FORCOLA - ENEMIGOS DE LOS LIBROS

Los enemigos de los libros. Contra la biblioclastia, la ignorancia y otras bibliopatías
William Blades

De vez en cuando nos topamos, normalmente por casualidad, con un libro curioso, único, que, sin saber por qué, nos engatusa. Así sucede con la edición que acaba de publicar Fórcola del clásico Los enemigos de los libros. Contra la biblioclastia, la ignorancia y otras bibliopatías* del impresor y bibliógrafo inglés, William Blades. La obra es un breve tratado, apenas cien páginas, sobre los principales agentes causantes de la desaparición de los libros a lo largo de la historia. Entre esos temibles adversarios encontramos el fuego o el agua, pero también la ignorancia y el fanatismo, o los encuadernadores y los niños. La heterogénea y extravagante panoplia de “enemigos”, expuesta en un tono entre irónico y serio —ese estilo que solo son capaces de alcanzar los ingleses—, sirve al autor para reivindicar el libro no sólo por su contenido, sino por sus cualidades materiales y su trascendencia cultural. Un objeto que, sin llegar a ser arte, encierra los secretos de la humanidad.

Amena y ligera, la obra de Blades se lee con gusto. Es un libro, sin duda, para bibliófilos y amantes del papel. Sirva como ejemplo este comentario del autor acerca del trato que han de recibir los libros: “El modo más seguro de mantener la buena salud de los libros es tratarlos como uno trataría a sus propios hijos, que seguramente se enfermarán si están confinados en una atmósfera impura”. Si usted no pertenece a ese menguante y selecto grupo, mejor que acuda a otra obra. No es un trabajo sobre la historia del libro ni un sesudo repaso historiográfico, aunque relata algunos sucesos del pasado que implicaron la destrucción de libros. Hemos de tener cuenta, además, cuándo fue escrito (1880) y juzgar su contenido atendiendo a la mentalidad de la época (el capítulo dedicado a los criados causará cierto enojo a los defensores de lo políticamente correcto).

Junto al texto de William Blades, la edición de Fórcola incorpora, en su epílogo, un lúcido prólogo de Andrés Trapiello y una certera reflexión de Javier Jiménez sobre el mundo del libro y de la cultura. El escrito de Trapiello es una pequeña joya, con frases tan geniales como “Al ser un inglés del siglo XIX tenía una gran fe en el progreso, pero al no llegar a conocer el XX no le dio tiempo a desengañarse”; o “Si los autores fueran mejores de lo que son, y se respetaran un poco más a sí mismos no escribiendo más que libros buenos, probablemente se les tendría en mejor consideración y la gente no llevaría sus obras a los establos”. Trapiello, no obstante, se aleja un poco de la tesis de Blades y defiende el uso constante de los libros. No hay nada más pesaroso para un autor que su obra se conserve impoluta e imperecedera en la estantería de una biblioteca, sin que nadie se acerque a leerla.

ENEMIGO DE LOS LIBROS - LIBRERIA TRINITY COLLEGEJavier Jiménez, el editor de Fórcola, realiza, a su vez, un apasionado alegato en defensa del libro e identifica a los nuevos enemigos del siglo XXI. Entre ellos se encuentran los políticos, la sociedad del espectáculo o el insustancial consumismo que parece regir cada impulso de la actual sociedad. Así lo resume en el epílogo de la obra: “El libro y la cultura se han visto reducidos, además, en los últimos años a un mero asunto tributario y mercantil”. Para Jiménez, la obra de Blades no es solo un mero trabajo sobre la conservación y perpetuación del libro en cuanto preciado bien material, sino toda una reivindicación sobre la defensa, la promoción y la preservación del libro como patrimonio cultural que es. No podía tener más razón.

Volviendo al escrito del impresor y bibliógrafo inglés, repasemos cuáles son los abyectos enemigos a los que todo amante de los libros debe hacer frente: el fuego, el agua, el gas y el calor, el polvo y el abandono, la ignorancia y el fanatismo, la polilla de los libros y otras plagas, los encuadernadores (¡!), los coleccionistas, los niños y los criados. Algunos de estos temidos adversarios son evidentes: el fuego y el agua han sido las principales herramientas para destruir libros desde tiempos inmemoriales; si, además, interviene la mano del hombre, los estragos suelen ser mucho mayores. El polvo, el abandono y las plagas están, en cierto modo, relacionados, pues el tiempo todo lo consume si no hay una voluntad de conservación. Sorprende, sin embargo, la inclusión de los encuadernadores y los coleccionistas, en especial, sobresale la inquina que Blades tiene hacia los encuadernadores, de la que son buen ejemplo estas palabras: “El mismo pecado será cometido de vez en cuando por algún encuadernador de esos que parecen tener enraizada la aversión hacia los bordes desiguales y los márgenes generosos que, en su opinión —naturalmente— son criaturas de las Naturaleza destinadas a alimentar la guillotina del impresor”.

Cada capítulo de la obra está dedicado a uno de sus “enemigos” y a explicar los daños que generan en los libros. Blades combina las viñetas históricas con anécdotas de la época y con experiencias personales, trazando un original recorrido, lleno de humor e ingenio, por la vida misma de los libros. Quizás los epígrafes más peculiares sean los dedicados a la polilla (un bicho que despierta en Blades una viva curiosidad científica), la ignorancia y el fanatismo. Sobre este último, escribe un hondo lamento de crítica a la estupidez humana. Las historietas que relata el impresor inglés acaban por hacer llorar y reír al mismo tiempo.

Si usted se tiene así mismo por un bibliófilo consumado, esta obra debería ocupar un lugar privilegiado en su colección. Puede que no sea un trabajo riguroso, pero sirve magistralmente como recordatorio de que los libros son algo más que papeles y tinta, esconden pequeños tesoros, solo al alcance de aquellos aventureros que sepan adentrarse en ellos. Así concluye Blades: “Un libro antiguo, cualquiera que sea su contenido o su mérito interno, es en realidad una porción de la historia de un país. Podemos imitarlo, imprimirlo en facsímil, pero nunca podemos reproducirlo con exactitud y como documento histórico que es, hemos de conservarlo con todo cuidado”.

William Blades (1824-1890) fue impresor y bibliógrafo inglés. Aprendió el oficio de su padre, con quien fundó la firma Blades, East y Blades. Su interés por la impresión y por su historia le llevó a estudiar la vida y la obra de William Caxton, el primer impresor inglés. Blades, que apoyó firmemente la creación de la Library Association del Reino Unido, fundada en 1877 como resultado de la primera Conferencia Internacional de Bibliotecarios, fue un gran coleccionista de libros antiguos, grabados y medallas. Entre sus publicaciones, referidas principalmente a la temprana historia de la imprenta en Inglaterra, figuran Vida y tipografía de William Caxton, primer impresor de Inglaterra (1861-1863), y Libros en cadenas (1892).

*Publicado por la editorial Fórcola, enero 2016.