Los colores de la política en la España contemporánea
VV.AA.

A veces cuesta entender el gasto desmedido que empresas, organismos públicos y personalidades destinan a la publicidad y a la imagen. Al ciudadano común le llama (negativamente) la atención cómo se despilfarra el dinero en campañas publicitarias o de identidad corporativa, cuando no en simple propaganda. Sin embargo, esta práctica no resulta una novedad: desde siempre la apariencia ha sido casi tan importante como el contenido. En la vida política, por ejemplo, la apariencia de poder favorece la sumisión, haciendo más difícil la probabilidad de sufrir ataques. Por eso, soberanos y gobernantes han cuidado hasta extremos insospechados los detalles protocolarios y el modo en el que querían ser vistos por la sociedad. La legitimidad es un bien escaso, que cuesta mucho lograr y se puede perder en un momento. De hecho, incluso se han iniciado guerras por motivos triviales, que por sí solos no tendrían gran peso, pero dañaban la reputación de uno de los contendientes. Este, para no perder su prestigio, se embarcaba en la contienda.

La imagen, repetimos, es un elemento inseparable del poder y, a la vez, herramienta utilísima para trasladar mensajes a la sociedad. Por otra parte, a los ojos humanos, la imagen es inseparable de los colores. La importancia de estos, su aptitud para hacernos sentir sensaciones distintas (hay colores más cálidos y otros más vivos, unos transmiten paz, otros nos encolerizan), determinan que las agencias de comunicación y de mercadotecnia los exploten hasta la saciedad.

La política no ha sido ajena a este fenómeno y, por ejemplo, el color púrpura se asociaba desde siempre a la grandeza imperial, para resaltar su autoritas y su poderío. Si queremos algo más cercano, podemos observar los colores que identifican a ciertos partidos políticos, casi tan importantes como sus logos o sus nombres. Los votantes (y los medios de comunicación) están acostumbrados a que unos u otros empleen el rojo, el azul, el morado, el verde, el negro, el arcoíris o el naranja. Y, por supuesto, los colores son decisivos en la iconografía y en los símbolos de cada nación o territorio. En las banderas, en los uniformes militares o en los escudos, los colores que aparecen no son aleatorios, sino que tienen un significado detrás, que trasciende con creces la mera apariencia cromática.

Puede parecer un tema baladí para un trabajo histórico, pero lo cierto es que en él se esconden cuestiones mucho más densas de lo que a primera vista uno pudiera imaginarse. Por esta razón, la obra colectiva que ha coordinado el profesor Jordi Canal, Los colores de la política en la España contemporánea*, resulta tan interesante. Constituye, además, una materia apenas tratada por la historiografía de nuestro país, pero que revela muchas facetas de nuestro pasado.

Con estas palabras expresa el editor, en el prefacio del libro, el propósito de su trabajo: “Los textos, entre el ensayo y el trabajo académico más erudito, adoptan soluciones formales y narrativas variopintas, tal como quedó fijado desde un principio del proyecto, que han sido consideradas por los autores como las más adecuadas para detectar, analizar y explicar la presencia y la importancia de los colores en nuestras sociedades pasadas y presentes. Se trata de estudios históricos, evidentemente, pero que dialogan de manera fructífera con la ciencia política, la sociología y la antropología, con el arte, la literatura, la psicología y la lingüística. En todos ellos se abren sugestivas vías de exploración para el futuro”. Y apunta más adelante: “Los colores, que no deben ser interpretados como algo natural, sino como una construcción cultural compleja y como un fenómeno social, inundan la política. Con los colores se nombra, se insulta, se identifica, se marca, se exhibe, se simboliza, se emociona, se comunica, se vende y se viste la política. La dimensión cromática de la política y de lo político se nos aparece por todos lados y en todo momento. La historia de España ofrece numerosos casos, que el lector encontrará tratados de manera más o menos extensa en las páginas de este libro”.

En total son nueve colores los analizados. Cada uno corresponde a un autor: blanco (Pedro Rújula), negro (Enric Ucelay Da Cal), rojo (Eduardo González Calleja), amarillo (Javier Moreno Luzón y Xosé M. Núñez Seixas), morado (Tomás Pérez Vejo), azul (Xavier Moreno Julià), violeta (Mónica Moreno Seco), verde (Fernando Martínez López) y naranja (Alfons Jiménez). Les antecede un capítulo introductorio (“Colores”) a cargo del editor de la obra. Como suele suceder con la mayoría de los trabajos corales, y así lo admite el coordinador en el prefacio, no todos los epígrafes tienen la misma estructura o enfoque. Hay algunos que optan por una aproximación más histórica, otros, en cambio, hacen un balance preferentemente político. Unos se centran en el significado que se daba a ese color en la sociedad, otros prefieren ocuparse de cómo se representa en la simbología oficial. Del mismo modo, es inevitable que algunos nos interesen más que otros. Lo relevante es la impresión de conjunto que se quiere trasladar y que hace tan original esta aproximación.

No tendría sentido que entrásemos a analizar cada capítulo y las implicaciones cromáticas y simbólicas de cada color. Baste destacar las transformaciones que se van produciendo en la apreciación de algunos tonos, hasta representar lo opuesto de lo que significaban siglos antes. También sucede lo contrario: colores con unas connotaciones muy específicas se han perpetuado en el tiempo. Algunos tienen una vida intermitente, como le ocurre al morado, inicialmente unido a la púrpura imperial y utilizado por los monarcas castellanos, luego asociado a la República, desaparecido durante el franquismo y renacido hace pocos años. Ejemplos como este se suceden en la obra, que nos brinda una forma distinta de aproximarnos a la historia de España, desde un punto de vista que rara vez tenemos la oportunidad de leer.

Concluimos con esta reflexión de Jordi Canal: “Pienso que una de las tareas que el historiador tiene encomendadas, en el marco de una disciplina y un oficio no siempre del todo valorizados, consiste en buscar y hallar nuevas maneras y nuevos objetos que permitan explicaciones e interpretaciones más complejas y más satisfactorias para el conocimiento de los hombres y las mujeres del pasado. Los individuos, que una vez fueron de carne y hueso, son los auténticos protagonistas de la historia. Y de ellos, en nuestro afán comprensivo, nos interesa todo. Un color no mirado o no evocado por un sujeto, no existe en realidad. Detenerse en los colores de la política podía convertirse en una forma de acceder a una interpretación más cabal de sus acciones, actitudes, emociones, sentimientos o pensamientos, al tiempo que se estaba contribuyendo a esbozar una reconstrucción más completiva de la historia de la España de los siglos XIX, XX y XXI”.

*Publicado por la editorial Marcial Pons Ediciones de Historia y Prensas de la Universidad de Zaragoza, noviembre 2022.