La guerra de los Treinta años (1618-1648). Europa ante el abismo
Cristina Borreguero Beltrán

La historia de Europa está marcada por grandes conflictos bélicos. Por desgracia, la configuración actual del continente tiene su origen en las sucesivas guerras que llevan azotando a la civilización occidental desde hace centurias. Sin las dos Guerras Mundiales no se comprende nuestro presente y muchos países, especialmente en el Este, surgieron tras los acuerdos alcanzados al finalizar ambas contiendas. Las luchas entre naciones europeas, sin embargo, no son algo reciente, sino una constante a lo largo de los siglos. Las guerras napoleónicas, la Guerras de Sucesión española o polaca, la Guerra de los Treinta Años o la Guerra de los Cien años son ejemplos bien conocidos, aunque el número de pequeños conflictos habidos en el milenio pasado es muy superior. En el siglo XVII, sin ir más lejos, apenas pueden contarse los años en los que dos Estados europeos (como mínimo) no se encontrasen batallando, por uno u otro motivo.

Uno de los conflictos más decisivos de la historia europea fue la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), que puede calificarse como la primera contienda con ramificaciones globales, pues se luchó en hasta tres continentes. Las grandes potencias de la época (Francia, España, el Imperio, Suecia, las Provincias Unidas o Inglaterra) se enfrentaron en una lucha encarnizada que arrasó gran parte de la Europa central. El Tratado de Westfalia, que la puso término, fue quizás el acuerdo de paz más importante de la historia moderna, pues conllevó la aparición de un nuevo orden político (la Monarquía Hispánica cedía el testigo a Francia como potencia hegemónica) en el que la figura del Estado-nación se asentaba definitivamente. A lo largo de la contienda se produjo una verdadera revolución militar, tanto por el número de hombres en liza como por las tácticas y armamentos utilizados. Además, se constató la importancia de la propaganda política y la diplomacia se erigió en extensión de la política, adquiriendo los cónclaves entre embajadores y plenipotenciarios una relevancia inusitada.

Prueba de la trascendencia de la Guerra de los Treinta Años es la ingente cantidad de obras, monografías y artículos especializados escritos sobre este conflicto. Las teorías sobre sus causas, su desarrollo y sus consecuencias no son pacíficas y cada autor alcanza sus propias conclusiones. La profesora Cristina Borreguero Beltrán intenta en su obra La guerra de los Treinta años 1618-1648. Europa ante el abismo* sintetizar todo lo que sabemos sobre este conflicto y darnos cuenta de las distintas teorías que se han vertido sobre él. Así lo explica: “Este trabajo de síntesis, concebido al hilo del IV Centenario del inicio de la conflagración (1618-2018), pretende, por un lado, ofrecer una recapitulación útil y accesible de lo que significó aquella contienda y, por otro, abrir caminos a la investigación en España, de modo que, al conocerse un poco más la abundantísima producción historiográfica, se esté en condiciones de explorar nuevos caminos y aproximaciones a la participación de España en aquella guerra europea. No es un panorama exhaustivo y completo —no podía serlo, dado la amplitud gigantesca del tema y el inabarcable catálogo bibliográfico—, pero sí puede ser un boceto necesario y suficiente para emprender nuevos y más precisos análisis”.

Abarcar en un solo trabajo todas las facetas de la Guerra de los Treinta Años es, sin duda, una tarea impracticable. Las implicaciones políticas, militares y sociales de la contienda darían para un libro de extensión enciclopédica. Cristina Borreguero no intenta escribir la obra definitiva sobre este suceso, contentándose con ofrecernos un cuadro bastante completo de lo que significó para España y para el mundo. Pensada para un público amplio, pero sin descuidar el rigor y la seriedad propios de un texto cuidado y con una sólida investigación a sus espaldas, su trabajo trata de explicar todo lo que rodeó a la contienda. El objetivo es, por lo tanto, proporcionarnos una visión de conjunto: aunque hay obras que detallan con mayor precisión algunos aspectos de la guerra, aquí se ensamblan, con buen criterio, sus líneas principales.

