EDICIONES DEL SUBSUELO - JUDIOS VIENESES

Los judíos vieneses en la Belle Époque
Jacques Le Rider

Hay quien pensará que la persecución a los judíos es algo reciente, ideado por la desequilibrada mente de Hitler y por su afán de depuración racial. La realidad es bien distinta. El antisemitismo se remonta varios siglos atrás y ya hay manifestaciones contra los judíos en la Edad Media, e incluso antes. No es sencillo explicar o entender los motivos que han llevado a generaciones y generaciones a perseguir y estigmatizar a una minoría tan concreta. Mucho se ha escrito sobre esta cuestión y, aun así, no hay una respuesta clara. Además, algunos de esos análisis carecen de objetividad y están llenos de prejuicios y medias verdades. La aportación del judaísmo, por mucho que todavía hoy les pese a algunos, es fundamental en el progreso de la humanidad, aunque, por desgracia, los judíos sean recordados más por el terrible Holocausto que por sus contribuciones propias. La historia del judaísmo es fascinante y está llena de superación, dolor, paciencia, abnegación, humildad y esperanza. Leer sobre ella siempre viene bien para comprender mejor nuestra cultura y a nosotros mismos.

Una de las principales capitales del judaísmo fue la Viena del siglo XIX. Pocas veces en la historia una ciudad ha reunido tal proporción de talento y genialidad como la capital del extinto Imperio Austro-Húngaro. Por sus calles transitaron personajes estelares de nuestro pasado reciente, judíos o no judíos, como Otto Wagner, Josef Hoffmann, Adolf Loos, Karl Kraus, Arnold Schönberg, Sigmund Freud, Alexander von Zemlinksy, Alban Berg, Gustav Mahler, Gustav Klimt o Stefan Zweig, por citar sólo a algunos nombres de una lista interminable. Convivieron en un heterogéneo campo de cultivo de ideas liberales, socialdemócratas y nacionalistas, pues Viena se convirtió en esos años en una las grandes urbes de la cultura occidental y de la modernidad europea. Con su peculiar estilo, la ciudad dejó su impronta en la historia hasta que la Primera Guerra Mundial y, años más tarde el fantasma del nacionalismo, la arrojaron al abismo de la mediocridad.

Esta Viena es la que retrata Jacques Le Rider en su obra Los judíos vieneses en la Belle Époque*. Un testimonio apabullante sobre la relación entre la ciudad, el judaísmo y la ignorancia manifestada en dos de sus formas más terribles, el racismo y el nacionalismo. El mundo que vio nacer a compositores de la talla de Arnold Schönberg o Gustav Mahler también se dejó arrastrar por los cantos de sirena del antisemitismo, que empezaba a cobrar fuerza y era utilizado como arma política. Así lo explica el autor: “En Viena se confirma la cruel paradoja de la época contemporánea: a pesar de haber fundamentado su emancipación, su integración, su ascenso social en ideas modernas, a pesar de encarnar la idea misma de modernidad, de comulgar con la ideología ‘supranacional’ de la monarquía austrohúngara ansiosa de preservar la cohesión de una población eminentemente multinacional, los judíos vieneses serán las primeras víctimas de las nuevas corrientes nacionalistas, populistas y hostiles a la modernización económica, social y cultural”.

La obra de Le Rider abarca el período comprendido entra la aparición del conocido como Imperio liberal, tras la firma del Compromiso austrohúngaro de 1867, y la Primera Guerra Mundial. Estos años marcan el cenit de los Habsburgo bajo el reinado de Francisco José I. Viena se convirtió en un hervidero de ideas, culturas y nacionalidades cuyo complejo engarce va a provocar numerosos conflictos sociales y políticos. Pero, al mismo tiempo, supuso la eclosión del arte, el pensamiento y la ciencia. El liberalismo imperante en la ciudad durante la segunda mitad de la centuria, que había permitido un nivel de libertad sin parangón en la época —para Le Rider es “la época dorada de la integración de los judíos en la sociedad”—, dio paso, sin embargo, a un creciente nacionalismo y antisemitismo, cuya consecuencia más visible e inmediata fue la elección de Karl Lueger como alcalde. Viena se convierte, de este modo, en la única gran ciudad europea gobernada por un partido antisemita.

JUDIOS VIENESES - VALLS CON KART LUEGERA lo largo de aquellos años Viena sufre un espectacular incremento demográfico. Pasa de los 476.220 habitantes en 1857 a los 2.031.498 en 1910. El número de vieneses judíos experimenta un crecimiento aún más extraordinario. Si en 1857 apenas se contabilizaban 6.217 judíos (un 1,3% del total de la población de la ciudad), medio siglo más tarde la cifra se acerca a los 200.000 (175.318), que representan el 8.6% de su población —porcentaje solo superado por ciudades como Varsovia (32%) o Budapest (23%)—. Obviamente, este desmesurado incremento provocó tensiones internas, pero también permitió, como explica Jacques Le Rider, acelerar el proceso de integración y asimilación de los judíos vienes. Los números no se deben solo a un aumento de las tasas de la natalidad, o descenso de las de mortalidad, sino más bien al hecho de que Viena se convierte en un centro de acogida de judíos de Europa del Este, especialmente a partir de finales de siglo.

