La historia del sur de la península italiana a lo largo de los dos últimos milenios es una de las más fascinantes que podemos hallar en el continente europeo. Griegos, romanos, germanos, bizantinos, árabes, normandos, angevinos, aragoneses, españoles, saboyanos o borbones… quisieron gobernar aquellas tierras, sin que ninguna dinastía lograse imponer su autoridad durante más de unas pocas generaciones. La ausencia de un linaje autóctono hizo que fuesen dirigentes extranjeros, ya sea a través de la fuerza, de matrimonios o de la diplomacia, quienes controlasen el destino de lo que se conocerá en los siglos XVIII y XIX como el Reino de las Dos Sicilias. La riqueza de sus territorios y su importancia estratégica como enclave comercial y militar atrajeron a todo tipo de conquistadores y grandes señores, ávidos del reconocimiento internacional y de la gloria que les ofrecía uno de los principales baluartes del Mediterráneo.
La influencia española en Italia es hoy apenas conocida. Si nos alejamos de los círculos académicos, es probable que el público general ignore que, primero Aragón y luego España, dominaron de forma casi ininterrumpida y durante algo más de cinco siglos los avatares de la punta de la bota italiana. La Corona de Aragón fue, en la Baja Edad Media, una de las principales potencias mediterráneas. Los comerciantes catalanes y mallorquines, cuando no estaban enfrentados, compitieron en plano de igualdad con los mercaderes de las grandes Repúblicas marítimas, Génova y Venecia. Mientras, sus soldados, entre los que destacaban los temidos mercenarios almogávares, infundían terror y respeto en las orillas orientales del Mar Mediterráneo. Poco se sabe de estas gestas, en especial fuera de Aragón y Cataluña, por lo que siempre resulta interesante recuperar del olvido este periodo de nuestra historia.
“Las páginas que siguen tienen por objeto mirar a dicha región entre los siglos citados a través del prisma del conflicto entre la casa de Anjou y la de Aragón, recalcando de manera particular la aspiración de linajes en competencia a ampliar su influencia a través del Mediterráneo en una época en que la ambición política tenía, a mi parecer, un carácter menos personal que dinástico, pues parecía fundarse en la esperanza de que la descendencia de uno gobernase en Sicilia, Cerdeña, Constantinopla, etc. Asimismo, dado mi interés en la historia económica de este período, y en particular en el devenir del comercio marítimo, era lógico que convirtiese el presente libro en un estudio de las conexiones no solo políticas, sino también económicas, si es que es posible separar ambas categorías”. Con estas palabras sintetiza el historiador británico David Abulafia el propósito perseguido en su obra La Guerra de los Doscientos Años. Aragón, Anjou y la lucha por el Mediterráneo*.
El trabajo de Abulafia es cautivador. A través de un complejo recorrido histórico (se necesita papel y lápiz para seguir el enrevesado árbol genealógico de los pretendientes al trono siciliano), el historiador sefardí indaga en la influencia de la Corona aragonesa en la Italia meridional, entre los siglos XII y XV. Aunque el foco se sitúe en el sur de Italia y en el levante español, Francia, el norte de Italia, África, el Papado e incluso Bizancio están muy presentes en la obra. Utilizando como hilos conductores tanto las biografías de los distintos monarcas aragoneses, como la de quienes gobernaron en Sicilia (no siempre coincidentes), Albulafia construye una historia global que explora los procesos políticos y económicos que tuvieron lugar en el Mediterráneo a lo largo de este periodo.
El punto de partida del libro se sitúa en el año 1130, cuando el normando Roger II es coronado rey de Sicilia por el antipapa Anacleto II. Unas décadas atrás, los normandos, que habían ocupado la provincia bizantina de Apulia, acudieron a la llamada de auxilio que les hicieron desde la isla. Una vez sofocadas las revueltas internas, Roger I, abuelo del futuro monarca, decidió (como tantas veces ha ocurrido a lo largo de la historia) establecerse allí, autoproclamándose Conde de Sicilia. Los sucesores del Gran Conde gobernarán la isla hasta 1194, cuando la muerte sin descendencia de Guillermo II originó un conflicto sucesorio y la llegada al trono de la dinastía Hohenstaufen, de la mano de Enrique VI, quien estaba casado con Constanza I de Sicilia (hermana de Roger II). A partir de este momento, como describe David Abulafia, la lucha por la Corona siciliana se vuelve más poliédrica y adquiere dimensión internacional. Los Hohenstaufen eran el principal baluarte gibelino y el Papado, temeroso de verse sometido a una doble pinza por el norte y por el sur, hizo todo lo posible para menoscabar su legitimidad.
