TURNER - LA MUERTE DE LOS HEROES

La muerte de los héroes
Carlos García Gual

En estas páginas intento recordar y comentar, con referencias puntuales a textos antiguos, unas cuantas escenas míticas en torno al tema del encuentro con la muerte de los héroes griegos. Es decir, lo que podríamos considerar su última aventura, gloriosa a veces, otras triste. El mero morir no es algo extraordinario, sino un hecho ligado a la condición de todo ser humano, sea o no un héroe griego. Pero puede resultar interesante advertir cuántas variaciones hallamos en esas escenas de muertes, a veces muy singulares y dramáticas, y no carentes de una extraña ironía trágica en muchos casos. Se trata, pues, solo de evocar esas estampas, espigadas de diversos textos de la literatura clásica, presentando los relatos con numerosas citas poéticas, pero sin notas ni disquisiciones filosóficas. Por razones que me parecen oportunas, he distinguido en el libro tres secciones: primero están los personajes míticos más fabulosos; luego, algunos héroes homéricos, y, como tercer acto, los destinos de tres impresionantes figuras trágicas femeninas”. Así comienza Carlos García Gual su breve pero apasionante viaje por la mitología y la poesía clásica en la obra La muerte de los héroes*.

La muerte es, generalmente, un elemento esencial de cualquier relato épico. El ocaso del personaje mítico está rodeado de un intenso pathos, propio de quien va a dejar el mundo de los vivos por el de los muertos. La historia de la literatura, no solo la griega, está construida, en numerosas ocasiones, en torno a la muerte de los protagonistas. En no pocos relatos, el fin de un personaje es, incluso, más importante que su propia vida. Como decía Petrarca, “Un bel morir tutta una vita onora”. La muerte, además, distingue al hombre del dios, nos recuerda la fragilidad de nuestra existencia y, al mismo tiempo, nos iguala, pues tanto el divino Aquiles como el astuto Ulises o el más insignificante de los esclavos terminan por sucumbir a su llamada. Tan solo puede observarse algún tipo de diferencia en cómo se produce y se afronta este inevitable destino, y aquí es donde los aedos cargan la fuerza dramática.

Aún recordamos los doce trabajos de Hércules, la vuelta de Ulises a Ítaca o el viaje de Jasón en busca del vellocino de oro y reconocemos las gestas o los hechos más reputados de personajes como Edipo, Orfeo, Teseo, Agamenón o Antígona. Y, sin embargo, es probable que hayamos olvidado cómo perecieron. Las nuevas generaciones, por desgracia, están dejando de interesarse por la mitología clásica y apenas se lee ya la Ilíada, por no hablar de otros textos menos conocidos. Alguna película o serie de televisión recuperan, de vez en cuando, uno u otro personaje clásico pero, normalmente, lo hacen de forma inadecuada, más atenta a la acción espectacular que a la historia que hay detrás. Vamos, poco a poco, olvidando el origen de nuestra cultura, lo que subraya la importancia de trabajos como el que acaba de publicar Carlos García Gual, quien recupera, de forma amena, una de las facetas menos conocidas de la literatura helena, a la vez que nos permite evocar nuevamente la pasión de la cultura clásica.

Pudiera imaginarse que, dada la afanosa y excitante vida de muchos de los héroes griegos, sus muertes serían igual de fastuosas. Carlos García Gual describe, sin embargo, cómo a muchos de ellos el destino les deparaba un fin menos glorioso. Su obra examina la muerte de veinticinco personajes, de los que ninguno (salvo Ulises o Edipo, en la versión de la tragedia de Sófocles) falleció plácidamente en su ancianidad. Las causas de sus defunciones fueron muy variadas: algunos (los menos) murieron luchando, otros traicionados por sus familiares o por un enemigo y otros accidentalmente, a veces de forma casi cómica (Belerofonte se estrelló contra la tierra al caer de Pegaso en su intento por alcanzar el cielo). Como explica el filólogo mallorquín, “Excepto en alguna curiosa leyenda, la muerte no es ningún premio; es el destino fatal de la efímera condición humana (la inmortalidad es privilegio de los dioses, ‘los que existen para siempre’)”. En su decisión de afrontar la muerte destella, justamente, la grandeza anímica del héroe”.

Si los héroes míticos perecen en circunstancias azarosas, extrañas o poco acordes con sus gestas, los homéricos corren mejor suerte. Muchos de ellos murieron en el campo de batalla de forma honorable y épica. Héctor (quizás la muerte más bella de la Ilíada), Aquiles, Paris o el menos conocido Sarpedón cayeron combatiendo. Aunque no todos tuvieron el privilegio de fallecer como grandes soldados: Agamenón fue traicionado por su mujer, Clitemnestra, a la vuelta de la guerra de Troya y Ayax, avergonzado por un arrebato de locura, se suicidó abalanzándose contra su propia espada. La muerte de estos héroes difiere también de la de los anteriores, pues aquellos se embarcan en aventuras a título individual y estos dan su vida por (o a causa de) la polis. Héctor, no obstante saber que, si enfrentaba a Aquiles, probablemente moriría, no rehúye el combate y se sacrifica en nombre de Troya. Este matiz que introduce Homero en su obra va a ser un elemento decisivo en el sistema político de la Grecia Antigua.

El último bloque del libro está dedicado a tres mujeres: Clitemnestra, Casandra y Antígona. Aunque los griegos confirieron a la mujer un papel secundario, recluyéndola en el hogar (su existencia quedará limitada al oikos) sin aportar nada a la vida política, la literatura clásica ofrece destellos sobre algunas grandes mujeres. Las muertes de aquellas tres, especialmente la de Antígona, son de una dignidad y una fuerza equiparables a la de los héroes más conocidos. Incluso Clitemnestra, que asesinó a su marido Agamenón, intenta justificar su abyecto crimen. Así lo expresa el propio autor: “Insumisas y patéticas, esas figuras se alzan ahí, en el relato épico y en la escena trágica, desafiantes y paradigmáticas, advirtiendo que el mundo está construido así, despiadadamente, de modo que sus gestos se inscriben en esa terrible trama en la que sus delitos como los suyos merecen un fatal castigo, pero no exento de grandeza”.

Leer a García Gual siempre es sugestivo. Pocos pensadores españoles combinan un vasto conocimiento con una prosa ligera y amena. Este libro es una prueba de su buen hacer. Se lee de corrido, apenas sin esfuerzo, y es difícil no terminar cautivado. Ahora que la mitología griega está perdiendo terreno frente a nuevos héroes procedentes del mundo del comic (muchos de los cuales, paradójicamente, beben de leyendas helenas), no viene mal recuperar del olvido a los grandes personajes sobre los que se ha construido la literatura y el arte universal. Nos permite, además, reflexionar sobre el papel de la muerte en el pensamiento occidental. Los héroes, a pesar de sus proezas, eran humanos y, como tales, su vida tenía un final. Cómo la afrontaban nos dice tanto de ellos como de nosotros.

Carlos García Gual (Palma de Mallorca, 1943) es catedrático de Filología griega en la Universidad Complutense de Madrid. Ha escrito libros y artículos sobre literatura clásica y medieval, filosofía griega y mitología. Es, además, director de la colección Biblioteca Clásica Gredos. Ha traducido numerosos textos clásicos y medievales, por los que ha recibido en dos ocasiones el Premio Nacional de Traducción.

*Publicado por la editorial Turner, noviembre 2016.