La Primera Cruzada. La llamada de Oriente
Peter Frankopan

Las cruzadas han abandonado la disciplina histórica para adentrarse en el mundo de lo legendario y han dado pie a un sinfín de relatos, poemas, gestas, novelas, videojuegos y películas que recrean las hazañas llevadas a cabo por sus participantes. El acontecimiento en sí, desde luego, invitaba a este tipo de mitificación: caballeros medievales que se embarcan en una epopeya cuasi mística para recuperar los Santos Lugares, asedios y batallas campales, sueños de gloria, el embrujo de oriente, matanzas y traiciones, una fe ciega y desbocada. La conquista de Jerusalén, contra todo pronóstico, acentuó este espíritu, que los propios protagonistas y los juglares se encargaron de avivar y difundir por el continente europeo. Tal es la fuerza que tuvieron en la mentalidad colectiva que gran parte de la sociedad, casi mil años después, aún asocian la Edad Media con las cruzadas.

El número de cruzadas es objeto de debate. Se suele fijar en nueve, pero no es una cifra aceptada unánimemente. Las más conocidas y las que han arraigado en el gran público son la primera (que logró la conquista de Jerusalén en el año 1099), la tercera (en la que participaron Ricardo Corazón de León, Federico Barbarroja y Felipe II de Francia, enfrentados a Saladino) y la cuarta (que terminó con la conquista de Constantinopla en 1204 y la creación del Imperio Latino). El resto han pasado casi desapercibidas. Sin embargo, lo que realmente se sabe de ellas es más bien poco y suele estar envuelto en un aura de magia y leyenda que rara vez se adecúa a la realidad. Sus causas, su desarrollo y su desenlace se confunden, facilitando una imagen distorsionada de lo que ocurrió.

A pesar de lo mucho que se ha escrito sobre las cruzadas, existen pocos trabajos serios que busquen conocer realmente qué sucedió en las cortes europeas, en Constantinopla y en Oriente Medio. La mayor parte de los textos publicados se suele dejar llevar por el encanto de lo heroico, al que antes aludíamos. Frente a esta tendencia, el profesor Peter Frankopan ha escrito un trabajo, La Primera Cruzada. La llamada de Oriente*, historiográficamente impecable que indaga en las motivaciones ocultas detrás de este suceso y en cómo se acometió. Sin omitir detalles y poniendo de relieve los aciertos y los errores de los cruzados, la obra, muy interesante, nos ofrece una perspectiva novedosa que otorga más importancia al Imperio Bizantino de la que se le venía dando hasta ahora.

Así lo explica el autor: “El contexto clave para entender la Primera Cruzada no ha de buscarse en las laderas de Clermont o en el Vaticano, sino en Asia Menor y en Constantinopla. Durante demasiado tiempo, el relato de la expedición ha estado dominado por las voces occidentales. No obstante, los caballeros que con grandes expectativas se pusieron en marcha en 1096 estaban reaccionado en realidad a una crisis que estaba teniendo lugar al otro lado del Mediterráneo. La debacle militar, la guerra civil y los intentos de golpe de Estado habían obligado a mirar a Occidente en busca de ayuda y la solicitud enviada al papa Urbano II fue el catalizador de todo lo que vino después”.

Según Frankopan, el foco para entender el origen de las cruzadas ha de situarse en Bizancio y en la petición de auxilio que envió a Occidente. Este sería su principal desencadenante y, por esta razón, los primeros capítulos del libro están dedicados a explicar la complicada situación que atravesaba Constantinopla en el cambio de milenio. Tras controlar durante siglos el Mediterráneo oriental, la expansión musulmana, la aparición de los turcos y las crisis internas habían debilitado su capacidad militar y socavado su autoridad en la región. La situación de Bizancio era crítica, después de que el empuje otomano hubiese arrebatado el control del este de la península de Anatolia y ciertos enclaves estratégicos en Asia Menor. El emperador, ante esta situación insostenible, hubo de mirar a Europa para buscar ayuda.

