GRANDE - CRITICA - HERENCIA VIVA

La herencia viva de los clásicos
Mary Beard

Queda fuera de toda duda el hecho de que existe una corriente emergente de pensamiento, que se atisbó ya en tiempos de Italo Calvino merced a su nunca debidamente ponderado «¿Por qué leer a los clásicos?», que reivindica la lectura de los clásicos como cimiento imprescindible de quien se propone ser culto, pues, para ser culto, es preciso atesorar un conjunto de conocimientos humanísticos sin aparente utilidad práctica. La profesora Mary Beard defiende en este monumental ensayo – recopilación de reseñas – la actualidad permanente de la cultura clásica, y lo hace por medio de una prosa tan sembrada de citas y referencias como de chascarrillos; haz académico y envés divulgador de una misma, urgente y nobilísima reivindicación, erudita si se quiere pero, al mismo tiempo, para (casi) todos los públicos.

La publicación de este ensayo responde a un propósito editorial ambicioso: esparcir como semillas de trigo unas pocas pero valiosas ideas, sin someterse al corsé de un hilo argumental paralizante, a fin de que el lector medio, al terminar las cuatrocientas páginas, pueda presumir de saber algo sobre Grecia y Roma. Paradójicamente, este paseo por la Historia sin vocación de plenitud consigue cautivar al lector a fuerza de narrar la intrahistoria unamuniana con pinceladas sobre la vida de la gente común de la Antigüedad. De esta manera, la autora se atreve a destruir, armada con el rigor implacable de los datos, algunos de los mitos generalmente tenidos por irrefutables: nuestra palabra democracia deriva del griego, eso es cierto. Aparte de eso, el hecho de que hayamos decidido otorgar a los atenienses del siglo VI el estatus de «inventores de la democracia», responde a que hemos proyectado nuestro deseo de que tenga su origen en ellos. Por ejemplo.

Se cuentan por decenas las inesperadas revelaciones que la autora nos regala: la «civilización minoica» descubierta por Sir Arthur Evans en la isla de Creta en 1899 tiene más de engaño comercial que de hallazgo relevante; el lesbianismo de Safo encaja bien en el imaginario de la revolución sexual pero no hay ningún dato que apunte a ello más allá de la campanuda feminidad que se desprende de sus escritos; ¿Y Alejandro Magno? Una invención propagandística de los romanos: los autores romanos no solo discutieron el carácter de Alejandro, no solo lo tomaron como un modelo a seguir; se puede decir que más o menos inventaron al «Alejandro» que conocemos hoy en día.

RUINAS CLASICASLa primera parte del libro, la dedicada a Grecia, termina con un estudio de la risa titulado ¿De qué se reían los griegos? De no haber sido parido el ensayo por una Catedrática de Clásicas de Cambridge, cabría la posibilidad de que el lector cerrara el libro poseído por la sensación de que le están tomando el pelo. Estremece comprobar, a la luz del Philogelos – una colección de doscientos sesenta chistes en griego recopilados en el siglo IV d.C. –, que la mente humana siga encontrando cómicas las mismas situaciones dos mil años después: los chistes griegos recuerdan a las actuales bromas sobre irlandeses y polacos. Los habitantes de tres ciudades griegas (Abdera, Cumas y Sidón) son ridiculizados por su estupidez, del tipo «¿Cuántos abderienses se necesitan para cambiar una bombilla?». Atención especial merece Demócrito, el filósofo griego del siglo V, reconocido como el reidor más empedernido de la Antigüedad.

Si con los griegos la autora no repara en detalles al relatar su vida y costumbres, cuando Mary Beard se ocupa de los romanos le sale un palpitante prodigio de narración histórica. Cada línea cuenta, consciente la Dra. Beard de que con sus destellos deja entrever el todo; y contarlo todo es aburrir. Descubrimos, a ritmo de novela, que Cicerón, el mejor orador de la Antigüedad, tenía también reputación de ser el mejor cómico; y que su tantas veces invocado aplastamiento de la conjuración de Catilina dista mucho de asemejarse a lo que sabemos. ¿Quién fue Nerón? ¿Estaba chalado Calígula? Todas las respuestas en un ensayo que huye de la tentación académica del barroquismo con el propósito de meter a los clásicos en las cabezas tecnológicas del siglo XXI.

Pero, por si no había suficiente miel para deleitar el paladar, la autora nos ofrece a modo de introducción una conferencia formidable de Robert B. Silvers bajo el título «¿Tienen futuro las clásicas?». Se me antoja esta breve separata, de apenas quince páginas, como la mejor defensa de las clásicas que he leído en mucho tiempo, puesto que dota a la cultura clásica de un carácter cuasi místico y genuinamente provocador: el estudio de las clásicas es el estudio de lo que ocurre entre la Antigüedad y nosotros mismos. No solo es el diálogo que mantenemos con la cultura del mundo clásico; también es el diálogo que entablamos con aquellos que antes que nosotros dialogaron con el mundo clásico (…). Son una serie de diálogos con los muertos. «La herencia viva de los clásicos» es, en definitiva, un ensayo transformador. Instruye al lector en el arte de vindicar los clásicos concienciándolo de su papel fundamental porque, en realidad, amputar a los clásicos del mundo moderno conllevaría infligir heridas sangrantes en el corpus de la cultura occidental, y un futuro oscuro lleno de confusión. Aunque sólo fuera por su soberbia introducción, merecería la pena comprar este libro.

Mary Beard (Shropshire, Reino Unido, 1955) es catedrática de Clásicas en Cambridge y fellow de Newnham College. Es editora en The Times Literary Supplement y autora del blog «A Don´s Life«. Entre sus libros publicados se incluye The Parthenon, El triunfo romano y Pompeya.

*Publicado por la Editorial Crítica, octubre 2013.