SIRUELA - LECCIONES DE LOS MAESTROS

Lecciones de los Maestros
George Steiner

Después de pasar más de medio siglo dedicado a la enseñanza en numerosos países y sistemas de estudios superiores, me siento cada vez más inseguro en cuanto a la legitimidad, en cuanto a las verdades subyacentes a esta «profesión». Pongo esta palabra entre comillas para indicar sus complejas raíces religiosas e ideológicas. La profesión del «profesor» —este mismo un término algo opaco— abarca todos los matices imaginables, desde una vida rutinaria y desencantada hasta un elevado sentido de la vocación. Comprende numerosas tipologías que van desde el pedagogo destructor de almas hasta el Maestro carismático. Inmersos como estamos en unas formas de enseñanza casi innumerables –elemental, técnica, científica, humanística, moral y filosófica–, raras veces nos paramos a considerar las maravillas de la transmisión, los recursos de la falsedad, lo que yo llamaría –a falta de una definición más precisa y material– el misterio que le es inherente. ¿Qué es lo que confiere a un hombre o a una mujer el poder para enseñar a otro ser humano? ¿Dónde está la fuente de su autoridad? Por otra parte, ¿cuáles son los principales tipos de respuesta de los educados?”. Con estas palabras comienza George Steiner su obra Lecciones de los Maestros*.

Solo un necio podría negar que la educación es uno los pilares esenciales de la sociedad. Sin ella estaríamos perdidos, vagando en un océano de ignorancia y mediocridad. Sin embargo, el sistema educativo, como toda nuestra civilización, se ha visto convulsionado por la aparición de las nuevas tecnologías. Nuestros procesos de intercambio y comunicación de ideas han sufrido una profunda revolución; ahora todo es inmediato y accesible y en nuestras pantallas, a un movimiento de ratón, tenemos la respuesta a cualquier interrogante. Lo que antes requería un arduo esfuerzo de investigación, ahora puede resolverse en cuestión de segundos. Padres, profesores e instituciones educativas se ven, en cierto modo, incapaces de hacer frente al arrollador tsunami que supone Internet. Vivimos en un mundo digital, en el que la interacción entre personas empieza a ser sustituida por la interacción virtual.

El fenómeno virtual también se está implantado en la educación. Cada vez proliferan más centros de formación a distancia, comienzan a asentarse los conocidos como MOOC (Massive Online Open Courses) y se augura el cierre de numerosas instituciones educativas “clásicas”, por citar solo algunos ejemplos. Este nuevo planteamiento rompe con una práctica inmemorial de transmisión del conocimiento entre maestro y discípulo. Si antes la enseñanza era una práctica de carácter, digamos, artesanal, ahora se está convirtiendo en un simple proceso de exposición de datos y hechos cuyo único fin es que el receptor obtenga unos conocimientos teóricos. La interacción entre profesor y alumno es casi inexistente o, en su caso, efímera.

Steiner, que no trata de valorar (al menos explícitamente) el actual sistema educativo, explora, acudiendo a pensadores y artistas muy conocidos, las siempre complicadas relaciones que la historia nos ofrece entre Maestros (la mayúscula no es una errata) y Discípulos (sigue sin ser una errata). Es un viaje por la pasión, por el conocimiento y por la sabiduría, que reivindica la labor del profesor y su encuadre en la historia universal.

Leer a Steiner siempre es un placer. Pocos escritores combinan con tal destreza una erudición apabullante con un estilo ágil y fresco. Su capacidad de cita y sus conocimientos de la literatura y la filosofía universales son extraordinarios. Posiblemente estemos ante uno de los pensadores (¡qué bien le viene el calificativo francés maître à penser!) más interesantes del siglo XX y comienzos del XXI. La obra que ahora edita Siruela reúne las conferencias que impartió en la Universidad de Harvard, en el curso 2001-2002, sobre el arte y las tradiciones de la enseñanza. Si, al refundir en un trabajo varias ponencias, el resultado suele ser algo deslavazado y caótico, no ocurre así en esta ocasión: la cohesión interna es impecable y podemos disfrutar de su lectura como si se tratase de una larga reflexión sobre las relaciones entre maestros y discípulos y sobre el concepto y finalidad de la educación.

