GALAXIA GUTENBERG - LENINGRADO ASEDIO Y SINFONIA

Leningrado. Asedio y sinfonía
Brian Moynahan

¿Hasta dónde pueden llegar las fuerzas de una persona sometida a toda clase de penurias y privaciones? ¿Cuáles son límites de la capacidad humana? ¿Cuánto tiempo puede permanecer cuerda una ciudad de tres millones de personas sometidas a un asedio terrible? ¿Pueden la música o las artes cambiar el curso de una guerra? ¿Qué mueve a una sociedad a destruirse a sí misma a través de purgas, miedo y represión? Cuando la esperanza se ha desvanecido de los corazones de los hombres, tan sólo algún destello puede devolver parte de la humanidad perdida a un pueblo terco y aguerrido pero atenazado por el Terror. Hay libros que deberían ser de obligada lectura en momentos en que se intenta rehabilitar ciertas ideologías o recuperar algunos principios cuya aplicación en el pasado tan sólo trajo muerte y dolor, olvidando que hace poco más de cincuenta años el mundo estuvo al borde del desastre por la locura de unos pocos y la sumisión de la gran mayoría.

Uno de estos libros debería ser, sin duda, Leningrado. Asedio y sinfonía*, escrito por el periodista inglés Brian Moynahan. Pocas obras han sabido captar mejor los horrores de la guerra y el sufrimiento de una ciudad expuesta al acoso sistemático de los ejércitos alemanes y a la represión del régimen totalitario soviético. Estamos ante un trabajo duro y descarnado, donde la realidad muestra lo más vil de la condición humana pero, al mismo tiempo, refleja la grandeza del hombre y su capacidad de encontrar fuerzas allí donde tan sólo cabe la desesperación. El lector ha de estar prevenido pues no es extraño que, a medida que avanza el relato, pierda un poco la fe en la humanidad y se le haga un nudo en el estómago si compara sus problemas con los que tuvieron que afrontar más de tres millones de almas en situaciones dantescas.

La obra de Brian Moynahan aborda, por un lado, el asedio al que el ejército nazi sometió a la ciudad de Leningrado (hoy y antes de la Unión Soviética, San Petersburgo) durante los últimos meses de 1941 y los primeros de 1942 —aunque el sitio perdurará hasta 1944 cuando fue finalmente levantado por las fuerzas soviéticas— y, por otro lado, la composición de la séptima sinfonía de uno de los más reputados músicos del siglo XX, Dmitri Shostakóvich. La estructura de la obra resulta muy interesante pues combina el relato íntimo y personal de las tribulaciones del compositor con las maniobras bélicas de ambos contendientes. De fondo emerge la ciudad de Leningrado y sus habitantes, héroes anónimos cuya única recompensa por sobrevivir a lo peor de la sinrazón humana fue disfrutar el 9 de agosto de 1942 de un fulgor de genialidad musical escrito en honor a ellos e inspirado por su fe inquebrantable.

LENINGRADO - MUERTOS POR ARTILLERIA ALEMANAA quien escribe esta reseña le asalta la duda de cómo el pueblo soviético pudo sobrevivir a sus propios dirigentes. Si hay algo estremecedor en la obra de Brian Moynahan, junto a los despiadados efectos del hambre, es la espiral de violencia y represión que aplicó el régimen soviético sobre la población (incluso durante la contienda). Las purgas de la década de los años treinta y del inicio de la Segunda Guerra Mundial fueron escalofriantes, con cientos de miles de ejecuciones sumarias o deportaciones a campos de trabajo (pocos volverían) sin motivos aparentes y por el mero capricho de unos pocos que buscaban preservar un ideología vacía. El Terror que describe el periodista inglés es sobrecogedor, nadie estaba libre y nadie sabía quién podría ser el siguiente en sufrir el implacable abrazo de la NKVD.

Científicos, intelectuales, profesores, artistas… la mera sospecha de crítica al régimen ya era causa suficiente para ser condenado. Moynahan incluye en su libro algunos testimonios personales y extractos de los interrogatorios realmente turbadores. Las penosas condiciones de los prisioneros, el hambre, la tortura y la desesperación hacían imposible cualquier resistencia y todos acababan por confesar cualquier cosa. La influencia de Stalin y sus seguidores más próximos sobre la vida del pueblo soviético era tal que una simple reseña negativa o el rechazo de Stalin truncaban carreras. Como se recoge en la obra, “el excelente director de orquesta británico sir Mark Elder está seguro que [Shostakóvich] habría sido el mejor compositor de ópera del siglo, de no haber sido porque Lady Macbeth de Mtsensk no fue del agrado de Stalin”.

Dmitri Shostakóvich nació el 25 de septiembre de 1906 en el seno de una familia de intelectuales y artistas que gozaba de cierta reputación en San Petersburgo. La Revolución rusa trastocó su acomodada posición, aunque no impidió su acceso al conservatorio de la ciudad a los trece años. En 1925 compuso su primera sinfonía en la que mostraba ya sus increíbles dotes musicales. A lo largo de su vida, la fama fue un castigo y una salvación para Shostakóvich. El trabajo de Brian Moynahan refleja un hombre atormentado cuya máxima aspiración es dedicarse a la música pero cuya genialidad le arroja constantemente al lodazal de la política soviética. Varias veces estuvo bajo la atenta mirada de la NKVD y muchos de sus amigos sucumbieron al implacable Terror rojo. Las críticas a su estilo, considerado demasiado formalista y occidental, estuvieron a punto de acabar con su carrera, y tan sólo la extraordinaria calidad de sus composiciones le libraron de una muerte segura para convertirle en una figura fundamental de la propaganda soviética.

