Desde la caída del Imperio romano hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, pocas habrán sido las décadas en las que el continente europeo no se haya visto envuelto en un conflicto armado. La guerra, por muy dura que sea esta afirmación, ha sido un elemento vertebrador de la sociedad occidental y difícilmente podemos entender el presente sin conocer el papel jugado por los episodios bélicos de nuestro pasado.
A partir de 1945, sin embargo, se ha producido un fenómeno extraordinario: las guerras clásicas entre naciones europeas (con la excepción de los Balcanes) han desaparecido. Se han desvanecido los enfrentamientos cruentos de unos Estados occidentales con otros y el continente europeo, en su conjunto, no ha sufrido los estragos y la destrucción que traen consigo. Es cierto que el Este se vio sometido a la despiadada opresión soviética, pero la guerra, como tal, no llegó a estallar. Aunque en el panorama mundial la realidad haya sido diferente, los conflictos desencadenados desde 1950 no han alcanzado la envergadura y la prolongación en el tiempo de los precedentes.
Por el contrario, en las últimas décadas ha proliferado otro tipo de guerra: la guerra civil. Siria, Ruanda, Liberia, Yugoslavia, Irak, Libia… son algunos de los ejemplos más conocidos (y terroríficos). Se trata de la forma de violencia humana organizada más extendida y destructiva de nuestro tiempo, si por tal entendemos la segunda mitad del siglo XX y los primeros años del siglo XXI. A partir de 1989, se han promediado hasta veinte conflictos intra-estatales simultáneos, una ratio muy superior a la de las guerras convencionales en siglos anteriores. Las cifras de muertos son igual de escalofriantes: veinticinco millones de fallecidos (la mitad de las bajas sufridas en la Segunda Guerra Mundial), sin contar los civiles heridos o desplazados.
Las guerras civiles no son un fenómeno nuevo, pero su intensificación si lo es. De ahí que hayan aumentado los trabajos que tratan de entenderlas y explicarlas. No es fácil definir una noción tan ambigua y compleja como la de guerra civil, tarea que acomete el historiador británico David Armitage en su obra Las guerras civiles. Una historia en ideas*, pasando revista a su recorrido a lo largo de la Historia.
La sinrazón y el odio fratricida que las caracteriza se inicia en la antigua Roma y concluye en nuestros días, con Siria de fondo. Armitage se apoya en el relato de los hechos y en las reflexiones que grandes pensadores (Hobbes, Grocio, Sidney, Clausewitz o Foucault, entre otros) han vertido sobre este fenómeno. Al mismo tiempo, intenta hacer un balance teórico de la evolución que ha sufrido el concepto en los dos últimos milenios.
Así expresa el autor el cometido de su investigación: “Mi objetivo no se limita a explotar la historia de la guerra civil, sino que aspira a señalar su importancia en la formación de nuestra manera de concebir el mundo. Afirmo que, pese a su índole destructiva, a lo largo de la historia la guerra civil ha sido conceptualmente generativa. Sin los desafíos que ella planteó, nuestras ideas de democracia, política, autoridad, revolución, derecho internacional, cosmopolitismo, humanitarismo y globalización, para mencionar solo algunas, habrían sido muy diferentes, incluso más pobres. La experiencia de la guerra civil —los esfuerzos para entenderla, mejorarla e incluso evitarla— también han modelado, y sigue conformando hoy mismo, nuestras ideas de comunidad, autoridad y soberanía. Las guerras civiles tienen origen en profundas y mortíferas divisiones, pero también exponen identidades y rasgos comunes. Llamar ‘civil’ a una guerra es reconocer la familiaridad de los enemigos en tanto que miembros de una misma comunidad, esto es, no extranjeros, sino conciudadanos”.
Para David Armitage, la guerra no es eterna, ni inexplicable: se trata de una construcción humana, no algo natural o inherente a nuestro ser, y, por lo tanto, del mismo modo que la hemos inventado podríamos detenerla. “Solo” se requeriría la férrea voluntad de que así sucediese. Según el autor, este tipo de enfrentamientos bélicos tiene una historia, con un comienzo identificable, aunque no sea posible comprender cuál será su final. La guerra civil no es una categoría moderna, inventada por especialistas contemporáneos, sino que hunde sus raíces en la Antigüedad y en la Edad Media. De hecho, los pensadores clásicos fijaron ya sus contornos, que se han ido actualizando con el paso del tiempo, pues desde Roma se concibió como un fenómeno constitutivo de la historia política.
