La ópera es una de las representaciones artísticas más completas que podemos contemplar. La música, el libreto, el canto, la orquesta, la escenografía… todos los elementos han de combinarse en perfecta armonía para producir un espectáculo único. Richard Wagner, por ejemplo, prefería no llamar “óperas” a sus creaciones y denominarlas Gesamtkunstwerk, es decir, la obra en la que se integraban todas las artes. No le faltaba razón. Hoy la ópera se ha convertido en un complejo acto cultural que va más allá de la mera función estética, pues pone en juego, incluso, elementos sociales, políticos y económicos lejanos a su originaria finalidad artística.
La temporada operística está presente en la oferta cultural de cualquier gran ciudad, pero, en realidad, su aparición y su desarrollo son relativamente recientes. El punto de partida se suele situar en Claudio Monteverdi, a quien se atribuye la composición de la primera ópera en 1609 (Orfeo, favola in música) en Italia. Varias décadas más tarde el nuevo género lograría asentarse y consolidarse definitivamente en Europa. La complejidad escenográfica y lo costoso de sus proyecciones dificultaron, sin embargo, su despegue y deberemos esperar hasta finales del siglo XVIII y a lo largo del XIX para encontrarla instalada en el horizonte cultural occidental.
El crítico, historiador y presentador de la BBC Daniel Snowman recorre la historia de esta disciplina artística en La ópera. Una historia social*, desde los orígenes italianos hasta su actual “globalización”. Su finalidad no es mostrarnos únicamente los avatares de sus protagonistas (ya sean compositores o intérpretes) sino todo lo que rodea al negocio y al espectáculo de la ópera. Así lo explica el propio autor en el prólogo de su trabajo: “Muchos libros sobre la historia de la ópera se concentran en el tradicional trío integrado por compositores, obras e intérpretes. Mis estanterías –al igual que las de todo amante de la ópera– están repletas de ellos […]. Sin embargo, y además de ser una forma artística, la ópera siempre ha sido un fenómeno social, económico y político […]. En La Ópera. Una historia social, pretendemos explorar el vasto contexto en el que la ópera fue creada, financiada, producida, recibida y percibida. No va a ser en el escenario operístico en sí mismo o en lo que ocurre en sus dorados confines en lo que nos vamos a centrar. En este libro fijaremos nuestra mirada tanto sobre la oferta como sobre la demanda, no sólo en la producción de ópera sino, también, en su consumo, en los muchos nexos de unión que vinculan a los teatros de ópera con empresarios, monarcas y financieros, arte, artistas y audiencias”.
Un estudio tan amplio del fenómeno operístico imposibilita una narración lineal y homogénea. La ópera no llegó a todos los países de la misma forma, ni al mismo tiempo, ni tampoco tuvo una influencia equiparable en unas ciudades o en otras. De ahí que Daniel Snowman opte por un relato zigzagueante, que avanza y retrocede siguiendo un eje más territorial que temporal. A Italia, Londres, París, Viena y Estados Unidos se dedican gran parte de las páginas del libro, aunque el crítico inglés también acude a Australia, Bayreuth, San Petersburgo, Buenos Aires o Bangkok, entre otros puntos del planeta en los que la ópera ha logrado consagrarse. Como en todo repaso histórico, hay una progresión que va desde un incipiente origen hasta nuestros días. El viaje es fascinante e imprescindible para todo amante de esta “obra en la que se integraban todas las artes”.
Pese al enfoque del autor, compositores e intérpretes ocupan (difícilmente podría ser de otro modo) gran parte del libro. Monterverdi, Lully, Händel, Mozart, Wagner, Verdi o Puccini están presentes en todo momento, ya sea por la composición o por la representación de sus obras. Snowman realiza un breve repaso biográfico de los más reconocidos, así como de los intérpretes (Faustina Bordoni, Maria Callas, Kirsten Flagstad, Adelina Patti, Natalie Dessay, Tito Gobbi o Luciano Pavarotti) y de los directores (Richard Strauss, Arturo Toscanini o Gustav Mahler), aunque el lector menos aficionado tendrá dificultades para identificar a algunos de estos últimos. Todos ellos constituyen la esencia de la ópera y marcan las tendencias y estilos que han ido apareciendo y evolucionando con el tiempo. Estas son, sin duda, las páginas más “artísticas” de la obra.
La ópera, explica el crítico y músico inglés, no es solo arte, también tiene un fuerte componente político y social, especialmente en sus orígenes. Quienes promovían las representaciones operísticas no lo hacían de forma altruista, sino buscaban reconocimiento y aumentar su prestigio. Grandes compositores, como Mozart o Händel, tuvieron que acudir a las cortes europeas en busca de protección y ayuda para “explotar” su talento y su trabajo, y fuera de la tutela de algún señor poderoso resultaba muy difícil prosperar. Algunos artistas utilizaron sus obras para difundir mensajes políticos y, en otras ocasiones, fueron los gobiernos quienes se apropiaron de ellas con este fin; los casos más llamativos son los Verdi y Wagner, cuyas óperas trascendieron de lo propiamente artístico para entrar en el terreno del “nacionalismo cultural”.
