La Iglesia en el reino de Castilla en la Edad Media (años 711-1475)
José Ángel García de Cortázar

En la conclusión de su libro La Iglesia en el Reino de Castilla en la Edad Media (años 711-1475), * José Ángel García de Cortázar y Ruiz de Aguirre no duda en incluirse en la categoría de autores “temerarios” que han tratado de llevar a cabo una síntesis parcial, “aquí y ahora”, de la historia de una institución capital en el occidente europeo durante ese largo e impreciso período que transcurre desde la desaparición de las estructuras imperiales romanas hasta el advenimiento de la Edad Moderna. Y es que si, de suyo, no son demasiados los estudios que la historiografía española ha dedicado a la historia medieval de la Iglesia, faltaba una obra que nos proporcionase una visión amplia, global si se quiere, sobre la historia de esa institución en España, aun cuando la que ahora reseñamos se limite a los territorios que configurarían a la postre el reino de Castilla (comprendidos los del primitivo reino asturleonés).

Para comprender el propósito de su trabajo, nada mejor que las palabras del autor: “me propongo elaborar una historia de la Iglesia entre los años 711 y 1475 que explique la evolución de la institución y de su comunidad de fieles en el amplio territorio que, en la fecha final, constituía el reino de Castilla. Ello quiere decir una historia que, según la sucesión de los tiempos y de las circunstancias políticas, irá tratando de la Iglesia en ámbitos progresivamente más amplios, desde el reino de Asturias, pasando por el reino de León hasta llegar al reino, o si se acepta la licencia, a la corona de Castilla. La conveniencia de señalar las bases de las que parte la Iglesia del territorio así delimitado en el momento de la invasión musulmana explica la presencia en el libro de una Introducción en la que sintetizo la historia de la Iglesia hispana antes del año 771”.

En esas palabras destaca ya un rasgo que caracteriza la síntesis de García de Cortázar: la doble configuración de la Iglesia como institución y como comunidad de fieles. En lo que atañe al primer aspecto, el autor aborda todo lo relativo a las estructuras eclesiales de carácter territorial (provincias, diócesis, parroquias), así como al nacimiento de fenómenos organizativos de muy diverso tipo (por convención podrían denominarse monásticos) al margen de la jerarquía “oficial” constituida por los obispos y los clérigos. Su análisis desciende, lógica e inevitablemente, a la inserción de la Iglesia-institución en la configuración política del reino de Castilla, así como al estudio de sus relaciones con los reyes y con los diversos estamentos, nobiliarios o progresivamente burgueses, de la sociedad medieval.

En cuanto al segundo aspecto, su tratamiento resulta más difícil, aunque solo sea por la carencia de fuentes fiables que, sobre todo en la Alta Edad Media, permitan hacerse una idea cabal de cómo vivían los creyentes su fe, esto es, qué nivel de formación cristiana tenían, qué prácticas sacramentales y litúrgicas les eran comunes y qué preceptos de la moral predicada prevalecían, de hecho, en su existencia.

El enfoque que predomina en la obra de García de Cortázar es el primero. De los cinco capítulos que comprende el libro (si dejamos aparte la interesante Introducción, que atiende a la difusión del cristianismo primitivo y a la constitución de la Iglesia en la Hispania romana, como premisas imprescindibles para comprender su evolución a partir de la derrota visigoda), al menos cuatro, ordenados con criterio cronológico, prestan atención preferente a los aspectos institucionales. Son los capítulos primero [“La iglesia en el reino asturleonés (711 a 1065): un tiempo de iglesias propias y monasterios”], segundo [“Reintegración romana y configuración de una cristiandad castellana (años 1065-1215)”], tercero [“Expansión territorial de la Iglesia y regulación de la acción pastoral (años 1215-1305)”] y quinto [“La afirmación de una Iglesia nacional en el reino de Castilla (años 1370-1475)”].

El capítulo cuarto (“La ordenación de la vida cristiana del pueblo fiel”) ciertamente incorpora una referencia al período que va desde el año 1305 al año 1370, pero en realidad excede de ese lapso temporal, hacia atrás y hacia adelante. El autor así lo reconoce cuando afirma que los contenidos en este epígrafe “se extienden sin apenas solución de continuidad entre 1270 y 1475”, pues la ordenación de la vida cristiana de los fieles “es difícil de acomodar a las rigideces de una periodización exacta”. A través de sus páginas conocemos cómo tenía lugar la catequización del pueblo cristiano, cuáles eran los contenidos de la doctrina de la salvación que se le predicaba, cómo se asumían los preceptos morales, qué devociones (Jesucristo en la eucaristía y en la cruz, la Virgen María, los santos) se propagaban y en qué expresiones sociales (peregrinaciones, procesiones, cofradías) se manifestaban. Buena parte de lo que siglos más tarde constituirán prácticas habituales de la cristiandad, hasta llegar a nuestros días, encuentran aquí su origen. Las prescripciones en materia de fe y de costumbres impuestas por el IV Concilio de Letrán (1215) tuvieron en Castilla un desarrollo no siempre lineal ni homogéneo.

