En una reseña anterior nos hacíamos eco de la «leyenda» según la cual Zhou Enlai, la verdadera «cabeza» del régimen de Mao, preguntado durante el viaje que Nixon hizo a China en 1972 sobre qué le parecía la Revolución Francesa, contestó, más o menos, que todavía era demasiado pronto para juzgarla con objetividad. Años después un funcionario del Departamento de Estado estadounidense deshizo la «magia» de la respuesta, considerada durante décadas como símbolo de la proverbial sabiduría china, aclarando que en realidad a lo que Zhou Enlai se refería era a los sucesos de mayo del 68 en Francia (?). Nos quedaremos sin saber, una vez desaparecido el dignatario chino, cuáles fueron sus verdaderas palabras pero, en todo caso, la primera de las versiones lo que pone de relieve es que la Historia (con mayúsculas) necesita el paso del tiempo para solidificarse.
El libro de Arno J. Mayer Las Furias. Violencia y Terror en las revoluciones francesa y rusa* que ahora llega al mercado español se escribe en el año 2000 cuando ha transcurrido menos de un siglo de la Revolución rusa de 1917 (su centenario, sin duda, dará lugar a una eclosión de trabajos similar a la que este año de 2014 hemos presenciado con motivo del centenario de la Gran Guerra) y algo más de dos siglos desde la Revolución francesa. Contiene en realidad tanta historia como una cierta filosofía sobre ella. No filosofía de la historia en el sentido hegeliano sino una reflexión more filosofico sobre el fenómeno de las revoluciones a lo largo de la historia, con especial atención a las dos que Mayer considera prototípicas, y sobre sus componentes más o menos estructurales.
De hecho, la obra de Mayer bien podría haber dado lugar a dos volúmenes. El primero, dedicado a lo que él mismo define como «indicadores conceptuales«, analiza en términos generales las nociones de revolución y contrarrevolución así como la influencia que en una y otra tienen –en realidad, han tenido a lo largo de los siglos-
El resto del libro (lo que bien podría constituir un segundo volumen, relativamente independiente del anterior) se dedica a la descripción en paralelo de algunos de los hitos más destacados de las dos grandes revoluciones, poniendo el enfoque –ya propiamente histórico-
Dedica Mayer a esta segunda parte, la más decididamente histórica en el sentido usual del término, los capítulos siete a quince de su libro, con una lógica mayor extensión que los precedentes. Aborda en ellos el crescendo de la violencia (el terror en la Francia revolucionaria desde 1789 a 1795 y en la Rusia de 1917 a 1921); las guerras campesinas durante aquel período turbulento (la Vendée en Francia, por un lado, y Ucrania y Tambov en Rusia, por otro); la «disputa con lo sagrado» (el enfrentamiento de la iglesia galicana con el Vaticano y de iglesia ortodoxa rusa con los revolucionarios, así como la actuación de los protestantes y judíos en medio del ciclón revolucionario) y, en fin, las consecuencias de ambas revoluciones en un «mundo desencajado«: las guerras napoleónicas como exteriorización de la revolución francesa y «el terror en un solo país» como interiorización de la revolución rusa.
Mayer parte de una premisa para él incontestable: «no hay revolución sin violencia y terror, sin guerra civil y conflicto exterior, sin iclonoclastia y conflicto religioso, sin una colisión entre la ciudad y el campo«. El desencadenamiento de las Furias que, a su juicio, toda revolución provoca aleja a éstas de cualquier otro fenómeno político y social, como ya recordara Hannah Arendt en su conocido ensayo On revolution, con el que Mayer dialoga de modo casi constante en su libro. Ensayo en el que, por cierto, la escritora alemana –
Mayer dialoga, decimos, tanto con los historiadores de uno y otro signo que han dedicado sus trabajos a las dos revoluciones (en el caso de Francia las referencias a un rehabilitado Michelet y a Burke, por ejemplo, son muy numerosas) como con los teóricos del pensamiento político: Maquiavelo y Hobbes, Tocqueville y Marx, Weber y Carl Schmitt, Hannah Arendt y Ricoeur. A unos y a otros acude para tratar de comprender la etiología de la violencia revolucionaria: la justificación pragmática a cargo de Maquiavelo y del autor de Leviathan; el acento de Marx y Engels sobre el papel de la violencia en las transiciones históricas y en el camino hacia un, para ellos, inevitable socialismo; las relaciones entre poder y violencia en el pensamiento de los académicos alemanes tras la primera Guerra Mundial o estadounidenses tras la Segunda, son otros tantos referentes de sus reflexiones.