La llamada de auxilio fue escuchada por el papa Urbano II, que buscó afianzar su poder en su lucha contra el “antipapa” Clemente III y salir triunfante en la conocida como “querella de las investiduras” (el conflicto entre el Papado y los emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico). Urbano II organizó una extraordinaria campaña de “marketing” y empujó a los magnates europeos a lanzarse a esta aventura. El historiador británico narra con detalle cómo se llevaron a cabo las negociaciones y nos da cuenta de las artimañas y manipulaciones acometidas para convencer a nobles, obispos y reyes, requiriéndoles su participación. Al final, la convocatoria fue un éxito y se estima que más de ochenta mil hombres se encaminaron a los Santos Lugares con el propósito de arrebatar Jerusalén a los musulmanes (aunque la cifra de los que llegaron a combatir fue mucho más reducida, ya que el viaje hasta Tierra Santa estaba repleto de peligros y muchos se quedaron por el camino).

Tras describir el periplo de los cruzados hasta Oriente, la obra explora dos vías: por un lado, los avances militares de las huestes europeas que, a pesar de las contrariedades, lograron derrotar a ejércitos más numerosos y tomar plazas hasta entonces inexpugnables (Nicea, Antioquía y la misma Jerusalén). La pericia militar de los europeos y su capacidad para mantener la disciplina en combates desventajosos lograron llevar a buen término una empresa que parecía abocada al fracaso. Como se apunta en el libro, estuvieron al filo del precipicio en varias ocasiones, pero lograron rehacerse. La otra vía indaga en la compleja relación del emperador bizantino con los cruzados, así como en las fricciones habidas entre los propios líderes europeos. Bizancio había utilizado la Cruzada como instrumento para recuperar el control, pero las cosas se torcieron con rapidez. Las intrigas y traiciones fueron constantes y los cruzados pronto buscaron sus propios intereses.

La conquista de Jerusalén, una proeza militar, supuso el hito más importante de la campaña, pero provocó un sinfín de problemas: El más importante derivaba de la pregunta ¿y ahora qué? Peter Frankopan examina las decisiones adoptadas tras la toma de la Ciudad Santa y la creación del Reino de Jerusalén. Se había logrado el objetivo principal, pero ahora empezaba una empresa aún más compleja: mantener lo conquistado y resistir al acoso musulmán. La obra no avanza mucho más en el tiempo, pero esboza los peligros que estaban por venir.

Concluimos con esta reflexión del historiador británico: “La Primera Cruzada es uno de los acontecimientos históricos más conocidos y sobre los que más se ha escrito a lo largo de los siglos. La historia de los caballeros que tomaron las armas y cruzaron Europa para liberar Jerusalén cautivó de inmediato a los autores de la época y desde entonces ha fascinado por igual a escritores y lectores. Durante casi mil años, el relato de las hazañas y el heroísmo de los cruzados, de los primeros encuentros con los turcos musulmanes, de las penurias y dificultades sufridas por los peregrinos armados en su viaje a Tierra Santa —en un periplo que terminó con la atroz masacre de la población en Jerusalén en 1099— no ha dejado de resonar en la cultura occidental. La imaginería y los temas derivados de la cruzada proliferaron en la música, la literatura y el arte de Europa. Incluso la misma palabra “cruzada” —literalmente: el camino de la cruz— adquirió un sentido más amplio y pasó a designar una gesta peligrosa, pero en última instancia triunfal de las fuerzas del bien contra el mal”.

Peter Frankopan es catedrático de Global History por la Universidad de Oxford, en la que dirige el Centre for Byzantine Research. Research fellow del Worcester College de Oxford, ha impartido cursos y conferencias en las principales universidades, incluídas Cambridge, Yale, Harvard, Princeton, Nueva York, el King’s College de Londres y el Institute of Historical Research. Es autor de El corazón del mundo. Una nueva historia universal y Las nuevas rutas de la seda.

*Publicado por Crítica, enero 2022. Traducción de Luis Noriega.