El siglo XVIII es quizás uno de los períodos de nuestra historia reciente que menos conocemos. A caballo entre la Guerra de Sucesión y la Guerra de la Independencia, el siglo de la Ilustración (como bien podría ser llamado) no ha despertado el suficiente interés entre nuestros especialistas, ni entre el gran público. Hagan la prueba, pregunten a quien tengan a su lado si es capaz de nombrar a un par de monarcas españoles de aquel siglo (hubo cinco en total). Nos hallamos ante un período de transición, marcado por una nueva mentalidad de los dirigentes definida con el término de “despotismo ilustrado”, y por una transformación del pensamiento social y cultural de gran parte de los intelectuales españoles. Este desinterés, más o menos generalizado, ha provocado que no seamos conscientes de la importancia de los cambios acaecidos a lo largo del siglo y que acabaron por desembocar en el liberalismo decimonónico.
Si ya conocemos mal los aspectos políticos más relevantes de aquella centuria, no es de extrañar que el arte (y en concreto la pintura) haya sufrido también una cierta marginación. A todos nos suenan nombres como Rubens, Jordaens, Le Brun, Poussin, Zurbarán o Velázquez (pintores del siglo XVII) o los incontables artistas que poblaron el siglo XIX; sin embargo, Watteau, Magnasco o Hogarth pasarán más desapercibidos salvo para algunos aficionados o para los especialistas. La obra del Premio Príncipe de Asturias, Tzvetan Todorov, La pintura de la Ilustración. De Watteau a Goya* reivindica (aunque no sea ese el objetivo del libro) el valor y la calidad de estos artistas, poniendo en relación sus trabajos con la mentalidad de toda una época.
La importancia que el autor otorga a este período de nuestro pasado queda patente al inicio de la obra: “La época que voy a abordar no es un parte cualquiera del pasado, sino que supone uno de los episodios bisagra de la historia europea. El período de la Ilustración, y en general el siglo XVIII, es un momento de cambio radical entre el mundo antiguo y el mundo moderno, y en él los pequeños cambios acumulados desde hace mucho tiempo culminan en un cambio de mentalidad, en el momento en que se decide nuestra identidad actual. Tanto si somos partidarios de la Ilustración como si somos adversarios, todos hemos surgido de esos cambios. Entenderlos mejor es vital para nosotros y podría permitir construir mejor nuestro mundo actual”.
La obra de Todorov no es un simple libro de historia del arte cuya finalidad se limite a describir unas cuantas obras destacadas y comentar sus características principales, sino que se acerca más a los trabajos realizados por especialistas como Erwin Panofsky (por ejemplo a su Arquitectura gótica y pensamiento escolástico) que combinaban el estudio del arte con las implicaciones filosóficas y culturales de las representaciones artísticas. Todorov intenta descubrir el “espíritu de la Ilustración” a través de un análisis de la “pintura en la Ilustración, y la Ilustración en la pintura”. Con este fin selecciona una serie de obras que reúnen unas características muy determinadas: aquellas cuyo objeto sea el hombre “cotidiano”, prescindiendo de las dedicadas a dioses, seres mitológicos o incluso a santos; aquellas que abarquen a todos los seres humanos (ya sean pobres, ricos, ancianos, mujeres o niños); y aquellas que reflejen la “totalidad del hombre”, tanto en su vertiente más afable como cuando lleva a cabo actos viles y crueles. La visión que el autor mantiene sobre este período queda condensada en sus palabras “La pintura de la Ilustración es la de un mundo totalmente humanizado”.
Para Tzvetan Todorov los artistas del siglo XVIII fueron testigos (y partícipes) de la “gran división” que escindió la forma de entender la pintura entre quienes defendían una pintura de “género” (que trata temas contemporáneos y representa a personajes anónimos y acciones cotidianas) y quienes abogaron por una pintura “histórica” (centrada en la representación de temas mitológicos, religiosos e históricos dibujados atendiendo a unas reglas ya fijadas). Las consecuencias de este antagonismo se trasladaron al marco social de los autores y al propio mercado aunque, como siempre suele ocurrir, las fronteras entre ambas corrientes nunca son del todo nítidas. Como explica el gran pensador búlgaro “[…] la pintura histórica está de parte del Antiguo Régimen, de la sociedad jerárquica […] Por su parte, la pintura de género corresponde más bien al incipiente espíritu igualitario, al espíritu de la Ilustración”.
Tras una introducción en la que Todorov expone la finalidad de la obra y sus reflexiones sobre las cuestiones que acabamos de tratar, desarrolla el contenido de su trabajo a través de una estructura doble: por un lado, analiza a los pintores más importantes (Watteau, Magnasco, Hogarth y Goya) y, por otro, los temas que representan en su cuadros (retratos, paisajes, niños, pobres, sueños o mujeres desnudas, entre otros). Aconsejamos al lector interesado que cuando se adentre en estas páginas tenga a mano algún medio que le permita ver los cuadros que se van mencionando, a fin de comprender mejor las explicaciones que sobre ellos proporciona el autor. Gracias a la excelente labor editorial (casi la mitad del libro está dedicado a reproducir ilustraciones de una gran calidad) este trabajo de identificación es mucho más sencillo y junto a la indudable lucidez del pensamiento de Todorov constituye una de los grandes ventajas de este excepcional trabajo.
