Si hay libros que debieran ser de obligada lectura para los amantes de la historia del arte, uno de ellos sería, sin duda, el clásico de Erwin Panofsky Los primitivos flamencos*. Pocos trabajos han sabido expresar con mayor belleza y rigor el nacimiento de la pintura flamenca durante los siglos XIV y XV. La obra que ahora reseñamos, publicada por primera vez en 1953, reúne las conferencias que el historiador alemán impartió en la Universidad de Harvard entre los años 1947 y 1948. Medio siglo después de su publicación, Cátedra nos facilita una nueva edición de un texto que no ha perdido vigencia con el paso del tiempo.
El propio autor señalaba en el prólogo del libro que “Como la mayoría de los títulos, el de la publicación presente es impreciso. No he pretendido presentar la pintura flamenca primitiva en su totalidad […], sino concentrar mis esfuerzos en Hubert y Jan Van Eyck, el maestro de Flémalle y Roger van der Weyden. He intentado aclarar, hasta donde ha sido posible, las premisas históricas de sus logros; valorar lo que sabemos o creemos saber sobre su estilo; y seguir en líneas generales el curso de las evoluciones subsiguientes de las que puede decirse que constituyen la principal corriente de la tradición flamenca primitiva”.
Como las ideas, la religión y la cultura, el arte está vivo y transita de un lugar a otro. Pocas regiones, por no decir ninguna, logran aislarse completamente de las influencias del exterior durante mucho tiempo. De una forma u otra, acabamos siempre conectados. Panofsky inicia sus conferencias explorando las conexiones que hubo entre las dos grandes escuelas de pintura de la Baja Edad Media, la italiana y la flamenca. Comparando el famoso retrato doble de Giovanni Arnolfini y su esposa, dibujado por Jan Van Eyck, con la Muerte de san Ambrosio de Masolini de Panicale (ambos pintados en torno al 1430), el historiador del arte alemán es capaz de sintetizar las principales diferencias y similitudes entre las dos corrientes artísticas. La confrontación de estilos y percepciones de la pintura ocupa una parte esencial de la obra y se convierte en uno de los principios germinales del relato.
Panofsky confiere, ya desde la introducción, un mayor ascendente a la pintura flamenca sobre la italiana. Sirvan como prueba estos dos párrafos que transcribimos: “Los Países Bajos e Italia compartían los principios básicos del arte ‘moderno’, pero representaban los polos positivo y negativo de un circuito eléctrico, y es fácil concebir que durante el siglo XV la corriente sólo podía circular de norte a sur”. Afirmación que repite más adelante: “Así que, durante la mayor parte del siglo XV, mientras que la pintura flamenca causaba una fuerte impresión en Italia, fue casi impermeable a su influencia. Sin embargo, durante la mayor parte del siglo XIV, la situación había sido la contraria, cabría decir que las armas mismas con las que Jan van Eyck y Roger van der Weyden iban a lograr sus victorias habían sido forjadas en Siena y Florencia; y que el mineral que se utilizó para realizarlas se había extraído de Roma y Alejandría”.
La excelencia alcanzada por la pintura flamenca no fue fruto, sin embargo, de un destello espontáneo de genialidad; sus raíces, analizadas por Panofsky, se hunden, además de en la comentada pintura italiana del Trecento, bien en la iluminación de libros francesa y francoflamenca del siglo XIV, en la que ocupa un lugar especial Jean Pucelle (“Si fuera posible atribuir un acontecimiento importante de la historia del arte a un individuo, el inicio de este proceso debería adjudicarse al que continuaré refiriéndome por la denominación tradicional de Jean Pucelle”), bien en el conocido como “estilo internacional”, del que sobresalen el maestro de Boucicaut o los hermanos Limbourg (aunque la característica principal de esta corriente es su gran difusión por el continente) o en las escuelas regionales flamencas. Todos aportaron su experiencia y conocimiento a los grandes maestros del XV. La obra dedica varios capítulos a estudiar estas fuentes, quizás menos conocidas para el lector profano pero no por ello carente de interés, y a indagar en los significados de los símbolos que predominaban en aquel periodo. Conocer la iconografía y la simbología de las representaciones pictóricas es fundamental para descubrir los mensajes velados que los pintores transmitían en sus obras.
