“Hefesto, lleno de deseo por Atenea (que había ido, quizá, a encargar unas armas al dios herrero), la persigue. La virgen huye, pero se salva por poco, porque el semen del dios se desparrama por la pierna de la diosa; Atenea se limpia con una brizna de lana, que después tira al suelo. Esto basta para fecundar a Gea, la Tierra, que engendra a un niño. Atenea lo recoge (lo levanta del suelo) y vela por su educación, por mediación de las Cecrópidas, a quienes se lo ha confiado, pero también directamente, en su calidad de curotrofa. Al hacerse mayor, Erictonio funda las Panateneas y da a la ciudad el nombre de Atenas por el nombre de su protectora, pero esta historia se confunde con la de Erecteo”. Con estas palabras, extraídas de la obra Los hijos de Atenea. Ideas atenienses sobre la ciudadanía y la división de sexos*, explica la prestigiosa helenista y antropóloga francesa Nicole Loraux el origen de quien es considerado el primer rey propiamente ateniense de la famosa polis griega.
La mitología y la historia no siempre han sido buenas compañeras de viaje. Los mitos y las leyendas se asientan en la fantasía, en la magia y en lo irreal. Solían derivar de las construcciones mentales de procesos que, especialmente en la antigüedad, no podían explicarse. La historia, por el contrario, se basa en los hechos, en lo empírico y en lo cognoscible. Ningún historiador serio dará verosimilitud a esos relatos que, sin embargo, son muy útiles para comprender la mentalidad y la forma de pensar de una sociedad. De hecho, los mitos pueden llegar a ser instrumentos extremadamente valiosos con los que descifrar el complejo mundo de creencias y tradiciones de un pueblo. De ahí la importancia de su estudio y conocimiento. Aprendemos tanto de la civilización griega al estudiar los poemas de Hesíodo como las ruinas del Partenón.
Sobre esta premisa gira la obra de Nicole Loraux, quien la explica en estos términos: “Piedra angular de la guerra ideológica que opone las ciudades entre sí o soporte de las representaciones simbólicas de la colectividad, el mito desempeña su papel en la pólis, para sí misma y frente a las demás póleis. Aporta una historia, cosa que no gusta en absoluto a los mitólogos, ni siquiera mucho más a los historiadores, una historia que, sin embargo, no está libre de interferencias con aquella otra, política, social, ideológica, de la colectividad. Aporta una historia sobre todo porque ofrece un discurso dirigido a la ciudad, para la ciudad, porque es una de las voces interiores del imaginario político: los esquemas míticos, que prevalecen desde siempre al tiempo que se actualizan constantemente, legitiman y remodelan la experiencia cívica. La pólis los utiliza, pero quizá también cede a la persuasión de estos relatos tan antiguos”.
Hay muchas formas de afrontar los mitos. La antropóloga francesa opta por centrarse en una de sus facetas menos analizada: la división de sexos y el papel de la mujer en la mitología griega y en la política ateniense. El resultado es un trabajo complejo, de una profundidad intelectual abrumadora, que puede desincentivar a un lector menos especializado y poco acostumbrado este tipo de obras. Para enfrentarse a él no hace falta ser un experto en mitología helena, aunque es recomendable tener unas nociones básicas, pues la autora da por sabidos ciertos conocimientos que el profano no suele tener. Superadas esta traba inicial, el relato nos ayudar a comprender mejor el mito fundacional de Atenas, el engranaje social de la polis del Pireo y la legitimación del poder de los hombres, con la subsiguiente exclusión de las mujeres en ese ámbito. Más de dos mil años después, muchas de las conclusiones de Loraux son tristemente aplicables a nuestra sociedad.
A lo largo del trabajo se intenta dar respuestas a interrogantes tales como: ¿Se nace de la tierra (así lo afirmaba la oración fúnebre de Pericles) o de las mujeres? ¿Ha de entenderse el mito de Atenea como la simultánea derrota de las mujeres y el triunfo de lo femenino? Si las mujeres estaban “proscritas” de la vida política de Atenas ¿por qué, llevaba la ciudad el nombre de una diosa? ¿Existe una primera mujer ateniense? ¿Cómo inscribir a la mujer en un sistema que vive imaginando su total exclusión? Y, por supuesto, se plantea la pregunta de cómo dialogaba el orden mitológico con el imaginario político de los atenienses. Veamos, por ejemplo, la respuesta de Nicole Loraux a la pregunta sobre el origen de una primera mujer ateniense: “No existe una primera ateniense, no existe, no ha existido jamás una ateniense: la práctica política no conoce ciudadana alguna, la lengua no tiene ningún nombre para la mujer de Atenas, y hay incluso un mito para hacer de la exclusión de las mujeres el corolario de la invención del nombre de ateniense, el cual habría sido inventado por las mujeres sólo para que la ciudad de los hombres se lo retirase para siempre”.
El mito de Hefesto y Atenea es, lógicamente, solo uno de los que trata la historiadora francesa, junto con los de Pandora y Cécrope o los citados en las tragedias de Eurípides (Ión) y en las comedias de Aristófanes (en particular, Lisístrata). Unos y otros le sirven para contextualizar la representación que los atenienses tenían del valor de lo masculino, frente al hecho de lo femenino. Ahora bien, a pesar de los intentos de minusvalorar la presencia de las mujeres en la vida pública de la polis, la realidad acababa, al final, por imponerse y Nicole Loraux nos da cuenta de la dificultad de implantar este ideario político -la “exclusión de las mujeres”- y las consecuencias que entrañó para Atenas.
Concluimos con esta reflexión de la antropóloga francesa: “Pero ¿qué es un mito? Más allá de estas estructuras que nos gusta esparcir sobre la extensión homogénea de un espacio plano, mythos es el nombre de un relato: de una historia que tiene su tiempo, sus retrasos y sus aceleraciones. Una historia que los atenienses cuentan sobre su sistema simbólico, pero que en ningún caso se reduce sólo a esto. Una historia que produce placer, porque en ella nos reconocemos y a veces también nos descubrimos otros casi desconocidos, y porque nos perdemos en ella. […] La ciudad cuenta de nuevo su mito, de otra forma, para escuchar su propia voz en este relato del pasado; pero la plasticidad del mito sólo es igualada por su resistencia o su vitalidad y, más allá de todas las variaciones políticas sobre la pureza de la raza y la definición del ciudadano, se impone la figura paradójica de una virgen, de la cual los atenienses lo habrían obtenido todo”.
Nicole Loraux (1943-2003) fue directora de estudios de la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París. Entre sus obras destacan Maneras trágicas de matar a una mujer (1985), Les mères en deuil (1990), La tragédie grecque (1999), La Grèce au féminin (2001) y Las experiencias de Tiresias (2004).
*Publicado por la editorial Acantilado, septiembre 2017. Traducción de Monserrat Jufresa.