GELLATELLY  - PASADO&PRESENTE - MALDICION STALIN

La maldición de Stalin
Robert Gellately

«El mariscal Stalin, como negociador, era el más duro de todos. De hecho, tras cerca de treinta años de experiencia en conferencias internacionales de una u otra clase, si tuviera que escoger a un equipo para entrar en una sala de negociaciones, Stalin sería mi primera elección. Por supuesto, era un hombre despiadado y, por supuesto, sabía muy bien lo que quería. Jamás gastaba palabras en vano. Nunca vociferaba; a lo sumo, y aun con poca frecuencia, se lo veía enojado. Tranquilo, reservado, nunca alzaba la voz y no repetía una negativa tras otra como el exasperante Mólotov. Con los métodos más sutiles conseguía lo que pretendía sin necesidad de parecer tan obstinado«. Así describía el ministro de exteriores británico Anthony Eden a quien fuera su oponente en numerosas conferencias y negociaciones durante y después de la Segunda Guerra Mundial; y es que Stalin despertaba entre sus enemigos (y entre aquellos pocos que tuviesen la suerte de gozar de su «amistad») toda una serie de sentimientos que iban desde el odio hasta la admiración, pasando por el temor o el respeto.

El líder soviético fue una de las personalidades más importantes (por no decir la más relevante) de los años comprendidos entre la década de los treinta y la de los cincuenta del siglo pasado, aunque algunas de sus medidas tuvieron repercusiones mucho después de su muerte e incluso todavía hoy. Como es natural, su figura ha estado sujeta a un sinfín de estudios y publicaciones que han intentado comprender y explicar el porqué de las decisiones que adoptó. A esa ingente bibliografía se suma la obra de Robert Gellately, La maldición de Stalin*, en la que el autor busca remontar «la pista de este infortunio hasta su período de incubación, que se extiende desde los primeros días de la segunda guerra mundial, en 1939, hasta la muerte de Stalin, en 1953. Examino el papel crucial que el dictador interpretó en esos años desbordantes de acontecimientos, cuando él y sus partidarios lucharon por el comunismo en Europa y en todo el mundo«.

STALIN Y LENINLa obra de Gellately destaca, en primer lugar, por la crudeza de las informaciones que transmite. Los datos de asesinatos antes, durante y después de la guerra son estremecedores (y tristemente reales), pero aún más espeluznantes son las cifras de muertos por inanición o por las pésimas condiciones de vida que soportaron millones de personas antes, incluso, de que comenzase la Segunda Guerra Mundial. El régimen del terror impuesto por Stalin condujo a una situación difícilmente imaginable, en la que el valor de la vida humana era insignificante en comparación con el idealizado proyecto comunista.

Igual de sorprendente y reveladora es la descripción que hace de la personalidad del dirigente ruso (aunque el propio autor avisa de que no estamos ante una obra biográfica). Gellately considera que fueron «las enseñanzas del marxismo-leninismo [las que] dieron forma a todos los elementos de su vida, desde la política a la estrategia militar, pasando por los valores personales. Se veía a si mismo muy lejos de ninguna versión actualizada de un zar ruso al estilo soviético«. Aunque nunca sabremos con certeza qué pasaba por la cabeza de Stalin, el autor intenta a lo largo del libro desentrañar las inquietudes y las opciones a las que tenía que hacer frente el líder soviético. También encontramos las impresiones que otros grandes dignatarios tenían de él, como Roosvelt, Churchill o el ya citado Eden, quienes destacaron su ambición, su habilidad diplomática y su inteligencia; pocas veces hallamos en sus testimonios referencias explícitas a la crueldad y al despiadado trato que daba a sus enemigos.

Subraya Gellately cómo la influencia de las ideas de Stalin, una vez alcanzada la victoria sobre Alemania con el apoyo del Ejército Rojo, hizo que los países de Europa central y del Este acabaran por someterse (cada uno de ellas atendiendo a sus propias peculiaridades) a Moscú. Fue entonces cuando Stalin mostró su verdadera cara (dureza e inteligencia) para imponer sus planteamientos por encima de las reservas de los aliados, a quienes supo manejar con cierta habilidad. Poco a poco fueron cayendo bajo el dominio comunista los distintos gobiernos europeos e incluso Francia e Italia estuvieron cerca de sucumbir hasta que los estadounidenses reaccionaron para contrarrestar el empuje ruso, lo que provocó el comienzo de la Guerra Fría.

STALIN GULAGEn la obra de Gellately podemos distinguir tres fases bien definidas, correspondientes a cada una de las partes en que se divide el libro. La primera («La revolución estalinista«) aborda  la llegada al poder de Stalin tras la muerte de Lenin y se extiende hasta la toma de Berlín por las fuerzas soviéticas. Sin duda son los capítulos más duros en los que se da cuenta de la depuración llevada a cabo por Stalin para consolidar su autoridad (período conocido como el «Gran Terror» o la «Gran Purga») a resultas de la cual millones de personas fueron desplazadas, encarceladas y/o ejecutadas para afianzar el sistema soviético y limpiarlo de capitalistas, burgueses, fascistas, saboteadores o enemigos del pueblo. A estas despiadadas prácticas se añadieron, una vez iniciada la guerra, las penalidades y atrocidades que acompañaban a la contienda. En total estima Gellately que durante el conflicto perecieron veintiún millones de personas sólo en el bando ruso (casi la mitad de la población española actual).