Cada capítulo ahonda en una faceta distinta. En el primero, se hace alusión a las fuentes políticas y literarias, así como a la publicística, para analizar las visiones contemporáneas de la Guerra de los Treinta Años. El segundo pone en contexto la situación política de cada contendiente antes del conflicto armado. El tercero explica los prolegómenos de la conflagración: al igual que sucedería en la Primera Guerra Mundial, aunque la mecha la encendió un suceso aislado (la conocida como tercera defenestración de Praga), la mayoría de los Estados europeos llevaban tiempos preparándose para el estallido de las hostilidades. De hecho, en los años previos, se habían producido pequeños conflictos que anunciaban lo que estaba por venir. Además, son objeto de este capítulo “las causas que motivaron la intervención de cada uno de los beligerantes en la guerra, teniendo en cuenta que unas eran las razones que los príncipes y gobernantes aducían públicamente y otros muy distintos los auténticos móviles de su participación e implicación en la contienda”.

El cuarto capítulo se adentra en el desarrollo de la lucha. De forma clara y sintética, la profesora Borreguero va recorriendo sus distintas etapas hasta llegar a su desenlace. Aunque sobre este punto hay, obviamente, obras más completas, como la de Peter Wilson (a quien se cita en el libro), este epígrafe muestra con claridad los entresijos del conflicto y los distintos escenarios de combate. La contienda no solo tuvo lugar en Alemania, pues los ejércitos en liza se desplegaron por todo el continente, especialmente tras la entrada de Francia en escena (1635). Precisamente el quinto capítulo ahonda en la maquinaria bélica puesta en marcha en aquellos años, explicando desde los mecanismos para reclutar a los soldados hasta la fiscalidad de la guerra, pasando por los contratistas y mercenarios o las estrategias y las tácticas empleadas.

La obra concluye con un último capítulo que se adentra en el complejo mundo de las consecuencias, es decir, en cómo la guerra afectó a cada contendiente, y cuantifica los estragos que causó a la sociedad civil. Pocas veces Europa se vio envuelta en un conflicto tan devastador (hay que tener presente las proporciones a la hora de comparar), aunque las cifras varían en función de cada historiador. El trabajo concluye con un epílogo en el que la autora hace una aproximación a la historiografía de la Guerra de los Treinta Años, analizando las obras de carácter general más influyentes y los estudios de temáticas concretas, para destacar las materias más recurrentes tratadas en las últimas décadas.

Aunque no tiene un capítulo propio, la presencia española a lo largo de la Guerra de los Treinta Años aparece, como no podía ser de otro modo, constantemente. A veces olvidamos la relevancia de los tercios españoles en el tablero militar europeo: cuando el Emperador ve amenazado su poder, a quien primero acude es a sus “primos” españoles, instándoles a que le envíen refuerzos. Aunque la contienda se suele centrar en Alemania, lo cierto es que España hubo de enfrentarse a holandeses, ingleses y franceses, mientras apoyaba a las fuerzas imperiales. La obra de Cristina Borreguero analiza con detalle la participación hispana y los efectos (muy significativos) que tuvo en el devenir de nuestro país.

En la Guerra de los Treinta Años transitan personajes tan afamados como Gustavo II Adolfo de Suecia, Ambrosio Spínola, el príncipe de Condé, Albrecht von Wallenstein, Francisco de Melo y otros tantos. Todos ellos participaron en un conflicto de proporciones épicas en el que no hubo un claro ganador, pero si un perdedor, la Monarquía Hispánica. Con estas palabras lo expone la autora: “Los acontecimientos que sucedieron en Europa en la primera mitad del siglo XVII cambiarían el devenir y la imagen del continente europeo de una forma radical. Aquella transformación se operó, sobre todo, cuando al final de la contienda los Habsburgo de Madrid y Viena, que habían ostentado una larga hegemonía en Europa, perdieron su posición frente a la monarquía francesa. A partir de entonces, Francia ocuparía su lugar como la potencia hegemónica de una nueva Europa”.

Cristina Borreguero Beltrán es catedrática de Historia Moderna de la Universidad de Burgos. Directora de la Cátedra de Estudios de la Fundación Villalar-Castilla León, ha sido profesora visitante en distintas instituciones académicas internacionales como la Universidad de Massachussetts (Boston, Estados Unidos) o la Universidad Panamericana de México entre otras. Es autora de diversos artículos académicos publicados en prestigiosas revistas científicas, así como de diferentes colaboraciones en obras colectivas.

*Publicada por Esfera de los Libros, noviembre 2018.