El siglo XIX fue un siglo de grandes transformaciones. El final del Antiguo Régimen y la instauración de un nuevo sistema político, económico y social obligaron a todas las instituciones a adaptarse a las nuevas circunstancias. Los principios que venían rigiendo el ordenamiento social durante siglos se desmoronaron y hubo que «crear» unos nuevos a partir de doctrinas filosóficas revolucionarias (al menos para aquella época). La sociedad sufrió las mayores alteraciones: si hasta entonces el orden y la jerarquía habían creado un conjunto de normas estables para la organización de los distintos estamentos, los cambios (espontáneos o impuestos) que se produjeron durante el siglo XIX hicieron, en cierto modo, trizas todo este sistema. Quienes más «sufrieron» ante los envites revolucionarios fueron los miembros de la nobleza ya que sus privilegios y tradiciones fueron paulatinamente socavados por una legislación que eliminó sus prerrogativas.
De la lectura del párrafo anterior podría deducirse que el siglo XIX estuvo inmerso en un estado de convulsión constante (en parte así fue) pero, sin embargo, la ruptura con el Antiguo Régimen no fue tan radical e inmediata como pudiera parecer a primera vista. Los cambios, que los hubo, fueron escalonados y tardaron en consolidarse. Lo mismo sucedió con la nobleza. Las modificaciones legales y sociales obligaron a las casas nobiliarias a un proceso inevitable de adaptación si no querían desaparecer. Este proceso ha sido pormenorizadamente estudiado por el catedrático Fernando Sánchez Marroyo en su libro Los grandes cambios económicos y sociales en el grupo nobiliario en España*, cuyo objetivo no es otro que «analizar la disolución, estabilización y fortalecimiento de las grandes fortunas nobiliarias a mediados del siglo XIX«.
A través de un exhaustivo estudio de fuentes primarias el profesor Sánchez Marroyo trata de dar respuesta a las preguntas (que él mismo plantea) de quiénes y cuántos eran los componentes del grupo nobiliario y cuál era la estructura patrimonial de sus componentes; de dónde procedía su fortuna territorial y cómo obtenían sus niveles de renta. A lo largo de los distintos capítulos que componen la obra vamos descubriendo los rasgos principales de la nobleza decimonónica española y los avatares que sufrió en una sociedad que ya no controlaba como antes. Todo ello, además, reflejado en un sinfín de ejemplos recogidos en las páginas del libro (y en varios apéndices) que muestran el considerable esfuerzo documental llevado a cabo por el autor, quien se sirve principalmente de los protocolos notariales y las listas derivadas de los repartimientos de la contribución territorial y pecuaria, aunque también acude a otra gran variedad de fuentes, por ejemplo, las sentencias del Tribunal Supremo.
La estructura del libro se ajusta, pues, a las preguntas antes citadas. Los primeros capítulos están dedicados a estudiar las principales características del grupo nobiliario mediante el análisis de su política matrimonial (quizás el instrumento más importante dentro de la nobleza), los lugares de residencia (con preponderancia de Madrid), las relaciones familiares (así como sus desavenencias: relaciones adulteras, hijos naturales o divorcios) y el origen de su patrimonio.
El profesor Sánchez Marroyo lleva a cabo una triple distinción entre la nobleza del siglo XIX. «Por un lado estarían aquellos títulos que no solo procederían del Antiguo Régimen, sino que además, lo habían recibido en los últimos momentos de la Edad Media y primeros momentos de la España de los Austrias […] Esta sería la verdadera nobleza de cuna, cuyo rasgo patrimonial más característico era la presencia de rentas de confuso origen señorial«. A continuación clasifica un segundo grupo, compuesto por «otro tipo de aristócratas surgidos en el Antiguo Régimen, es decir en plena Monarquía Absoluta, pero en un contexto social diferente […] cuya característica era que se trataba de personalidades notables a las que el Rey agraciaba con un título nobiliario«; y el último grupo estaría compuesto por la nueva nobleza unida al propio surgimiento del Estado Liberal. Resulta curioso y, al mismo tiempo revelador, que de los tres mil títulos existentes hoy en España la mayoría tenga su origen en el siglo XIX.
Los capítulos octavo y noveno del libro examinan las formas de renta y gestión que utilizó la nobleza para administrar sus inmensos patrimonios. El autor vuelve a distinguir tres tipos de rentas: la derivada de los activos reales (común a todos, la más numerosa y la que constituía la principal fuente de riqueza); la procedente de los activos mobiliarios (que irá ganando peso a medida que avance el siglo) y las obtenidas de fuentes muy heterogéneas, cuyo origen estaba «en el desdoblamiento del dominio característico del Antiguo Régimen, como aquellas otras procedentes de actividades productivas muy diversas«. Asimismo, la gestión de estos patrimonios estuvo en manos o bien de los propios nobles o bien en manos de administradores que se hacían cargo de ellos. Como es lógico, la suerte que corrieron algunas fortunas estuvo muy ligada a la capacidad de sus gestores, por lo que no siempre el resultado fue satisfactorio (como muestra la quiebra del duque de Osuna).
Los últimos capítulos de la obra están destinados al análisis de ciertos casos concretos. Entre las familias estudiadas están algunas cuya importancia sigue aún vigente como la Casa de Medinaceli, la Casa de Medina Sidonia o la Casa de Alba, junto con otras, hoy no tan conocidas pero que en el siglo XIX jugaron un papel muy destacado, como las del marqués de Manzanedo y duque de Santoña, la duquesa de Castro Enríquez o el marqués de Mirabel y conde de Beraventilla, por citar sólo algunas. Ejemplos que permiten, de un modo práctico, comprender la mentalidad de un grupo social muy reducido pero con una capacidad de influencia extrema, que hubo de hacer frente a cambios que les afectaron radicalmente.
Concluimos con la reflexión que hace el profesor Sánchez Marroyo en las últimas páginas de su obra: «En definitiva en la sociedad liberal, en la que habían desaparecido las vinculaciones y dominaban las leyes individualizadoras de la herencia, es necesario personalizar a cada titular aristócrata. Porque en el Antiguo Régimen el mayorazgo permitía mantener la integridad patrimonial al margen de las personas. En la sociedad liberal por el contrario esta integridad dependía de la actuación de individuos concretos que mediante una eficaz gestión empresarial y familiar […]. En conclusión, consumada la Reforma Agraria Liberal, los patrimonios nobiliarios tradicionales se vieron sometidos a una dura prueba de resistencia, que no todos superaron. Solo algunos Grandes de enorme patrimonio que lograron sanear y llevar una política matrimonial adecuada y otros nuevos nobles de intensa actividad empresarial lograron al llegar el siglo XX seguir manteniendo patrimonios por encima de los 100.000.000 de reales«.
Fernando Sánchez Marroyo es catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Extremadura. Ha centrado sus investigaciones tanto en la historia regional como en la nacional, con especial atención a los aspectos sociales del mundo rural en los siglos XIX y XX. Dentro de ellos sus trabajos se han dedicado, sobre todo, a analizar la historia agraria del Mediodía de España. En este ámbito su interés prioritario se ha dirigido al estudio de las transformaciones que experimentó el sistema de propiedad, a medida que se fue desplegando la reforma agraria liberal, y de sus resultados, la creación de un dinámico mercado de la tierra y el desarrollo de nuevas relaciones de poder.
*Publicado por RH+ Ediciones, 2013.