Una vez expuestos los orígenes de la pintura primitiva flamenca, Panofsky se ocupa de cuatro de sus grandes maestros: el maestro de Flémalle, Hubert y Jan van Eyck y Roger van der Weyden. A cada uno de ellos dedica un capítulo completo, con una estructura similar: tras una breve descripción biografía, se adentra en las características de su estilo utilizando como eje de las explicaciones sus pinturas. De ahí que sea conveniente compaginar la lectura con las ilustraciones que aparecen al final del libro, o con cualquier otro medio que permita contrastar las aclaraciones del autor. Gracias a ellas descubrimos que en un simple cuadro hay mucho más que figuras coloreadas: se esconden, tras ellas, una forma de ver el mundo y una interpretación del arte única para cada pintor.
Del maestro de Flémalle, Panofsky aborda tanto el misterio que rodea su identidad, pues no se sabe con certeza a quién corresponde este nombre (se cree que a Robert Campin), como algunas de las obras que se le atribuyen: La Natividad, El Tríptico de Meróde, La Verónica, El Tríptico Seilern o Los desposorios de la Virgen, entre otras. Con dos pinceladas, el historiador alemán es capaz de ilustrar la novedad que aporta cada representación. De este misterioso pintor afirma que “Pese a todo su espíritu innovador, representa una fase temprana, e incluso preliminar, en el desarrollo del ars nova. Aunque miraba esperanzado hacia el futuro, permaneció, como muchos revolucionarios, profundamente comprometido con el pasado”.
Tras el maestro de Flémalle llega el turno al que quizá sea el más conocido de los artistas estudiados, Jan van Eyck, cuya extraordinaria destreza pictórica provoca “la impresión de que sus pinturas nos enfrentan a una reconstrucción, más que a una mera representación del mundo visible”. Entre las obras estudiadas se encuentran las famosas Anunciación, Virgen del Canciller Rolin, Madona del canónigo Van der Paele o El Retrato de Giovanni Arnolfini y su esposa. Panofsky incide en la capacidad del pintor flamenco para recrear hasta el más mínimo detalle y en su habilidad para conseguir no solo “una armonía de forma, espacio, luz y color que ni siquiera él iba a superar, sino que también demostró cómo el principio del simbolismo disfrazado podía abolir el límite que existía entre el ‘retrato’ y la ‘narración’, entre arte ‘profano’ y arte ‘sagrado’”.
De Hubert van Eyck, hermano de Jan, se sabe muy poco, apenas cuatro referencias, y las escasas noticias que tenemos de él son controvertidas, hasta el punto de que se le ha llegado a calificar de personnage de légende. Su principal obra, y de ahí el interés que suscita, se considera que es La adoración del Cordero Místico, también conocido como Políptico de Gante. Panofsky analiza la posible participación del pintor en su elaboración y las características del cuadro.
El último maestro tratado es Roger van der Weyden, quien se ve influido por el maestro de Flémalle y, algo menos, por Jan van Eyck. Su gran logro, señala el historiador alemán, reside en haber “introducido en el arte flamenco del siglo XV el principio de ritmo como distinción, por contraste, del metro, definible como aquel por el cual el movimiento se articula sin una pérdida de continuidad”, siendo su mundo “más desnudo en lo físico y más rico en lo espiritual que el de Jan van Eyck”. Entre las obras examinadas se hallan algunas tan conocidas como El descendimiento de la cruz o el Tríptico de Miraflores.
Se podrían explicar más pormenorizadamente las tesis de Panofsky sobre los cuatro maestros flamencos y sobre el contexto en el que aparecen, pero preferimos que sea el lector quien vaya descubriéndolas. No se sentirá defraudado. La capacidad del historiador del arte alemán para conjugar el análisis académico de obras y autores con el espíritu divulgativo de las conferencias es épatant, como dirían los franceses; y, aunque a veces la información que nos facilita sea algo especializada, nunca se pierde el hilo argumental. Recomendamos una vez más la lectura de este libro, que nos invita a ver más allá las pinturas de los grandes maestros flamencos.
Erwin Panofsky (1892-1968) se licenció en Friburgo en 1914 y fue profesor de Historia del Arte en la Universidad de Hamburgo entre 1921 y 1933. Con la llegada al poder del nazismo se trasladó a Estados Unidos, donde fue profesor en el Institute for Advanced Studies de Princeton y en la Universidad de Harvard. Entre sus obras más destacadas se hallan La perspectiva como forma simbólica, Renacimiento y renacimientos en el arte occidental, Arquitectura gótica y pensamiento escolástico o Idea: contribución a la historia de la teoría del arte.
*Publicado por Cátedra Ediciones, junio 2016.