Más «complejo y desconcertante» incluso que el problema de la violencia es, para Mayer, la presencia del terror revolucionario, factor que «ha desafiado y humillado a los historiadores y teóricos sociales» que de él se han ocupado. En un pasaje del libro el autor narra cómo Isaac Steinberg, el primer comisario del Pueblo para la Justicia designado por Lenin, «trató de contraponer conceptualmente violencia y terror tras su infructuoso esfuerzo por hacerlo en la práctica, algo que le llevó a la una renuncia anticipada». Y cita a estos efectos la frase de Steinberg en la que consideraba la violencia revolucionaria contra sus enemigos como arma «defensiva, inevitable y necesaria» pero simultáneamente rechazaba el terror, todo ello bajo el lema «Lucha, siempre; violencia, con límites; terror, nunca«.
La discusión sobre el terror revolucionario, más allá de la venganza, se extiende al terror político como elemento que Montesquieu (a quien de nuevo cita Mayer) ya había considerado como la «característica definitoria del gobierno despótico«. Las figuras de Marat y Robespierre personifican el terror ya avanzado en el otoño de 1789 (Marat hablaba, recuerda Mayer, del «terror saludable«) como lo será Dzerzhinski en el régimen soviético desde 1919 en cuanto presidente nacional de la checa. Y de nuevo Mayer apela a Hannah Arendt para ofrecernos la visión de la autora alemana sobre los dos tipos de terror: por un lado el terror inicial de un régimen revolucionario (Robespierre) y, por otro, el dominio totalitario basado en el terror (soviético o nazi) de naturaleza cualitativamente diferente.
Las dos revoluciones a las que Mayer dedica su estudio son genuinas, esto es, no han sufrido la devaluación del término que décadas después se produjo cuando se habla de «revoluciones de terciopelo«. Ambas, en las que la presencia del terror, de la contrarrevolución, de la violencia y de la venganza fue constante, tuvieron una decidida inspiración política e ideológica, y fueron fenómenos históricamente sucesivos, el segundo de los cuales se inspiró, como factor mimético, en el primero.
Previene, sin embargo, el autor contra las explicaciones «sobreideologizadas y sobrepersonalizadas» de los dos fenómenos históricos revolucionarios, que a su juicio resultan «obsesivamente monocausales«. Y él mismo relativiza la importancia de los componentes ideológicos previos en la génesis de las dos revoluciones: las ideologías jacobina o bolchevique (los partidarios de ésta en 1917 estaban, a su juicio, mejor pertrechados ideológicamente que sus antecesores franceses) jugaron un papel crucial, afirma, y a ellas recurrían los actores revolucionarios para legitimar sus acciones y deslegitimar las de los contrarios, pero por sí solas resultan insuficiente para explicarlas.
El eje central del trabajo de Mayer es, ya queda dicho, su estudio sobre la violencia y el terror presentes, y hasta qué grado, (¿e inevitables?) en las dos Revoluciones cuyo análisis aborda por partida doble o, si se quiere, desde una perspectiva comparatista. Y en ese estudio no sólo son relevantes los hechos –brillantemente expuestos en la segunda parte de su libro-
A este respecto afirma Mayer en un pasaje de su obra que nunca es inocente la elección del soporte teórico (los «préstamos teóricos«) en la que se apoya cualquier construcción histórica. Tratándose como se trata de un historiador que no dudaba en autocalificarse como «left dissident marxist«, su trabajo, a veces desconcertante pero siempre sugerente, no esconde desde el primer momento las bases conceptuales en las que se enmarca. Quizá por ello cuando apareció publicado en su versión original dio lugar a una polémica que aún perdura (French Historical Studies, 2001), a raíz de la cual alguno de sus críticos pudo decir que las reflexiones de Mayer sobre la violencia y la revolución no permitían comprender el por qué de su rechazo a dar una respuesta de fondo sobre su legitimidad.
Arno J. Mayer (Luxemburgo, 1926). Formado en Yale y catedrático de Harvard y Princeton, es actualmente profesor emérito de esta última Universidad. Especialista en la historia política de la Europa del siglo XX, ha abordado con estudios imprescindibles el Holocausto, la crisis de los «Treinta Años» (1914-
*Editado por Prensas de la Universidad de Zaragoza, marzo 2014.