TURNER - LAS PERSONAS DE LA HISTORIA

Las personas de la historia. Sobre la persuasión y el arte del liderazgo
Margaret MacMillan

Son muchas las reseñas que hemos comenzado haciendo referencia a la sempiterna pregunta de quién mueve la historia ¿los hombres, las circunstancias o una combinación de ambos? Hasta ahora, sin embargo, no habíamos comentado ningún libro que, de modo directo, se hubiera atrevido a afrontarla, en vez de optar por una aproximación tangencial. Quizás la complejidad y, probablemente, la imposibilidad de obtener una respuesta definitiva hayan desincentivado su estudio. La prestigiosa historiadora canadiense Margaret MacMillan no se deja amilanar por la magnitud del reto y en Las personas de la historia. Sobre la persuasión y el arte del liderazgo* se sumerge en el que quizás sea el interrogante más relevante de la historiografía.

MacMillan presenta ya desde el prólogo su tesis: “Todas las personas a las que he elegido para hablar de ellas aquí, cada una a su manera, han puesto su granito de arena en la historia, algunos haciéndola, otros registrándola, y otro de las dos formas. Hubo líderes como Franklin Delano Roosevelt o Iósif Stalin, que se ganaron la fama dirigiendo las corrientes de la historia y desviándolas en una dirección en lugar de otra. Y luego están los que se enfrentaron a esas corrientes, los intrépidos hombres y mujeres que se convirtieron en exploradores y aventureros, muchas veces pagándolo muy caro. Y hay aun quienes, como Montaigne, se hicieron más conocidos por su capacidad de observación, por quedarse en los márgenes. Sin embargo, si nos faltaran esas personas que registraban los hechos, los que redactaban cartas y diarios, los que escribían sus pintadas en los muros y hasta los que enterraban la basura, los historiadores carecerían de las pruebas que nos hacen falta para examinar el pasado”.

Si este párrafo no fuera suficientemente esclarecedor de la importancia que la autora canadiense atribuye a los hombres en el devenir de la Historia, las siguientes reflexiones suprimen cualquier atisbo de duda: “Además, en ciertos momentos sí que tiene importancia quién está al volante, o quién se encarga de hacer los planes” o “Para mí, las personas de la historia son esas que destacan respecto al fondo, como una madonna en un cuadro renacentista, como los recortables que se ponen de pie en un libro infantil troquelado, como ese rostro particular en el que se fija la cámara de cine cuando recorre una multitud”. El trabajo de MacMillan, por tanto, se centra en algunas figuras concretas, algunas muy conocidas, otras anónimas, cuyas acciones modelaron y transformaron la sociedad en la que vivían y sin las cuales el curso de los acontecimientos no se hubiese producido tal como hoy lo conocemos. Escrito en una prosa elegante y accesible, cualquier lector, especialista o profano, puede acompañar a la autora en su reflexión.

Para comprender el papel del hombre en la Historia ¿es preciso estudiar a todos? Evidentemente, no. Conocer la vida de un panadero de Tomelloso del siglo XVI tiene un interés relativo: podrá ser útil para comprender el estilo de vida de la sociedad de los primeros años de la España Moderna, pero su impacto en la “Gran Historia” es prácticamente insignificante. Analizar, no obstante, el recorrido vital de un joven militar corso que terminó convirtiéndose en emperador de Francia o de una humilde química y abogada que llegó a ser la primera mujer en liderar el Gobierno británico tienen una indudable relevancia para resolver el interrogante que planteábamos al inicio de la reseña. Este el proceder que adopta MacMillan, quien, además de explorar las biografías de algunos personajes, contextualiza sus acciones y su pensamiento dentro del marco histórico en el que se producen. Como la propia autora señala, “Debemos ubicar siempre a las personas en el contexto de su tiempo, y recordar que no podemos esperar que pensaran en cosas que no se habían descubierto o expresado aún”.