Los cuatro pintores estudiados son de distintas nacionalidades (francesa, italiana, inglesa y española) pues para Todorov “estos países se comunican entre sí, los individuos viajan, y circulan los libros y las obras de arte. Ahora existe un pensamiento europeo, y también una pintura europea”. No vamos a detallar las reflexiones que Todorov realiza sobre los cuatro pintores y sus obras, pues preferimos dejar que sea el lector quien las descubra; nos limitaremos, por tanto, a trazar grosso modo las líneas básicas que el pensador búlgaro diseña.
El libro comienza por Antoine Watteau (1684-1721), a quien Todorov considera el primer gran pintor de la Ilustración; con él el mundo profano se impone al mundo sagrado (incluso la Academia francesa hace una excepción y le permite elegir el tema de su obra de recepción). Destacan sus cuadros sobre la comedia dell’arte y el teatro, sobre los juegos del amor y del azar y sobre las denominadas “fiestas galantes”.
Tras Wattteau se aborda la figura del pintor genovés Alessandro Magnasco (1667-1749), quizás el más transgresor de los cuatro. De hecho, empezará a ser reconocido a partir del siglo XX y muchas de sus obras están dedicadas a la marginalidad social y a temas religiosos, sin que puedan considerarse estrictamente pintura religiosa, pues la mayoría están orientadas a representar la vida cotidiana de los monjes. Así sintetiza Todorov la importancia del artista italiano: “La revolución de Magnasco consiste en que, de golpe y porrazo, renunció al principio básico de la pintura occidental desde el siglo XV, el que le asigna la labor de representar lo visible, sin por ello volver al espíritu de la pintura medieval. […] Se convierte aquí en la manera de expresar una emoción, una sensación, un estado del cuerpo o de la mente, los tormentos y las tempestades del alma.”.
El pintor inglés William Hogarth (1697-1764) fue un espíritu libre, crítico con las instituciones, pero mantuvo un cierto respeto por la moral cristiana aunque no dudase en reprochar las costumbres de su tiempo. Muchos de sus cuadros tienen una significativa carga política y gustó de dibujar a la gente corriente en situaciones cotidianas. Al igual que Wattteau, también dedicó varios de sus trabajos a representar el mundo del teatro. El propio Hogarth resumió su proyecto artístico con la frase: “Pintar y grabar temas morales modernos, un campo no explorado en ningún país y en ninguna época”.
El último de los pintores analizados es nuestro conocido Francisco de Goya (1746-1828), quien para Todorov fue el último y el más complejo representante de la pintura de la Ilustración. En la obra se aborda su proyección, su técnica, la transformación que sufre en 1793 tras superar una enfermedad y quedarse sordo, los efectos que tuvo la guerra en su pintura y los últimos años de su vida.
Junto a los cuatro pintores y de forma intercalada, Todorov reflexiona sobre los temas que considera más relevantes en la pintura de la Ilustración, en la que el hombre es protagonista absoluto: retratos, paisajes, naturalezas muertas, niños, pobres, extranjeros, el mundo onírico o mujeres desnudas, entre otros. Todos ellos se enmarcan dentro de una nueva forma de entender la pintura que rompe con la tradición anterior. En estos capítulos descubrimos, al mismo tiempo, nuevos pintores (Jean-Étienne Liotard, Jean Siméon Chardin, Giuseppe Crespi, Giacamo Ceruti, Rosalba Carriera o Johann Heinrich Füssli, entre otros) que, sin tener la relevancia de los cuatro anteriores, también son exponente de la nueva tendencia.
Concluimos con una cita de Tzvetan Todorov para invitar a la lectura de un libro que trasciende los límites de la historia del arte y se ha convertido en un referente del estudio del siglo XVIII: “El pensamiento de los pintores del siglo XVIII integró muchos elementos procedentes del espíritu de la Ilustración, y los amplió, los enriqueció y los matizó. Sus obras suponen la naturalización del mundo material y la humanización del espacio social. Desde Watteau, reservan un lugar central al amor, la pasión humana por excelencia. Estas obras hace el elogio de lo cotidiano, de lo cercano y de lo imperfecto. […] Estos comportamientos transgresores ponen de manifiesto pulsiones que atraviesan la vida de todos, aunque los buenos ciudadanos no suelan ser conscientes de ellas y prefieran pasar por alto su propia violencia y los dictados de su sexualidad. Los pintores de esta época entendieron que la periferia permite iluminar mejor el centro.”.
Tzvetan Todorov nació en Sofia, Bulgaria, en 1939, y desde 1963 reside en París. Ha impartido clases en la École Pratique des Hautes Études y en la Universidad de Yale, y sus lecciones magistrales se han escuchado también en las universidades de Nueva York, Columbia, Harvard y California. Desde 1987 dirige el Centro de Investigaciones sobre las Artes y el Lenguaje del Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS). Entre otros reconocimientos, ha sido distinguido con la medalla de la Orden de las Artes y de las Letras en Francia y el premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 2008. Todorov ha dedicado una faceta importante de su obra al estudio de la pintura y a cómo ésta refleja los cambios en el pensamiento y en los valores de las sociedades europeas y participa en ellos. Entre sus obras destacan: Elogio del individuo (2006), Los aventureros del absoluto (2007), El espíritu de la Ilustración (2008), El miedo a los bárbaros (2008), La literatura en peligro (2009), La experiencia totalitaria (2010), Vivir solos juntos (2011), Goya a la sombra de las Luces (2011) y Los enemigos íntimos de la democracia (2012).
*Publicado por la editorial Galaxia Gutenberg, noviembre 2014.