El autor, ya desde el subtítulo, muestra su desagrado con el enfoque excesivamente intelectual que utiliza una parte de la historiografía para acercarse a esta cuestión. Por eso, cambia la preposición: no es una historia de las ideas (lo habitual) sino “una historia en las ideas”. Esa declaración de intenciones del historiador británico busca desentrañar unos interrogantes que se repiten siglo tras siglo. ¿Qué determina que una guerra sea más “civil” que “extranjera”? ¿Qué factores permiten caracterizar una violencia como “guerra”? ¿Es posible distinguir guerras civiles particulares de cualquier otro fenómeno global, más amplio, de “nuevas” guerras? ¿Cómo diferenciar una guerra civil de otra solo convencional? ¿Pueden considerarse civiles aquellos conflictos bélicos en los que participan elementos transnacionales?
Armitage indaga en la historia para dar respuesta a estas preguntas, a cuyo efecto divide en tres grandes bloques su obra. El primero se centra en Roma, cuando se dio forma a la idea de guerra civil, esto es, se ofreció una primera definición y se expusieron sus signos externos. Las guerras civiles fueron frecuentes en la historia de la República y en las primeras décadas del Imperio, hasta el punto de que parecían formar parte del tejido mismo de la vida pública romana.
El segundo bloque temático se ocupa de la Europa de los siglos XVI a XIX. Durante esta época, los modelos romanos proporcionaron el repertorio del que los pensadores en Europa y América extrajeron sus propias nociones de guerra civil, hasta bien entrado el siglo XIX. Para entonces, como explica el historiador británico, había surgido un rival conceptual: la idea de revolución. Desde la Ilustración, las categorías de guerra civil y revolución se habían ido apartando y diferenciando entre sí, con connotaciones morales y políticas muy definidas en cada caso. La realidad ulterior ha sido más tozuda y no admite distinciones tan claras, a juicio de Armitage.
El último bloque del libro se inicia con la Guerra de Secesión estadounidense y concluye en el presente. En él se estudia el denodado, pero infructuoso, intento de la sociedad internacional por someterla guerra civil a derecho. Se pasa, asimismo, revista a las ramificaciones globales de los conflictos nacionales (que se extienden por todos los continentes) y se exploran los que tienen lugar en la actualidad, exponiendo la terminología que políticos, medios y especialistas utilizan para referirse a ellos.
El libro de David Armitage nos brinda, pues, el relato de dos mil años de guerras civiles, recogidas en menos de trescientas páginas. Es una valiosa aproximación a nuestro pasado y a nuestro presente, desde la óptica del horror de los conflictos armados.
Concluimos con esta larga reflexión que el historiador británico realiza al final de su trabajo: “La guerra civil, primero y ante todo, es una categoría vivencial; normalmente, quienes en ella participan tienen la certeza de hallarse inmersos en una guerra civil antes de que las organizaciones internacionales la reconozcan como tal. Pero es una experiencia que se refracta en el lenguaje y la memoria a través del registro de guerras civiles del pasado y de las maneras que se las pensó y explicó, a menudo en tiempos remotos y lugares muy lejanos, así como en los temores de que las guerras civiles de la historia del propio país pudieran repetirse. Es una experiencia enmarcada —hay quien diría distorsionada— por la herencia conceptual de la guerra civil. Una vez formado, el concepto de guerra civil queda irrevocablemente a nuestra disposición como una lente a través de la cual pueden verse los conflictos y como un arma con la que se libran las batallas retóricas sobre su significado. La guerra civil debería entenderse en el dominio de las ideas que son a la vez heredadas y contestadas. Las luchas por su significado asegurarán que sus múltiples futuros sean tan disputados y transformadores como su controvertido pasado”.
David Armitage es profesor de Historia de Pensamiento Político e Historia Mundial en la Universidad de Harvard. También es profesor honorario de las universidades de Cambrigde y Sidney. Ha escrito casi una veintena de obras, entras las que destacan The Ideological Origins of the British Empire (2000), The Declaration of Independence: A Global History (2007), Foundations of Modern International Thought (2012) y Manifiesto por la Historia (2014).
*Publicado por Alianza Editorial, marzo 2018. Traducción de Marco Aurelio Galmarini.