La interrelación constante, a lo largo de la historia (la de España y la de fuera) entre historiografía, política y literatura ha sido siempre importante y, con frecuencia, excesivamente olvidada. No se trata solo de que la historia política y la literatura se encarguen, desde sus respectivos registros propios, de transmitirnos la forma e idea de un mismo objeto, el hombre, sino que además muchas de las obras literarias son, sin duda, grandes descripciones de la historia. Demasiadas obras historiográficas olvidan, sin embargo, más allá de lo conveniente, no solamente el impacto de la literatura en la sociedad, sino también los propios recursos literarios al presentar plomizos y oscuros trabajos carentes de toda estética literaria.
El trabajo que aquí comentamos, «La historia es un árbol de historias»* del profesor Jordi Canal, aborda todas esas cuestiones. El libro cuenta con un ilustrativo subtítulo: «Historiografía, política, literatura» que nos da la idea del itinerario por el que discurrirá esta recopilación de trabajos escritos por el autor a lo largo de aproximadamente la última década y media (el texto más antiguo está fechado en 1997).
El libro se divide en cuatro secciones que, respectivamente, tienen por título «Historia e historiadores», «Historiografía, sociabilidades y exilios», «Guerras, política y emociones» y «Literatura e historia». Cada una de ellas se compone, a su vez, de tres trabajos lo que hace un total de doce textos y artículos independientes pero atravesados por un mismo eje común: la concepción de la historia como un conjunto de relatos.
La sección que, tras una introducción de carácter explicativo por parte del propio Jordi Canal, abre el volumen se orienta a reflexionar sobre el papel de la historiografía, algunas de sus debilidades y el modo en que se ven atrapados en ocasiones los historiadores cuando no son capaces de distinguir la labor propia del historiador del compromiso político que, en cuanto ciudadanos, puedan adoptar. En este sentido resulta especialmente destacable el segundo capítulo que, es fácil de intuir (así lo insinúa el propio autor en la introducción, si bien no llega a dar nombres), habrá generado cierto malestar en muchos entornos historiográficos pues algunos autores se pueden ver denunciados por el prejuicio y las orejeras ideológicas que denotan a la hora de hacer historia. Quizás como ejemplo opuesto al de estos historiadores de nuestro país pueda entenderse la inclusión en el capítulo tercero de una trayectoria muy particular: la del historiador francés Marc Bloch.
El caso de Marc Bloch es un fenómeno interesante para Jordi Canal porque aglutina en sí, sin llegar nunca a confundirlos, el papel del historiador serio y riguroso, muy profesional incluso narrando los hechos más próximos y que más le han afectado (como la reciente, cuando él la escribe, derrota francesa frente a los nazis), y el papel de ciudadano francés y republicano con un gran compromiso social y político. El de Marc Bloch es, sin duda, un ejemplo de cómo resulta posible dicha conciliación y no la superposición entre una labor y otra, siempre a juicio del autor del volumen.
Otro importante historiador, completamente olvidado por otra parte en nuestro país, del que Canal hace una gran mención (hasta el punto que casi podría decirse que la segunda sección del libro está prácticamente dedicada a él y a la recepción de sus ideas y aportaciones por otros autores) es el también frances Maurice Agulhon. Figura importante porque introduce en el ámbito de los estudios propiamente históricos una noción proveniente de las ciencias sociales: el concepto de «sociabilidad».
Gracias al concepto de «sociabilidad» los estudios de historia han podido abrirse a otras áreas nuevas y de gran interés. Áreas que, nos dice el autor, en ocasiones no han sido bien recibidas por todos sus colegas de profesión al considerarlas poco serias, escasamente interesantes, ambiguas o, incluso en ocasiones, de un alto contenido frívolo. Cuestiones como la vida en las tabernas, la danza, el juego… que tradicionalmente no eran de interés para la profesión historiográfica, empiezan a encontrar su lugar gracias a ese nuevo concepto traído de la sociología. Es tal vez por eso que el profesor Canal está especialmente interesado en defender este concepto y su utilización en las obras de historia, adaptado al campo estrictamente historiográfico y con los medios propios de dicha disciplina. Si algo queda muy claro en la práctica totalidad de los capítulos del libro es la necesidad de un enfoque histórico, sin duda, pero enriquecido también por la comunicación con otras disciplinas ajenas, pero relacionadas, en los ámbitos de las humanidades y las ciencias sociales (la sociología, la ciencia política o la literatura como ejemplos muy claros y presentes a lo largo de sus páginas).