Los primeros capítulos de la obra están dedicados a grandes figuras: Otto von Bismarck, William Lyon Mackenzie (la sobrerrepresentación de canadienses se justifica por el origen de la autora), Franklin Delano Roosevelt, Margaret Thatcher, Woodrow Wilson, Iósif Stalin y Adolf Hitler. En estas páginas, MacMillan se ocupa de “qué cualidades eran las que poseían, y qué circunstancias les permitieron convertirse en líderes o al menos en seres capaces de correr riesgos. ¿Por qué actuaron como lo hicieron? Todos los líderes de los que me voy a ocupar tenían un conocimiento instintivo del estado del ánimo de su época, y sin embargo algunos decidieron construir consenso y otros hicieron valer su voluntad a golpe de decretos y de fuerza. Pero ambos tipos de líderes tuvieron opciones, y la capacidad de dirigir la historia hacia un camino en lugar de otro”. De los antes enumerados, los cuatro últimos se encuadran en un capítulo bajo el título de “Arrogante”. La historiadora canadiense considera que, pese a liderar regímenes opuestos, todos ellos tuvieron la misma cualidad: una desmedida ambición (la hybris, en la lengua de los clásicos griegos) que les permitió imponer sus ideas al resto de la sociedad.

En el libro tienen cabida no sólo líderes políticos, sino también otros cuyas decisiones quizás no afectaron tanto al resto de ciudadanos, pero abrieron puertas a nuevos mundos o realidades. Bajo la rúbrica “la Osadía”, nuestra historiadora analiza ¿qué es lo que hace que una persona sea más osada? ¿Qué les empuja a ir un paso más allá que sus homólogos? ¿Y en qué cambiaron las cosas con sus acciones? En este epígrafe aparece el empresario canadiense Max Aitken, el presidente estadounidense Richard Nixon y su viaje a China y el explorador Samuel de Champlain, que fundó el primer asentamiento permanente francés en Canadá.

A la arrogancia y a la osadía, MacMillan añade en los dos últimos capítulos “la Curiosidad” y “los Observadores”. Con los avances tecnológicos, la sociedad de la información y la revolución de los medios de transportes, el planeta es hoy más pequeño y podemos alcanzar cualquier punto del globo (ya sea física o virtualmente) con cierta facilidad. Obviamente, esto no siempre ha sido así, y antes casi todas las personas descubrían el mundo a partir de los escritos de algunos pocos “aventureros”. A ellos (y a ellas, pues las páginas dedicadas a la curiosidad están copadas por personajes femeninos como Elizabeth Simcoe, Fanny Parkers o Edith Durham) la historiadora canadiense les ofrece un escaparate donde mostrar sus virtudes. Cada biografía muestra el cariño y la admiración de la autora por unos personajes que, sin ser políticos o militares, cambiaron el mundo a su manera.

Concluimos con esta reflexión de Margaret MacMillan: “De la historia no podemos sacar instrucciones claras para tomar decisiones hoy, ni un plan de acción para anticiparnos al futuro. Ya hemos visto lo que puede suceder cuando los líderes políticos y de opinión afirman que están aplicando las lecciones del pasado. La historia tiene tanto alcance y una naturaleza tan proteica que una persona puede encontrar en ella justificación o ejemplos previos para cualquier cosa que desee hacer, sea buena o mala. La historia y sus personas nos brindan más que un humilde conocimiento y un humilde estímulo: el de que somos hasta cierto punto seres de nuestra época, pero capaces de trascender o poner en cuestión los límites. Tengo la esperanza de que esos individuos del pasado a los que he seleccionado aquí nos arrojen cierta luz a nosotros hoy sobre la complicada naturaleza de la humanidad, y sus muchas contradicciones, incoherencias, maldades y locuras, pero también sobre sus virtudes. Por encima de todo, las personas de la historia nos hacen conscientes de la enorme capacidad para el bien y el mal que todos poseemos”.

Margaret MacMillan es la rectora del St. Antony’s College de la universidad de Oxford y catedrática de Historia Internacional en la misma institución, tras haber dirigido el Trinity College en la universidad de Toronto. En el año 2002 ganó el premio Samuel Johnson por su libro París 1919: seis meses que cambiaron el mundo, y es también la autora de Juegos peligrosos. Usos y abusos de la Historia (2010). Es miembro de la Real Sociedad de Literatura y Senior Fellow del Massey College de la Universidad de Toronto, miembro honorario del St. Hilda de la universidad de Oxford y se sienta en los consejos de administración del Mosaic Institut y del Instituto Reuters para el Estudio del Periodismo y en los consejos de redacción de Historia Internacional y Primeros estudios sobre la guerra mundial.

*Publicada por la Editorial Turner, octubre 2017. Traducción de María Sierra.