¿Cómo definir a los judíos vieneses? Difícil pregunta. Jacques Le Rider afirma que “La historia de los judíos vieneses desde el siglo XIX hasta la Primera Guerra Mundial no puede escribirse como la historia de una minoría que consideraba evidente la diferencia entre los judíos vieneses y los vieneses no judíos. La historia de la asimilación judía desde los tiempos de la Ilustración y la diversidad entre los propios judíos vieneses hace que resulte difícil hablar de una ‘identidad judía’ enfrentada a la identidad de la mayoría de los vieneses”. Muchos de los protagonistas de esta obra sufren profundas crisis de identidad a medida que el nacionalismo y el antisemitismo van ganando fuerza en Viena; para parte de ellos, y así lo manifiestan, ser judío no era incompatible con ser vienés y pertenecer al Imperio austro-húngaro. De hecho, la cultura que los judíos promovieron en Viena no tenía nada específicamente judío. Sin embargo, poco a poco empezó a proliferar entre un importante grupo de judíos un sentimiento nacional propio, con muchos matices, que conducirá a la aparición de un incipiente movimiento sionista.

Jacques Le Rider disecciona el nacimiento de la modernidad en la capital de la Mitteleuropa y el impacto que prominentes judíos causaron en la cultura de la ciudad. Al mismo tiempo, observa el trágico despertar del nacionalismo y el antisemitismo, que tan funestas consecuencias traerá en los años venideros. El autor utiliza un doble mecanismo para exponerlo. Por un lado, recorre, siguiendo un flexible marco cronológico, la historia de Viena durante la segunda mitad del siglo XIX hasta la Gran Guerra, a través de las distintas posiciones políticas y los discursos sociales que imperaron en aquellos años: el liberalismo, el sionismo, el socialismo o el antisemitismo. Por otro lado, se detiene en la biografía de reconocidos judíos que habitaron la capital austriaca: Freud, Schnitzler, Hofmannsthal, Beer-Hofmann, Salten, Kraus, Zweig, Mahler o Schönberg.

Entre los discursos estudiados, quizás el menos conocido para el lector español sea el sionismo cuyo origen se halla, como muestra Le Rider, en la reacción contra el fracaso del movimiento liberal de asimilación e integración al sistema cultural y social alemán. Sus defensores buscaban hacerse un hueco en la agenda pública vienesa y enfrentarse al estigma del antisemitismo que empezaba a corroer las instituciones austriacas. Entre los pioneros del sionismo el autor destaca a personajes como Nathan Birnbaum o Theodor Herzl. Este último bien puede ser la personificación de un gran número de judíos de aquella época, cuyas dudas sobre su pertenencia a la sociedad austriaca o germana empiezan a surgir a consecuencia de los constantes ataques a los que son sometidos. Así lo describe Jacques Le Rider: “Theodor Herzl es un intelectual asimilado a la cultura alemana y poseído por una vocación de novelista, dramaturgo y periodista deseoso de influir en la opinión pública, que intenta superar una crisis de identidad personal y se hace preguntas sobre la identidad judía contemporánea”.

Las biografías que añade Le Rider a la obra no son simples recorridos por la vida de los biografiados; en ellas se ahonda, más bien, en las experiencias que tuvieron en el ambiente imperante en la Viena de finales del XIX; en las querellas internas sobre su identidad judía y vienesa (a veces sorprende ver cómo algunos judíos criticaron agriamente a sus correligionarios), o en sus contactos, normalmente aciagos, con las nuevas corrientes de pensamiento, como el nacionalismo y el antisemitismo. Se acentúa, por tanto, el perfil judío de los protagonistas y aunque no todos nacieron en Viena, llegaron a convertirse en referentes culturales de la ciudad.

Concluimos con una cita de Jacques Le Rider que sintetiza la esencia de su obra, tan recomendable como necesaria en unos tiempos en los que el fantasma de la ignorancia y fanatismo vuelve a merodear por las calles de algunas ciudades europeas: “La ‘Viena de Sigmund Freud’ se convertiría en un lugar de memoria europeo singularmente ambivalente: la memoria de una Belle Époque excepcionalmente fecunda, que hizo de Viena una de las capitales de la modernidad intelectual, literaria y artística en el umbral del siglo XX y, con el impulso de este deslumbrante inicio de siglo, hasta principios de los años 1930, pero también la memoria de una época triste del antisemitismo y de la violenta aparición de los nacionalismos”.

Jacques Le Rider (1954), antiguo alumno de la École normale supérieure, doctor en Letras y profesor en la Universidad París VIII, es desde 1999 director de estudios de la École pratique des hautes études en Ciencias históricas y filológicas de la cátedra de Europa y el mundo germánico. Ha colaborado como profesor invitado en las universidades de Berlín, Mannheim y en la Fundación Alexander von Humboldt de Colonia, entre otras. Es autor de una veintena de monografías en las que analiza la modernidad vienesa como una de las referencias estéticas e intelectuales más importantes de Europa.

*Publicado por Ediciones del Subsuelo, enero 2016.