La monarquía goda ocupa un espacio singular en la historia española. Vilipendiada, ensalzada, temida, admirada, denostada, marginada… ha sido objeto de todo tipo de comentarios y análisis. Desde ser aborrecida por miles estudiantes, que debían aprenderse de memoria las listas de sus monarcas con sus “extravagantes” nombres, hasta erigirse, para alguna historiografía nacional, en la piedra angular o el punto de partida de la identidad española. En este amplio arco de sentimientos se mueven los historiadores y el gran público, quienes han tenido, desde siempre, una relación compleja con los visigodos. Una de las principales causas de este “desencuentro” es lo insuficiente de su conocimiento para buena parte de la población actual. Más allá de estar al corriente de que fueron un pueblo llegado del norte, que sucedieron o coexistieron con los hispanorromanos, que instalaron su capital en Toledo y que sufrieron la derrota a cargo de los musulmanes, no se sabe, en general, mucho más de ellos.
Sin embargo, la impronta que dejaron en nuestra historia es considerable. Aunque el reino visigodo apenas sobrevivió un par de centurias y siempre en un estado de constante incertidumbre (apenas hubo unos pocos años en los que predominó la paz), sentó las bases sobre las que se construirá en los siglos siguientes la legitimidad de la Corona española y, por ende, de la nación. Durante el exiguo lapso temporal que gobernaron la Península, fueron capaces de imbuir a todo el territorio de unos rasgos que se perpetuarán en los primeros monarcas de la Reconquista. En este sentido, los visigodos lideraron el tránsito del desaparecido Imperio romano, es decir, de la Edad Antigua, al inicio de la Edad Media. Fueron capaces de aunar la tradición romana con las costumbres germánicas y construir un cuerpo político, legal, administrativo y social que sobreviviría, pese a todo, a la invasión musulmana.
En la controvertida lista de reyes visigodos hay un nombre que destaca por encima del resto: Leovigildo. Fue él quien configuró de forma definitiva lo que hoy conocemos como reino visigodo de Toledo, además de ser uno de los monarcas que más tiempo estuvo al frente del trono (catorce años) y de los pocos que murió por causas naturales. Su convulso reinado (se enfrentó a todos sus vecinos y hubo de sofocar la rebelión de su primogénito) consolidó el poder godo en la Península y se ha convertido en un tema de profundo debate en el mundo historiográfico por su significado y trascendencia. El profesor José Soto Chica explora en una excelente biografía la vida, el reinado y el legado de Leovigildo. Rey de los hispanos*.
Como explica el autor, “Si Leovigildo hubiera sido rey en las contemporáneas Britania o Escandinavia, su vida hubiera sido leyenda. Pero fue rey en Hispania y sus hechos son historia. Yo he pretendido contar esa historia. La historia de un rey, pero también la de un hombre con múltiples facetas: la del hábil y feroz guerrero que se ponía al frente de su hueste para emprender atrevidas expediciones, la del estadista genial y un tanto soñador, la del legislador pragmático, la del político manipulador, la del implacable rey que no toleraba oposición alguna y la del creyente devoto, la del esposo de conveniencia que vivió sin amor y la del padre traicionado por su propio hijo, la del hombre sin piedad que ordena, o al menos permite, la ejecución de ese hijo para facilitar el trono al otro, al fiel, al «bueno», y, con ello, la paz al reino por el que tanto había combatido”.
El trabajo del profesor Soto Chica reúne las dos cualidades que han de exigirse a una buena biografía: estar bien fundamentada en un estudio riguroso de las fuentes (lo que en este caso resulta doblemente encomiable, pues los testimonios verosímiles escasean) y que sea amena y de fácil lectura, evitando, en la medida de lo posible, que el autor se pierda en disquisiciones menores y excesivamente académicas que nada aporten al “relato” y más bien embrollen la lectura. Ambas cualidades se cumplen en este trabajo: por un lado, el estudio del personaje es minucioso y las opiniones del autor no se anteponen al frío análisis historiográfico; por otro, la “tensión narrativa” se mantiene en toda la obra y el lector profano sabrá apreciar su tono divulgativo.
Uno de los elementos que hace más atractiva la obra, y facilita su lectura, es la propia vida de Leovigildo. El monarca godo cuenta con una biografía fascinante, en la que la muerte, la intriga y el poder están presentes en cada momento (se podría decir que proporciona material para una serie televisiva con varias temporadas). Al llegar al trono tuvo que asentarse en un territorio hostil, poco dado a contar con reyes fuertes. Más tarde le acecharon enemigos temibles y poderosos, con una familia intrigante que no dudaba en conspirar contra él. Aun así, a su muerte se había impuesto a sus adversarios y consolidado la figura del rey, aunque para lograrlo hubiese tenido que ajusticiar hasta a su propio hijo. El profesor Soto explora los distintos enfoques que podemos observar en la vida de nuestro protagonista y matiza algunas de las afirmaciones un tanto exageradas o descontextualizadas que se han vertido sobre él.
A la vez que descubrimos la figura de Leovigildo, nos adentramos en los avatares de la Península Ibérica del siglo VI. Una tierra hostil y golpeada por la guerra, el hambre y la enfermedad en la que conviven nobles godos, ricos hispanorromanos, funcionarios de Bizancio, clanes aguerridos… en un precario equilibrio dado a quebrantarse con relativa frecuencia. Este mundo era la herencia de un Imperio romano que se resistía a desaparecer, aunque en realidad ya no existiese.
Concluimos con esta reflexión del autor sobre su biografiado: “Leovigildo fue un superviviente. Su vida no fue fácil; su mundo no fue amable. Sobrevivir siempre exige un precio y Leovigildo lo pagó con creces. Su supervivencia no fue gratuita ni vacía: creó un gran reino y en ese reino muchos que antes hubieran perecido, tuvieron la oportunidad de medrar bajo un nuevo orden donde la paz y la ley fueron más manifiestas y sólidas de lo que lo habían sido antes de su reinado. Pese a todo ello, no puedo evitar que, cuando evalúo la existencia del gran rey, del primer «rey de los hispanos», me venga a la cabeza aquella frase de George Orwell: «Lo importante no es mantenerse vivo, sino mantenerse humano». Puede que así sea, pero, quizá, Leovigildo y su implacable mundo solo pudieron permitirse sobrevivir y, de ese modo, ofrecer a los que vinieron después de ellos la oportunidad de poder vivir siendo un poco más humanos”.
José Soto Chica fue militar profesional. Es doctor en Historia Medieval por la Universidad de Granada, profesor contratado doctor e investigador del Centro de Estudios Bizantinos de Granada. Es autor de más de cincuenta artículos y capítulos de libro en obras especializadas y ha publicado seis libros de historia, entre los que destacan Imperios y bárbaros, La guerra en la Edad Oscura y Los visigodos. Hijos de un dios furioso. También es autor de novela histórica y recibió el Premio Edhasa 2021 por El dios que habita la espada.
*Publicado por Desperta Ferro, noviembre 2023.