El público de las óperas también ha ido transformándose. De unos inicios elitistas, con representaciones destinadas solo a unos pocos privilegiados, hemos pasado, siglos después, a las grandes producciones al aire libre para miles de personas. Lo que fue un fenómeno reducido y muy acotado a una clase social, ha devenido espectáculo de masas, cuyos intérpretes han alcanzado una gran notoriedad pública (es el caso de los Tres Tenores o de María Callas). No solo ha cambiado el público, también las costumbres, el estilo, la promoción y hasta las bebidas que se sirven en las representaciones: la ópera, como cualquier arte, se adapta a la sociedad.
Daniel Snowman analiza también su componente financiero, concluyendo que la ópera es un negocio, salvo excepciones, bastante ruinoso. Pocos se han hecho ricos con ella y son muchos los que han terminado arruinados. Así lo explica el autor: “La ópera rara vez ha conseguido autofinanciarse y si existe algo que se repita tanto como el tema de un rondó, es la cuestión de quién paga todo eso. O, por mejor decir, quién asume el déficit. Por consiguiente, la historia de la ópera es, en parte, la de una sucesión de duques y monarcas, de empresarios asumiendo riesgos, de asociaciones de munificentes banqueros e industriales, de subvenciones de los gobiernos centrales o locales y, últimamente, de ingenios o ardides varios más o menos exentos de impuestos para sacar dinero de patrocinadores y donaciones privadas”. El historiador inglés explora los distintos medios utilizados a lo largo de la historia para producir las funciones, así como los gastos asociados a cada representación, las tarifas de las estrellas y figurantes o los costes de un palco.
Una de las cuestiones más interesantes que aborda el libro es la evolución sufrida en el ámbito “tecnológico”. Resulta fascinante descubrir el proceso de cambio experimentado por los teatros de la ópera, por los efectos escénicos, por la iluminación o por los espectaculares montajes. La ópera, obviamente, no es solo música y el aspecto visual ocupa un lugar muy destacado, de modo que los directores, promotores y propietarios han tratado siempre de crear imágenes de impacto que maravillen a un público cautivo. La revolución tecnológica del siglo XX ha sido de tal alcance que podemos estar ante un cambio de paradigma en el mundo operístico.
Concluimos este cautivador viaje con una certera reflexión del autor: “Todo lo cual quiere decir que es difícil evitar el llegar a la conclusión de que la ópera, al menos desde una interpretación lata, es una forma artística que alcanza su apogeo durante un largo siglo XIX y que discurre desde alrededor de la época de Mozart hasta la muerte de Puccini. Entonces, se podría decir que este libro documenta el ascenso, el declive y la caída (y su posible defunción) de esta elitista forma de arte. De acuerdo con una lectura de tal naturaleza, la ópera se habría convertido, en el mejor de los casos, en una especie de museo, en una suerte de religión pasada de moda que se representa en el interior de grandiosos templos y ante una audiencia de un público de devotos cada vez más reducido. O, quizás, lo que hemos hecho en este libro haya consistido en una crónica de la democratización de la ópera, de la gradual disolución y del «embrutecimiento» de una forma artística que en un tiempo fue grandiosa, hasta un punto tal que el atractivo que pueda ejercer, más allá del estrecho mundo de los entendidos, se deriva necesariamente de la imposición social de un exagerado, grotesco y falso sex-appeal. Si, por otra parte, el lector pertenece a esa clase de personas cuya disposición es la de ver la «botella medio llena», a mí me parece que, a pesar de padecer una agonía más prolongada que la de Gilda o la de Tristán, la ópera está resueltamente dispuesta a rechazar su propia muerte. Muy al contrario, existen, tal y como voy a intentar demostrar, señales muy potentes del resurgimiento de la más proteica de las formas artísticas: la ópera”.
Daniel Snowman nació en Londres y estudió en Cambridge y Cornell. Ha sido profesor de la Universidad de Sussex y ha trabajado para la BBC como responsable de un gran número de series sobre temas culturales e históricos. Miembro durante mucho tiempo del London Philarmonic Choir, en la actualidad es Senior Research Fellow en el Institute of Historical Research de la Universidad de Londres. Entre sus libros se incluyen semblanzas críticas del cuarteto Amadeus y de Plácido Domingo (El mundo de Plácido Domingo). Más recientemente, ha publicado Historians y The Hitler Emigrés. The Cultural Impact on Britain of Refugees from Nazism.
*Publicado por la editorial Siruela, septiembre 2016.