La Segunda Guerra Mundial en el mar
Craig L. Symonds

La Segunda Guerra Mundial ha sido el conflicto bélico más importante de la historia de la humanidad. Quizás otros hayan tenido análogas repercusiones ulteriores, pero ninguno provocó la movilización de hombres y recursos alcanzada entre 1939 y 1945. A lo largo de esos seis años, el planeta se vio envuelto, de forma directa o indirecta, en las hostilidades. Raro fue el país que no se posicionase a favor de alguna de las potencias en liza o no se viese involucrado, militar o diplomáticamente, en la contienda. A medida que esta se prolongaba, el uso de los recursos naturales y la producción de armamento se multiplicaron exponencialmente, dando lugar, además, a unos avances tecnológicos sorprendentes. En nada se pareció la Tierra de 1939 a la de 1945: el sistema mundial sufrió un espectacular terremoto y se transformó radicalmente durante esos años. Europa, hasta entonces la potencia dominante, dio el relevo a los Estados Unidos, a la Unión Soviética y a otros actores que hoy son piezas determinantes en el ajedrez de las relaciones internacionales.

En un planeta en el que el setenta por ciento de la superficie es agua y cuyos continentes se encuentran separados por inmensos océanos, controlar los mares proporciona una ventaja estratégica muy relevante. Una de las principales causas de la expansión del conflicto por todos los rincones del globo fue, por eso, la guerra naval. Los contendientes utilizaron sus Armadas como instrumentos para cortar la red de suministros de sus adversarios y como apoyo a las operaciones terrestres. Japón y Gran Bretaña, países clave en la Segunda Guerra Mundial, eran (y son) islas carentes de recursos propios, que requerían importar materias primas indispensables. De ahí que cuidasen con tanto esmero sus flotas.

La Historia está marcada por famosas naumaquias como Trafalgar, Salamina o Lepanto, que tuvieron un impacto decisivo en el devenir de la humanidad. A partir del siglo XX, desde que entró en juego la aviación, parecía como si las fuerzas navales hubiesen perdido cierta relevancia, al menos de cara al gran público. La Segunda Guerra Mundial demostró lo contrario. Las batallas navales, que no han despertado tanto interés como las terrestres, tuvieron una incidencia especial en el transcurso del conflicto: la guerra submarina, el ataque a Pearl Harbor, la batalla de Midway o el desembarco de Normandía, por citar solo alguno de los episodios más destacados de la contienda, se desarrollaron en el agua. Salvo el de Midway, los otros tres ejemplos no fueron, propiamente, enfrentamientos a gran escala entre dos armadas, sino más bien ataques sorpresa, encuentros esporádicos o desembarcos anfibios. Hubo, por supuesto, importantes batallas entre flotas enemigas, pero el lector no experto, especialmente el europeo, las conoce peor.

El historiador estadounidense Craig L. Symonds detalla en La Segunda Guerra Mundial en el mar. Una historia global* cómo se desarrolló la lucha naval entre los aliados y las potencias del Eje a lo largo de la contienda. A pesar de sus ochocientas páginas, Symonds logra explicar con amenidad y pormenorizadamente las fuerzas en liza, las tácticas seguidas por unos y otros, el armamento utilizado y la evolución de los enfrentamientos en los distintos escenarios. Pocos libros consiguen sintetizar de manera comprensible tanta información en ese número de páginas. Además, se agradecen los mapas e ilustraciones que acompañan al texto, de modo que el lector puede hacerse una idea de cómo se produjeron los combates entre las Armadas. Es una obra que sin duda gustará a todos aquellos amantes de la Segunda Guerra Mundial.

Con estas palabras explica el autor el propósito y la estructura de su trabajo: “La historia de la guerra mundial en el mar entre 1939 y 1945 es un relato disperso, episódico, y constantemente cambiante, de intereses nacionales antagónicos, de tecnologías emergentes y de personalidades fuera de lo común. Contarla en una única narración es una tarea sobrecogedora, pero contarla de cualquier otra forma resultaría engañoso. No hubo una guerra en el Atlántico y otra en el Pacífico, una tercera en el Mediterráneo y otra más en el Índico o en el mar del Norte. Si bien hacer una crónica del conflicto en ese tipo de lotes geográficos podría simplificar las cosas, esa no fue la forma en que se desarrolló la guerra, ni la forma en que tuvieron que gestionarla los responsables de tomar decisiones. La pérdida de los convoyes de transporte durante la batalla del Atlántico afectó a la disponibilidad de barcos de carga para Guadalcanal; los convoyes con destino a la asediada isla de Malta, en el Mediterráneo, conllevaban reducir las escoltas para el Atlántico; la persecución del acorazado Bismarck congregó a fuerzas procedentes de Islandia y Gibraltar, además de gran Bretaña. Por consiguiente, aquí la narración es cronológica. Por supuesto, saltar de un océano a otro día a día resulta poco práctico y a la vez potencialmente desconcertante, de modo que es inevitable que haya cierto solapamiento cronológico entre los capítulos”.

