Legazpi. El Tornaviaje (Navegantes olvidados por el Pacífico norte)
VV.AA.

El descubrimiento de América fue un hito de la historia de la humanidad. Con unos medios precarios e ignorantes de qué peligros les acecharían, tres carabelas partieron del Puerto de Palos hacia lo desconocido. Tras un viaje de un par de meses arribaron, sin saberlo, a un Nuevo Mundo. Comenzaba así un periodo extraordinario en el que el orden mundial se transformó y el territorio conocido por la civilización occidental se amplió exponencialmente. La expedición de Colón fue la primera gesta de otras muchas que estaban por venir. El siglo XVI contempló cómo un puñado de hombres conquistaba todo un continente y circunnavegaba el globo. La Tierra se ensanchaba con nuevos océanos y archipiélagos. A la fascinación por lo inexplorado se sumaba el interés económico de las monarquías que, viendo los beneficios que podían obtener, no dudaron en apoyar e impulsar nuevas expediciones. Al final, lo que el hombre no había conseguido en milenios, los españoles y los portugueses lo consiguieron en una centuria.

Sabemos que el comercio de las especias movió a Cristóbal Colón a embarcarse en su descabellado proyecto y a los Reyes Católicos a sustentarlo. Los portugueses habían logrado una ruta directa, bordeando el cabo de Buena Esperanza, hacia lo que hoy es la India y parte del sudeste asiático. Los productos que trajeron de vuelta, muy codiciados en Europa, avivaron el interés de empresarios y aventureros por encontrar una ruta alternativa. Probablemente este fuera el fin con el que se gestó la expedición de Colón. Una vez descubierta América, las disputas entre españoles y portugueses sobre los territorios que correspondían a cada reino se acentuaron, teniendo que intervenir el Papa (las conocidas Bulas alejandrinas) y alcanzarse un acuerdo diplomático, el Tratado de Tordesillas. El descubrimiento del océano Pacífico y la circunvalación del mundo por la expedición Magallanes-Elcano reabrió el debate sobre los límites territoriales establecidos. Una controversia en la que la ciencia y la política tenían la misma relevancia.

El interrogante que se planteó a los españoles en ese momento era difícil. Sabían dónde querían ir (Islas de las Especierías, Filipinas…) y cómo llegar (desde el Nuevo Mundo a través del Pacífico), pero desconocían cómo volver sin atravesar la jurisdicción portuguesa. Podría pensarse que la respuesta era obvia: deshaciendo el camino recorrido. Pero el océano y las corrientes marinas no siguen razonamientos tan simples. Durante décadas, esta incertidumbre demoró la conquista del sudeste asiático, hasta que, en 1565, la nao San Pedro, que había zarpado desde Cebú (Filipinas), alcanzó el puerto de Acapulco, en lo que hoy es México. Este viaje, sujeto a cierta controversia sobre a quién ha de atribuirse el mérito, supuso un nuevo hito en la historia de la navegación. Con el tiempo, la Corona española utilizaría el trayecto para poner en marcha el famoso Galeón de Manila.

Poco a poco, la historiografía española empieza a recuperar el legado del descubrimiento del Nuevo Mundo. Hasta hace unas décadas, solo algunos personajes merecían la atención de historiadores, escritores y editores. Los “clásicos” (Colón, Cortés, Pizarro…) copaban, de este modo, todo el interés. Sin embargo, la tendencia está virando y cada vez son más las obras sobre marinos no tan conocidos, pero cuyas gestas son igualmente increíbles. La editorial Biblioteca Castro, de la Fundación José Antonio Castro, ha reunido en un notable trabajo, titulado Legazpi. El Tornaviaje (Navegantes olvidados por el Pacífico norte),* los relatos de varios de los protagonistas que hicieron posible el descubrimiento y la conquista del sudeste asiático, cuya pericia y valor les permitieron hallar una ruta de vuelta por el Pacífico. Una labor de edición cuidada y digna de encomio, a la que acompañan ilustraciones y mapas que harán las delicias de los lectores.