¿Hasta qué punto Shostakóvich compartía la ideología soviética? Resulta difícil dar una respuesta definitiva y existe, todavía hoy, una gran controversia al respecto. Ahora bien, no cabe duda de su sincero e incondicional fervor por su ciudad natal. Pesaroso por ser evacuado de Leningrado, donde desempeñaba funciones de bombero tras intentar alistarse en dos ocasiones en el ejército, la séptima sinfonía está dedicada a la ciudad. Así lo explica Moynahan: “En lo más profundo de la Séptima Sinfonía había un aullido contra la maldad que se abatía sobre la ciudad. Por el momento, se consideraba que aquella maldad era exclusivamente la de los nazis. Pero la había precedido el Terror rojo, que iba a perdurar mucho más tiempo. Shostakóvich lo sabía en su fuero interno, tanto como cualquiera. Aquel Terror se había llevado a amigos íntimos y a familiares suyos; el cuerpo torturado de uno de ellos había aparecido en un vertedero de Moscú; otros acabaran destrozados en los campos del gulag […]. Esta difícil, compleja y magnífica sinfonía, y los músicos que soportaron aquellos horrores para interpretarla, resistieron a la inhumanidad de Leningrado, tanto a la de dentro como a la de fuera. Fue el réquiem de Shostakóvich a una noble ciudad acosada por los dos grandes monstruos del siglo”.

LENINGRADO - CONCIERTO SEPTIMA SINFONIATan solo tres meses después de que Hitler pusiese en marcha la Operación Barbarroja, el ejército alemán lograba cercar Leningrado el 14 de septiembre de 1941. Se iniciaba, de este modo, un asedio que duró más de tres años y terminó con la derrota de las fuerzas germanas aunque, a la vista de las cifras de bajas y las condiciones de vida de los habitantes de la ciudad, tampoco puede considerarse una victoria para el ejército rojo. Según las estadísticas soviéticas, desde el inicio del sitio hasta julio de 1942 se contabilizaron 653.000 muertes y habían desaparecido tres de cada cuatro personas que figuraban en el censo de 1939. Los suplicios que tuvieron que soportar los leningradenses son sobrecogedores y poco deben envidiar a los muertos: Brian Moynahan habla de canibalismo, de miles de muertes por desnutrición, de condiciones infrahumanas y de una desesperación generalizada.

Hitler estaba obsesionado con la destrucción de Leningrado. De ahí, que los bombardeos aéreos y de la artillería fuesen indiscriminados. El ejército alemán, una vez alcanzada la ciudad, tampoco dedicó grandes esfuerzos a conquistarla y muchas de las tropas que habían iniciado el asedio se destinaron a la toma de Moscú o al avance del ejército del sur. Las operaciones estuvieron, a partir de entonces, más dedicadas al desgaste y a la aniquilación de la ciudad que a su completa ocupación. Por su parte, los soviéticos sustituían sus carencias tácticas y materiales con una fe inquebrantable y con el espurio esfuerzo humano. El miedo a la represalias de Stalin y el poco respeto por la vida de sus compatriotas provocaron que el alto mando soviético lanzase incursiones suicidadas, una detrás de otra, que únicamente lograban aumentar el número de bajas. Brian Moynahan relata grosso modo las principales operaciones militares y la vida en el frente.

Resulta imposible determinar la repercusión real que en el devenir de la guerra tuvo la Séptima Sinfonía y su estreno en Leningrado. Probablemente fuese insignificante pero, sin embargo, para quienes asistieron al estreno, para la ciudad y para el compositor fue un momento trascendental y una forma de sobrellevar el infierno que estaban atravesando. Las autoridades soviéticas, hábiles manipuladoras, lo utilizaron también como un símbolo de la grandeza soviética. La sinfonía dio la vuelta al mundo y los aliados se apresuraron a representarla en sus países con un éxito indiscutible de público y crítica. La belleza de la composición no radica sólo en su melodía sino en lo que representa. Así lo expresa Brian Moynahan: “A pesar de todo, aquel concierto en la ciudad mártir es tal vez el momento más grandioso, y sin duda el más emocionante, que puede encontrarse en la historia de la música. Gracias a él, la gran ciudad a orillas del Nevá pudo conservar su alma artística frente a los intentos de aniquilación a manos de Stalin y de Hitler. Los que tocaron en aquel concierto dieron muestra de una valentía que trajo consuelo y confianza a un público, que, al igual que ellos mismos, ya había superado con creces lo que cabría suponer que era el límite de sus fuerzas. Durante aquellos ochenta minutos de música en la Sala Filarmónica se vio que todo lo mejor que hay en la humanidad había sobrevivido a todos los ataques que había lanzado contra ella lo más bajo y cruel del ser humano”.

Brian Moynahan ha sido corresponsal en Rusia y director para Europa del Sunday Times, y ha recibido varios premios por su labor como periodista. Entre sus libros figuran The Claws of the Bear (1989), una historia del Ejército Rojo; Comrades (1991), sobre la Revolución de 1917; y la galardonada The Russian Century (1994). Ha escrito varias biografías, entre ellas Rasputin: The Saint Who Sinned (1999) y William Tyndale: If God Spare My Life (2003).

*Publicado por la editorial Galaxia Gutenberg, noviembre 2015.