Symonds afirma, para sorpresa de algún lector, que la victoria aliada nunca estuvo clara, especialmente en los primeros años. Tanto en el Atlántico como en el Pacífico, japoneses y alemanes pusieron en jaque a la flota aliada y estuvieron a punto de colapsar la economía inglesa. Hasta bien entrado 1942, se trató de una guerra de supervivencia, pues el avance nipón por el sudeste asiático y la capacidad destructiva de los U-Boot germanos se impusieron claramente. Tan solo la tenacidad de los aliados y la colosal maquinaria productiva estadounidense decantaron la balanza a favor de estos. En el campo estratégico y táctico, las fuerzas fueron muy parejas, incluso algo favorables para las potencias del Eje, pero la ilimitada fuente de recursos de que disponían los americanos acabó por arrollar a sus adversarios: estos últimos no contaban con tantas materias primas y su número de bajas en combate no era fácilmente remplazable, tras años de lucha en distintos frentes.

Al estudiar la guerra naval durante la Segunda Guerra Mundial no debemos pensar que únicamente se hablará de barcos. El libro del Symonds aborda tanto las grandes batallas entre buques como otras operaciones en las que la infantería y la aviación jugaron un papel decisivo. La aparición de los portaviones cambió radicalmente el concepto de guerra marítima. Hasta el inicio de la contienda se pensaba que los grandes acorazados o los destructores eran la pieza esencial de la Armada; pronto se advirtió que, por muy grandes que fuesen esos navíos, poco podían hacer frente a un potente ataque aéreo. De ahí que los portaviones fuesen adquiriendo mayor importancia, hasta convertirse en la principal herramienta de combate. También se abordan las operaciones anfibias realizadas, como la invasión del norte de África, de Sicilia, del sudeste asiático o el desembarco de Normandía. El autor analiza con detalle cada una de estas acciones y señala sus aciertos y sus equivocaciones.

En un campo de batalla de decenas de miles de kilómetros, tan importante como derrotar a tu enemigo es mantener el abastecimiento de tus fuerzas. La logística y la asignación de recursos se convirtió en el objetivo primordial de los distintos Estados Mayores. Decidir qué era prioritario provocó agrias disputas entre generales aliados, pues todos querían destinar la mayor fuerza posible a sus operaciones, lo que no siempre era posible. Como retrata el historiador estadounidense, las lanchas de desembarco (conocidas como LST) fueron una pieza clave en la victoria aliada. En el bando opuesto, también fue necesario realizar un despliegue muy meticuloso, ya que había pocos medios para cubrir todo el Océano Atlántico. La Segunda Guerra Mundial fue una guerra de desgaste en la que venció quien consiguió aguantar el esfuerzo bélico mejor que su rival.

Concluimos con esta reflexión del autor: “Como ha mostrado este relato, el éxito operativo supuso un importante factor para la victoria naval de los Aliados. Los importantes avances tecnológicos —en materia de aviación, torpedos, descifrado y radar, y en última instancia de energía atómica— también fueron un elemento crucial de la historia. No obstante, al final lo que más contribuyó al éxito en el mar fue la capacidad de los astilleros y los obreros de la construcción naval aliados —y sobre todo estadounidenses— de aprovecharse de sus mayores recursos naturales y construir todo tipo de barcos de transporte y de buques de guerra más deprisa de lo que el Eje era capaz de hundirlos. Los sacrificios de británicos y soviéticos entre 1939 y 1944 mantuvieron a raya al Eje durante el tiempo suficiente para que el motor económico de las fábricas y los astilleros estadounidenses produjera los medios materiales y así los Aliados fueran capaces de aplastar al Eje”.

Craig L. Symonds, catedrático distinguido Ernest J. King de Historia Marítima en la Academia de Guerra Naval de Estados Unidos, donde impartió clase durante treinta años, es autor de Lincoln and his Admirals (galardonado con el Premio Lincoln), The Battle of Midway (mejor libro del año según la revista Military History Quarterly) y Operation Neptune (ganador del Premio Samuel Eliot Morison de Literatura Naval).

*Publicado por Esfera de los Libros, octubre 2019. Traducción de Alejandro Pradera.