Así describe el autor de La maldición de Stalin este período: «Lo que dio en llamarse «Gran Terror» no comenzó con una orden única de Stalin, sino que tenía tres vertientes interrelacionadas. La primera se dirigía fundamentalmente contra los oponentes políticos; la segunda se centró más ampliamente en la oposición social y, sobre todo, en los kulaks; la tercera y última vertiente persiguió a los grupos étnicos que pudieran amenazar la seguridad interna en caso de guerra. Stalin jamás lo admitiría –tal vez ni siquiera para sí- pero el Terror equivalió a un ajuste de cuentas definitivo con cualquiera que, en algún momento, hubiera expresado dudas sobre su liderazgo o sus decisiones. En algún punto de su camino, llegó a la conclusión de que sus oponentes jamás cambiarían de opinión y debía eliminarlos«.

Robert Gellately también se ocupa en esta primera parte de la estrategia seguida por Stalin frente al nazismo y las reacciones iniciales al comenzar la Segunda Guerra Mundial. Relata las conversaciones que se produjeron entre los aliados y el dirigente ruso a medida que avanzaba la guerra y tras la contraofensiva soviética después de la batalla de Stalingrado. Descubrimos en estas páginas la capacidad de Stalin para imponer su criterio a los británicos y americanos quienes, bien en «solidaridad» con las pérdidas del Ejército Rojo o bien por necesidad, otorgaron demasiadas concesiones que, una vez concluida la guerra, fueron ampliamente aprovechadas por Moscú. Los últimos capítulos están dedicados a los años finales de la guerra y al análisis del avance soviético hasta Berlín, así como a las repercusiones que tuvieron estas acciones en la configuración mundial de la postguerra.

CONFERENCIA POSTDAM SEGUNDA GUERRA MUNDIALLa segunda parte del libro («Sombras de la Guerra Fría«) estudia los años inmediatamente posteriores a la conclusión de la Segunda Guerra Mundial hasta que los americanos, con Truman como nuevo presidente, inician la reacción que desembocará en la Guerra Fría. Stalin exigió hasta las últimas consecuencias el cumplimiento de las promesas hechas durante la contienda y fue entonces cuando los estadounidenses comenzaron a desconfiar de las intenciones soviéticas y a tomar medidas que frenaran el hasta entonces imparable avance comunista.

Los capítulos de esta segunda parte abordan sucesivamente los contactos entre Truman y Stalin, la conferencia de Postdam, la guerra contra Japón y el impacto de la bomba nuclear en las conversaciones entre ambas potencias. El autor describe, por otro lado, las represalias adoptadas por el régimen soviético contra quienes apoyaron a los nazis durante la contienda, contra los prisioneros alemanes, contra amplios grupos étnicos (en las regiones bálticas, en el Cáucaso y en Crimea) y contra todos aquellos que pudieran representar cualquier amenaza a la autoridad de Stalin. El destierro y los gulags acabaron por ser el destino de cientos de miles de personas cuya suerte se dirimía en «juicios» sumarios sin posibilidad de una mínima defensa.

La última parte de la obra («La Guerra Fría de Stalin«) se centra en los países europeos que cayeron bajo la órbita soviética y en las relaciones con el régimen de Mao. A lo largo de los ocho capítulos que la componen vemos cómo evoluciona la estrategia adoptada por Stalin: en un primer momento imparte desde Moscú sus directrices a los dirigentes de los partidos comunistas extranjeros aconsejándoles, para evitar las suspicacias de Estados Unidos y del Reino Unido, la formación de gobiernos de unidad nacional junto con los socialistas y con las otras fuerzas políticas, asegurándose en ellos los puestos clave (generalmente una vicepresidencia y el ministerio del Interior, como mínimo).

TANQUES PRAGA PRIMAVERAEl segundo paso se produjo una vez que la Guerra Fría era cada vez más evidente: Stalin ordena a sus partidarios hacerse con el poder y suprimir cualquier oposición. Será entonces cuando las características propias de cada país obliguen a adoptar medidas específicas. Gellately analiza los casos de Rumanía, Polonia, Checoslovaquia, Bulgaria, Alemania, Yugoslavia, Albania y Hungría. Pero no todos fueron éxitos pues en Italia, Francia, Alemania occidental y Grecia el primer impulso que permitió a los partidos comunistas ocupar algunas carteras ministeriales acabó por diluirse y el plan Marshall frustró el sueño soviético de alcanzar el canal de la Mancha. Incluso algunos países comunistas como Yugoslavia, con Tito a la cabeza, acabaron por desentenderse de las directrices de Moscú y actuar por su cuenta.

Gellately dedica los últimos capítulos de su obra a repasar los años finales de la vida del dictador georgiano, en los que afloró un particular antisemitismo y las paranoias conspiratorias se acentuaron creando un clima de inseguridad entre la propia cúpula dirigente soviética. La descripción que hace de Stalin en el último capítulo se resume en estas palabras: «Esta parte racional de Stalin, su inteligencia analítica, que tan bien encajaba con la estrategia y el cálculo, causó una profunda impresión entre los intelectuales y profesores encargados de completar los detalles de un gran libro que él quería legar a quienes seguirían sus pasos. Al mismo tiempo, la personalidad de Stalin tenía una faceta despiadadamente irracional, obsesionada con las conspiraciones, los rumores, las especulaciones delirantes y la manía del espionaje«.

Robert Gellately es catedrático de Historia en la Universidad del Estado de Florida y ha sido profesor invitado por la Universidad de Oxford. Entre sus libros destacan: Lenin, Stalin and Hitler: The Age of Social Catastrophe; The Gestapo and German Society: Enforcing Racial Policy 1933-1945 y No solo Hitler: La Alemania nazi entre la coacción y el consenso.

*Publicado por Pasado&Presente, febrero 2014.