Pierre Grimal, autor del libro que hoy reseñamos, falleció en 1996 dejando tras de sí una excepcional obra sobre los clásicos latinos de la que aún hoy podemos disfrutar. La editorial Siruela reedita ahora un precioso texto aparecido en 1965 bajo el título La littérature latine, que en la versión española se ha traducido como Los placeres de la literatura latina*.
Cuando, más allá del Atlántico, la ola de estupidez que invade ciertos medios universitarios rechaza los textos clásicos en razón de los rasgos de quienes los escribieron (mayoritariamente varones, de raza blanca y muchos de ellos poseedores de esclavos), es reconfortante acudir a obras como esta para sumergirse en la cultura latina, valorando lo que supuso en su día y su legado para las generaciones sucesivas.
El libro de Pierre Grimal es de carácter divulgativo, antes que académico. En relativamente pocas páginas -135 contiene la edición de Siruela- el autor pasa revista a las figuras destacadas de las letras latinas, desvelando lo más importante de su producción y, en algunos casos (Cicerón, Virgilio, Séneca, entre otros), unas pinceladas de sus vidas.
La obra sigue un enfoque cronológico, combinado con el temático. Dividida en seis capítulos, aborda sucesivamente cada uno de los períodos de la literatura latina, comenzando por “La primera poesía” (Plauto, Terencio) y “La formación de la prosa” (Catón, Polibio), para terminar con “Los supervivientes” en los últimos siglos del Imperio. Entre unos y otros se encuentran los grandes escritores de “La época de Cicerón” (el propio Cicerón, Salustio, Catulo, Lucrecio), de “La época augusta” (Virgilio, Horacio, Ovidio, Tito Livio) y de “La época de los retores” (Séneca, Petronio, Tácito y los dos Plinios, así como Marcial y Juvenal).
El enfoque de Grimal hace continua referencia a la relación inescindible entre los escritores latinos y la vida pública en la que se desenvolvían. A su juicio, “[…] esta literatura es esencialmente la de Roma, la Roma republicana y conquistadora, la Roma imperial y triunfante. El espíritu romano le insufla vida, celebra la gloria de quienes han llegado a ser, con mucho sacrificio, los amos del mundo; pero también se esfuerza por definir los valores fundamentales que subyacen a esa conquista; acompaña, y en ocasiones adelanta, al desarrollo de las mentes y contribuye a formar una civilización original, que fue la de Roma”.
Desde esa perspectiva, el autor destaca la convergencia entre lo que denomina “un estado social y político y un estado lingüístico, entre la ciudad romana y la lengua latina”. En su opinión, la literatura de lengua latina y de inspiración romana solo pudo nacer cuando se cumplieron simultáneamente esas dos condiciones indispensables y no pudo sobrevivir a la desaparición de una de las dos. Por emplear sus palabras, “para nacer, necesitaba que Roma se afirmase como centro político con la fuerza suficiente y que la lengua latina adquiriese una flexibilidad y una riqueza idóneas. Para decaer, necesitó que el crepúsculo del Imperio y la pérdida de los valores tradicionales comprometiesen definitivamente su vigor”.
A diferencia de otros trabajos de divulgación de la literatura latina (como el de Wilfried Stroh, “El latín ha muerto, viva el latín. Breve historia de una gran lengua”, que fue un éxito editorial en Alemania en 2007 y ha conocido sucesivas ediciones), el de Grimal no transcribe ningún pasaje de los textos de los autores que incluye. Algún lector se podrá sentir defraudado por esa ausencia, pero lo cierto es que añadir esos pasajes, ya en su versión original, ya en traducción, hubiese desvirtuado las características de la obra y requerido un volumen mucho más extenso que el ahora publicado.
Lógicamente, en una reseña como esta resulta imposible dar cuenta de los juicios del autor sobre los autores latinos que ha elegido como más significativos. Él mismo se detiene en los que considera particularmente relevantes, sin ocultar sus preferencias (Cicerón, Virgilio, Horacio y Séneca, a quien dedicó una bien conocida biografía) o sus críticas. Entre estas últimas destaca, por ejemplo, la de Tácito, a cuya obra maestra, los Anales, califica de “inagotable reserva de temas trágicos, adaptados a la transposición escénica con demasiada naturalidad como para no levantar sospechas sobre la objetividad del historiador”.
Una de las constantes de Grimal es la atención que presta a la influencia de la literatura griega en la latina. En el fondo, no está demasiado de acuerdo con Horacio, quien en unos famosos versos había sintetizado la relación de los dos grandes mundos clásicos en términos de hegemonía cultural del griego sobre el romano (“Grecia capta ferum victorem cepit et artes intulit agresti Latio”). Para Grimal, por el contrario, sin negar esa influencia, la imitación de los grandes autores griegos por los romanos no fue una “esclavitud esterilizadora, bien al contrario”. A su juicio, “sería vano tratar de oponer una Grecia creadora a una Roma limitada a imitarla servilmente: la creación prosigue, de un dominio al otro, y solo la anterioridad de la literatura griega puede explicar que la de Roma se desarrollase tan deprisa, como si hubiera tomado un atajo hacia su perfección”.
Otra de las notas subrayadas es la prevalencia de los valores morales en la construcción de la literatura latina. Presente en la poesía y, de manera mucho más explícita en la prosa de los grandes autores, la influencia de las ideas estoicas determinó que la apelación a mantener la virtus romana fuese una constante. Al presentarnos la obra de Salustio, por ejemplo, Grimal afirma que, al igual que sus predecesores, de Catón a Cicerón, fue “el abogado de los valores esenciales, un adepto de ese conservadurismo inteligente que era lo único capaz de salvar a Roma, programa que unos años más tarde retomaría Augusto”.
Concluimos con estas palabras del autor, a modo de síntesis de su obra: “Habría que citar muchos más nombres para hacernos una idea de la riqueza de las letras latinas. Los que aparecen en estas páginas son solo los principales, y nos hemos esforzado menos en componer un catálogo que en ir siguiendo por los meandros de las personalidades particulares, las grandes corrientes de la literatura, que se vio vinculada al destino político y espiritual de Roma. Esta literatura es continua: se desarrolla sin interrupción palpable entre el siglo III a.C. y el siglo V d.C […] En ciertos momentos domina la expresión poética, en otros la prosa ocupa un primer plano. Pero, en conjunto, prevalece la poesía […] Y podemos constatar que los romanos, frecuente e injustamente descritos como rudos campesinos y bárbaros amantes del saqueo, fueron en primer lugar y ante todo poetas, y que ahí se encuentran sus creaciones más bellas y sus mayores glorias”.
Pierre Grimal (1912-1996) fue uno de los grandes latinistas franceses, filólogo clásico, historiador y escritor. Tras graduarse en la prestigiosa Ecole Normale supérieure, obtuvo el doctorado y la cátedra de literatura y filosofía latinas en las Universidades de Burdeos y de París (Sorbona). En 1993 fue elegido “Cultore de Roma” (ciudadano de Roma) por la ciudad de Roma. Su producción científica y literaria fue muy abundante y en ella destacan ensayos sobre los principales autores latinos, además de biografías como la de Séneca y ediciones traducidas de las obras de Tácito, Plauto, Terencio y Virgilio. Se le considera el divulgador más destacado de la civilización y de la cultura romanas en Francia.
*Publicado por Siruela, Biblioteca de Ensayo, junio 2021. Traducción de Susana Prieto Mori.