El autor subraya cómo la historiografía europea ha prestado atención preferente al estudio de un espacio social (del Rin al Loira y de aquí, por Borgoña, a Roma) como protagonista central de cualquier historia religiosa del Occidente medieval. Desde esa perspectiva, la Iglesia hispana estaría en la periferia y no habría aportado elementos relevantes desde el punto doctrinal, litúrgico o moral. No estamos seguros de que, tras la obra de García de Cortázar, esa perspectiva pueda mantenerse intacta, aunque él mismo propugne repetidamente que la presencia, y la propia historia, de la Iglesia en la Castilla medieval no difieren sustancialmente de las de otras regiones de la cristiandad latina.

En un punto parece que esa coincidencia fue, más bien, anticipación a la hora de elegir entre la fidelidad al papa y la fidelidad al rey, cuando la auctoritas de uno y otro entraban en conflicto. La progresiva creación de una “iglesia nacional”, que tendrá su expresión máxima en años posteriores a los que esta obra analiza, se comienza a poner de manifiesto en Castilla con prioridad a otros reinos europeos. De ahí que García de Cortázar pueda afirmar que “antes de que Felipe IV de Francia (1286-1314) convirtiera a la Iglesia de su reino en una iglesia nacional, Fernando III y, en especial, Alfonso X lo habían conseguido ya”. El resultado fue un cuidadoso equilibrio entre los requerimientos del papado, no siempre atendidos (en particular, los de carácter económico) y los intereses del episcopado nacional, en cuyo nombramiento la intervención del monarca siempre fue determinante, que se sentía más ligado a las propuestas ideológicas y políticas del rey, de quienes los estamentos eclesiásticos recibían atención preferente, protección y ayuda, además de financiación constante. La simbiosis entre el poder civil y el eclesiástico era predominante en la Castilla medieval, como en otras partes del occidente europeo.

El libro que pone a nuestro alcance García de Cortázar es de fácil lectura, facilitada por el estilo preciso y sistemático del autor, que hace gala de un magnífico castellano. A esas cualidades, que siempre son de agradecer cuando se trata de textos académicos, acompaña la circunstancias de carecer de notas a pié de página, lo que no impide que las referencias a las obras de otros medievalistas sean incesantes. De hecho, el trabajo que hoy reseñamos, calificado por Carlos Ayala Martínez en su presentación, sin demérito de otros volúmenes, como “la joya de la corona” de la colección Estudios/Medieval que dirige en Marcial Pons, representa la puesta al día de las últimas investigaciones historiográficas sobre la materia. Abre, además, nuevas perspectivas críticas y renovadoras a temas aparentemente cerrados por investigaciones anteriores que, sin embargo, brillan ahora con una luz diferente.

Concluimos con estas palabras de García de Cortázar en las páginas finales del libro: “en ese espacio cada vez más extenso [desde las montañas cantábricas al estrecho de Gibraltar], esa Iglesia, que era parte de una entidad con vocación de universalidad, mostró, como en el resto de los territorios de la cristiandad, un rostro trifronte. Era, a la vez, un poder político, el sacerdotium, que disputó con mayor o menor éxito al poder que hoy abreviaríamos como civil, el regnum, la competencia para regir los destinos del conjunto de la sociedad; una institución con una construcción rigurosamente jerárquica en sus dos ramas (secular y regular) y una comunidad de fieles a la que el sacerdocio debía conducir a la salvación. En cada uno de los tres frentes […] las vicisitudes experimentadas por la Iglesia en el reino de Castilla […] resultaron siempre muy semejantes a las vividas por otras sociedades regionales de Europa”.

José Ángel García de Cortázar y Ruiz de Aguirre, catedrático emérito de Historia medieval en la Universidad de Cantabria, es uno los más renombrados especialistas españoles en la historia de la Alta Edad Media. En los últimos años ha dedicado sus investigaciones a la historia de la Iglesia, sobre la que ha escrito “Historia religiosa del Occidente medieval” (2012) y “La construcción de la diócesis de Calahorra en los siglos XI a XIII. La iglesia en la organización social del espacio” (2018).

*Publicado por Marcial Pons Ediciones de Historia, junio de 2021.