Una de las cosas más interesantes del libro, sin duda, es el capítulo dedicado a los exilios de la historia de España. Como consecuencia de nuestra agitada historia social y política, la fuga de exiliados a lo largo de los siglos (desde judíos y musulmanes tras la Reconquista hasta los simpatizantes del bando perdedor en nuestra Guerra Civil) ha sido considerable. Sin embargo, y especialmente entre las oleadas de exiliados durante la Edad Contemporánea, en el trabajo historiográfico parece solamente prestarse atención al que sucede con ocasión del final de la Guerra Civil en 1939, quedando los demás bastante olvidados. Quizás por sus implicaciones y por su magnitud sea bastante lógico y natural ocuparse del éxodo como consecuencia de nuestra Guerra Civil, pero nos advierte el profesor Canal que eso no debe ser óbice para no tener también en cuenta los anteriores y prestarles también algo más de atención.
Las emociones políticas (desde el deseo de revancha hasta el miedo, pasando por los actos de sacralización de acontecimientos políticos o militares) han estado siempre muy presentes en la forja de nuestra historia, y también de nuestra literatura. Los capítulos de la tercera sección del libro se ocupan de estas cuestiones desde un enfoque histórico que, no obstante, no deja de tener muchos puntos en común con la psicología humana. Los capítulos estudian tres temas muy diferentes entre sí pero con el eje común del papel de las emociones y la psicología humana en el transcurso de la historia: el primero se dedica a la figura de Manuel Ruiz Zorrilla, conocido político y conspirador republicano; el segundo aborda el análisis del miedo en la historia, ilustrado por el caso del llamado «Gran miedo» de 1789 en Francia; y el último analiza un caso ejemplar de sacralización y mito político y militar en nuestra historia, el sitio de Gerona (1808-1809) durante la Guerra de la Independencia frente a los franceses que tan excelentemente plasmó en nuestra literatura el gran Benito Pérez Galdós en uno de sus «Episodios nacionales».
Para la última sección del libro el autor escoge tres textos dedicados a otros tantos importantes literatos españoles del siglo XX. Los tres autores tienen en común no solamente que son figuras importantes de la literatura, sino que fueron testigos privilegiados y protagonistas de nuestra historia. Gracias a ellos nos han llegado, con gran rigor y a la vez con una belleza de estilo difícilmente superable, elementos importantes de nuestra historia, acontecimientos y vivencias. Se trata de Max Aub, Josep Pla y Jorge Semprún, con los que se cierra el volumen para mostrar los mejores puntos de unión entre el relato histórico y la obra literaria.
El libro hace una presentación con un estilo ciertamente elegante para lo que es habitual en las obras de historia, haciendo honor a la materia tratada. Se expresa en todos los puntos de manera correcta y presenta una retórica que, sin grandilocuencia, hace ciertamente ameno el continuar la lectura. Debo, no obstante, llamar la atención sobre un punto importante. No es algo exclusivo de este volumen, pues me parece una tendencia cada vez más generalizada en los libros de naturaleza académica (los de historia, pero no solamente los de historia) la de presentar muchas de las citas en su idioma original (en el caso de este libro hay cantidad de referencias introducidas tanto en francés como en catalán, por ejemplo, a veces incluso párrafos enteros).
Esas citas, sin embargo, no son traducidas al castellano, ni siquiera como era antaño habitual en las notas a pie de página, lo que hace que la lectura no siempre sea tan ágil y continuada para quienes no tienen dominio de dichas lenguas. Es frecuente hacerlas en lenguas que, en mayor o menor medida, nos son familiares como el inglés o francés, pero en algunos libros he llegado a encontrármelas en otras como el alemán o el italiano, así como en las cooficiales en algunas regiones españolas, lo que resta a muchos lectores la capacidad de acceso a toda la información que el libro podría llegar a proporcionarles.
No obstante, y pese a ese pequeño detalle que, como digo, no es exclusivo de este volumen sino una práctica cada vez más generalizada en textos académicos, estamos ante un libro de historia ciertamente recomendable, bien narrado, con un enfoque que ahonda en el carácter crecientemente multidisciplinar de los estudios sociales y humanistas. La obra trata temas muy variados en trabajos de una extensión lo suficientemente ajustada para estar cargados de información y a la vez no hacerse abrumadores ni plomizos. Es, en definitiva, un buen libro de una historia formada por historias.
*Publicado por Prensas de la Universidad de Zaragoza, noviembre 2014.
Andrés Casas