Hoy nos parece normal utilizar un producto que haya sido diseñado en Estados Unidos, fabricado en China con materiales obtenidos en Sudamérica y comercializado por una empresa europea. Son las consecuencias de la famosa «globalización». Las fronteras se diluyen y el comercio se internacionaliza, fenómeno que, aunque pueda parecernos muy novedoso, lo cierto es que se remonta a varios siglos atrás e incluso a milenios. El comercio a gran escala y la especialización productiva ya eran conocidos y utilizados por griegos y fenicios hace más de dos mil quinientos años. Obviamente, lo que ha variado son las magnitudes y el radio de acción pero el espíritu ha perdurado hasta la actualidad.
El afán de lucro y de obtener mercancías exóticas fueron los motivos que impulsaron a Marco Polo a adentrarse en el continente asiático a través de la ruta de la seda; a los portugueses, a dirigirse más y más al sur hasta bordear el cabo Buena Esperanza y, por supuesto, constituyeron las principales causas del viaje de Colón, cuyo objetivo era encontrar un camino más corto y rápido hacia las islas de las especias. El comercio fue el principal motor de los grandes descubrimientos durante la Edad Moderna y una de las mayores fuentes de riqueza; pero las consecuencias de los intercambios comerciales no quedaban reducidas a las meras transacciones mercantiles sino que iban mucho más allá. Implicaban la toma de contacto entre civilizaciones con culturas y estilos de vida prácticamente opuestos, con unas formas de entender el arte y la religión que diferían de las de los europeos.
Las posesiones españoles a finales del siglo XVI se extendían por todo el planeta y abarcaban territorios en todos los continentes. Dada las limitaciones técnicas de la época, las comunicaciones con las regiones más apartadas eran complicadas y lentas, pero en ningún caso inexistentes. A medida que la dominación española se asentaba fueron apareciendo rutas comerciales que permitían, por un lado, la llegada de los «colonizadores» y el abastecimiento de las nuevas posesiones y, por otro, facilitaban el envío a la metrópoli de las mercancías y materiales allí obtenidos. Una de las rutas más famosas de este período (y que se mantuvo durante casi tres siglos más) fue la surcada por el Galeón de Manila (también llamado la Nao de la China) que unía la capital filipina con Acapulco. Quizás sea un tanto exagerado afirmar que con él apareció por primera vez un sistema comercial a nivel mundial, pero ciertamente la Nao de la China implicó la «institucionalización» y regularización de las relaciones entre la península (y, obviamente, el resto de Europa), las tierras americanas de la Corona de España y el continente asiático.
La obra coordinada por Salvador Bernabéu Albert, La Nao de China, 1565-1815. Navegación comercio e intercambios culturales* busca, a través de varios artículos escritos por reconocidos especialistas, elaborar «una nueva historia del Galeón de Manila, enriquecida en el marco de la Historia Global y la nueva Historia Cultural, para situar la mítica ruta en el complejo mundo de la modernización y la resignificación de conceptos, visiones y paradigmas que se intensificó tras la empresa magallánica«. Quienes se aproximen a este libro buscando únicamente una relación de hechos o de acontecimientos saldrán defraudados; la riqueza de matices que cada artículo plantea se aleja de la mera exposición de datos y se adentra en un contexto mucho más amplio, en el que intervienen factores culturales, económicos y sociales.
Permítasenos, a pesar de su extensión, transcribir el primer párrafo de la introducción pues condensa el espíritu de la obra: «El legado de la Nao de China es polifónico: primero, sus aportes náuticos en general y de descubrimiento de rutas e islas; en segundo lugar, su contribución germinal a la primera globalización, poniendo en comunicación por más de dos siglos y medio Acapulco con Manila –y, a partir de ambos puertos, cientos de rutas comerciales que se extendían por miles de millas terrestres y marítimas en Asia y América hasta alcanzar las principales plazas económicas de Europa-, y, finalmente, los procesos transculturales, de intercambios de todo tipo y las formas específicas de apropiación cultural a partir de los cientos de hombres y mujeres, productos y objetos suntuarios, impresos y documentos, dogmas e ideas que surcaron el océano Pacífico en ambas direcciones«.
Toda historia tiene su origen y el del Galeón de Manila es tratado por el académico Juan Gil en el capítulo «El primer tornaviaje«. En él vemos analizadas las dudas que rodeaban a quien se viene atribuyendo el logro del primer viaje de regreso desde la costa occidental del Pacífico hasta Méjico, el agustino fray Andrés de Urdaneta. El autor trata acerca de sus verdaderas intenciones y de si tal «proeza» se debe a la suerte o, por el contrario, ya era conocida esta ruta de vuelta, pues «solo así se explica que se pusiera de inmediato proa al Noreste y que la figura de Urdaneta no tuviera la relevancia esperada durante el curso de navegación«.
El segundo y tercer capítulo («Motín a bordo: conflicto y lucha de jurisdicciones en el galeón San José (1662-1663)» y «La ‘Audiencia de las Señas’: los significados de una ceremonia jocosa en la Nao de China«) estudian fenómenos concretos que sucedían o podían suceder durante la travesía de la Nao: un concreto motín y la peculiar costumbre de los navegantes cuando avistaban unas plantas acuáticas que anunciaban la cercanía de tierra firme. Ambos acontecimientos sirven como pretexto a los autores para explicar la organización, tradiciones y el día a día de una tripulación que recorría miles de kilómetros durante meses, rodeada sólo de cielo y agua. Si sus protagonistas hubieran sido norteamericanos, hoy tendríamos decenas de películas sobre el motín del San José, visto su interés, contexto y espectacularidad.
Los tres primeros capítulos son los únicos históricos en el sentido generalizado del término. Los siete siguientes abordan cuestiones más cercanas a la historia cultural y a la historia del arte. En ellos encontramos investigaciones dedicadas al arte en las misiones católicas del Japón moderno temprano; a un cuadro de Alonso Vázquez; al arte oriental y su relación con la Inquisición, centrada en la figura del gobernador Bustamante y Bustillo; al intercambio de productos entre Asia y América como el marfil, los biombos y los quimonos, y a la construcción de la imagen de La China Poblana en Méjico. Aunque en apariencia tratan temas muy diferentes, todos tienen un elemento en común: mostrar los lazos culturales y comerciales que se generaron en el Imperio español como consecuencia de la actividad de la Nao de China.
La conclusión de la obra bien puede encontrarse en la reflexión que el profesor Alfredo J. Morales realiza en su capítulo: «Es bien conocido que el Galeón de Manila fue, además, de un barco una línea regular de intercambios comerciales, artísticos y espirituales que se desarrolló entre México y Filipinas desde 1571 hasta 1815. También es reconocida la enorme trascendencia que alcanzaron tales intercambios, que no se circunscribieron a los puertos de Acapulco y Manila, sino que se extendieron a partir del primero a México, Veracruz y Sevilla o Cádiz, según el momento histórico, y desde el segundo a China, Japón, Malasia, Indonesia, Ceilán y otro territorios de Oriente«.
*Publicado por el Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Sevilla, febrero 2014.