El libro se compone de doce textos de diferente naturaleza y autoría, seleccionados por el profesor Juan Gil. Dejemos que sea el propio editor quien nos explique los motivos que le han llevado a escoger estos pasajes: “El presente volumen pretende dar una idea lo más completa posible de lo que supuso el primer tornaviaje. Por tanto, no podían faltar en él escritos tan determinantes para su gestación como los pareceres antagónicos de fray Andrés de Urdaneta y el capitán Juan Pablo de Carrión, las instrucciones definitivas de la Audiencia a Legazpi y las órdenes dadas por este último para hacer la travesía a las islas de Poniente. La parte del león, sin embargo, se las llevan las relaciones náuticas: los viajes y tornaviajes de Alonso de Arellano y Urdaneta, que abrieron la era esplendorosa del galeón de Manila. El ciclo marítimo se cierra con una navegación verdaderamente agitada, la de la nao San Jerónimo, despachada desde Acapulco para informar a Legazpi del éxito obtenido en las dos vueltas realizadas en 1565: una confirmación necesaria y trascendental. Al mismo tiempo me pareció necesario mantener informado al lector de los sucesos que ocurrían en tierra filipina. Para cubrir este campo, se han incluido dos narraciones más; la primera versa sobre los sucesos acaecidos en el campo de Legazpi en Cebú y la segunda, sobre el viaje victorioso de Goiti a Luzón, donde aparece, deslumbrante, un topónimo que después se hará famoso: Manila”.

A la selección de textos precede un excelente estudio preliminar del académico Juan Gil que contextualiza la importancia del “tornaviaje” y el momento histórico en el que se produjo. En apenas un centenar de páginas, Juan Gil sintetiza con agudeza y claridad los hitos más importantes del Descubrimiento (desde la rivalidad hispano portuguesa previa a Colón hasta la llegada de los primeros españoles al sudeste asiático) y todo lo que rodeó al famoso viaje de la nao San Pedro. No omite tampoco los fallidos intentos que precedieron al navío del cosmógrafo Andrés de Urdaneta y del joven capitán Felipe de Salcedo, así como las controversias de distinta naturaleza que envuelven a la travesía —para el editor, por ejemplo, fue el capitán Juan Pablo de Carrión el que dictó en verdad el rumbo de regreso desde Filipinas a México. Aborda asimismo la polémica en torno al patache San Lucas, al que algunos otorgan el privilegio de ser el primer barco en realizar el tornaviaje, aunque la gloria haya recaído en Andrés de Urdaneta.

Al lector desprevenido hay que advertirle que los escritos que conforman la obra no son ni relatos novelados del tornaviaje (aunque alguno, ya sea por su prosa o por lo que relata, se asemeje), ni ensayos llevados a cabo por historiadores. Son, en la mayoría de los casos, relaciones redactadas por los protagonistas para dar cuenta de sus vivencias (no olvidemos que nos hallamos en el siglo XVI y este tipo de documentos era la única forma de obtener reconocimiento). La narración, por lo tanto, puede llegar a ser tediosa en los textos más oficiales donde apenas tienen cabida las florituras retóricas. Si el lector no está preparado o acostumbrado a esta “literatura”, le recomendamos paciencia: detrás de una prosa anodina se abre un mundo realmente interesante, que nos permite atisbar no solo los vericuetos del tornaviaje, sino la vida de los navegantes españoles del siglo XVI.

Esos testimonios nos acercan a la intrahistoria del viaje que, como apunta Juan Gil, conllevaba no pocas penalidades: el frío cuando la nave alcanzaba la latitud del Japón, el hambre, la sed, el hedor o las ratas que roían las pipas de agua, sin desdeñar las enfermedades a bordo (del escorbuto a la pérdida de los dientes). Los marineros entretenían la monotonía de la travesía pescando tiburones o jugando a los naipes y dados. Este escenario no era exclusivo de la nao San Pedro, sino común a todas las expediciones de la época, que atravesaban las mismas penurias.

En suma, el relato del tornaviaje a cargo de sus protagonistas nos abre una perspectiva tan inédita como fascinante. De ahí el indudable interés de la antología que nos brinda la Biblioteca Castro.

*Publicado por la Biblioteca Castro, febrero 2019.