Los esfuerzos del Sumo Pontífice se vieron recompensados en 1266, cuando Carlos I de Anjou, hermano menor del monarca francés Luis IX , es proclamado rey de Sicilia tras deponer a Manfredo I. La dominación angevina en el sur de Italia, sin embargo, apenas duró quince años, pues en 1282 se produjeron las conocidas como Vísperas sicilianas, una revuelta popular que expulsó a los Anjou de Sicilia. Los nobles rebeldes ofrecieron el trono a Pedro III de Aragón, quien estaba casado con la hija de Manfredo, Constanza II. El monarca aragonés gustosamente aceptó y envió un contingente militar para legitimar y reclamar su nuevo título. A partir de este momento se inició un conflicto entre los Anjou, que lograron mantener el reino de Nápoles, y la corona de Aragón. El conflicto duraría, como refleja el título de la obra, nada menos que doscientos años.
La dominación aragonesa de Sicilia no fue homogénea, ni constante. Los altibajos se sucedieron hasta la conquista definitiva de Nápoles por Alfonso V el Magnánimo, quien, de este modo, pudo unificar los dos reinos del sur de Italia. El relato de David Abulafia nos muestra las complicaciones de un sistema hereditario complejo, en el que el azar, la personalidad del monarca y la habilidad matrimonial jugaban un papel esencial. El rey aragonés no siempre fue el titular del reino siciliano, pues era frecuente que lo asignase, en su lugar, a un hermano o un hijo. Tal proceder fue el origen de muchos de los problemas e intrigas que hicieron tambalear la autoridad aragonesa. A lo que se han de añadir las injerencias angevinas, que no cesaron en este período, y las tensiones sociales que estallaron en los siglos XIV y XV. El trabajo del historiador británico se centra, por tanto, en los doscientos años de conflicto y en los avatares de una guerra que modificó el equilibrio de fuerzas en el Mediterráneo occidental y cuyas repercusiones se hicieron sentir por todo el continente.
Junto a los sucesos de carácter político, Abulafia analiza las transformaciones económicas que se produjeron en Sicilia, en los territorios de la Corona de Aragón y en el Mediterráneo. El historiador sefardí destaca la relevancia de los comerciantes catalanes, como punta de la lanza del dominio aragonés. Sirvan como ejemplo, estas reflexiones sobre el ocaso de la pujante economía catalana en el siglo XV: “La decadencia no se instaló de forma marcada hasta la guerra civil de entre 1462 y 1472, durante la cual quedó incapacitada Barcelona. Sin embargo, los estudios recientes hacen pensar que los mercaderes se recuperaron una vez superado el conflicto. Barcelona no se desmoronó —tal vez ni siquiera llegó a decaer—, aunque sí experimentó una serie de crisis prolongadas y, durante la guerra civil, una grave recesión. Cabe abordar la cuestión de la ‘decadencia’ de Cataluña desde un ángulo distinto. Es cierto que la navegación otrora frecuente de naves catalanas y mallorquinas a Flandes e Inglaterra desapareció casi por completo mediado el siglo XV; pero la otra cara de la moneda la constituye el interés creciente de los fabricantes textiles catalanes en la lana inglesa que transportaban sobre todo las embarcaciones italianas. Esta nueva fuente hizo mucho por estimular la economía de la ciudad en dicho período”.
Concebido a modo de manual, aunque con todos los rasgos de una concienzuda investigación histórica, el trabajo de Abulafia se lee con facilidad, a pesar de lo enrevesado de la situación política que aborda. El lector puede, además, acudir a las conclusiones que introduce el autor al final de cada capítulo para extraer las ideas más relevantes. Quizás alguno no vea con buenos ojos las continuas referencias a la Corona catalanoaragonesa y el énfasis puesto en la autonomía catalana, pero este libro es un libro de historia y en ningún caso busca hacer apología partidista. La objetividad del autor y su erudición le apartan de corrientes tendenciosas. El resultado final es un libro excepcional, con un interés evidente para el amante de la historia, que no solo aborda un conflicto entre dos casas rivales a lo largo de dos centurias, sino que reconstruye las dinámicas políticas, sociales y económicas del Mediterráneo occidental durante la Baja Edad Media.
David Abulafia es un historiador británico especializado en Italia, España y el resto de reinos del Mediterráneo durante la Edad Media y el Renacimiento. Descendiente de judíos sefardíes, es profesor de Historia de Mediterráneo en la Universidad de Cambridge y socio del Gonville and Caius College desde 1974. Fue decano de la Facultad de Historia en esa misma universidad entre 2003 y 2005. Asimismo, es miembro de la British Academy y de la Academia Europaea. De entre su vasta biobliografía sobre los reinos del Mediterráneo cabe destacar El gran mar. Una historia humana del Mediterráneo (2013).
*Publicado por la editorial Pasado&Presente, enero 2017.