Si hiciésemos el experimento de salir a la calle y preguntar a las primeras cincuenta personas con las que nos encontremos ¿qué entiende usted por élite? ¿quiénes considera usted que son las élites de la sociedad actual? o ¿cree usted que la existencia de las élites es beneficiosa?, las respuestas serán, cuando menos, variopintas y es presumible que la tercera sea contestada con un rotundo no. Vivimos bajo la tutela de una concepción de la democracia, mal entendida, en cuya virtud cualquier atisbo de desigualdad debe ser suprimido de inmediato en aras de preservar lo políticamente correcto.
Defender una sociedad elitista en nuestros tiempos puede estar tan mal visto por quienes habitan en la superficialidad de las ideas políticas que incluso lleguen a equipararla con las sociedades racistas o machistas. Por esta razón un libro que lleva por título Las élites en la historia* y en el que intervienen académicos e intelectuales de gran envergadura ha de ser bienvenido si arroja algo de luz sobre una cuestión esencial en la Historia, hoy, si no abandonada, denostada. Como queda recogido en la introducción de la obra, «La historia es la tumba de las aristocracias, escribió Pareto, y, pese a sus flaquezas, echaremos de menos a la última de ellas, tan ilustrada y tronante, que cayó víctima de la Red, de los millones de internautas convencidos de que su opinión tiene interés u originalidad, de la banalidad que nos trae la inundación de datos y opiniones que no podemos absorber ni seleccionar«.
El libro que ahora reseñamos reúne los textos de las conferencias monográficas organizadas desde 2010 por el Centro de Estudios Históricos de la Real Maestranza de Caballería de Ronda sobre esta materia. Dividido en cuatro secciones temáticas, correspondiente a las cuatro edades de la humanidad (antigua, media, moderna y contemporánea) analiza la evolución y características de las élites así como sus tradiciones, organización y estructuras. Sirva como resumen este párrafo de su introducción: «A lo largo de la historia todas las oligarquías y élites han buscado alguna forma de perpetuarse. Personas notorias o ilustres han intentado fomentar en sus hijos y nietos unas conductas que les permitieran mantener el prestigio o buen nombre que recibieron. La más concisa definición de la aristocracia –clase dirigente hereditaria-
Pocas sociedades han sido tan aristocráticas como la romana. De ahí que dos de los tres primeros capítulos («Las élites en la sociedad romana» y «Sobre la muerte y la vida del nobilissimus Tribuno Livio Druso«) de la obra estén destinados a su estudio. El primero de ellos, redactado por el profesor Antonio Caballos Rufino, analiza los fundamentos y la evolución de la organización social romana desde sus inicios como ciudad-
El segundo capítulo dedicado a las élites romanas analiza desde una óptica distinta los últimos años de la sociedad republicana y la configuración de las transformaciones políticas y sociales que darán paso al Imperio. Fernando Wulff Alonso utiliza como eje de su intervención el asesinato del tribuno Livio Druso en el año 91 a.C. (suceso desencadenante de las guerras de los aliados, conocidas como guerra social o guerra mársica). A través del relato de su muerte conocemos las peculiaridades de la sociedad romana cuya influencia en el Mediterráneo había crecido tras sus victorias militares. El Senado, los aliados itálicos o las conexiones entre las familias aristocráticas son sólo algunos de los elementos tratados en este capítulo. En palabras del autor, «El fracaso de alguien como él […] es mucho más que su propio fracaso, porque es el fracaso de un sistema que no logra reconducirse, saltar por encima de la inmediatez, encontrar nuevos caminos. Tras él ya toda auténtica renovación pasará por el poder absoluto conseguido por las armas«.
Por último, el tercer capítulo dedicado a la Antigüedad se centra en «Las élites ecuestres celtiberas en la Península ibérica«. Francisco Javier Fernández Nieto estudia la estructura jerárquica de los pueblos celtiberos a través de tres fiestas populares (la fiesta de Santerón, en Cuenca; la Caballada de Atienza, en Guadalajara; y la fiesta de las Móndidas, en San Pedro Manrique, Soria) cuyos rasgos y elementos comunes permiten reconstruir la organización social de estos pueblos, muy arraigada en la tierra y de carácter «plutocrático».
Dejada atrás la Antigüedad, la obra continua hacía la Edad Media. Será entonces cuando se «forjó consolidó un grupo social de este tipo especialmente estable y duradero«. El profesor Miguel Ángel Ladero Quedas expone la evolución de la nobleza durante las distintas fases de esta época. Pasamos de la difusa definición que ofrece la Alta Edad Media, en la que se confunden las familias senatoriales o ecuestres romanas con la aristocracia guerrera germana, a los siglos IX y X cuando, bajo el Imperio carolingio, empiezan a configurarse sus funciones dentro de los proto-
Muy en consonancia con la búsqueda de signos de reconocimiento que acreditasen su preminencia frente al resto de estamentos, el capítulo dedicado a «Realidad y simbolismo en la nobleza medieval«, a cargo de la profesora María Concepción Quintanilla, describe la concesión por parte de los monarcas españoles de títulos, de la grandeza y del Toisón de Oro a algunos nobles destacados. En él descubrimos cómo apareció, dentro de la propia nobleza, «una cúpula reducida y selecta» de familias que buscaron diferenciarse de sus iguales y cómo el rey satisfizo esta necesidad a través de la concesión de una serie de distinciones.
El último capítulo dedicado a las élites medievales («Los hombres del rey»: el vasallaje regio en el ámbito de las ciudades castellanas (1252 –
Los capítulos referentes a la aristocracia en el Antiguo Régimen abordan el estudio de las élites desde una perspectiva mucho más práctica. Tanto el dedicado al «Amor y nobleza en el Antiguo Régimen«, como el que lleva por título «La vida de la nobleza catalana en el siglo XVIII» centran sus esfuerzos en reflejar la sociedad del siglo de la luces a través de sus hábitos, costumbres y rutinas. Especialmente curioso resulta el primero de ellos, cuyo eje discursivo no es otro que el litigio entre dos jóvenes enamorados y los padres de ella, quienes consideran que la categoría social del pretendiente (un comerciante) es indigna de su hija (los padres ostentan el título de barones de Abella). A través de los vericuetos legales observamos la organización y valores que regían la sociedad de esta época (de obligada lectura para el interesado en este período es el informe del fiscal de la Audiencia de Barcelona recogido en la página 269 y siguientes de la obra). Dentro del mismo apartado, el capítulo «La nova scientia y la reinvención de la distinción en la cultura aristocrática del barroco hispano» hace hincapié en la confluencia entre la revolución científica del siglo XVII y «la particular historia de las aristocracias barrocas«. Si en un primer momento parecerían términos contradictorios, Fernando Jesús Bouza Álvarez muestra cómo la interrelación entre ambos fenómenos es más cercana de lo que creemos.
El último apartado de la obra («Reflexiones contemporáneas«) reúne dos artículos que no son propiamente históricos pero no por ello dejan de resultar sumamente interesantes. Primero por la relevancia de sus autores, Javier Gomá Lanzón y Álvaro Delgado-
*Publicado por la editorial Pre-