Se ha repetido muchas veces que la Guerra Civil española ha sido objeto de más ensayos históricos que cualquier otro conflicto en la historia de la humanidad, incluidas la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría o las Guerras Napoleónicas. La certeza del dato podrá ser –es-
Sin embargo, una gran parte de los estudios centrados en la materia suelen adolecer de una sorprendente falta de percepción sobre el carácter del pueblo español; y en aquellos pocos donde este análisis está presente, sólo alcanzan a utilizar tediosos estereotipos. Más aun, los historiadores españoles alcanzan a veces cotas de partidismo que ponen en tela de juicio cualquier conclusión que pudieran sonsacar del cúmulo de datos y cifras tan a gala en la historiografía moderna.
La falta de una perspectiva moderna válida nos obliga a acudir a los clásicos, máxime cuando destacan por su profundidad de percepción, rigurosidad en el análisis y compromiso con la verdad histórica. Para este período de nuestra historia, esto es, para los años previos al derrumbamiento de la sociedad española, los clásicos se concretan en figuras como Ortega y Gasset, Marañon, Unanmuno, Salvador de Madariaga y algunos pocos más.
Ahora bien, estos autores son autores españoles y por eso sus postulados siempre tendrán ese escollo que se cierne sobre el estudio de lo propio, es decir, una sombra que cubre el deseo de imparcialidad. Por eso resulta útil acudir a los ensayos realizados por intelectuales que, si bien conocen lo español, no son ellos mismos españoles. Siempre es recomendable una visión que venga de fuera, ya sea en la poesía (Byron y Rilke), los cuentos (Irving) o la música (Ravel).
El libro «Las dos Españas«, escrito en 1932 por el intelectual y filólogo portugués Fidelino Figueiredo, entronca directamente con esa larga tradición de obras de autoría foránea y alma castellana. Se trata de un análisis perceptivo e interesante que goza del beneficio de haber sido elaborado durante los años de gestación del sangriento conflicto, cuando los espíritus estaban más enardecidos y las posiciones antagónicas del pueblo español alcanzaron sus extremos más opuestos.
Figueiredo prescinde de devaneos sociológicos como hilo conductor de su estudio. Éste se asienta sobre los hombros siempre socorridos de la historia, que le permiten trazar una cronología no tanto de años como de personas, a modo de guía para el lector.
Lo particular del ensayo radica justamente en la novedad del diagnóstico sobre la causa de ese mal tan nuestro, las «dos Españas». Si tradicionalmente su origen era múltiple y cambiante, ahora aparece adscrito a una persona y a una situación concreta, la monarquía de Felipe II. Tomando como punto de partida el reinado del segundo de los Austrias, llegamos a los albores de la tempestad en los primeros años de la Segunda República.
«España y los extranjeros» es, como no podía ser de otra manera, el título del primer capítulo del libro. Siendo portugués el autor, se hace especialmente oportuno un inicio que aborde las complejas relaciones de la cultura española tanto con sus vecinos íberos como con los de allende los Pirineos. Aquí hace el autor su declaración de intenciones: «señalar el tipismo y la composición del clima espiritual de España es el propósito de este ensayo breve».
Los siguientes cinco capítulos se centran en la figura principal de Felipe II, trascendental como catalizador de las futuras divisiones en España. Es quizá esta parte del ensayo la que adolezca de una cierta falta de frescura o, mejor dicho, de falta de rigor intelectual. Al leer sus páginas uno se queda a veces con la sensación de que el autor pretende hallar un punto concreto donde determinar el origen de todos los males y, a falta de otro mejor, ha escogido al «Rey Prudente». Son demasiados los ataques injustificados a las decisiones del monarca, y excesivo el rigor con que se las juzga. Esperar que el gobierno de la primera monarquía global de la historia funcionase como el Imperio Británico en el ocaso de la era victoriana es, como poco, fantasioso.
Figuereido también peca de un ingenuo candor al apoyar la leyenda negra del felipismo en los textos de varios de sus denostados enemigos: Guillermo el Taciturno, Antonio Pérez y Fray Bartolomé de las Casas. Es cierto que se cuida de cualquier reproche al advertir lo calumnioso y exagerado de estos testimonios pero, aun así, él mismo incurre en la falta cuando de manera sibilina atribuye el origen de la crisis por el affaire Pérez a los ardores del monarca por la Princesa de Éboli.
Cuando los Borbones aparecen en escena en el capítulo séptimo del libro, el valor del análisis no termina de mejorar. Si antes la falta estaba en las conclusiones, ahora lo está en la exposición. Excesivamente enrevesada y poco clara en las ideas las reflexiones sobre «la decadencia y el ambiente borbónico» se limitan al discurrir histórico sin que sobresalgan ideas o figuras más allá de Jovellanos y el padre Feijóo.
Es en los tres capítulos finales cuando Figuereido remonta el vuelo. Tal vez sea por la proximidad de los años o por la mayor abundancia de material crítico, los siglos XIX y XX son objeto de las ideas más brillantes contenidas en su obra. Creo que podemos resumir las tesis expuestas en las últimas noventa páginas a través de dos afirmaciones del autor: «de todos los españoles, el más vivo en el mundo es, seguramente, don Quijote» y «España y Portugal son grandes desperdiciadores de hombres».
Por lo que respecta al estilo y composición del libro, el lector que esté familiarizado con escritores noventayochistas encontrará un aroma familiar tanto en los recursos literarios como en la manera de entender el espíritu de la regeneración de un pueblo para el que, como dijo Federico de Orís, «el sentimiento de patria es esencialmente dolor».
Fidelino de Figueiredo (1888-
*Publicado por Urgoiti Editores, 2014.