Sócrates y Platón, Jesús y sus discípulos, Virgilio y Dante, Brahe y Kepler, Husserl y Heidegger son algunos de los personajes que utiliza Steiner para construir su relato. Una narración surcada por la pasión, la ambición, la confianza, la genialidad, la humillación o el odio, sentimientos entremezclados en la simbiosis que se produce entre maestro y discípulo. El íntimo nexo generado por el permanente duelo intelectual entre ambos les obliga siempre a ir un paso más allá, y su componente cuasi-religioso está presente a lo largo de todo el libro. Como señala el autor, “El Maestro aprende del discípulo y es modificado por esa interrelación en lo que se convierte, idealmente, en un proceso de intercambio. La donación se torna recíproca, como sucede en los laberintos del amor. «Cuando soy más yo es cuando soy tú», como dijo Cela”.

LECCIONES DE LOS MAESTROS - ESCUELA DE ATENAS

No todos los maestros actúan de la misma manera, ni hay un modelo ideal de enseñanza. Steiner resalta tres escenarios habituales entre maestros y discípulos, aunque existen tantos ejemplos como profesores. Por un lado, “hay Maestros que han destruido a sus discípulos psicológicamente y, en algunos raros casos, físicamente. Han quebrantado su espíritu, han consumido sus esperanzas, se han aprovechado de su dependencia y de su individualidad”. Por otro lado, algunos discípulos han fagocitado a sus Maestros, los han humillado o traicionado, destruyendo, en parte, su labor pedagógica y su legado; en la obra de Steiner el ejemplo paradigmático de este comportamiento se atribuye al filósofo alemán Heidegger con su maestro Husserl. Por último, en ocasiones la relación supera lo estrictamente académico: “la intensidad del diálogo genera amistad en el sentido más elevado de la palabra. Puede incluir tanto la clarividencia como la sinrazón del amor”. Así sucedió entre Eloísa y Abelardo o entre Hannah Arendt y Heidegger.

Detrás de cada ejemplo o de cada relación estudiada nos hallamos con la reflexión de Steiner sobre las sempiternas preguntas de ¿Qué es la educación? o ¿Cuáles han de ser sus objetivos? Toda la obra gira en torno a ellas. El autor, que ha sido profesor toda su vida y hace una defensa enconada y apasionada de la labor pedagógica, indaga sobre los estilos y los modelos de enseñanza seguidos a lo largo de la historia. Steiner, no obstante, distingue entre la educación de las ciencias y la de las humanidades: aquellas estarían sujetas a unos principios que dificultan el espontáneo desacuerdo o su refutación, a diferencia de lo que ocurre con una proposición filosófica o moral, más abierta al debate; además, en las ciencias predomina una cierta individualidad, frente a la que el “juego del sentimiento, de lo irracional, es más manifiesto en el Magisterio y en el discipulazgo de todas las humanidades”.

Pocas obras son más necesarias hoy que este trabajo de Steiner, un sentido alegato por el mundo de la enseñanza a favor de la esperanza de un conocimiento profundo y sincero, alejado de la mediocridad del enciclopedista (no por saber más se es más sabio). La educación, que no es solo aprender fechas y lugares, condiciona toda nuestra existencia y perfila a las futuras sociedades. Recuperar su esencia significa luchar contra el fracaso que parece invadir nuestro actual sistema educativo.

Concluimos con una advertencia de Steiner, que haríamos bien en tener presente: “Yo describiría nuestra época actual como la era de la irreverencia. Las causas de esta fundamental transformación son las de la revolución política, del levantamiento social (la célebre ‘rebelión de las masas’ de Ortega), del escepticismo obligatorio en las ciencias. La admiración —y mucho más la veneración— se ha quedado anticuada. Somos adictos a la envidia, a la denigración, a la nivelación por abajo. Nuestros ídolos tienen que exhibir cabeza de barro. Cuando se eleva el incienso lo hace ante atletas, estrellas de pop, los locos del dinero o los reyes del crimen. La celebridad, al saturar nuestra existencia mediática, es lo contrario de la fama. Que millones de personas lleven camisetas con el número del dios del fútbol o luzcan el peinado del cantante de moda es lo contrario del discipulazgo. En correspondencia, la idea del sabio roza lo risible. Hay una conciencia populista e igualitaria, o eso es lo que se hace ver”.

George Steiner (París, 1929), hijo de judíos vieneses, es uno de los más reconocidos estudiosos de la cultura europea. Ha ejercido la docencia en las universidades estadounidenses de Stanford, Nueva York y Princeton, aunque su carrera académica se ha desarrollado principalmente en Ginebra e Inglaterra. Premio Príncipe de Asturias 2001 de Comunicación y Humanidades, entre sus numerosos libros cabe destacar La muerte de la tragedia, Lenguaje y silencio, Después de Babel, Antígonas o Presencias reales.

*Publicado por la editorial Siruela, octubre 2016.