquisición del título de primer ministro. Distingue entre aquellos que tuvieron poca importancia (siempre desde el punto de vista institucional) como el duque de Uceda y el padre Nithard, de quienes lograron una mayor incidencia.

DUQUE DE LERMA RETRATOResulta muy interesante observar el título de “legitimación” de cada valido para desempeñar las funciones de gobierno. Por ejemplo, el duque de Lerma, que nunca desempeñó un oficio en la corte o un cargo administrativo, asienta su poder en una Cédula de 1612 que equipara su firma a la del monarca y supone “la más amplia y expresa concesión de poderes a un valido” (algo que escandalizó a muchos de sus contemporáneos pues cuestionaba la propia esencia de la monarquía absoluta). Por su parte, el conde duque de Olivares se hizo nombrar desde el principio consejero de Estado, acumuló gran número de cargos y reclamó en varias ocasiones una cierta división del trabajo entre él y el soberano. En su caso se trataba de “revestir la figura del valido con ropajes oficiales, con títulos de gobierno”. Muy significativo fue el caso de Valenzuela, no perteneciente a la alta nobleza, pues fue el primero a quien se concedió el título oficial de “Primer Ministro”. Como afirma Tomás y Valiente “creo que es éste el momento en que el valido como tal adquiere un mayor carácter oficial”.

Si las dos primeras partes de la obra del jurista valenciano están dedicadas a estudiar la figura del valido, la tercera y última expone qué se pensaba de esta institución en su época. Acude para ello a un amplio abanico de autores que reflexionaron acerca del encaje institucional de esta rara avis política, en los que predomina una enorme diversidad de opiniones. Algunos (Maldonado, Vicente Mutt, Solórzano o Mártir Rizo) consideraban que la figura del valido era ineludible porque el rey necesitaba un verdadero amigo con quien compartir secretos, alegrías y fracasos; otros (Salvador Maella, Baños de Velasco, Quevedo o Saavedra Fajardo) aceptaron la existencia de un valido, un tanto a regañadientes, pero consideraban que su poder debía de estar limitado y supeditado al rey; y, por supuesto, también hubo quienes (fray Juan de Santamaría y Pedro de Portocarrero) rechazaron la figura del valido porque, a su juicio, perjudicaba a la monarquía. Entre todas estas opiniones Tomás y Valiente destaca la aportación de Saavedra Fajardo, curtido político y diplomático: “En Saavedra, más que en ningún otro escritor, el valido está dibujado con claridad conceptual”.

Concluimos recomendando la lectura de este libro, esencial para comprender el funcionamiento de la toma de decisiones en el seno de la monarquía y la organización del Imperio español durante el siglo XVII, momento en que comienza su ocaso. La obra de Francisco Tomás y Valiente sirve, además, para desterrar algunas ideas preconcebidas sobre los reyes de aquella centuria, así como sobre sus dirigentes políticos. Ni aquéllos era unos indolentes o perezosos, ni éstos estaban movidos únicamente por la codicia. El exhaustivo estudio llevado a cabo muestra un escenario poliédrico y complejo en el que se han de conjugar leyes, tradiciones, amistades y legitimidades, para dirigir los pasos de un gigante con los pies de barro.

Francisco Tomás y Valiente (Valencia, 1932-Universidad Autónoma de Madrid, 14 de febrero de 1996) fue catedrático de Historia del Derecho, magistrado del Tribunal Constitucional (tribunal que él mismo presidió entre 1986 y 1992) y consejero permanente del Consejo de Estado desde 1995. Entre su extensa obra publicada destaca El Derecho Penal de la Monarquía absoluta (1967), El marco político de la desamortización en España (1971), La venta de oficios en Indias, 1492-1606 (1973), La tortura en España. Estudios históricos (1975), Gobierno e instituciones en la España del Antiguo Régimen (1982), Manual de Historia del Derecho español (1983) y A orillas del Estado (1996, obra póstuma).

*Publicado por la editorial Siglo XXI, junio 2015.